Capítulo 3
Llego a mi casa después de estar casi toda la tarde en el mecánico. Lo cierto es que los destrozos que le habían hecho a Franklin eran de pasar bastante tiempo arreglándolo y Caleb no parecía tener prisa por terminar. Se tomó su dichoso tiempo y creo que sólo lo hizo para desquiciarme un poco más. Al final llegué al punto en el que asimilé que no llegaría a las tres y que por mucha prisa que se diera me llevaría una bronca igual. Así que me rendí e intenté mantener la calma.
—Eres una chica muy seria, ¿lo sabías?— me decía mientras se limpiaba las manos de grasa. No deja de mirarme y por primera vez en mucho tiempo, me gustaría saber qué está pasando por su cabeza ahora mismo.
—Y tú alguien de prejuicios por lo que veo— contraataco arrebatándole las llaves de mi coche de sus manos. Por un momento, puedo sentir el roce de su piel y como me imaginaba, son suaves y cálidas.
Él sonríe cuando le quito las llaves y seguidamente, mira hacia al suelo con cierta vergüenza. No me creo que se haya sonrojado, el chico parece duro de roer. La verdad es que con el tiempo que me he pasado observándolo, me he percatado de que uno de sus brazos está totalmente tatuado y por mucho que intenté ver sus dibujos, me fue imposible. ¿Aquello era una mariposa? ¿Una rosa? ¿Un reloj? ¿Un barco?
De mi bolsillo de la chaqueta saco mi diminuta cartera para sacar los billetes con el dinero de la reparación. Menos mal que ayer gané aquella carrera y no tengo que coger dinero de mis padres. Los ojos del chico se abren con sorpresa a ver la cantidad de billetes que saco de la cartera. Probablemente piense que soy la típica niña rica.
—Tranquila, lo paga la casa— me dice cuando pretendo darle el dinero.
Frunzo el ceño y lo miro sin comprender. Si cree que así me caerá mejor, lo lleva claro. Además, detesto los gestos caballerosos de este tipo.
—No necesito que lo pague la casa. Acéptalo y ya está— digo intentando que lo coja. Sin embargo, él esconde sus manos tras su musculosa y bien formada espalda.
Él niega con la cabeza y sonríe. Por mi parte, un bufido se escapa de entre mis labios y lo fulmino con la mirada.
—Pocas personas conocen el verdadero nombre de mi padre y si tú lo sabes es porque eres alguien cercano a él, así que olvida el dinero, invita la casa— me explica.
Finalmente, decido rendirme ante él y le hago ver que no pienso seguir insistiendo. Somos dos cabezotas juntos y está claro que esta discusión podría continuar durante horas. Me encamino hacia mi coche en silencio y justo al lado, visualizo una vieja mesa metálica repleta de herrumbre. Me giro para ver dónde está Caleb y lo pillo mirándome con atención por detrás.
— Está feo mirar así por detrás. ¿Me has echado un mal de ojo o algo así? —le inquiero abriendo la puerta de Franklin. Él aparta sus ojos de mí y es ahí cuando aprovecho para dejar el dinero sobre esa mesa.
Sus ojos se clavan sobre el dinero que he puesto ahí y abre su boca sorprendido. No obstante, no le doy tiempo a decirme nada, pues me meto corriendo en mi coche y salgo disparada de allí a gran velocidad.
Vuelvo a la tierra y al presente cuando escucho que alguien me llama a gritos desde el salón. La pelea con mis padres fue breve. Creyeron mi mentira de que la mujer de la tienda se había equivocado con las medidas del vestido y tuvo que arreglarlo. Camino hasta llegar al salón y me encuentro con mi padre metiendo ropa en una maleta de viaje.
—Tengo que ir a Barcelona por asuntos de trabajo y tú madre me acompañará así que, Isaac está al mando— dice cerrándola con destreza.
Mi padre es un cirujano prestigioso y continuamente tiene que ir de aquí para allá cuando le llaman para operaciones importantes de última hora. Para mí no es una molestia que se vaya, de hecho me viene bien para poder llegar más tarde de la hora asignada, el problema es que al estar los mellizos al mando, la casa se vuelve un campo de batalla.
— ¿Y cuándo van a volver?— pregunto en un intento de parecer interesada.
Él pone la maleta en el suelo y se termina de abrochar bien la camiseta de botones. Cuando termina, me mira. Bajo sus ojos puedo distinguir unas ojeras de cansancio. Juraría que ni me escuchó porque cuando mi padre está haciendo algo sólo piensa en eso y no escucha lo demás. Es estresante.
