En un rincón del norte
Tilcara, 2013
—Sí, ma, estoy comiendo bien —se rio Nahuel—. No te hagas drama.
Cortó la llamada poco después, medio hipnotizado con el atardecer de la puna que se apreciaba desde su ventana. Cada día de ese viaje era una aventura inolvidable. Se había llenado de paisajes, de cultura, de música y de gente.
¡Qué distinta era la vida allá arriba! Las montañas llenas de cardones y guanacos eran lindas, pero la calidad humana que había conocido era invaluable. Se respiraba una tranquilidad tan distinta del acelere de la ciudad, que no podía más que disfrutar cada segundo que pasaba ahí.
Se había ido con su guitarra llena de rock y había descubierto que el folklore no tenía nada que envidiarle. Que una zamba podía sacudirle el alma igual que una balada. Hasta se había animado a pasar vergüenza en una peña, mientras trataba de bailar sin saber muy bien qué hacer con el pañuelo y enredándose los pies.
El esfuerzo de trabajar de lo que fuera para poder ahorrar mientras estudiaba composición en el conservatorio de Morón había rendido sus frutos. Ese verano por fin había cumplido el sueño de irse de mochilero al norte argentino. El primero de muchos viajes, esperaba, y con la mejor compañía: sus incondicionales Joaco y Lucas.
—Che, hay un barcito que me contaron que tiene una onda un poco diferente a las peñas —les contó Joaco esa noche—. Y creo que hay micrófono abierto. Por ahí, podemos tocar algunas cosas. ¿Vamos?
—Mandale, no más —acordó Lucas.
El barcito estaba medio escondido, en los límites de Tilcara. Habían tenido que patearse varias cuadras hasta llegar. Había bastante gente joven en las mesas y sentados en el piso, al lado de la puerta. Al fondo, una tarima bien surtida servía de escenario: un par de micrófonos, una guitarra eléctrica, un teclado medio viejo y una bateria que también había conocido días mejores. Unos tachos led completaban con la iluminación de colores.
Los chicos se pidieron unas cervezas, mientras esperaban a que alguien empezara a tocar algo. Nahuel inspeccionó el lugar con curiosidad. Tenía una ambientación bien rockera, con posters de bandas icónicas adornando las paredes y vinilos por doquier. Casi todas las mesas estaban ocupadas y el ruido de las conversaciones le ganaba a la música de ambiente. Se respiraba un aire de fiesta que le dio muy buena vibra.
Entonces, todo se detuvo cuando reconoció una cara cerca de la entrada. Ya había abandonado el delineado grueso y la ropa negra, pero tenía que ser ella. Era de esas personas que uno no se olvida más. Sobre todo, porque él sentía que aquella había sido una historia inconclusa y quería saber cómo terminaba.
—Me jodés —murmuró.
—¿Qué pasó? —le preguntó Lucas.
—Boludo, ¿esa no es Maga? —dijo, mirando a sus dos acompañantes.
—¿Qué Maga?
Sus amigos miraron alrededor con poco disimulo, sin saber muy bien a quién estaban buscando. Nahuel no podía sacarle los ojos de encima.
—La de Bariloche —aclaró—. ¿Se acuerdan? ¿La que era medio dark?
—Ah, esa —dijo Joaco, acordándose—. Cómo dormiste con esa piba, chabón. La tenías re fácil.
—Total —coincidió Lucas, chocando su chopp con él.
—La había dejado el novio hacía nada, boludo. No daba —le dijo Nahuel.
—¿Y? ¿Cuál hay? —preguntó Joaco.
—Andá a saludar. Capaz se acuerda de vos —lo animó Lucas.
—¿Vos decís? No me habló más. Seguro ni se acuerda...
—¡Che, Maga! —gritó Joaco, sin importale nada.
La chica se dio vuelta y ubicó al hombre que le hacía señas desde una mesa. A Joaco, no lo reconoció, pero una sonrisa de oreja a oreja se le dibujó en el rostro al ver quién estaba al lado suyo. Los saludó con la mano.
—¿A quién saludás, Magui? —le preguntó Sol, la amiga con la que estaba vacacionando.
Esa cara de feliz cumpleaños de su amiga no le había pasado desapercibida. Había estado trabajando duro para conseguir al menos una en ese viaje. Verla brillar, aunque fuera de la nada, la puso muy contenta.
—¡No te puedo creer que esté acá! —le dijo, emocionada—. Es un amigo que hace mil que no veo. Vení conmigo.
—Sí, ponele que "amigo" —murmuró, riéndose.
Sin darle tiempo a responder si estaba de acuerdo o no, la arrastró con ella. Nahuel no despegó la vista de ella, su cara reflejando la misma alegría que la de la chica. Sus amigos lo miraban divertidos. Parecía que habían vuelto atrás en el tiempo.
—¿Qué hacés, Maga? Tanto tiempo —la saludó.
—¡Qué loco encontrarte acá, Nahue!
