Bariló 07'
"Sto no va + no kiero seguir :( perdon".
No sabía nada de su novio desde hacía días. Incluso desde antes de irse de viaje de egresados. Sabía que a Facundo no le caía nada bien que ella estuviera allá sola.
—Me vas a meter los cuernos, putita —le había dicho una noche, pasado de alcohol.
Magalí sabía que no era justo lo que le estaba diciendo. Jamás haría algo así. A pesar de todo lo que le habían dicho sus amigas, ella creía que era cosa del pedo cósmico que se había agarrado, nada más. Y sin embargo, se notaba que los celos habían hecho su trabajo.
Desde que le había contado del viaje que lo había notado más violento, más propenso a celarla hasta por lo más mínimo.
No es que nadie hubiera intentado acercarse a ella en los boliches. Lo habían hecho, incluso, sus mismos compañeros. Total, en Bariloche estaban todos con todos, ¿no? Pero para Magali no era así.
Releyó el mensaje sin poder creer en esa traición. Agarró su Nokia con fuerza y lo tiró arriba de su cama. Se cargó su guitarra al hombro y salió del hotel, que daba a la costa del lago Nahuel Huapi.
Estaba fresco y ya anochecía. Pero las luces del hotel alcanzaban para iluminar el camino hasta el agua. El aroma fresco de las retamas le llegó con la brisa suave de la primavera del sur y se relajó. Se acomodó arriba de una piedra y sacó la guitarra de la funda. Apenas corroboró que estuviera afinada, antes de puntear de forma improvisada.
Ella siempre decía que la música la traía a su refugio mental en forma de canciones que se repetían en loop en su cabeza. Evanescence la venía acompañando desde hacía tres años, siempre tan oportunas sus letras que enseguida conectaba con ellas y se calmaban todas sus tormentas internas.
Rompió el silencio de aquella playa solitaria entonando "Lithium". Dejó ir el alma entre acordes menores y se aisló de su entorno, concentrada en lo único que le importaba en ese momento: su música. Algunos ahogaban sus penas en alcohol; otros, las sofocaban en el humo de un cigarrillo. Ella tenía su propia droga en las manos y en sus cuerdas vocales. Callaría la rabia a fuerza de gritos afinados, drenaría el dolor a través de sus dedos.
—Don't wanna let it lay me down this time (No quiero hundirme esta vez)
Drown my will to fly (Ahogando mi deseo de volar)
Here in the darkness I know myself (Aquí en la oscuridad sé quién soy)
Can't break free until I let it go, (No podré ser libre hasta que lo deje ir)
let me go! (¡Déjame ir!)
Cuando la canción terminó, se sintió un poco más liviana. Hasta había podido disfrutar de los agudos sin ningún problema. Un aplauso solitario la sobresaltó. Levantó la vista y buscó la fuente del sonido. No estaba muy lejos de donde ella estaba sentada. El chico era alto y desgarbado, y la miraba con una admiración que la hizo ponerse colorada.
—Hola —lo saludó, con timidez.
—Buenas —le respondió—. No te quería joder... Seguí tranquila. ¿Te puedo acompañar?
Magalí dudó un instante. Sola con un desconocido no parecía un buen plan. Sin embargo, parecía inofensivo, así que decidió darle un oportunidad.
—Sí, no hay problema —le dijo—. ¿Te gusta Evanescence?
—No soy fan, la verdad, pero algunas canciones me copan —admitió, con una sonrisa y señaló el hotel—. Te sentí desde mi ventana y quería escucharte mejor.
Decirle que había sido como escuchar a una sirena y que no había podido resistir a ese embrujo iba a sonar horrible. Sin embargo, así se había sentido al notar esa voz colándose por la ventana abierta.
Su habitación, que compartía con Lucas y Joaquín, sus dos mejores amigos, solía ser un kilombo constante, entre el rock que sonaba en el radio CD de Lucas y las guitarreadas tomando la cerveza que metían al hotel a escondidas. A veces, también eran invadidos por algunas de sus compañeras de curso. Pero esa noche, por cosas del destino tal vez, sus amigos habían decidido migrar a otra habitación con el resto del curso, a una previa improvisada y clandestina antes de ir a Grisú. De hecho, él también pensaba sumarse luego de bañarse, cuando escuchó un agudo perfecto flotando desde afuera. Tenía que escuchar esa voz más de cerca, así que voló escaleras abajo y corrió hasta la playita de piedras.
