Capítulo 5
Hola c:
Este capítulo es más gracioso si lo leen escuchando La Habanera de la Opera Carmen xD
https://youtu.be/23PjfyGnBwo
-----------------------------------
Son un total de cinco ancianas, entre ellas la conserje "doña Bertita", y cada una trae en sus manos un recipiente o bandeja con comida. Desconcertado, abro la puerta.
¿Qué quieren?
—¿Buenas tardes? —saludo, esperando que aclaren pronto por qué están aquí.
—Armando, estamos aquí por la novena —dice la que parece ser la líder del grupo.
¿La novena? Preguntándome qué es eso, las dejo pasar. La señora parece ver la duda en mi rostro.
—La novena de tu abuela —explica—. Nos atrasamos porque Benjamín no nos habría la puerta. Pero ahora estás tú.
—¿La novena? —insisto, esperando no ofender a nadie. Necesito mejor aclaración.
—Se le reza al alma del difunto durante nueve días —responde—. Por cierto, mi nombre es Celia —Señala con un gesto a las demás—. Y ellas son Rosa, Delia, Mayra y Bertita.
Doña Bertita me guiña un ojo.
—Sí —trago saliva—, ya conozco a una —digo, nervioso y las invito a pasar y sentarse en la sala.
Ellas me entregan los recipientes con comida y toman asiento. No sé cómo sentirme respecto a que no me crean capaz de cocinar sin... Mejor olvidarlo.
—¿No te interrumpimos? —pregunta doña Rosa, sacando una libreta y un rosario de su escote. Resultó perturbador verla hacer eso.
—No —miento—. Estaba... —¿Qué estaba haciendo? Ah sí, arruinando el microondas, pero no mejor no decirles eso— viendo televisión.
—Oh —Doña Delia me mira con ternura maternal—. Pues te decía que estamos aquí para rezarle la novena a Pina, tu abuela.
—Ajá.
—Doña Bertita nos platicó que ya te conoce —Mi acosadora me guiña el ojo una vez más. Asiento tímidamente—. Con el tiempo nos irás conociendo a las demás. Delia, por ejemplo, es abuela de Paola. A ella también la conoces.
Trato de aflojar un poco más el cuello de mi corbata. —Sí... la conozco.
—Pues Paolita le ha platicado de ti a su abuela.
Ciertamente puedo ver en el semblante de molestia que doña Delia que Paola le ha hablado de mí.
—Huele a quemado —dice esta, sin apartar la mueca de fastidio de su rostro. Ay no. Me disculpo con ellas, indicándoles que están en su casa y camino de vuelta a la cocina para limpiar el desastre que hice.
Aún no tengo claro qué es con exactitud "la novena", pero a lo lejos las escucho rezar en coro. En eso estoy cuando un Rrrrrrrr capta mi atención. ¿Qué es eso?
¡Capitán Pantaletas y el consolador!
Palidezco.
Al volver a la sala, advierto que el chihuahua está tras uno de los sofá jugando a que roda con sus patas el pene de plástico. Las ancianas continúan con su rezo sin distraerse.
¡Sólo el mismo Jesús me salva de esta!
Regreso a la cocina y cojo una lata de comida para perro. La guardo en mi bolsillo y camino sigilosamente de vuelta a la sala. Tengo que recuperar el consolador. En la puerta que divide a la sala de estar de la cocina, me coloco en cuatro patas y me arrastro hasta donde está Capitán pantaletas.
Dios, que las ancianas no me vean.
La primera reacción del chihuahua es intentar correr, sin embargo mueve su cola al mostrarle que abro la lata.
Vean aquí, chico. Vean aquí y dame ese pene... De acuerdo, eso se tuvo que oír raro.
En lo que el chihuahua come, cojo el pene de plástico y busco dónde esconderlo mientras las ancianas se van, pues me niego rotundamente a arrastrarme por el piso con este en mi boca o mi bolsillo.
Rrrrrrrrr
—María llena eres de gracia... —escucho que rezan. ¿Ahora dónde meto el pene?
De acuerdo, esto también se escuchó raro.
Pensando rápido qué hacer, escondo el consolador tras de mí...
¡Maldita sea, eso también se escuchó raro! Está bien, está bien, creo que lo mejor será que deje de describir qué hago con el aparato vibrante.
—Bendita tú eres entre todas las mujeres...
Miro sobre mi hombro, a mi izquierda, a mi derecha. ¿Dónde escondo esto? Lo más accesible que veo es un jarrón con flores secas. Este está sobre el piso, aunque a Dios gracias no es lo suficiente alto como para que las señoras me miren meter el consolador ahí. Me arrastro como puedo hasta llegar a él, hago a un lado las flores secas y dejo caer el consolador dentro.
RRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR
Malísima idea. Ahora el Rrrrrrrrr se escucha mucho más fuerte.
Las ancianas dejan de rezar y ponen atención al ruido. Padre, que estás en los cielos, no me hagas esto.
—¿Qué es ese ruido? —pregunta doña Mayra.
Doña Celia se vuelve hacia donde estoy y no da crédito cuando me mira con las manos dentro del jarrón.
Creo que quiero morir.
—¿Pasa algo, Armando? —pregunta.
Estoy sudando. —Eh no, por favor continúen con su rezo.
Ellas lo intentan pero es imposible ignorar el Rrrrrrr. Mi estupidez no tiene límites. Lo que hice al meter el consolador vibrante dentro del jarrón fue empeorar todo, pues ahora este, al vibrar, golpea todo lo que está dentro haciendo así mucho más ruido. Ahora a pensar cómo salir de esta.
