Capítulo 22


Salgo del aula tras el sonar del timbre y, con mi típica expresión neutral, me dirijo a mi próxima clase. Llego al pasillo central del instituto y como es obvio, diviso a los mellizos con sus amigos murmurando en un lado del pasillo. Paso por su lado y no tardo en sentir sus miradas clavadas en mí.

—Oye Alanna... — escucho decir a Apolo.

Pero acelero el paso y por suerte, logro esquivarlo. Es demasiado plasta y no estoy de humor para soportar pijos hoy. Sigo mi camino encontrándome al profesor Ventura siendo rodeado por varias alumnas de primero que tratan de entregarle lo que parece ser un trabajo. Sin embargo, él no les está prestando mucha atención pues parece estar en otro mundo. No obstante, repentinamente sube la cabeza y me ve, luego, me guiña un ojo disimuladamente. Le devuelvo el gesto y sigo mi camino.

De una vez por todas termino mi trayecto llegando a clase, pero justo antes de entrar alguien me corta el paso. Subo mi cabeza para fulminarlo con la mirada, aunque al ver que es Florian me relajo. Este se cruza de brazos con una sonrisa pícara en su rostro.

— ¿Cómo estás después de la carrera del viernes?

Lo dice tan alto que me abalanzo sobre él para taparle la boca. Ambos nos desestabilizamos y por un momento vi una fugaz expresión de sorpresa en su rostro. Acto seguido este comienza a carcajearse como si no hubiera un mañana, pero se calla cuando le doy un golpe en las costillas con el puño cerrado, tomo su brazo y seguidamente lo jalo lejos de allí mientras se queja de lo fuerte que le he dado. Parece que no hay indicios de su enfado del viernes.

— ¿De qué vas? ¿Quieres hundirme más la vida o algo así?

Él deja de reírse y quejarse para ponerse serio al instante.

—Sólo era una broma, Raymond, por dios, ¡no diré nada de lo que vi! — me asegura con un gesto de inocencia. Suspiro. — Y en cuanto a lo que te dije, ¿lo siento, vale? No me había dado cuenta de que ya tenías suficiente con aquellos dos tipos, así que perdóname por haberte echado en cara lo molestos que son tus secretos.

No sé porque no me termina de convencer eso que ha dicho de no irse de la lengua. Siempre he sido una persona muy desconfiada cuando se trata de gente que prácticamente no conozco bien. De hecho y ahora que lo pienso, no sé casi nada de Florian. Sólo que le mola robar en casas ajenas y que su padre tiene muchas novias o algo por el estilo. Lo que me lleva a preguntarme dónde puede estar su madre o qué hace en su tiempo libre. Vale, quizás esa última no tanto. El problema es que él sabe a qué me dedico y en cualquier momento podría llevarlo en mi contra a pesar de asegurarme que nunca lo contaría.

Creo que las personas son cajas con contenido sorpresa, nunca podrás conocer a la perfección a una persona ya que básicamente ni ella misma se ha conocido.

Si Florian se fuera de la lengua me arruinaría la vida, los rumores no tardarían en llegar a mis padres y me mandarían de cabeza a un reformatorio o algo peor.

—Te perdono, pero igualmente no me fío de ti.

Eso parece sorprenderle pues suelta un grito dramático y se pone la mano en el pecho totalmente dolido. Ruedo mis ojos y disimuladamente compruebo que no hay nadie por los alrededores o poniendo el oído en nuestra conversación. Aunque aquí nunca se sabe, puede estar cualquier persona en cualquier lugar poniendo el oído a lo que decimos.

—Pues deberías. Además, si tuviera amigos de fiar te dirían que soy una tumba cuando se trata de guardar un secreto. Pero como no se ha dado el caso y los únicos amigos que tengo son unos interesados, lo único que puedo decirte es que te fíes y de mí y ya.

Resoplo. No puedo creerle.

—Vale, pero no me hables de ese tema aquí. Y espero que estés en lo cierto en cuanto a no contar nada porque si caigo yo, tú caes conmigo, ¿lo pillas?

