Capítulo 4


— ¿Vas a responder a mi pregunta o seguirás comportándote como mi madre?— digo agarrando mi frente mareada.

Sé que anoche fui a una fiesta y recuerdo haber visto a Nico antes de irme. Pero ya no recuerdo más, todo está borroso. Como si se hubiese caído una mancha de café sobre mi memoria. Caleb, o así creo que se llamaba el chico, sigue mirándome y en el fondo sé que está juzgándome.

—Joder, gruñona, no te imaginaba de esta manera— comenta tendiéndome su mano para ayudarme a ponerme en pie.

Miro su mano y me pienso si aceptarla o no. Finalmente decido ponerme en pie sin aceptar su ayuda. Puedo hacerlo sola. Nada más hacerlo tengo la sensación de que me voy a caer y rápidamente siento sus manos sobre mi cintura.

— ¿Qué hora es?— murmuro zafándome de su agarre, el cual me ha causado unos escalofríos que juraría que en mi vida había sentido.

Él gruñe con frustración y mira el reloj de su mano.

—Las ocho de la mañana— dice subiendo la cabeza para mirarme otra vez.

Creo que no he podido ser más irresponsable en toda mi vida. Mis hermanos ya habrán entrado en mi cuarto y seguramente ya hayan llamado a mis padres para decirles que me fugué. Cosa que es lo que evitaba. Sólo iba a volver de madrugada, pero me ha salido todo mal.

—No puede ser...— mascullo mirando hacia todos lados.

Estoy en un vecindario. De casas normales con jardines mal cuidados, con lo cual, estoy bastante lejos de casa. Comienzo a caminar, pero no tardo en sentir el mismo mareo así que me apoyo a lo primero que encuentro. Un coche.

— ¿Qué pasa? ¿Es que acaso Cenicienta llega tarde a casa? — ruedo mis ojos al escuchar su voz a mis espaldas e ignoro su comentario. Vuelvo a intentar caminar pero me es imposible pues el mareo me ataca de nuevo— Creo que no es buena idea que vayas por ahí así, gruñona— me dice Caleb acercándose otra vez a mí con su dichoso perro. Solo que está vez, esa picardía y comicidad han sido sustituidos por la ¿preocupación?

— ¿Puedes dejar de llamarme gruñona? Me irrita a más no poder— pido en un intento de sonar amable. Pero fallo.

Este sube las cejas con sorpresa y sonríe.

—Es que no me has dicho tu nombre y de alguna manera te tengo que llamar— se excusa cruzándose de brazos. Mis ojos van a parar en cómo la camiseta que lleva puesta, se ciñe con fuerza a sus brazos. Fijo que va al gimnasio. ¿Hola? ¿Sigues ahí? Sé que soy irresistible, ¿pero podrías dejar de comerme con la mirada?

Ignoro una vez más sus palabras, pues no tengo tiempo para discutirle el hecho de que lo haya mirado como si fuese una aspirina y sigo mi camino hacia dios sabe dónde. Está vez es él quien me corta el paso poniéndose justo en frente mía.

— ¿Dónde vives?— pregunta y yo lo ignoro siguiendo mi camino, es ahí cuando él me agarra ligeramente del brazo para frenarme. — Te llevaré.

—No sé ni donde estoy ni donde vivo, sólo necesito un taxi o una parada de guagua y ya no me verás más, ¿vale?— digo zafándome de su agarre y mirando la carretera por la cual no ha pasado ningún coche en todo lo que llevo consciente y tampoco parece que vaya a haber alguna parada de guagua cerca.

—No seas cabezota, te llevaré a tu casa, ¿vale? No voy a permitir que vagues por ahí sola con esas pintas— Acto seguido, bajo mi cabeza para ver mi atuendo. Tengo las rodillas del pantalón rotas y ni siquiera sé por qué— Iba a sacar a Titán, pero eso puede esperar—insiste esbozando una ligera sonrisa.

No soy capaz de seguir escuchándolo, pues el dolor punzante en mi cabeza me impide pensar. Sin embargo, me centro en verlo mejor. Va diferente a la última vez que lo vi, pues ya no tiene ese mono azul lleno de manchas. Ahora lleva puesto un chándal gris y una camiseta de manga larga blanca. Luego miro a su perro, el cual si no me equivoco es un Golden Retriever de pelaje rubio cosa que me recuerda a que siempre he querido tener un perro, pero a mis padres no le gustan.

— ¿Eres un pesado lo sabías? No necesito tu ayuda— digo cruzándome de brazos mirando hacia otro lado.

Él hace una mueca y rueda sus ojos.

—Claro que la necesitas, así que deja a un lado esa necesidad que tienes de rechazar a todo el que intenta ayudarte y ven conmigo— dice para después desaparecer de mi vista.

