Capítulo 33


— ¡Alanna!— chilló Nicolas desgarrándose la garganta en ello corriendo hacia el coche estrellado donde estaba su mejor amiga, su alma gemela.

Aquella curva le había hecho una mala jugada. Estaba a unos metros de la meta, pero fue el extranjero quien se proclamó ganador. Caleb corría tras él sin poder creer lo que sus ojos veían. Del coche salía humo negro y varias personas lo rodeaban pero nadie hacía nada. Nicolas se abrió paso entre la gente y abrió la puerta del coche. Al mismo tiempo que Caleb llamaba a una ambulancia rompiendo con la regla más importante, pues las autoridades no se podían enterar de las carreras clandestinas. Aunque, hay quien dice que para que algo deje de suceder, debe pasar una tragedia.

—Q-quédate conmigo, por favor— le decía Nicolas a su amiga quien lucía inerte dentro del vehículo.

De su cabeza salía abundante sangre debido al golpe y tenía los ojos entreabiertos. No era capaz de mantenerse erguida, su cuerpo se desvanecía como la esperanza de los espectadores de que ella abriera los ojos.

—N-no te vayas, Alanna, resiste aquí conmigo— seguía diciéndole derramando miles de lágrimas al mismo tiempo. Las palabras de los mellizos se repetían en la mente del chico, pues esto era por su culpa.

Ella luchaba en su interior por volver en sí, pero cada vez estaba más cansada y sentía la necesidad de cerrar completamente los ojos. La voz de su amigo la ayudaba a seguir ahí, junto a él. De repente, se escucharon gritos a lo lejos y sonidos de sirenas de coches.

— ¡Corran! ¡Viene la poli!— chilló alguien entre la multitud.

En cuestión de segundos la gente empezó a dispersarse, sólo los que no tenían consideración por aquella legendaria corredora que ahora luchaba contra la vida y la muerte. Los paramédicos no tardaron en aparecer, apartaron a todos del coche para poder tratar a Alanna. Aunque no pudieron alejarla de Nicolas, quién se negaba a dejarla sola.

— ¡M-me necesita, usted no lo entiende!— gritaba al mismo tiempo que Caleb intentaba coger de la mano a su novia para que viese que él seguía ahí también.

Finalmente lograron alejarlos de allí. Con destreza miraron a la chica y vieron que aún había esperanza así que no tardaron subirla a la ambulancia y trasladarla al hospital más cercano junto a sus dos amigos. El camino iba a ser largo pues se encontraban en un punto bastante alejado de todo. En las cabezas de ellos no cabían las reprimendas que vendrían después de esto. Las cosas iban a cambiar mucho por Sazón. Durante todo el trayecto los paramédicos trataban de mantener a la chica despierta, mientras su amigo y su novio intentaban hacerla sentir presente.

—T-te vas a poner bien, gruñona— le repetía una y otra vez Caleb entre lágrimas.

Cuando llegaron al hospital perdieron de vista a Alanna, ya que se la llevaron a una sala para tratar de salvarla. La cosa pintaba bastante grave ya que el golpe había sido devastador y había dejado a Franklin destrozado.

En ese momento, la policía tocaba en la mansión de los Raymond para dar la noticia de la situación de una de sus hijas. Aurora, la madre de la chica, se desplomó en el suelo entre sollozos mientras su padre intentaba mantener la calma. Siempre había sido el pilar rígido de la familia, no podía venirse abajo ahora. Todo aquello les era familiar. Sus hermanos estaban en shock pero al mismo tiempo se sentían culpables. A lo mejor si hubiesen dicho a lo que ella se dedicaba podrían haberla frenado en salir esa noche y esto no hubiese sucedido.

—Esto es nuestra culpa— dijo en alto Isaac cuando esperaban en la sala del hospital. Los minutos pasaban lentos, parecía que la eternidad los estaba torturando más que nunca.

Los padres se giraron para mirarlo. No podían creer lo que escuchaban, sus hijos sabían a que se dedicaba su hija todo ese tiempo y no habían sido capaces de decir nada.

—No lo fue, aunque se lo hubiésemos dicho a alguien ella hubiese seguido. Es así de cabezota y está claro que esto iba a pasar en algún momento— le dijo Noel en un intento de convencerse a sí mismo de que no era culpa suya.