—Parece que lo de ustedes es encontrarse lejos de casa no más —observó Joaco—. ¿Para qué tomarse un bondi, si pueden tomarse un avión hasta Jujuy?
—Siéntense con nosotros —les pidió Nahuel.
Después de las presentaciones y de ponerse al día, se dedicaron a escuchar a los valientes que se acercaban al micrófono del bar. Había de todo: cantantes buenos, cantantes malos, rockeros de la vieja escuela y de onda alternativa.
—Nahue, ¿vamos? —sugirió Lucas, que hacía rato que tenía ganas de recibir aplausos, en vez de regalarlos.
—Podría ser, eh —concordó —Vamos.
Miró a Magalí con la travesura en la mirada. Le agarró la mano y le dijo que se sume.
—Hace banda que no hago nada. No quiero pasar vergüenza —se resistió.
—Dejate de joder. Hay cosas que uno no se las olvida más —le discutió—. Y siempre quisimos que te sumaras a la banda. ¿Qué te cuesta?
—Dale, Maga, animate —insistió Lucas—. No te vamos a hacer quedar mal.
—¿Y qué quieren tocar?
—¿Vamos con Queen? —sugirió Nahuel—. Esa nunca falla. ¿"Don't stop me now"?
—Seee —acordó Joaco.
—Re va —completó Lucas.
Nahuel miró a Magalí, deseando que ella recordara aquella vez que la cantó para ella. Algo en su sonrisa comedida le confirmó que sí. Era una de las primeras que le había cantado a orillas del lago para levantarle el ánimo. Queen no fallaba, sin importar la generación que atravesara. El que no sentía nada con esas canciones no era humano. O eso decía siempre su mamá, y Nahuel no había hecho más que confirmarlo.
—Dale —aceptó Maga, por fin—. No me acuerdo mucho la letra, pero les hago el aguante con el teclado.
Sol la miró con sorpresa. ¿Maga mandándose así no más arriba de un escenario? ¿Le habían cambiado a su amiga sin que se diera cuenta?
—¿Y vos, Sol, te sumás? —le preguntó Joaco, que se había enganchado con ella.
—Yo soy una genia aplaudiendo nada más. Vayan, que les cuido las cosas —respondió, sonriente—. Si me gusta, les tiro un peluche o algo.
Se acomodó mejor en su silla, curiosa con lo que iba a escuchar. Nahuel le había agarrado la mano a su amiga como si fuera un adolescente enamorado. Y Magalí parecía que había vuelto a ser la misma de hacía unos años, antes de que se marchitara por culpa de su ex.
Nahuel se plantó en el centro, mientras los demás se acomodaban con los instrumentos. Joaquín en la batería y Lucas con la guitarra. Magalí se ubicó detrás del teclado y lo prendió, con la mano temblorosa. Nahuel los miró para corroborar que estuvieran bien y advirtió los nervios de la chica.
—Che —la llamó, acercándose—. Tranqui.
Le hizo señas a sus amigos para que lo bancaran un poco.
—Yo no tengo escenarios encima como ustedes —susurró ella—. No la quiero cagar.
—¿Por qué la vas a cagar? —se extrañó—. Maga, desde que te escuché por primera vez me dejaste embobado, ¿sabés? Y cuando me dijiste cómo te llamabas, dije '¡con razón!'. Sos pura magia con la música, así que "Maga" te queda como anillo al dedo.
—En ese momento, estaba mejor que ahora —confesó—. No sé si queda algo de esa magia.
—La magia nunca nos deja. Hay que despertarla nada más. Confiá en mí, ¿dale?
Ella movió apenas la cabeza arriba abajo y él le plantó un beso en la parte alta de su cabeza. Ese gesto dulce la hizo sentir un calor en el pecho que la tranquilizó un poco.
—Vos podés —reafirmó Nahuel.
La canción empezó tranquila con ellos dos y explotó cuando se sumaron los otros dos. La adrenalina de la canción corría por sus venas y los unió con un hilo invisible, como si fueran uno solo. Bastaron unos pocos compases para que Magalí se uniera a ellos espiritualmente y se olvidara de los nervios.
Nahuel no tenía nada que envidiarle a la presencia escénica de los rockstars consagrados. Transmitía una pasión y una energía positiva tan fuerte que traspasaba a todos los que lo estaban mirando. Después de todo, él no hacía más que vivir su sueño. Tuvo al público a sus pies al instante, incluyendo los que estaban en la calle y se habían asomado a la entrada para verlo mejor. Algunos hasta bailaban en el poco espacio que había.
Los aplausos y los silbidos cuando terminó la canción fueron la señal para seguir con el espectáculo. Uno tras otro se fueron sucediendo los temas de Queen, en un mix que combinaba la alegría, la melancolía y el amor.
—Háganme la segunda —moduló Nahuel para sus amigos, sin que Magalí lo viera, y después agregó en voz alta— "Love of my Life", chicos. Maga, ¿te animás cantar las estrofas conmigo?