Gruño aunque él no es capaz de escucharme pues se echa a correr en dirección a la casa donde precisamente pasé la noche, pues prácticamente me quedé dormida justo en frente de su jardín vallado. Eso explica la razón por la que me lo encontrase. Era su casa.

Así que gracias mundo, por jugármela de una manera tan cruel.

—Vamos— dice saliendo de ella otra vez.

En silencio lo sigo hasta el coche, intentando ver por dónde voy. Será un milagro si llego y mis hermanos siguen durmiendo. Si él no me lleva, probablemente al llegar a casa mis hermanos ya habrán montado una partida de búsqueda para después joderme la vida.

No escucho lo que me dice Caleb porque estoy demasiado concentrada en no caerme de bruces contra el suelo. Ahora que lo recuerdo hace horas que no como nada. Creo que ni siquiera cené. Cuando llegamos a su coche, este se dispone a entrar por el lado del conductor cuando yo no aguanto más y expulso la poca comida que me quedaba dentro sobre el asfalto.

—Diosito, no puede ser...— mascullo escuchando cómo el chico se acerca corriendo a mí.

Observo de reojo a Caleb, quien está muy preocupado sosteniendo mi cabello mientras trato de no echar el estómago por la boca. Ya no parece ese chico que se ríe por todo, diría que más bien está intranquilo. Supongo que no estará acostumbrado a que chicas pijas como yo duerman en su puerta y más tarde les hagan oler su vómito. Creo que esto no podría ser más bochornoso. Termino y subo la cabeza sintiendo el rubor en mis mejillas. No suelo ser así, de hecho, la timidez no es algo por lo que me caracterice. Sin embargo, él la resurge de mi interior.

—Definitivamente necesitas comer algo— sentencia soltando mi cabello con cierta delicadeza.

Madre mía, ¿por qué me fijo tanto en estos detalles?

Asiento y entro en su coche en completo silencio. Él entra después de mí y arranca hacia un lugar que realmente desconozco. La verdad es que agradezco que no hable, porque no es que tenga muchas ganas de entablar una conversación en estos momentos. Mi estómago pide a gritos algo de comer, así que embelesada por el sonido del coche y la música de fondo en la radio, me quedo dormida.

— ¿Gruñona?— le escucho decir y seguidamente siento su cálida mano tocar mi hombro para despertarme.

Abro mis ojos y miro mí alrededor desorientada. Aunque me calmo cuando me doy cuenta de que seguimos en el coche, justo en frente de una cafetería. Lo miro y no se describir muy bien su forma de mirarme. Parece, ¿enternecido?

—Vamos, ¿no tienes hambre? Por poco vomitas un trozo de tu intestino— me dice saliendo del coche para ir a abrir mi puerta. Hago una mueca de desagrado por eso último que dijo y este suelta una melodiosa carcajada.

Ruedo mis ojos por su acto caballeroso y salgo del coche sin aceptar, una vez más, su mano. No necesito la ayuda de nadie y parece no comprenderlo. Entramos juntos en la cafetería y nos sentamos junto a un gran ventanal. Tras pedir nos quedamos en completo silencio. Pero juro que no es incómodo, algo que me relaja enormemente.

— ¿Vas a contarme por qué te encuentro a las ocho de la mañana durmiendo enfrente de mi casa? Eres la última persona en la faz de la tierra que esperaba encontrar así— pregunta rompiendo el silencio.

Me encojo de hombros y juego con la carta notando su sonrisa clavada en mí.

—Sólo me divertía— le respondo.

Puedo ver en sus ojos la curiosidad y las ganas por saber más sobre mí. Pero, desgraciadamente no soy de esas que se despliegan a la sociedad a la primera. De hecho, me atrevería a decir que este chico nunca podrá llegar a conocerme bien.

—Vaya, pensé que las pijas no andaban por ahí solas y borrachas a las tantas de la noche. ¿Dónde estaban tus amigos? Porque déjame decirte que deben de ser unos mierdas para dejarte ir así sin más— comenta burlesco pero al mismo tiempo enfadado.

En ese momento, me acuerdo de Nico y de que no lo avisé cuándo me fui así que estará hecho una furia por mi culpa. Por otro lado, me percato de que Caleb intenta molestarme, y lo está consiguiendo. Lo observo con los ojos entrecerrados y él se carcajea en mi cara.

—Todos podemos divertirnos alguna vez, incluso los pijos.

—No parecías la pija del otro día cuando te conocí, ¿es que tienes una doble vida o algo así? ¿Pija de día y salvaje de noche? — pregunta con curiosidad en su tono de voz.

Sonrío con sus elocuencias, aunque, si él supiera lo cerca que está de adivinar sobre mi vida alucinaría.