—Ay dios...— murmuraba su madre sin parar de llorar.

Parecía que se secaría en cualquier momento de tanto derramar lágrimas, sentía que eso también era su culpa. Ahora su hija estaba luchando por su vida y ella podría haberlo impedido.

—S-se está repitiendo otra vez— le dijo Aurora a su marido.

Él tenía la mirada perdida, recordando el pasado. Ese que habían tratado de olvidar con el pasar de los años. Los cuatro hermanos se miraron entre sí y observaron a sus padres en busca de respuestas. Ellos no recordaban que aquello hubiese pasado anteriormente.

—Mamá, ¿hay algo que quieran contarnos?— se atrevió a decir la pequeña, Casia.

Ella aún no entendía nada, ni siquiera por qué su hermana estaba en estado crítico. Justo cuando los padres iban a hablar, una chica entró por las puertas del hospital como loca. Layla se había enterado del accidente y no había dudado en dar marcha atrás. Estaba yendo de camino al aeropuerto, cuando El Oscuro le hizo saber la noticia.

— ¿Dónde está? ¡Quiero verla! —exigió saber a un médico que pasaba por el pasillo acorralándolo contra la pared. Él no entendía nada de lo que le decía.

Los padres se quedaron petrificados al verla. Al escuchar su inconfundible voz. Habían pasado muchos años desde que habían sufrido aquella pérdida y ahora la tenían justo delante de sus narices.

— ¿Layla?— dijo Aurora poniéndose en pie. Sus piernas flaqueaban, sus manos sudaban y sentía que estaba alucinando.

Ella no podía creer lo que sus ojos veían.

— ¿Y ella quién es ahora?— murmuró Isaac sin entender porque su madre reaccionaba así ante una extraña.

Aunque era verdad que era la viva imagen su hermana Alanna, sólo que más mayor y demacrada. Los demás hermanos miraban a la chica, quien ahora estaba petrificada mirando a esos dos adultos que habían envejecido con el pasar de los años.

—M-mamá, papá...— murmuró ella con los ojos llorosos.

Creía que no volvería a verlos nunca más. Pero se equivocaba. Al oír eso, los hermanos Raymond se quedaron estáticos, aquella chica había llamado padres a los suyos y aquello sólo significaba una cosa, ella era su hermana.

— ¿Pero, cómo...?— murmuró Carlos mirando a su hija la cual ellos daban por muerta hacía mucho tiempo.

—No puede s-ser, tenemos que e-estar soñando— sentenció aquella mujer mirando a su marido ignorando el hecho de que sus hijos los miraban con decepción.

Se sentían engañados.

—P-puedo explicarlo, yo...— intentaba explicarse Layla.

Sabía que yendo al hospital se encontraría con sus padres, pero no contaba con que ellos fuesen a reconocerla. Ahora se encontraba completamente en blanco, no podía parar de llorar. Ella había conseguido anular todo sentimiento pasado hacia su familia porque la decisión que habían tomado era para salvarlos, pero todo había vuelto de golpe.

—Estás viva— sentenció su madre corriendo a abrazarla.

Eso la tomó por sorpresa. Parecía que no les importaba que ella hubiese fingido su muerte.

—Tenía que hacerlo, m-mamá, ustedes estaban en peligro y...— balbuceaba ella mientras la abrazaba con las manos temblorosas.

Olía igual que hacía tiempo, a su infancia. Su padre se unió al abrazo sin poder creer que podía estar tocando a su hija. A su pequeña rebelde, a esa niña que tantos problemas les había causado y que se parecía tanto a Alanna.

— ¿Alguien puede explicarnos qué está pasando aquí?— exigió saber Isaac poniéndose en pie— ¿De qué va todo esto?

Los tres se separaron y miraron a los chicos que miraban expectantes el conmovedor reencuentro. Los padres se acercaron a sus hijos y Layla se mantuvo a raya. Miró a cada uno de sus hermanos pequeños, eran todos hermosos.

—Es una larga historia, y no se lo contamos porque queríamos alejarles de todo aquello que en su momento vivimos. Era el pasado y no es bueno que vuelva— comenzó a decir su padre.

—Creo que tenemos tiempo suficiente para enterarnos— dijo está vez Gael junto a su mellizo.