Cuando había llegado hasta ella, con su aire de chica gótica, le pareció más una hechicera misteriosa que una sirena delicada. Sirena o bruja, daba lo mismo, lo importante era que lo tenía enganchado con su música. El maquillaje corrido y la frente angustiada no le habían pasado desapercibidos.
—Entonces, estaba más metida de lo que pensaba —comentó, nerviosa.
—Cantás y tocás re bien —la halagó con una sonrisa sincera.
—Gracias —dijo, bajando la vista.
—Soy Nahuel —se presentó—. ¿Vos?
—Magalí —dijo ella—. ¿Vos también estás de viaje de egresados?
—Yes. Soy del Don Bosco, de Ramos —le contó.
—Ah, ni idea cuál es —confesó—. Yo soy de la Medalla, en Parque Chacabuco.
—Me suena... ¿Es el que se ve desde la autopista?
—Sip.
—Ah, siempre lo veo cuando voy a visitar a mi madrina en La Plata.
Magalí le sonrió por compromiso y Nahuel se maldijo a sí mismo por soltar esa estupidez. Ellos se acababan de conocer, ¿qué le iba a importar a la chica ese dato innecesario?
Se aclaró la garganta y optó por un camino un poco más coherente.
—Yo también toco la guitarra. Tengo una banda con unos amigos que vinieron para acá también. Si querés, podemos juntarnos en estos días.
—Sí, puede ser —respondió con poca convicción.
Se sentía un poco nerviosa en presencia de ese chico, por lo que empezó a tocar para olvidarse de eso. Nunca se había sentido muy cómoda con los varones y por eso era un logro que se hubiera puesto de novia con Facundo. Quizás, justamente por esa inseguridad, era que se había dejado manipular y maltratar por él. Después de todo, ¿quién más iba a fijarse en ella? No tenía nada especial y le costaba hasta sostenerle la mirada a alguien por más de dos segundos.
Darse cuenta de eso la deprimió. Era tan patética que le habían cortado por mensaje de texto. Y ni siquiera estaba bien escrito. No era merecedora ni de una charla cara a cara, ni de un mísero llamado. Era tan insignificante para su ex que ni siquiera le había importado arruinar su viaje de egresados con esa ruptura.
—Che, Maga —la llamó Nahuel, trayéndola al presente.
La chica se había olvidado de que no estaba sola con su instrumento. Cuando sintió el roce gentil y torpe de Nahuel secándole un lágrima furtiva, algo se estremeció dentro de ella. Él sabía que ella podía malinterpretar el gesto, pero le había dado tanta lástima ver a esa chica así, que no pudo resistir el impulso.
Le sacó la guitarra con gentileza y la apoyó con cuidado en el suelo rocoso. Le levantó el mentón con un dedo y sus miradas se conectaron. Magalí se estremecía por la angustia contenida y ya ni le importaba quedar como una ridícula delante de un chico desconocido.
—Eu —insistió Nahuel—. No sé qué te pasa y no te voy a preguntar porque no soy chusma.
Magalí sonrió un poquito y lo escuchó en silencio.
—Pero quiero que mires donde estamos —continuó, a lo que ella obedeció sin cuestionar a dónde quería llegar—. Bueno, lo poco que se puede porque ya es de noche. Las montañas, las luces de por allá que no sé si sigue siendo Bariloche o no, pero se ve lindo. Y las estrellas, ni te cuento. Se ve re sarpado, ¿no? No sé, a mí me da una paz tremenda.
—Supongo.
—Y estamos en un viaje que no se va a repetir. No importa si volvemos en otro momento, nunca va a ser como este "Bariló" —razonó—. Porque no vas a venir con la misma gente, ni vas a poder vivir las mismas cosas. Es más, capaz ni lo podamos pagar hasta dentro de muchos años, si es que lo logramos. Entonces, no sé... Yo te la tiro, y si me equivoco, te pido perdón de antemano. ¿Eso que te hace llorar vale la pena? ¿Vale la pena que te bajonee este noche espectacular? Vinimos acá a olvidarnos de todo lo que dejamos en Buenos Aires, boluda. Ya vamos a volver y bueno, tocará hacerse cargo de lo que dejamos allá. Pero mientras tanto, ¿no es mejor que no le des pelota, Maga?