Yo también sé lo que oculta. En este instituto son muy estrictos con la venta de cosas externas al centro, y si descubrieran que en vez de vender chicles por lo bajo, venden drogas, sería un gran drama y la expulsión inmediata de Florian.

—Está bien, está bien... Contigo no se puede bromear, ehhh.

Asiento firmemente y me voy dejándolo ahí plantado. No me ando con juegos y menos con esto. Pues es algo importante para mí que no puedo dejar ir así sin más. El horario escolar finaliza cuando ya estaba arrastrándome por los pasillos del cansancio.

—Tuvimos que dejar el coche por fuera porque no había donde aparcarlo— me cuenta Casia mientras vamos al por el coche.

Está mañana no fui con ellos, pues no se dignaron a esperarme o a despertarme. Camino junto a mis hermanos mientras ellos hablan del partido que Gael jugará de baloncesto este sábado. Justo cuando vamos a salir por completo de la zona del instituto, lo veo.

Mis hermanos al ver que me paro, se frenan unos metros más allá de dónde estoy yo y miran hacia donde yo miro con tanta sorpresa. Caleb está apoyado en un árbol con las manos metidas en los bolsillos, un cigarro entre los labios y los ojos puestos sobre mí. Sonrío como tonta y voy directa hacia él. Para mi sorpresa, me da un fuerte abrazo.

—Te echaba de menos— dice besando mi frente con mucha ternura.

Frunzo el ceño por su acción y lo rodeo con mis brazos.

—Pensaba que estarías enfadado.

Él niega con la cabeza y me examina detenidamente con la mirada. En ese momento puedo ver cómo la luz solar ilumina sus ojos y las pintas verdes de ellos brillan aún más. Deja el cigarro a un lado y habla.

—Aunque quisiera, no podría hacerlo. Te has calado en mis huesos, Raymond. — admite. — Y por mucho que me duela el hecho de que me hayas ocultado que eres la mejor corredora de todo Sazón, quiero que nos sinceremos. Quiero saber quién eres y por eso he venido. Además yo también tengo que enseñarte algo de mí que tampoco sabías.

No puedo evitar sonreír, esto sí que no me lo esperaba. Él se aleja del árbol para comenzar a caminar hacia su coche. Pasamos justo por delante de mis hermanos y me acerco a Noel.

—Nos vemos en casa, ¿sí?

Él asiente algo aturdido y le dice que a los demás que sigan el camino hacia coche. Me sorprende que los mellizos no me hayan replicado nada. Será porque no es Nico y no lo conocen bien.

— ¿Eran tus amigos?

Niego con la cabeza tratando de no reír.

—Mis hermanos.

—Vaya, no me había dado cuenta del parecido. — Ruedo mis ojos y me adentro en su coche. Qué alguien me mate si llego a parecerme algún día a mis hermanos. Me siento en el asiento del copiloto y él no tarda ni dos segundos en arrancar.

—Te advierto que yo no voy tan rápido como tú en la carretera— bromea frenándose en un semáforo.

Sonrío.

—Siento no habértelo dicho antes... Es un secreto que llevo guardando durante años y casi me resulta imposible confiárselo a alguien.

—Te comprendo, cualquiera guardaría semejante secreto. — lo acepta. Sus ojos están puestos en la carretera— Al final no estaba tan equivocado cuando te dije que tenías una doble vida— dice burlesco. Jamás pensé que llegaríamos hasta este punto y si la Alanna de aquel día lo hubiese sabido, habría flipado en colores— Pero en serio, creo que no deberías ocultar tanto ese don. Es increíble lo que haces con el coche, aunque el viernes te hayas dejado perder.

Abro mis ojos con sorpresa.

— ¿Cómo...?

—Nico estaba diciéndolo muy enfadado cuando te fuiste.

¿Qué más habrá dicho de mí? Puede que Caleb esté esperando que le cuente más sobre el tema, pero no puedo. Decirle lo de los Anteos sería implicarlo en el tema.

— ¿Sabes? Siento que he descubierto parte del misterio de la gran Alanna Raymond, pero no sé por qué creo que tienes más que contar.

Sonrío. Este chico no se rinde.

— Sigue intentándolo, Donovan, vas bien encaminado— le aliento haciéndolo reír— ¿Oye y cómo acabaste en Sazón con Eder?