—El lunes por la noche— me responde pasando por mi lado con aires de desasosiego— Pórtate bien, ¿sí?
Asiento y mi madre aparece bajando las escaleras. Ella me mira con seriedad y simplemente levanta la mano en forma de despedida antes de salir por la puerta. Cómo la detesto, es tan... ¡Odiosa!
—No nos des más guerra, Alanna, por favor— pide mi padre encaminándose hacia la puerta de salida. Ni siquiera me molesto en contestarle. ¿Qué más quiere que haga? No les causo grandes problemas, simplemente llego tarde a clase y a veces discuto con mis hermanos. Estoy segura es que si supieran lo que realmente hago, pensarían que esto de llevar tarde es una tontería.
Suelto un largo suspiro cuando ambos desaparecen de mi vista. Es sábado por la noche, lo que significa fiesta, fiesta y más fiesta. Mañana será domingo y con él vendrá la resaca y las agujetas de tanto bailar. Después el lunes, es decir, la vuelta a la dichosa rutina con los niños ricos y los profesores sobornados. Pero ahora es momento de pensar en el ahora y creo que debería empezar a pensar qué me pondré esta noche. Me gusta vivir el día a día con entusiasmo sin pensar qué haré mañana o dónde estaré.
— ¡Huelo a fiesta!— chilla Gael con euforia apareciendo en el salón con su ropa de deporte.
Seguramente habrá llegado justo ahora de baloncesto. Es de los mejores del equipo. Detrás de él, llega su clon comiéndose una barrita energética. Él al verme me sonríe con la boca llena provocando que finja una arcada. Cómo lo detesto. Paso de largo rozando sus hombros y comienzo a subir las escaleras en un intento por dejar la fiesta en paz.
— ¿A dónde crees que vas?— me pregunta Isaac desde la bajada de la escalera.
Juro que yo intento ser una chica buena, pero cuando me hablan en ese tono yo... Pierdo los papeles.
Alzo mis cejas con sorpresa y en vez de lanzarme hacia él desde donde estoy, me cruzo de brazos. Desde aquí se ve más pequeño y eso me gusta porque se ve más indefenso y vulnerable. Rápidamente y como si fuese cosa de telepatía Gael aparece a su lado en forma de refuerzo.
—No te importa— digo.
—Estoy al mando así que sí que me importa. Ah, y olvídate de salir esta noche, ¿te queda claro?— dice en tono amenazante apuntándome con ese dedo delgaducho que tiene. Su tono autoritario me causa risa.
Su intento por asustarme es realmente cómico. En cuestión de segundos estoy frente a él y aunque soy más bajita que él, huelo su temor desde aquí por lo que me deleito con su miedo. Puedo llegar a ser muy impredecible y eso ellos lo saben. Un momento te sonrío, pero cuando pestañees te estoy gritando porque seguramente habrás hecho algo que me moleste.
— ¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú?— le pregunto enarcando una ceja.
Él traga con fuerza y mira a su mellizo en busca de ayuda. Gael se encoge de hombros y mira hacia otro lado de lo más indiferente. Noto como los brazos de Gael se tensan y como Isaac parece estar pasando por un debate interior. Meterse conmigo o dejarlo estar.
—Sí, yo. Está noche vendrán nuestros amigos y tú no vas a salir— dice cruzándose de brazos mientras saca un poco de valentía del lugar más recóndito de su ser— Así que como se te ocurra escapar, papá y mamá lo sabrán al minuto que salgas por esa puerta.
Dicho eso desaparece de mi vista con Gael pisándole los talones. Casia aparece en mi campo de visión con un vestido marrón ajustado a la altura de las rodillas y unos tacones relativamente altos, ¿a dónde cree que va a ir así vestida con catorce años que tiene? Aunque he de admitir que se ve guapísima embutida en semejante atuendo. Al ver esos tacones alto apresar sus pies, no pude evitar pensar en cómo se podía mantener en pie. Esos zapatos fueron creados para reprimir a la mujer, estoy segura. Lo cierto es que mi hermana posee esa belleza natural que muy pocas tienen la suerte de tener, por lo que es envidiable. Yo a su edad parecía un horco con aparatos en los dientes.
Ella me sonríe desde la lejanía y se despide de mí levantando la mano como si nada, como si no hubiese escuchado a los mellizos prohibiéndome la salida. Finjo un intento de sonrisa que se queda en una mueca y la veo desaparecer por la majestuosa puerta de la entrada. La verdad es que veo muy injusto que ella pueda salir como si nada y yo no. Además, ella es la pequeña de la familia, no yo.