Ella lo miró de nuevo y asintió en silencio. ¿Sería capaz de dejar el problema abajo de la cama por un rato, aunque sea? Volvió a observar su alrededor. Los aromas, los sonidos... El murmullo del agua del lago y el viento que peinaba la costa, el ruido que llegaba apagado desde el hotel, los autos que pasaban por la ruta un poco más arriba. Le quedaba un poco de viaje para aprovechar todavía. Ese chico tenía razón. No valía la pena llorar por cosas que no podía arreglar en ese momento.
Nahuel agarró la guitarra de Magalí, con ese respeto que solo los músicos entienden. Acarició la madera pulida y registró cada zona gastada. Le gustaban las guitarras acústicas. Tenían un sonido brillante que lo traspasaba de forma especial. Era gracias a eso que también había podido escuchar el acompañamiento mucho antes de llegar hasta Magalí.
La de ella tenía buen peso. Por más que no pudiera ver la marca, le daba sensación de que era una buena guitarra. Él no se hubiera arriesgado a viajar con algo así, pero siempre agradecía cuando tenía la oportunidad de tocar algo de buena calidad.
No la conocía, pero sabía que la música siempre era apuesta segura, así que le regaló un popurrí de canciones que a él siempre lo ponían de buen humor. Cuando la vio sonreír un poco y mover el pie al ritmo de un rock, se alegró. No pasó mucho tiempo hasta que ella le pidió la guitarra y empezaron a turnarse para tocar, mientras cantaban al unísono o disfrutaban del arte del otro.
—Gracias —le dijo ella, después de un buen rato olvidados del mundo—. Lo necesitaba.
—Cuando quieras —respondió Nahuel, sintiéndose triunfador—. Nosotros nos vamos en un par de días, pero capaz podemos juntarnos a tocar. Me encantaría que te escuchen los chicos. Sos grossa, nena.
—Dale —acordó con una sonrisa—. Si tenés el celu encima, te paso mi número y me mandas un mensajito cuando estén libres.
Nahuel festejó por dentro, ansioso de repetir la sesión de guitarreada una vez más. Magalí lo había dejado embobado. Era una chica hermosa y transmitía tanta magia con su música que era imposible no enamorarse al instante.
Dos días después, lograron coincidir una vez más y en compañía. Se juntaron en el mismo lugar, con sus guitarras al hombro. Los amigos de Nahuel estaban intrigados con esa tal "Maga", y ya lo estaban jodiendo con su amorcito de Bariló.
—Decime que no vivís en La Quiaca, Maga —le dijo Joaco—. Tenés que sumarte a la banda, boluda.
—Please —le suplicó Lucas, arrodillándose frente a ella.
Al final, bastaron un puñado de canciones para que los tres cayeran en el embrujo de su música. Magalí estaba sorprendida no solo por los halagos, sino por lo cómoda que se sentía con esos tres locos.
Se había reído como nunca y había logrado olvidarse de las heridas que le había dejado su ex. Sin embargo, no sabía si era para tanto. Irse a provincia era un viaje y sabía que su mamá haría un escándalo si le decía que iba a estar sola con tres pibes. Músicos, encima. Su mamá odiaba a los músicos.
—Vemos... —se evadió con una sonrisita incómoda.
—Pasanos tu MSN —le pidió Nahuel—. Así no te olvidás tan fácil.
—No seas pesado, boludo —se burló Joaco—. Me parece que no le copa mucho la idea.
—No es eso... Pasa que no sé si me van a dejar — se excusó.
—Pero, ¿qué tenés, 12 años? —le preguntó Lucas—. ¿Todavía tenés que pedir permiso?
—Sip —murmuró con vergüenza.
Nahuel se dio cuenta de su incomodidad y le pegó un codazo a su amigo, para que dejara de molestarla.
