Capítulo 36
Armando
—Mira... Mira cómo me ve.
Capitán Pantaletas está recostado sobre la mesa en medio de Carolina y Vanesa, la primera acaricia sus orejas en lo que ambas platican con Iara.
—¿Está hablando en serio? —escucho que se queja Marco con Daniel mientras yo continuo pendiente de cada reacción del chihuahua.
—Es como si le alegrara saber por lo que estoy pasando —musito entrecerrando mis ojos.
—Armando —Marco niega con la cabeza.
—No exagero —digo a él y Daniel que me miran preocupados.
—Solo falta que digas que conspira en tu contra —dice Marco señalando al perro.
—No lo descarto —admito.
Al decir eso colmo la paciencia de Daniel que ahora me mira con frustración.
—Ustedes no lo conocen —explico—. Es un perro difícil de tratar.
Capitán Pantaletas mueve su cola sin apartar su atención de mis amigos. Es claro que lo hace para demeritar lo que estoy diciendo y, por supuesto, una vez más, dejarme en ridículo.
—Mañana le devolveremos su juguete —insiste Marco—, si después de eso no te deja en paz, optaremos por medidas drásticas... Podemos llamar a ese tipo que rehabilita perros. ¿Cómo se llama? El de Animal Planet.
—César Millán —contesta Daniel escondiendo una sonrisa.
—Ése.
Devuelvo mi atención a Capitán Pantaletas, sus pequeños ojos negros ahora están puestos en mí. No refleja felicidad, enojo, miedo, tristeza o la acostumbrada antipatía; al haber testigos no pone en manifiesto ningún tipo de emoción, solo me mira fijamente...
—Me voy a tomar el resto de tu cerveza —Me avisa Daniel.
Justo en ese momento, aprovechando que tanto él como Marco están distraídos, Capitán Pantaletas aprovecha para mostrarme sus dientes con actitud de amenaza.
—¡Mira! —salto, señalándole, y gritando tan alto que hasta las chicas detienen su conversación para ver qué sucede. Pero es tarde, el chihuahua de nuevo se muestra serio cuando la atención se dirige a él—. ¡Me estaba enseñado los dientes! —explico—. ¡Alguno tuvo que verlo!
Vanesa alcanza a Capitán para sujetarlo contra su pecho a modo de protegerlo de mí en caso quiera aplastarlo con mi mano. Me mira enojada mientras el perro, una vez más, doblega sus orejitas y emite soniditos que provocan lástima.
Volvió a ganar.
—¿Quién de los dos es el adulto? —Me regaña Daniel.
Me dejo caer en mi asiento, cruzo mis brazos y por enfado no dejo de ver al chihuahua; sin embargo, entretanto los demás regresan a la plática, este me muestra por segunda vez sus dientes.
—¡AHÍ ESTÁ OTRA VEZ! —Le señalo—. ¿Lo vieron?
Pero ya fue suficiente por hoy. Daniel hace una seña a Marco para que le siga, se sitúan cada uno a un lado, sujetan mis brazos y sacan de mi asiento.
—¿Las vemos más tarde? —pregunta Daniel a Carolina.
—Claro, te llamo.
—Dejaremos pagada la cuenta, señorita Durán —avisa Marco a Paola.
—No hace falta.
—Insistimos.
Miro a Iara para saber si está de acuerdo en quedarse con las chicas, pero está atenta a lo que platica con Vanesa. Parece estar bien, de manera que, harto de luchar, me dejo llevar por mis amigos.
...
—¿A dónde vamos? —pregunta Daniel en el estacionamiento.
—¿Esto es algo así como la zona viva de la ciudad? —Marco da una vuelta completa para mirar en redondo todo.
—Es la zona comercial —digo sacudiendo mi saco. Me sacaron a rastras—. Hay zapaterías, peluquerías, barberías... Todo. También bares.
—Busquemos un bar —dice Daniel empujándome para que los guíe—. Necesitamos platicar, Armando.
Suena a que me toca regaño.
Encontramos un bar que toca Jazz en vivo, entramos, buscamos una mesa y pedimos tres whiskys.