Él se encoge de hombros bajando la ventanilla dándole de lleno todo el aire en la cara. Parece pensativo, como si estuviera reflexionando sobre algo. La verdad es que por un momento me gustaría poder entrar en su mente y saber en qué está pensando exactamente.

—Me llamó por la noche para preguntarme si tenía planes y luego me dijo que estaba fuera esperándome con los demás. Fue un poco raro porque desde que volví de Irlanda no supe nada más de ellos, pero pensé, ¿por qué no? Fueron mis compañeros de clase, querrán que pasemos el rato y nos echemos unas risas.

Asiento.

—Pero en realidad querían, o por lo menos Eder, que me enfadase contigo por no habérmelo contado. No sé qué le habrás hecho pero te tiene entre ceja y ceja— dice finalmente riéndose.

—Pues ahora me odiará más porque todavía me duele la mano.

Subo mi mano mostrándole mis morados nudillos debido al golpe que le di en toda la cara. Caleb abre sus ojos y la boca con sorpresa para luego reírse.

—En realidad me fui porque me molestó lo que dijiste. Creí que había quedado claro que entre nosotros no habría prejuicios y ahora que sé que le pegaste a Eder debería haberme quedado para presenciarlo.

Golpeo su hombro y este se ríe.

— ¿Y a dónde vamos exactamente?

—A mi casa. Tengo que enseñarte algo.

Decido no decirle nada y el resto del camino lo pasamos en silencio. Saber que Caleb estuvo con los amigos de Nico explica muchas cosas. Para empezar que Maya supiera que estuvimos juntos, pues probablemente él se lo habrá contado. Segundo, que Eder le pidiera que saliera con ellos fue su plan para fastidiarme a mí por ese odio tan repentino que tiene hacia mí.

El silencio en el coche no era uno incómodo, sino uno muy tranquilo donde lo único que se escuchaba era la suave brisa azotando nuestros cabellos y las caladas que le daba Caleb a su cigarrillo con cierta necesidad. Finalmente, llegamos a su casa. Esto me recuerda la gran estupidez que hice el otro día viniendo a verlo. Sin embargo, gracias a eso terminamos en una inesperada escapada en Edimburgo.

—Aunque no lo creas tú también eres misterioso— le digo metiéndome las manos en los bolsillos de mi chaqueta.

—Todos tenemos parte de misterio— dice repitiendo las palabras exactas que le dije una vez. Una de esas noches oscuras y estrelladas en las que el destino hizo que nos volviésemos a encontrar de nuevo.

Entramos en su casa y para mí sorpresa, Omar aparece desde lo que parece ser la cocina. Al verme sus ojos se agrandan y no tarda en darme un corto pero significativo abrazo.

—Sabía que algún día vendrías a probar mis exquisitos macarrones con queso, pequeña rebelde.

Sonrío algo incomoda. Es raro verme hablando con el que es mi mecánico en su propia casa.

—No viene a comer papá, así que no te vengas arriba.

Omar suelta un bufido y me mira con picardía.

—Ya que está aquí, que se quede a comer. Además, seguro que estarás hambrienta, ¿verdad?

Asiento dándole la razón haciendo que mi compañero ruede los ojos. Justo cuando un avergonzado Caleb va a hablar, este lo vuelve a interrumpir.

—Se dijo. Comes aquí.

—Vale, pero nada de avergonzarme o irte de la lengua— le amenaza apuntándolo con el dedo. Cosa que puedo escuchar pues lo dijo demasiado alto.

Omar asiente y se va casi dando saltos de alegría hacia la cocina. Caleb me mira y luego toma mi mano para dirigirme hacia su habitación. Cuando llegamos, este abre una puerta blanca y lo siguiente que veo tras ella me deja estupefacta. Doy un paso al frente examinándolo todo con la mirada. Paredes repletas de libros de arriba a abajo, una estantería negra con vinilos, un reproductor de vinilo, una enorme cama de edredón blanco y grandes almohadones, un trozo de pared con tarjetas de embarque y recuerdos de viajes...

El paraíso.

—Bienvenida a mi mundo.

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