Se sentía engañado, no comprendía nada. Aquella chica era su hermana y ni siquiera lo sabía. A lo mejor era otra de las aventuras de su madre, como Noel. Pero ninguno de los presentes recordaba que su padre haya reaccionado así al saber que le había sido infiel. Sus padres se acercaron un poco más a sus hijos en un intento de sentirse cercanos a ellos, ya que ahora había un abismo de secretos separándoles.

— Tu padre y yo éramos muy jóvenes cuando yo me quedé embarazada. Yo tenía dieciocho recién cumplidos y tú padre veinte —en ese momento Gael recordó la reacción de su madre cuando supo que sería padre tan joven— Tras eso nuestros padres nos repudiaron y nos fuimos a vivir juntos. A penas teníamos para llegar a final de mes y teníamos otra boca que alimentar. Vivíamos en un piso de mala muerte en un barrio del centro y trabajábamos haciendo horas extras para poder darle una buena vida a Layla— los hermanos miraron y ella bajó la cabeza avergonzada. Volvieron la mirada a sus derrotados padres— Eso nunca sucedió. Nos había salido más rebelde de lo que imaginamos y nos metió en muchos problemas con la policía. No sé ni cuantas veces tuve que pagar una fianza para evitar que pasase una noche en el calabozo. La sangre rebelde corría por sus venas como la nuestra y eso nos asustaba porque a nosotros no nos había ido bien en la vida por ir por ese camino. El mismo que ella había tomado. Recuerdo que todo fue a peor cuando cumplió los diecisiete. No había quien la parase, ella creía que nosotros no lo sabíamos pero sabíamos que se dedicaba a las carreras ilegales y que estaba metida de lleno en ese mundo clandestino... Hasta el día del accidente. El día en que pensamos que habíamos perdido a una hija, o eso creíamos— murmuró eso ultimo pensativa.

— Ese día juramos no darle esa misma vida a nuestros futuros hijos. Trabajamos duro, terminamos la universidad y conseguimos subir de estatus social. Logramos que nuestros próximos hijos viviesen la vida que merecían alejados de ese mundo ilegal que tantos años nos había atormentado. Pero cuando tuvimos a Alanna vimos reflejado en ella ese espíritu rebelde que pensábamos que no volveríamos a ver. El mismo que tuvimos nosotros y el que tuvo Layla. Por eso la machacamos tanto, no queríamos perderla a ella también pero hemos vuelto a fallar... — terminó el padre rompiendo a llorar junto a su mujer.

El pasado había vuelto a caer sobre ellos como un jarro de agua fría y el dolor en sus corazones era insoportable. Layla se sentía horrible y el resto de hermanos seguían masticando toda aquella información. Todo lo que creían de sus padres sido una mentira. No se habían conocido en la universidad, sus abuelos no vivían en otro país, su apellido y linaje no provenía de una familia adinerada de Francia.

— ¿Y tú por qué fingiste tú muerte? ¿Es que no tenías corazón por tus padres? Te estaban dando todo lo que podían y tú seguías dándole disgustos— habló Isaac lleno de rabia por dentro.

No conocía a aquella chica que se hacía llamar hermana. Pero podía asegurar que la detestaba. No sólo porque veía a Alanna en ella sino por lo que había hecho. No podía creer que haya sido capaz de haber fingido su muerte durante tantos años.

—No sólo estaba metida en las carreras, también tenía asuntos pendientes con personas bastante peligrosas. Sabían todo de mí y en aquel momento temí por la seguridad de mis padres. Tenía que hacer algo y sólo pude fingir mi propia muerte. Me oculté durante varios años, viví en Londres y en Barcelona otro par de años y luego volví. Sabía que les había ido bien en la vida y me sentí bien, por lo menos habían logrado salir de aquel ciclo insano en el que les había metido por mi egoísmo. Hasta que la conocí a ella— les contó Layla a todo los presentes en la sala.

Nicolas y Caleb se encontraban ajenos a la situación, pero se habían enterado de todo y no podían creerlo. Además, no paraban de pensar cómo reaccionaría Alanna al enterarse de esto.