—Tienes que calmarte —empieza Daniel cuando el mesero se marcha—. No más cervezas light, música de despecho o peleas con el perro. Enfócate en solucionar lo de esa red social y el conflicto con tu hermano.
—No sé cómo —admito.
—Comunicación, Armando. Tan sencillo como eso.
—¿Por qué tu hermano advirtió que necesitas ayuda con las mujeres? —pregunta Marco—. Es decir, la necesitas, pero ¿por qué tu hermano se dio cuenta de eso?
Lo miro con ira antes de contestar.
—Sabe que no tengo vida social.
—No te va mal con las mujeres —opina Daniel—, te va mal contigo mismo y, por consiguiente, con todo lo demás. Es un maldito círculo. Te lo dice alguien que sabe de qué habla.
—Estoy de acuerdo —dice Marco—. Lo de Ivana Rojo, por ejemplo... —Mira a Daniel.
Daniel asiente. —Sí. La universidad.
¿Por qué tienen que recordar eso?
—La hartó.
—No es cierto —rechazo.
—Ella quería un acostón y la seguiste por el campus como si fueran algo —Me recuerda.
—Perdóname por no querer hacerla sentir utilizada.
—Era Ivana, Armando —Me regaña Marco—. Ella te utilizó a ti no tú a ella.
—Entonces no lo sabía —Me siento tan estúpido—. ¿También se acostaron?
—No —Marco hace una mueca—, es mi amiga, hubiera sido raro... Nos juntábamos en Casbah antes de que se obsesionara con su trabajo.
—¿Aún la tratas? —pregunto.
—Quiere que su empresa cierre un trato con Grupo M.
—Vive en mi edificio —agrega Daniel y me siento engañado. No me había dicho—. La otra noche golpeó mi camioneta con su coche y solo dejó un «Ups!» garabateado en un post-it más su número de seguro.
—¿Cómo sabes que fue ella?
—Le pregunté al portero.
Marco nos señala a los dos:
—Deberíamos organizar una reunión con todos los de la UVO. Los de nuestra generación: Artem, Ivana, Boris, Arturo...
—No es mala idea —dice Daniel, mirándome. Creo que es su respuesta a mi queja de no tener vida social.
—Sería humillante reencontrarme con Ivana —admito.
—Nah, para ella no fuiste tan importante —Me «tranquiliza» Marco—. Ni te va a notar.
—Gracias.
—Es que no siempre tiene que significar algo —rebate Marco, el experto en relaciones interpersonales—. A eso se refiere Daniel cuando dice que el problema eres tú no ellas. Quieres que cualquier encuentro signifique algo y... no. Solo déjalo ser, Armando.
—Tú porque hasta Vane no tuviste relaciones serias.
—Exacto—contesta él como si esperara que dijera eso—. Porque ella era la adecuada. Tú quieres que todas lo sean... Fuerzas todo. También quisiste que Vanesa fuera la adecuada.
—Él tiene un punto —Le secunda Daniel—. Armando, relájate... Que nosotros hayamos encontramos pareja no quiere decir que tú no lo harás. No morirás solo, lo prometo.
Iara
Pedimos doble postre. Acepté porque una buena dosis de azúcar me hará bien, ahora sí lo arruiné todo en grande.
Escuchar hablar a Carolina sobre lo bien que marchan las cosas con Daniel me obliga a replantearme mi forma de ver las cosas, ella cuenta a Paola lo caballerosamente que es tratada; mientras yo, la periodista fracasada, agujereo mi helado con una cucharilla intentando decidir cuánto de este llevaré de mi boca a mis nalgas.
Al final todo termina en tus nalgas: Comida, opiniones ajenas, hombres...
Para mí, Iara Lécuyer, Daniel era un indigno que no merece otra oportunidad, que debió largarse de la ciudad, del país o del mismo planeta si fuese posible. Sin embargo, tal como explica Carolina, ¿cómo iba ella a sospechar que su profesor de Escritura creativa estuvo plagiando su trabajo? Un hombre malo disfrazado de profesor. Y por otro lado Daniel, un hombre «bueno» que de presentarse primero ante ella como el tipo del caso Saviñon quizá, es lo más probable, no le hubiera la oportunidad de conocerle.
