Capítulo 18

Deambulo por las calles pensando en lo sucedido. Nicolas cada día actúa más raro conmigo, como si ya no confiara en mí. No dijo nada y eso fue lo que quizás me dejó claro que opinaba así, aunque no fue capaz de decírmelo. Tras caminar durante un largo periodo de tiempo, no sé cómo acabo frente a la casa de Caleb. El césped está perfectamente cortado a pesar de que a la casa le hace falta una pintada.

Realmente no sé muy bien qué hago aquí. Fue como si mi cuerpo y mente me lo hubieran suplicado. Algo que nunca antes me había pasado. La idea de tocar el timbre pasa por mi mente, pero cuando voy a hacerlo, caigo en la cuenta de que es una terrible idea.

¿Desde cuándo yo soy así?

Me doy la vuelta decidida a irme cuando escucho una voz desde la entrada de la casa la cual me deja petrificada.

— ¿Alanna? — Escucho cómo alguien viene directo hacia mí por lo que me giro sobre mis propios pasos.

Omar, el padre de Caleb, tiene esa característica sonrisa adornando su rostro y parece tener más canas desde la última vez que lo vi. Él y yo con el paso del tiempo hemos cogido mucha confianza. Adoro escuchar sus anécdotas de cuando era joven y él las mías de mi vida en el lado "oscuro". Técnicamente no sabe a lo que me dedico, sabe que conduzco, también que me gusta cargarme el acelerador y desaparecer las pastillas de freno, pero nunca le he dejado claro qué hago exactamente. No obstante, Omar ya se habrá hecho una idea de ello.

—Hola.

Él no tarda en darme un cálido abrazo. Lleva el mono de trabajo y las llaves de su coche así que supongo que iba al trabajo. Con cierto nerviosismo me coloco el cabello detrás de la oreja y lo miro.

—Cuánto tiempo sin verte, pequeña rebelde. ¿Qué hacías por aquí?

Sonrío recordando el mote que me puso desde el primer momento en que me vio. Lo cierto es que eso es algo que Caleb sacó de él, pues nada más verme me llamó "gruñona".

—P-pues venía a ver a s-su hijo. Pero ya me iba— trastabillo las palabras y señalo hacia mis espaldas.

Este sonríe y se frota las manos mientras me mira con picardía. La verdad es que no puedes estar haciendo más el ridículo, Alanna, así que te felicito. Las patillas que adornan los laterales de sus ojos se arrugan al instante.

—Sabía que estaban llevándose muy bien. Aunque él tampoco me ha querido contar mucho. ¿Están juntos? Desde que él vino un día del trabajo hablando de ti, supe que iba a pasar algo entre ustedes.

Su pregunta me deja atónita y juro que casi me atraganto con mi propia saliva. Rápidamente se carcajea en toda mi cara por su tan directa pregunta.

—Era broma. No te mueras mujer.

Ruedo mis ojos y vuelvo en sí pues no tenía respuesta para eso. Es incómodo que el padre del chico que te hace sonrojar te pregunte si estás saliendo con él. Sonrío ligeramente y me rasco la parte trasera del cuello mirando hacia el suelo, sería un buen momento para que se abriera y me tragase hasta lo más profundo de la tierra.

—Salió hace un rato. Pero puedes encontrarlo en lo alto de esa colina— me dice señalando la lejanía— Siempre va a ahí para huir de su pesado padre y sus agobiantes preguntas— cuenta riéndose.

Asiento y se lo agradezco mientras me alejo de la casa. Ya que estoy aquí y he hecho el tonto frente a Omar, será mejor que vaya a ver a Caleb. Así no todo habrá sido en vano.

— ¡Hago unos macarrones con queso riquísimos por si quieres venirte a cenar un día de estos!

No puedo evitar sonrojarme ante su ofrecimiento, aunque no paro de caminar subo mi dedo pulgar para hacerle saber que me lo pensaré. Tras caminar sin saber muy bien si voy por el buen camino, llego a la tremenda colina. Al cabo de unos minutos, llego a la cima a punto de sufrir un paro cardiaco. No soy muy deportista que digamos. Para mi suerte y la de mis pulmones, él está aquí.

No parece escuchar mi llegada, digo, por mis jadeos e intentos por recuperar el aliento. Está sentado sobre el pasto y escribe pensativo en una libreta blanca. La poca tinta que cubre sus brazos se tensa a medida que escribe en completo silencio. Me acerco lentamente a él y me percato de que tiene los auriculares puestos. A pesar de que sé que puedo darle un buen susto, toco ligeramente su hombro llamando su atención. Este pega un brinco y se quita los auriculares para mirarme horrorizado.

— ¡Menudo susto!

Sonrío y ojeo su libreta desde lo alto. Lo escribe todo en negro, y aunque no pueda leerlo todo. Consigo leer el título "Nuestros demonios y mi ángel" antes de que la cierre de golpe.

— ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Me siento a su lado pegando las rodillas a mi pecho mientras pienso en una buena mentira. Tras pensarlo detenidamente, no encuentro una buena excusa así que le soy sincera.

—He ido a tu casa y me he encontrado con tu padre. Él me dijo que estabas aquí.

Él asiente pensativo y estira las piernas para volver a respirar. Después, se acerca a mí y cuando pienso que me va a besar, deposita un beso en mi frente.

— ¿Y para qué me buscabas, gruñona?