— ¿A dónde crees que vas?— escucho decir a Isaac desde el salón.
— ¡A mi habitación!— chillo sintiendo como mis cuerdas vocales sufrían. Estoy harta de que me repita esa pregunta todo el tiempo.
Me tumbo en la cama y miro el techo cubierto de unas cutres estrellas pegadas con cinta adhesiva. Aunque por la noche se ven increíbles. No recuerdo muy bien el día en que las puse ahí. Sólo recuerdo que me hacían sentir cómoda y segura en las noches que no podía dormir. También recuerdo pegar la luna, que resaltaba como ninguna en el firmamento. Creo que no hay nada más misterioso que ella en ese universo. ¿O me equivoco? De repente, mi móvil comienza a sonar y todo pensamiento sobre astros desaparece.
Es Nicolas.
— ¿Fiesta esta noche?— me pregunta cuando respondo.
Sonrío.
— ¿Acaso lo dudabas?— digo y él se ríe.
— ¿Dónde dejaste a Flanklin?— pregunta. Y recuerdo que no le había contado su paradero.
—En un lugar seguro, no tienes de qué preocuparte. Iré por ti en una hora— digo antes de colgar.
Tras darme una larga ducha, me visto completamente de negro y me pongo una chaqueta de pana marrón. Abro la ventana de mi habitación y miro hacia abajo. No es la primera vez que hago algo así, por lo que me es fácil descender sin matarme en el intento. Camino a hurtadillas y logro escalar la valla negra de la entrada. Por suerte, está vez caigo de pie. Después de varios minutos caminando en plena oscuridad llego a Franklin. Esta vez está intacto así que tomo rumbo a la casa de Nicolas.
—Vaya, parece recién comprado— comenta mi amigo sentándose en el asiento de conductor. Él acaricia con sus manos el volante. — Joder, pero si hasta huele a ¿pino? — masculla con burla señalando el ambientador colgado del espejo retrovisor.
Maldito Donovan, ¿Cuándo puso eso ahí? Fulmino con la mirada a mi querido amigo y arranco con fuerza el ambientador. Este se carcajea en mi cara mientras arranca el coche. Una vez que quito el ambientador, el olor a tabaco y menta invade el ambiente haciéndome aspirarlo como si de chocolate caliente se tratase. Creo que nunca me cansaré de aspirar ese olor que desprende Nico. Lo observo bien mientras nos incorporamos a la autopista y es ahí cuando me doy cuenta de que vamos vestidos iguales, pero a diferencia de mí, él lleva una chaqueta de pana negra.
—Quitando lo de ese apestoso ambientador, el coche va como la seda — me comenta emocionado y yo asiento.
—Hombre es que estar todo el día en el dichoso mecánico tiene lo suyo— digo recordando la de horas que me pasé sentada en aquella banqueta que me ofreció el chico.
— ¿Qué tal con el señor Donovan? ¿Qué historia te ha contado hoy?
Su voz se escucha lejana cuando presto toda mi atención en las luces que parecen unirse y danzar debido a la gran velocidad a la que vamos por la autopista.
—No estaba, me atendió su hijo— digo saliendo de mi trance.
— ¿Caleb?— me pregunta sin poder creerlo.
Asiento recordando al chico. Su maldita sonrisa, su forma de dirigirse a mí, los tatuajes que cubrían su brazo... Realmente interesante.
—Es un buen chico, estuvo muchos años conmigo en clase, pero dejó el instituto hace mucho. Creo que se fue a vivir con su abuelo o algo así. Mm... No sabía que había vuelto—me cuenta atónito.
Bufo.
—No es tan encantador como crees. Se burló de mí y dijo que era una seria sin ni siquiera conocerme, ¿puedes creerlo?
Le digo recordando todas las veces que me repitió lo antipática y gruñona que era. Nicolas aprovecha para mirarme cuando paramos en un semáforo. A pesar de sentir sus ojos clavados en mí, decido mantener la vista firme en el frente.
— ¿Hablas en serio? ¿Quién no juzga hoy en día, Alanna? Además, ¿no te pareció guapo?— se carcajea dándome un ligero codazo en el costado.
Mis mejillas se tornan rojas al recordar su intensa mirada clavada sobre mí y las atractivas facciones de su rostro. No puedo evitar girarme para fulminar con la mirada a Nico, lo que provoca que se carcajee todavía más.