—Era mi reflejo, incluso de carácter. Sólo estuve con ella una noche y con eso me bastó para saber lo increíble que era. Sabía de su existencia, de la de todos y estuve pendiente de todo lo que les sucedía. Como cuando Isaac ganó ese concurso de matemáticas o cuando Noel se partió el brazo jugando con el skate— sonrió.

El Oscuro se había ocupado de mantenerla informada durante todo aquel tiempo. Él no sólo era el organizador de las carreras, sino un gran amigo para Layla. La había acogido en su casa tras haber fingido su muerte y le había conseguido gran parte de los trabajos que había desempeñado. Él siempre lo supo, veía a Alanna y sentía que hablaba con ella. Con esa chica que se mantenía oculta bajo la penumbra del anonimato.

— ¿Por qué nunca contactaste con nosotros?— le preguntó madre.

— Pensé que estarían mejor sin mí— se encogió de hombros sorbiendo su nariz— Yo aún seguía jodida y no quería meterlos en aquel bucle otra vez.

Las fiestas, el alcohol y las drogas era algo que permanecía en Layla desde su adolescencia y no podía despedirse de ello tan fácilmente. Es lo único que la ha mantenido cuerda tantos años.

—Hija, si nos lo hubieses dicho te habríamos ayudado— le aseguró su padre sacando ese lado tierno que anteriormente sus otros hijos no habían visto.

—Era mejor así— se encogió de hombros y les sonrió.

El médico apareció por el pasillo con paso decidido. Todos se quedaron callados al verlo y se acercaron hasta él con inquietud.

—Ella está bien, se pondrá bien. Sólo tiene un par de contusiones pero podrá salir de aquí en un par de días— les informó y los suspiros de alivio se hicieron presentes en el ambiente.

— ¿Podemos verla?— le preguntó Layla.

Él asintió, pero con la condición de que no fuesen todos. Primero fueron sus padres, los cuales quedaron destrozados al ver a su hija así. En el fondo la querían, aunque la habían hecho pasar un calvario de problemas. Así sucesivamente hasta Layla. Ella entró en la habitación viendo a su hermana, sí, por fin podía decir que era su hermana.

—Cuando te dije que te comieras el mundo no me refería a esto— dijo nada más verla.

Ella tenía los ojos cerrados y la respiración pausada. Layla se sentó a su lado y le cogió de la mano con delicadeza. Aún quedaba un rastro de calidez en ella, así que no estaba todo perdido. Por un momento llegó a rozar con la punta de los dedos la esperanza.

—Supongo que cuando te despiertes alucinarás con todo lo que te tengo que contar. Han sido años muy duros. No es fácil fingir tu propia muerte y sobrevivir sin tus padres siendo una niñata egoísta y egocéntrica como lo era yo. Sólo quería vivir la vida a lo loco, sin pensar, sin responsabilidades... — ella se quedó pensativa durante varios minutos. Como si el balde de los recuerdos hubiese caído de lleno sobre su consumido cuerpo— Me quedé embarazada con dieciséis, pero aborté y si vieses la cicatriz que me dejó alucinarías. Nunca vayas a un médico ilegal para que te haga algo así, créeme— le decía ella recordando el tremendo dolor que sufrió los días pasados a aquella desastrosa operación— Me enganché a las drogas demasiado joven y aún sigo sin poder despegarme de ellas. Viví meses en la calle porque no tenía dinero para un techo y comida. Trabajé en Londres durante un par de meses de camarera en un pub de mala muerte y durante ese tiempo estuve viviendo en la casa de una señora que tenía graves problemas con el alcohol. Luego me mudé a Barcelona y ahí me busqué la vida de la misma forma. Tenía muy mala fama y nadie me veía con buenos ojos, ni siquiera la típica señora que te encuentras en una parada de guagua. Como dicen muchos, soy un desperdicio porque en el fondo sé que podría haber hecho algo para impedir llegar a estos extremos, pero nada fue así. Yo creía que lo tenía todo bajo control, ¿sabes? Y no quiero que pases por lo mismo porque aunque seamos muy parecidas tú puedes tomar un camino distinto. Así que espero que esto te sirva para salir de toda esta mierda, ya que aún estás a tiempo, hermana. Cómete el mundo pero bien, sin atragantarte o dejando restos. Sé que Sazón te llena de vida y te hace sentir como en casa. Que conducir es pura adrenalina y recibir un fajo de billetes cada fin de semana es reconfortante, pero no te va a llevar a nada. Cambia la historia, Alanna, sé que eres de ese tipo de personas que puede hacerlo.