—Más adelante vemos, pero en serio, estaría genial —le dijo Nahuel—. Para joder de vez en cuando, aunque sea...
—Che, en media hora nos tenemos que ir para el coso ese de las 4x4 —avisó Lucas, mirando el celular—. ¿Vamos?
—Vayan yendo —les dijo Nahuel.
Sus amigos le dieron el espacio y se fueron después de saludar y felicitar a Magalí otra vez.
—¿Tenés tiempo para tocar un ratito más? —quiso saber él.
—Sí, supongo que sí.
El ratito se convirtió en un par de horas. Como si estuvieran postergando la alarma del despertador, fueron diciendo "la última y nos vamos" más veces de las que pudieron contar.
Entre medio, no pararon de hablar un segundo. Para cuando estaba avanzada la tarde, ya se sabían vida y obra del otro, como si fueran amigos desde siempre. Incluso, Maga había hecho un poco de catarsis con el problema de Facundo y su mensaje matador.
—Bastante pelotudo lo elegiste —comentó Nahue—. Pero bueno, cosas que pasan. Ya va a llegar otro mejor.
—¿Vos tenés novia, Nahue? —quiso saber.
—No, nunca la pego. Pero con esta cara de boludo, ¿qué querés que haga? —bromeó—. Cuando tenga mi banda viajera, supongo que voy a tener más suerte. A las chicas, les gustan los músicos.
Magalí lo analizó, aprovechando el comentario. Era lindo y capaz que si hubiera llegado en otro momento de su vida se hubiera animado a probar algo. Habían conectado enseguida, con la excusa de una guitarra de por medio. Pero no era momento para buscar nada con nadie. Ni siquiera con la excusa de que lo que pasaba en Bariloche se quedaba en Bariloche. Ella no era así.
—Así que te querés ir de gira.
—Seh —respondió—. Desde chiquito, soñé con ir por todos lados tocando y conociendo lugares nuevos. Me encanta viajar. Me iría por todo el país de mochilero y con la viola de acá para allá.
—¿No te da miedo?
—¿Por qué? Siempre podés poner la funda abierta para que te tiren unas monedas. Mientras alcance para dormir en una carpa y para picar algo, es suficiente. Y después, no sé... A dedo, se puede llegar lejos.
—¿Vos decís?
Magalí lo miró escéptica. No le entraba en la cabeza que alguien se tirara a la pileta así, sin pensar en si había agua o no. Pero ese espíritu aventurero le encantó. No sabía si después de ese viaje iban a juntarse a tocar, pero deseó que no se cortara su relación. Nahuel tenía una luz de vitalidad que la tenía encantada.
—¿Y tus viejos qué dicen de eso? —le preguntó.
—No quieren saber nada... Pero tampoco querían que tocara la guitarra y ahora toco en todos los almuerzos familiares y se les cae la baba —le contó—. Es cuestión de demostrarles que podés hacer tu propio camino. Creo que en algún momento ellos te tienen que entender. Y si no... qué se yo, problema de ellos.
Se encogió de hombros y siguió tocando la guitarra, improvisando cosas mientras hablaban.
—¿Y, vos Maga? ¿Qué te gustaría hacer?
—Con estar lejos de mi vieja, me alcanza... Lo que sea me viene bien, pero por ahora no puedo hacer nada.
—Te controla mucho, ¿no?
—Demasiado, pero mientras dependa de ella, no puedo hacer nada. Es como una jaula —se lamentó—. Ni siquiera quería que viniera para acá. Pero mi viejo insistió, por suerte.
—Bueno, con más razón tenés que aprovechar tu libertad. ¿Estás mejor que el otro día?
—Sí...
—Bueno, che. Perdón por hacer que te perdieras la excursión —le dijo con una sonrisa pícara.
—No pasa nada. Creo que no lo hubiera pasado tan bien como acá.
—¡Joya! Te diría de repetir, pero ya te vas mañana, ¿no?
—Sí —le contestó, más triste de lo que quería admitir.
—No vivimos tan lejos —comentó—. No te digo que te unas a la banda, porque es como mucho, pero nos podemos juntar a la vuelta. ¿Qué te parece?
—Me encantaría —respondió ella, con una sonrisa enorme.
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