Me encojo de hombros, no tardando en sonrojarme, su sonrisa se ensancha al ver lo que causa en mí. Sinceramente porque él es la única persona que me ayuda a olvidar mis problemas por un momento. Consigue que olvide a mis padres, hermanos e incluso a mis amigos actuales. Además, me encanta su compañía. Siento que me inspira a hacer cosas nuevas, locuras...

—Quería verte.

Sinceridad ante todo. En sus ojos puedo ver la sorpresa.

—Iba a escribirte, pero pensé que ya te caería pesado. No quería que pensases que era un acosador o algo así.

—Nunca pensaría algo así— me río.

En ese momento, mi móvil vibra en el bolsillo anunciando la entrada de una nueva llamada. Es Nico, por lo que no respondo. Estoy enfadada con él.

— ¿No piensas cogerlo? A lo mejor es importante— me dice al ver que ignoro la llamada.

Niego con la cabeza.

—Nico y yo estamos pasando por un bache en nuestra amistad así que prefiero dejarlo para otro momento— intento explicarle.

—Pues será mejor que no le digas que estás conmigo, el otro día me dejó claro que me rompería las piernas si te hacía daño—me advierte. Él sacude su cabeza tratando de borrar esos pensamientos de su mente.

Me río.

—Sí, Nico puede llegar a ser muy protector cuando se trata de sus amigos— le respondo y él asiente dándome la razón.

—Yo diría que solo contigo, Raymond. Ese chico daría la vida por ti— me asegura e instantáneamente, me siento mal. No me gusta estar molesta con Nico, pero es que está vez me lo puso a huevo. Me duele que me esté ocultando algo.

Como no quiero seguir hablando del tema, decido hacerle otra pregunta — ¿Y qué sueles hacer aquí?

Parece comprender que no quiero hablar del tema. Este se encoje de hombros ante mi pregunta y se queda abstraído del mundo.

—Pensar. Es el lugar perfecto para reflexionar y escribir todo lo que te pueda venir a la mente. Además, ¿no notas eso? Es el silencio y... Se siente tan bien. — dice finalmente.

Tomo su libreta entre mis manos sin abrirla. Eso sería invadir su privacidad, cosa que no tengo intención de hacer. Es blanca y tiene una inscripción en color negro acompañada del dibujo del mundo. Las letras están invertidas, pero soy capaz de leer: "Vive el momento presente".

¿Es un diario o algo así?

Niega con la cabeza.

Aquí es donde hago mis vómitos de ideas— dice poniéndolo entre comillas.

La palabra suena un tanto asquerosa y más si la tomas de forma literal, pero he de admitir que es muy creativo pues viene a ser una recopilación o tormenta de ideas. Le sonrío y él hace lo mismo.

—Me gusta mucho la frase de fuera. Dice una gran verdad.

Caleb asiente y sonríe.

—Deberíamos vivir el momento presente más a menudo — corrobora pensativo mirando las letras en su libreta.

Sus palabras provocan que se me encienda la bombilla anunciando una nueva idea en mi mente. Es algo que está dentro de esa lista de "cosas que hay que antes de morir". Nunca me la había tomado tan a pecho, pero teniendo en cuenta que uno no sabe cuándo dejará este mundo y quizás sea hoy el último día de mi vida, creo que poner en práctica esa idea no me vendría mal. Además, como le dije a Dana, escúchate a ti misma. Yo lo acabo de ser y sé lo que quiero.

Carpe Diem— digo y él esboza una sonrisa dándome la razón. Todavía recuerdo el día en el que me explicó lo que significaba ese tópico latino— ¿Sabes qué me apetece hacer ahora?

Caleb frunce su ceño pero observa con atención. Parece que estoy a punto de decir alguna estupidez de las mías pero estoy hablando muy enserio y eso creo que lo ha notado.

—Alguna locura. ¿Te apuntas?

No tarda ni un segundo en sonreír. Últimamente no estoy viviendo el momento. Sólo pienso en lo que pasará mañana o rezo para que llegue el día en que podamos pagar a esos hombres de una vez por todas y realmente no me doy cuenta de que así sólo pierdo un día más de mi vida, de mi juventud. La verdad es que hago muy pocas cosas que me gustan, simplemente participo en carreras y hago pellas con Nicolas. Pero siempre me ha gustado hacer un plan improvisado.

— ¿Qué está pensando esa mente tan entusiasta?

—Vámonos de viaje.

Sus ojos se abren enormemente y parece estar intentando recobrar el aliento por mi propuesta. De todas las posibles cosas que podría haberle dicho en estos instantes, esa habría sido la última. Sin embargo, mi mente hoy aspira a la locura. Así que vamos a aprovecharlo.

—Estás muy loca. ¿Y qué pasa con el instituto? Todavía quedan días de clase.

—Da igual el instituto, puedes aprender mucho más ahí afuera. Vive el presente. ¿No te aparecería irte ahora mismo a Edimburgo y perderte por alguno de sus callejones o a París y ver la Torre Eiffel iluminada de noche?

Eso parece gustarle más pues asiente y me sonríe mostrándome sus blanqueados dientes. La idea de irme lejos de aquí y huir de la realidad por unas horas me llena de felicidad, de vida. A veces es necesario un viaje para reencontrarte o para descubrir cosas que no sabías de ti. Siento que necesito eso, ver mundo.

—Sin duda esa es la cosa más loca que me han dicho en todo el día— sonríe ampliamente— Me estás llevando por el camino de la locura, Alanna Raymond y eso me gusta.

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