¿Hay hombres malos? ¿Qué tan cerca están, en una escala de ética, de los que se equivocaron pero no son por principio malvados? ¿Cómo diferenciar uno de otro? Daniel se equivocó pero no es Charles Manson o Idi Amin.
¿Hace bien Carolina en estar con él pese a su pasado? ¿Debería confiar? Confió en su profesor y le falló. ¿En quién confiar y en quién no si todos estamos hechos de imperfecciones? Ninguno de nosotros, a puerta cerrada, es un maldito modelo a seguir.
Sobre todo yo.
—¿Cómo saber entonces a quién entregarle tu confianza y a quién no? —pregunto en voz alta.
—Es que primero debes confiar en ti misma —contesta Carolina mostrándose segura—. ¿No viste venir los cambios en tu última relación? —pregunta.
—Sí —admito—. Pero tardé en aceptarlo.
—Porque no queremos dejar ir —añade Durán—, necesitamos creer pero podemos resolverlo, y es posible..., pero no siempre.
Parece que a fin de cuentas Durán y yo sí tenemos algo en común: No saber dejar ir. Nos miramos.
—Marco —digo dirigiendo mi atención a Vanesa—. Tiene fama de...
—Lo sé —contesta ella ocupada en dar helado con su propia cucharilla a Capitán Pantaletas. Ew.
—¿Entonces por qué él? —No puedo evitar sonar indignada—. ¿Por qué no, Armando?
Sé que lo dejó. ¿Por qué lo dejó? Paola refleja la misma duda. Las dos miramos con interés a Vanesa.
—Porque no —dice—. ¿Por qué en McDonald's pides hamburguesa en lugar de ensalada si esta última es mejor para tu cuerpo?
—Entonces reconoces que es mejor la «ensalada» —digo.
—No para alguien que prefiere las hamburguesas.
—Pero tienes claro que estarías mejor comiendo ensalada —insisto.
—¿Mientras miro con hambre una hamburguesa? —debate ella—. Además, no es como si una oveja estuviera a cargo de un lobo —defiende—. Yo sé quién es Marco... y sé quién no es —enfatiza—, lo conocí tiempo suficiente. Y estoy con él, no amarrada a él. Al igual que Carolina puedo dejarle en cualquier momento si así lo quiero. Pero estoy bien. Marco Maldonado es mi Big Tasty.
Ella y Carolina ríen ante semejante comparación.
—Pero reconoces que es mejor la ensalada —repito.
—Si le quitas el pan a la hamburguesa esta también es una ensalada.
—Me gustaría que las mujeres aprendiéramos a elegir mejor —zanjo mirándolas a todas.
—¿En que se basa usted para elegir a un hombre? —Me pregunta Paola.
—Primero debo tratarlo.
—¿Sabía que los psicópatas son encantadores? —comenta Vanesa—. Saben manipular.
—Sí... Pero como dijo Carolina: hay señales.
—Nunca se termina de conocer a una persona —añade—. Iara, perdóname pero no hay seguridad a la hora de elegir. La mayoría de las personas inician y terminan una relación con alguien diferente.
—¿Busca una respuesta lógica a lo que siente por Armando? —Me cuestiona Paola.
—Intenté no quererlo —suelto esperando enojarle, pero lo toma bien.
—Yo también intenté no querer a Daniel —admite Carolina ladeando su cabeza a un lado—. Dos minutos intensos de duda.
—Nah, yo no —dice Vanesa con despreocupación—. Es fácil querer a Marco... Es un combo agrandado.
Armando
—Pene grande. Buen sexo —dice Marco.
—No siempre—dice Daniel—. Algunas prefieren que las traten bien. Sexo malo pero buen trato.
Marco echa hacia atrás su cabeza para reír con ganas:
—Por eso buscan a alguien más.
—También lo buscan si les das un mal trato.
—Te engañaremos con otro aunque nos trates como princesa y nos dejes satisfechas —Nos dice una mujer sentada en la mesa continua a la nuestra. Las chicas que la acompañan ríen con ella.
—Qué consuelo —resopla Daniel alzando su whisky en dirección a ellas.
—¿Podemos dejar de intentar comprender a las mujeres? —suplico— Me está doliendo la cabeza.