—Sólo soy una adolescente normal que intenta no ahogarse en la monotonía, así que no te emociones— digo cuando llega nuestro desayuno.

No tardo ni dos segundo en engullir.

—Vale, vale... Discúlpeme usted por fantasear— exclama alzando sus manos como signo de rendición. Es ahí cuando no puedo contenerlo y suelto una sonora carcajada. Por un momento puedo ver sus ojos brillar mientras me observan con sorpresa— No sé porque tengo la sensación de que tienes muchas historias que contar— murmura pensativo.

Me encojo de hombros y juego con la comida pensativa.

—Todos tenemos algo que contar, incluso tú— digo sin prestarle mucha atención.

Él sonríe y no dice nada más. Terminamos de comer entre risas ya que, es un chico bastante divertido. En toda la comida no pude evitar fijarme en el par de tatuajes que tiene en su brazo. Me pica demasiado la curiosidad qué significado pueden tener. Todos los que tiene Nicolas son un recuerdo de su vida o una historia más que conforman lo que ahora es, por eso me atrae como un imán saber la razón de los tatuajes de él. Ahora vamos en silencio en el coche. Otra vez es cómodo, con Caleb todo se me hace cercano y eso me asusta.

— ¿Qué es?

Él mira fugazmente el tatuaje que le señalo y después sonríe en dirección a la carretera. — Sabía que tarde o temprano me terminarías preguntando por mis tatuajes. Eres muy poco discreta, ¿lo sabías?

Me encojo de hombros sin saber muy bien qué decir. Él se fija una vez más en el tatuaje que le he señalado y se queda pensativo. Son dos palabras en latín en letra de máquina de escribir.

— ¿De verdad no sabes lo que significa Carpe Diem? ¿Qué clase de profesora de latín tuviste?

Sonrío y él se queda callado pensando en la manera de explicar a mi corta mente lo que significan esas dos palabras. Aprovecho para hacer memoria sobre mis clases de latín, pero definitivamente no me acuerdo de nada. Caleb abre sus ojos con sorpresa y niega algo decepcionado con la cabeza.

Aprovecha el momento presente.

Frunzo el ceño.

— ¿Y a qué te recuerda exactamente?

—Pues a que tengo que vivir más el momento sin pensar en lo que vendrá mañana... No sé si te habrás dado cuenta pero vivimos en una sociedad en la que pensar que lo que será de ti en el futuro o lo que harás dentro de unas horas es el pan de cada día. No somos capaces de aprovechar lo que estamos viviendo ahora e incluso yo me olvido de disfrutarlo. Así que lo tengo ahí para recordármelo cada día porque al fin y al cabo uno nunca sabe lo que le tiene preparado el mañana.

Sus palabras me dejan de piedra y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. Son profundas, tan profundas como sus ganas por vivir y eso es increíble.

—Wow... Demasiado profundo, incluso para ti, Donovan.

Él se ríe.

— ¿Ves? Somos cajas de resorte, gruñona. Y sé que tú no te escapas... hasta diría que te llevas el premio a la que más sorprende.

—Ya te dije que soy el ser más normal de este mundo así que deja de fantasear.

Me asusta que descubra quien soy porque quizás no le guste. No soy nada de lo que espera y mi trabajo ahora mismo es intentar que no me destape. En cuanto a lo que dijo antes sobre su tatuaje, desde mi punto de vista es obvio que el mañana existe y aunque no sepamos con certeza que pasará, se intuye. O por lo menos yo ya sé que será de mí en un rato cuando llegue a mi casa y mis hermanos hayan descubierto que he pasado la noche fuera.

Al cabo de unos minutos, basados en yo explicándole al chico como llegar a mi casa, llegamos. Caleb la observa con sorpresa y suelta un largo silbido al verla bien. Es bastante grande y ostentosa a simple vista. 

—Qué pequeña. ¿Cuántos baños tiene? — bromea y eso me hace rodar los ojos. Él se ríe. 

—Mm... Gracias por todo— balbuceo. Supongo que eso es lo que cualquier chica agradecida diría.

Siento su mirada clavada en mí cuando me bajo del coche. Me giro para mirarlo y este baja la ventanilla así que me acerco lentamente sin romper el contacto visual con sus intensos ojos marrones.

—Adiós.

Digo rápidamente al darme cuenta de que me estaba acercando a él. Rompo con nuestro contacto visual para comenzar a caminar a la gigantesca valla negra que tendré que saltar, pues no cogí la llave para abrirla y tampoco quiero hacer mucho ruido. Todavía hay esperanza de que todos sigan durmiendo.

— ¡Espera! Todavía no me has dicho tu nombre, gruñona.