—¿Eh?
—Hacemos una y una —le propuso.
Magalí respiró hondo y le dijo que sí. Empezó a tocar el teclado con delicadeza. Varias parejas aprovecharon el clima para abrazarse y mecerse con la música. Otros prendieron sus celulares para acompañar con las linternas. Sol aprovechó para filmar el momento.
—Bring it back, bring it back (Tráelo de vuelta, tráelo de vuelta)
Don't take it away from me (No me lo saques)
Because you don't know (Porque no sabes)
What it means to me (Lo que significa para mí) —cantó Nahuel, sin poder despegar la mirada de Magalí.
Aquel momento había dejado de ser para el público. Se había convertido en una burbuja en la que ambos se habían conectado una vez más, como aquella noche hacía tantos años atrás.
Sus corazones latían con una fuerza que nada tenía que ver ya con la energía propia del show. Aquello era diferente. Aquello era el destino diciéndoles por segunda vez que nada era casualidad, que ellos tenían que encontrarse y hablarse con un lenguaje que iba más allá de las palabras.
Cuando terminó la canción, Magalí se mordió el labio mientras sonreía, hipnotizada con la mirada de Nahuel. Entonces, él se alejó del micrófono y se acercó hasta ella. Tomó su rostro y le besó los labios con dulzura. El público explotó en aplausos y silbidos, pero ninguno de los dos se dio cuenta.
—Decime que no me tengo que ir a la otra punta de Argentina para verte de nuevo —le susurró Nahuel al oído.
—Te prometo que no —le contestó, dándole un beso breve.
Al otro día, Nahuel la invitó a pasear por ahí los dos solos. Recorrieron las calles de la mano, hablando de todo y de nada a la vez.
—Nunca me contestaste los mensajes —le dijo Nahuel, cuando pararon a descansar.
—Tuve que cambiar de celular y perdí los contactos —le explicó—. ¿Te acordás de Facundo, mi ex?
—Sí, el boludo que te dejó por SMS.
—Ese mismo... Bueno, cuando volví las cosas se pusieron feas. Me pidió volver y, como le dije que no varias veces, me empezó a acosar. La pasé mal, la verdad... Cambié de teléfono para que no me pudiera ubicar y hasta me tuve que mudar con una tía por un tiempo.
—¿Tan heavy fue? —le preguntó, sorprendido.
—Fue horrible, Nahue —le confió.
Su expresión se ensombreció con los recuerdos de los gritos y los golpes. Se corrió el pelo, dejando ver una cicatriz a la altura de la sien.
—Esto me lo hizo él. Estaba borracho y me rompió una botella en la cabeza cuando le di la espalda. Por suerte, me encontraron rápido y me llevaron al hospital.
El relato hizo que le hirviera la sangre a Nahuel. No entendía cómo alguien podía querer hacerle daño a una persona como ella.
—Decime que lo metieron preso.
—Gracias a Dios, sí. Pero viví con miedo muchos meses. Tenía pesadillas... Fue duro.
Nahuel la abrazó fuerte. Sabía que era tarde para ofrecerle consuelo, pero no soportaba la idea de que hubiera pasado por eso.
—Y lo peor es que no aprendí... Porque caí con otro hijo de puta y me enamoré. Era re celoso y no me dejaba hacer nada. Por lo menos no me pegaba, pero me hizo sentir la peor mierda del mundo —continuó—. Me sigo sintiendo así a veces, de hecho, aunque ya hayan pasado casi tres años.
Nahuel se separó un poco de ella y le levantó la cabeza para que lo mirara a los ojos.
—No tenés por qué, Maga. Sos todo menos eso.
—Eso dice mi psicóloga...
—Y bueno, hacele caso —le dijo, con una media sonrisa.
—Es difícil volver a quererme —respondió.
—Lo sé... Date tiempo. Y hacé arte, que para eso está y lo hacés súper bien —le aconsejó—. Como cuando nos conocimos. ¿Te acordás?
Magalí le sonrió. Había sido lo mejor de ese viaje, pero no se animaba a decírselo. Le agarró la mano a Nahuel y reanudó la marcha.
Caminaron en silencio por un rato, cada uno metido en sus propios pensamientos. Nahuel se sentía medio tonto por haber removido esos recuerdos dolorosos. No era su idea de salida con la chica que le gustaba.
—Maga —se animó a decirle, después de un buen rato—, no te quiero presionar. Más después de lo que me dijiste. Pero, cuando vos quieras, me gustaría...
—Sí, quiero —lo cortó y le dio un beso en la mejilla—. No te quiero volver a perder. Lo que sentí anoche fue hermoso... Como lo que sentí en Bariloche.
Hizo su confesión mirando el piso, muerta de vergüenza. Nahuel se derritió y la abrazó. Magalí rodeó su cuello con los brazos y se animó a besarlo, esta vez en la boca.
—Yo te voy a ayudar a quererte de nuevo y a verte como te veo yo —le prometió él, cuando se separaron.
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