—Pero es cosa de penes. Admítanlo —insiste en recalcar Marco.
Iara
—Me pidió el divorcio porque además de estar gorda me dejé de cuidar —dice Paola—. No salía de la cama... Hasta dejé de bañarme. Realmente estaba mal.
—Depresión —digo.
—Pero nadie lo entendía. Ni siquiera yo.
Qué frustración.
—Te dejará aunque te perfumes y arregles mejor que Audrey Hepburn —intento consolar—. Te dejará por ser demasiado joven, demasiado vieja, flaca, gorda, tonta, inteligente... Sobre todo lo último. No quieren a una mujer inteligente. Les desarma.
—No a todos —dice Carolina.
—Porque no todas ignoramos las mismas cosas —aclaro—. Mi ex amaba que supiera de historia, arte, vinos, lugares... Pero no de política. Fue nuestra ruina que anticipara en qué cosas sucias se estaba metiendo. Por eso no quiso a su lado a una periodista.
—A algunos también les asusta que sepas de sexo —dice Vanesa.
—¿Te pasó? —pregunto.
—Claro. Por eso es gracioso escucharte decir que Marco es demasiado peligroso para mí.
—¿Entonces qué quieren los hombres? —pregunta Paola dejando caer la cucharilla de su helado—. ¿Qué debemos evitar para no cansarles?
—¿Hablar demasiado? —dice Carolina.
—Pero tampoco muy poco.
—Saber de sexo.
—Lo «suficiente» para que, según ellos, te pueden sorprender.
—Ser inteligente.
—Pero sin escandalizar.
—Tener opinión propia.
—Pero ser flexible.
—Vestirte bien.
—Pero no tanto. No sea que les hagas sentir inseguros.
—Estar bien posicionada profesionalmente.
—Pero no más que ellos.
—Es demasiado para hacer —protesto—. Alguno debe haber que no le moleste que me vista bien o hable de política.
—Pero quizá les asustes por ser periodista —dice Paola.
—¡Me rindo entonces!
Armando
—Ellas se quedan con la casa.
—Y los hijos.
—Sí, les dan prioridad.
—No van a la guerra.
—Aunque eso está cambiando.
—Exijo una guerra en la que solo peleen mujeres mientras nosotros nos quedamos en casa —digo.
—Quítale esa cerveza, Marco —ordena Daniel.
—Tranquilo campeón, nosotros vamos a la guerra porque, en primer lugar, nosotros la provocamos.
—Nah, estoy seguro de que Eva Braun le decía qué hacer a Hitler: «Anda, invade Polonia, que sepan quién manda carajo»
Iara
—Es por aquí —dice Paola guiándonos entre coches aparcados a lo largo de un estacionamientos—. Hay música y que beber.
—¿Usted ha ido? —pregunto, incrédula.
—¿No parezco una persona que frecuenta un bar? —Me cuestiona ella.
—No.
—He venido dos veces.
El sitio tiene por nombre Latina y es Disco Bar. Hay poca gente bailando, es más la que ocupa mesas, escucha música y bebe. Nosotras venimos buscando Margaritas. Buscamos una mesa, llamamos al mesero y esperamos que nos atiendan.
Vanesa mueve las patitas de Capitán Pantaletas a modo de hacerle bailar.
—No sé por qué Armando lo odia, es un angelito —dice.
—No tanto, adora dejarle en ridículo —Le acusa Paola y yo le secundo.
—¿Por qué no lo dijeron frente a Armando? —pregunta Carolina viendo con reproche a Capitán Pantaletas.
—Es gracioso verle perder la cabeza por un perro que pesa menos de dos kilogramos.
—Sí, bastante gracioso —reconozco secundando una vez más a Durán.
Vanesa hace bailar el Aserejé al chihuahua.
—Aquí debe estar —dice Carolina buscando en su bolso.
—¿Qué cosa?
Saca de este una tiara diminuta.
—A que sí te queda —dice a Capitán Pantaletas, colocándosela.
—¿De quién es? —pregunto.
—De la muñeca Bratz que una sobrina de Daniel olvidó en el coche. Se la iba a devolver pero... —Carolina frota con cariño la patita de Capitán— le queda perfecta.