Ella salió de la sala con la cabeza gacha. Esperaba que su hermana la haya escuchado. Tenía que cambiar el rumbo de su vida cuánto antes si no se quería ver cómo ella. Cuando Alanna se vio sola en la habitación dejó de hacerse la dormida para sentarse en la camilla. Había oído todo, no sólo lo de Layla, sino la historia de sus padres. Absolutamente todo. Se sentía engañada. Sus padres le habían mentido todo ese tiempo. La habían hecho creer que la detestaban porque le recordaba a ella. La habían hecho sentirse la rara de la familia, la apestada cuando que ellos habían sido exactamente iguales. Sus hermanos sabían a qué se dedicaba y Nicolas también y no había sido capaz de advertirla sobre el peligro que corría. Encima Layla había sido la única persona que había dejado entrar en su vida a la primera, sin armaduras y también la había engañado.

No tenía nada.

Sólo una vida llena de mentiras.

Sentía que se ahogaría en cualquier momento, que se derrumbaría y no volvería en sí nunca más. El abismo lo tenía justo en frente de sus narices y la brisa la hacía tambalearse para caer finalmente en el caos. La armadura que tantos años había permanecido cubriéndola se había caído. Las grietas eran demasiado profundas, se había hecho añicos. No había ni rastro de ella y tampoco lo habría de Alanna.

Por eso tomo aquella decisión. Cogió lo único que tenía y se fue de allí, sin dejar rastro.

Nadie supo nada más de aquella leyenda. De aquel enigma que sólo unos pocos pudieron descifrar. Ni siquiera dejó una carta, simplemente huyó. Quería rehacer su vida, alejarse de todos, de su vida de engaños. Quería vivir una vida real y esa era la única forma para alejarse de todo aquello. De lo que ella creía que era tóxico.

Es gracioso porque con el tiempo surgieron muchos rumores sobre su paradero. Unos decían que la habían visto por el metro de Madrid con el pelo rojo y unas gafas de sol en pleno invierno. Otros la habían visto en Hamburgo trabajando en una heladería. También en las enormes calles de Nueva York e incluso en Ámsterdam fumando marihuana en un viejo bar en pleno centro de la ciudad. Sin embargo, había algunos que directamente la daban por muerta tras el accidente y el silencio que su familia e amigos habían mantenido.

Las calles de Sazón no eran lo mismo sin ella. Las oportunidades habían desaparecido y ya nadie iba a ver las carreras, a divertirse sin su presencia porque nada tenía sentido sin su alma viva dejando grandes huellas por aquel lugar. Su familia superó su pérdida con el tiempo, pero la curiosidad les carcomía por dentro. ¿Volvería algún día? ¿Les odiaría por ello? ¿Estaba bien? Nicolas se quedó tocado después de aquello, no podía creer que ella lo había abandonado. Era por su culpa, él había provocado que ella tuviera ese accidente porque debería haberla frenado cuando pudo, pero ya era demasiado tarde. Por otro lado, Caleb se aferraba a los recuerdos. A esa montaña rusa de emociones que le había hecho pasar aquella increíble chica. Ni siquiera se había ido a Irlanda, pues solo ella le impedía irse y ahora que ella se había ido era lógico que quisiera huir. Se sentía afortunado porque él había podido descifrar aquel enigma y estaba seguro de que estuviese donde estuviese esa chica la cual amaba con locura, seguiría dejando huella allá por donde fuese. Porque así era Alanna Raymond. Un gran misterio, un enigma, una persona que era completamente imposible de olvidar.

Se abrió una investigación en su nombre, la agente García la dirigía creyendo que conseguiría algo pero no avanzaba. Estaba siempre en un punto muerto. Aquella chica era un gran misterio. Un misterio que seguía creciendo y yendo por el camino correcto, marcando aquella diferencia que su hermana le había pedido que hiciera.

La vida de Alanna era de esas que no se olvidan fácilmente, sino que se conmemoran con el paso de los años y nunca terminan de desvanecerse en el tiempo.

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