No puedo evitar poner los ojos en blanco y girarme al mismo tiempo tras escuchar a Caleb. Él me mira con un brillo extraño en sus ojos, muy parecido al de las estrellas que brillaban anoche en el cielo.

Joder, pienso cuando veo la magnitud con la que siento su mirada.

—Me llamo Alanna, Alanna Raymond— respondo dándome la vuelta para seguir mi camino.

Me gusta dejar con intriga a la gente. Por fin llego a la valla negra y comienzo a escalarla con destreza. Ignoro el hecho de que Caleb sigue ahí sorprendido mirándome y salto cayendo de pie.

— ¿Además de tener una doble vida eres un mono algo así?— pregunta sacando ligeramente la cabeza por la ventanilla.

Niego con la cabeza y me despido subiendo mi mano. Con suerte, mis hermanos seguirán durmiendo y no se darán cuenta de mi llegada.

— ¿Nos volveremos a ver, Alanna Raymond?— exclama justo cuando llego a la subida a mi ventana.

Me quedo pensativa y miro hacia el cielo. Él me sonríe ampliamente y saca aún más la cabeza de su coche celeste. Niego con la cabeza y él entrecierra sus ojos.

—No lo sé, quizás sí o quizás no. Dejémoslo en manos del destino, ¿vale?— digo más o menos alto.

—Trato hecho— dice para después entrar en el coche y despedirse una última vez de mí antes de desaparecer de mi vista.

Suspiro y recuerdo la intensidad con la que sus clásicos ojos marrones me observaban. ¿Pueden ser más interesantes? No, estoy segura de que no. Subo agarrándome a todo lo que puedo y consigo entrar en mi habitación sana y salva. No parece haber signos de que mis hermanos hayan entrado así que sonrío.

Al final no me ha salido todo tan mal. Bajo a por un vaso de agua tras cambiarme de ropa y darme una ducha. Bueno, también llamé a Nico para hacerle saber que estaba bien pues anoche había dejado como catorce llamadas en mi teléfono, el cual murió de batería en algún momento de la noche. Cuando entro en la cocina, los mellizos y Noel se están haciendo su desayuno aún con legañas en la cara y al escucharme entrar, sus rostros se giran a la vez para mirarme.

— ¿Desde cuándo tú madrugas?— me pregunta Isaac dando un sorbo a su café.

Los fines de semana suelo despertarme a eso de las doce, así que no es propio de mí estar en planta desde las nueve un domingo.

—Me olvidé de bajar la persiana— miento y me sirvo el vaso con lentitud.

Él suspira e intercambia miradas cómplices con su mellizo, algo muy típico en él. Como ya dije, no es muy normal que me levante pronto, aunque hay veces que no me queda otra porque mis padres se las arreglan para abrirme los ojos. Noel se mantiene ausente a la batalla de miradas, está comiéndose una tostada mientras mira su móvil.

—Anoche ni siquiera bajaste a gritarnos por la música alta y tampoco a echar a nuestros amigos cuando se fueron— añade Gael acusador. Como si quisiera pillarme una mentira. No obstante, teniendo en cuenta mi gran capacidad para mentir, jamás podría pillarme.

Ruedo mis ojos. Cuando vienen sus amigos se vuelve aún más insoportable estar en casa. Sus gritos en la piscina retumban en mi habitación y la música alta hace vibrar todo. Por lo que siempre bajo a montar un pollo para que la bajen y normalmente, suelen obedecerme.

—Vaya, ¿y a qué hora se marcharon? Si me dices que a las doce será un nuevo récord, ¿bebieron mucho vino? O mejor, ¿demasiado champán?— me burlo. Una sonrisa cínica se escapa de mis labiosEs que me fui a dormir pronto.

Mis hermanos no han ido a una buena fiesta en su vida. Las verdaderas fiestas son aquellas en lugares donde la música se desvanece en el aire, el calor en el ambiente casi quema, la bebida es esa que arde cuando desciende por tu garganta y luego crea una explosión dentro de ti que te recuerda lo invencible que puedes llegar a ser y a la gente no le importa nada pues solo tienen presente bailar con toda la juventud que aún les queda. En cambio, en las fiestas de mis hermanos es bailar con torpeza, beber bebidas alcohólicas caras y discutir sobre quién será el rey del mañana para después volver a sus casas antes de que sus padres les tiren de las orejas por pasarse de las diez.

Noel se ríe por lo bajo cuando me escucha. Él nunca forma parte de esas aburridas fiestas, siempre está encerrado en su cuarto haciendo dios sabe qué o con sus dos amigos por fuera.

—Qué te den, Alanna— escupe Isaac fulminándome con la mirada.

Salgo de la cocina carcajeándome con orgullo. Así es como se termina un fin de semana, con el rico sabor de la resaca.

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