Escucho el Ding dong del timbre y, aunque no me quiero separar del vibrador, me incorporo y voy a ver quién toca.
Es otra anciana.
—Hola, soy Fran —saluda, mirando dentro. Supongo que busca a sus amigas. La dejo pasar.
Sin embargo, al volver, con horror advierto que doña Celia tiene sus manos dentro del jarrón. Miro mi vida pasar frente a mí en cámara lenta.
—¿Qué hay aquí dentro, Armando? —pregunta, ladeando su cabeza hacia un lado.
Como dije, lo veo todo en cáaaaaamara leeeeeenta: Ella liberando al pene de plástico, las demás ancianas intentando detener la caída de sus quijadas al darse cuenta de qué hacía tanto ruido... y luego estoy yo, corriendo hasta donde está doña Celia para salvar la poca dignidad que me queda.
—A-Armando —titubea sosteniendo el consolador vibrante. No puede dejar de verlo.
—¡Ca-Capitán pantaletas cree que es un juguete! —empiezo a excusarme—. ¡Yo se lo quería quitar!
Mi corazón palpita mucho en este momento.
Miro en redondo a todo el grupo de ancianas. Tres todavía tienen la boca abierta. Doña Delia, en especial, está negando con la cabeza y me mira como si fuera el mismísimo anticristo. Sólo de pensar que esto también lo sabrá Paola.
Soy un desastre.
—No te estamos juzgando, Armandito —me consuela doña Celia, colocando su mano sobre mi hombro.
La divina madre que me parió.
—Es que eso no es mío —insisto.
—Claro que no —me vuelve a guiñar un ojo doña Bertita.
—Ay, picarón —escucho susurrar a otra.
Voy a disecar a Capitán pantaletas.
Una por una las ancianas se ponen de pie, decididas a irse de mi casa. Murmuran cosas como "Y nosotras aquí rezando". Todas se marchan, excepto Bertita y Celia, que están sonriendo. No sé si eso sea malo o bueno.
—Recemos la novena en mi casa —propone indignada doña Delia.
—Buena idea. Vámonos.
—Las alcanzamos en un momento —les dice doña Bertita, todavía sonriéndome.
Antes de irse doña Fran bendice con su mano mi casa.
Antes de disecar a Capitán pantaletas lo voy a castrar.
Celia suspira y me pide acompañarla. Me siento en medio de ella y de doña Bertita en uno de los sofá. Mi cara debe verse como la de un sentenciado a muerte.
—Armandito —empieza doña Celia, colocando tentativamente su mano sobre mi muslo izquierdo. Mi mirada se dirge a su mano—, eres joven. ¿Estás soltero?
Asiento sin quitar mi cara de parto. ¿Qué quiere?
—¿Ya ves? Es normal que te sientas solito, curiosito... —Ella saca su pecho un poco— ansiosito —Esto lo dice apretando discretamente mi muslo. Oh, Dios, estoy siendo seducido por una anciana—. Yo soy viuda, sabes, y a veces también me siento solita, curiosita y... ansiosita.
¡Antes de disecar y castrar al chihuahua, voy a llamar al Encantador de perros!
Casi a punto de llorar, miro de doña Celia a doña Bertita, que está mordiendo su labio inferior a tal punto que la dentadura se le cae un poco. ¿Qué quieren? ¿Un trío? Tiemblo.
—¿Te han dicho que te pareces a Chayanne? —pregunta. Doña Celia asiente para secundar a doña Bertita
¿Estás dos mujeres eran amigas de mi abuela?
Trago un poco de saliva y me pongo de pie lentamente. Tengo que escapar.
—¿Entonces... las están esperando? —pregunto, sacudiendo mi pantalón pese a que no está arrugado.
Doña Bertita acomoda su dentatura y asiente. —Sí, pero si tú nos necesitas...
Deja su sugerencia al aire.
Vuelvo sudar. —No, no. Para nada. Yo... —Le señalo a doña Celia el vibrador— solo quiero saber cómo apagar eso.
—Oh, claro —Ella coge con confianza el aparato y dice—. Mueves aquí y acá y... ya está.
Y así, sin mayor problema, consigue apagar el vibrador.
Estoy boquiabierto. —¿Cómo...
—Ay, no es nada —niega ella, sonrojándose ligeramente—. Ya ves como es una que siempre sabe de todo porque investiga de todo.
Al terminar de decir eso la veo guardar el vibrador en su bolso.
Suficiente de mujeres por hoy. Me despido de las señoras y las acompaño a la puerta. En el camino ellas no dejan de darme consejos sobre cómo afrontar la soledad.
—Esperamos que te guste la comida que trajimos.
—La disfrutaré sí.
Les digo adiós una vez más y cierro la puerta. ¡Maldición!
—¡Capitán pantaletas! —grito, pero no hay señal del chihuahua.
Suspiro y camino hasta una de las ventanas de la sala para abrirla. Necesito aire. ¡Error! De pie frente a mi casa están Paola y doña Delia. Me escondo tras una cortina. Las veo señalar mi puerta. Dios, ¿qué estarán pensando? Paola niega con la cabeza y se van.
Me pregunto si todavía querrá venir a la cena.
---------------------------------------
xD Ay, Armandito.
Así como dato, si lo piensan bien, Vanesa en lugar de mala suerte sufría las consecuencias de sus acciones. Lo de Armando quizá si es mala suerte.
Grupo de Facebook: Tatiana M. Alonzo - Libros
Twitter: TatianaMAlonzo
Instagram: TatianaMAlonzo
¡Gracias por votar!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top