—Pues claro que no. No es mi tipo y además, no lo volveré a ver más porque seguramente cuando vuelva al mecánico estará Omar— aseguro molesta dando por zanjada la conversación.
Finalmente llegamos a la fiesta y tras saludar a todas las personas que creen conocerme, porque básicamente ninguna sabe realmente quién soy, me dejo llevar por el ritmo de la música durante horas y más horas.
— ¡Hey, Alanna, únete a una ronda!
Le sonrío a la chica que me ha invitado a jugar al juego de la vasija, donde básicamente bebes sin parar y juegas a las cartas, y me siento en la mesa con gente que no he visto en toda mi vida.
—Bien, empecemos...
Ahora mismo he perdido la cuenta de cuánto tiempo llevamos en la fiesta, también de la cantidad de copas que me he bebido tras haber estado por mucho tiempo jugando a ese juego de cartas. En estos momentos me encuentro bailando junto a un grupo de chicas las cuales van peor que yo porque todo lo que dicen es bastante incoherente y es como la tercera vez que se caen al mismo compás. Doy una calada al cigarro que una de ellas sostiene y es ahí cuando caigo en la cuenta de que es la misma que me invitó a jugar antes. Sus ojos están inyectados en sangre y una embobada sonrisa adorna su rostro mientras se mese al son de la música. Imito sus movimientos y nos perdemos al ritmo de la música electro que está sonando a través de los grandes altavoces, no obstante, todo cambia cuando ella se lanza sobre mí con intenciones de besarme. Abro mis ojos con sorpresa y a pesar de ir muy pedo, soy capaz de alejarla de mí.
Ella me mira apenada y yo desaparezco de allí abriéndome paso entre el humo y la gente. Nico está en uno de los sofás riéndose junto a una chica y decido no molestarlo.
—Oye Alanna, ¿te echas otra ronda?
Miro mal a la chica que me ha preguntado, aunque por suerte no es la otra que ha intentado besarme.
—No— le respondo cortante y mostrando indicios de estar a punto de pegarle a alguien.
Ella se queda en silencio y finalmente me sonríe con inocencia para perderse entre el amasijo de gente. Puedo volver sola a mí casa. Salgo de la atestada casa y tomo el ascensor para ir al portal. Las calles de Sazón están completamente vacías y seguramente vaya a amanecer pronto. Estoy el noventa y nueve por ciento segura de que habría seguido en la fiesta si esa chica no se hubiese lanzado sobre mí, ya que seguramente habría seguido atosigándome y la cosa hubiese acabado muy mal porque no es que tenga mucha paciencia con la gente. Es más, ni siquiera me gustan las chicas.
Tras andar y pasar calles y más calles, nada me es conocido y cada vez tengo más sueño por lo que siento la necesidad de sentarme y eso hago, a pesar de estar sobre la apestosa acera dejo caer mi espalda sobre el suelo viendo las estrellas. El cielo brilla con tanta intensidad que parece que las estrellas caerán sobre mí en cualquier momento, no obstante, ellas permanecen ahí e incluso danzan para mí. Poco a poco comienzo a ver borroso y cuando menos me lo espero, me quedo dormida en mitad de la acera.
— ¿Gruñona? ¿Hola? ¿Estás bien?— escucho a alguien decir en la lejanía.
De pronto, siento algo húmedo y caliente pasar por toda mi cara obligándome a abrir los ojos de golpe. Vuelvo a cerrarlos con fuerza debido a la claridad y me tapo el rostro con las manos.
— ¡Titán no!— exclama un chico, seguidamente escucho un ladrido.
La cara del mismísimo chico del mecánico me observa con una pizca de curiosidad y preocupación cuando vuelvo a abrir los ojos. Su perro babea a su lado y siento su mirada acusadora también. Ya es de día y el cielo se encuentra completamente despejado, desgraciadamente sin ninguna estrella a la vista.
— ¿En qué año estamos?— balbuceo sentándome sobre la acera.
Su rostro parece desfigurarse ante mi pregunta. Abre sus ojos exageradamente y alza sus cejas sorprendido aunque no tarda en fruncir el ceño.
— ¿Es en serio? ¿Llevas durmiendo toda la noche en mitad de la calle y sólo te preocupa el año en el que estamos?— dice sorprendido— ¡Estás muy mal de la cabeza!
Gruño y lo fulmino con la mirada.
¿Por qué tenía que encontrármelo a él?
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