Me pregunto si a Armando le hará gracia que su pequeño enemigo tome oficialmente la posición de realeza.
El mesero nos trae Margaritas, botanas y nos distraemos hablando y rechazando invitaciones para beber en otra mesa o bailar. Mas porque ninguna conoce a nadie.
Me relajo.
Estaba tan preocupada por la última llamada de Felicia que, desesperada, no decidía si meter la cara en fuego o ácido, pero...
Le voy a explicar todo a Armando.
—Entenderá —susurro antes de dar otro trago a mi Margarita.
Entenderá.
¿Entenderá?
Siento un nudo en la garganta desde medio día, dolor que deviene de la culpa.
Además de entender, ¿me perdonará?
Paola me observa por ratos, como si se preguntara por qué ya no intento participar en la conversación. Me acorrala. Me analiza. ¿Me juzga?
—Estaba segura de que nos contactaste porque te gusta Armando —La codea Vanesa.
—Fue por Benja.
—Pero si te gusta Armando —digo, captando la atención del grupo.
—¿Tan segura está de eso? —Paola se sienta con espalda recta, demostrando así estar a la defensiva.
—Es lo suficientemente obvia, señorita Durán.
El «señorita Durán» es una clara burla a la forma en la que Armando se dirige a ella. ¿Por qué no la tutea?
—En todo caso no tiene nada de malo frecuentar a un hombre soltero.
—Por supuesto que no... Lo malo es insistir cuando no te pasa balón.
—De quien intento estar cerca es de Benja —devuelve arqueando una ceja. ¿Cuál es la molestia? La otra no soy yo.
—Benja, claro.
—Se cree muy lista, ¿no? —Me acusa entretanto Vanesa y Carolina nos observan como si temieran tomar partido. Ahora que me lo pregunto, ¿Armando habló de mí? ¿De nosotras?
—No me creo nada que no sea —Le advierto a Durán.
—Yo sé cómo resolver esto —dice Vanesa pasando por alto que, de hecho, ella lo empezó al insinuar que Durán está detrás de Armando.
—Vanesa, no... —Carolina pone ojos de alarma.
—¿Qué? Pueden pasar discutiendo toda la noche o —Gira en su asiento para llamar a un mesero— pueden divertirse con una competencia de tequilas. ¿Recuerdas la de Año Nuevo?
—¡Por eso lo digo! —exclama Carolina.
¿Tequilas?
—Yo acepto —sonrío sacudiendo polvo inexistente de mi vestido—, aunque dudo que la señorita Durán sea igual de atrevida.
—Pide el tequila, Vanesa —dice Durán sin apartar de mí su mirada detectivesca.
—Ahora escuchen —Cuando el mesero se marcha con nuestro pedido Vanesa hace espacio en la mesa como si organizara la batalla del siglo... O puede que eso sea—: Las reglas son las siguientes: Se pasarán la una a la otra una botella de tequila, limón, sal y un caballito para beber un trago por vuelta; la última que quede de pie gana. ¿Entendido? —Asentimos—. Las tres van a...
—¿Las tres? —Carolina abre mucho sus ojos—. Yo no compito.
—Claro que sí.
—No estoy interesada en Armando.
—Esto va más allá de Armando —dice Vanesa mientras recibe todo de manos del mesero—. Es por honor.
—¿Y tú por qué no participas?
—Por los gemelos. Pero tú lo harás por ambas... ¿o te regañan?
Carolina se encoge de hombros. —No es que me rega...
—¡La regañan! —empieza a corear Vanesa levantando en alto su mano para señalar con esta a Carolina—. ¡La regañan! ¡LA REGAÑAN! —Personas de otras mesas la siguen y, uno tras otro, se acercan al percatarse de que habrá competencia.
—¡Vanesa, basta! —Carolina no deja de esbozar muecas de dolor—. Está bien, pero solo tres vueltas.
—¿Quién empieza? —pregunta Vanesa pidiendo a un chico del público colocar a la vista un cronometro.
—Yo —digo sin dejar de ver a Durán.
—Entonces, Iara, empinas la botella sobre el caballito, bebes, se lo pasas a Carolina para que haga lo mismo y esta le pasa la batuta a Paola, ¿capisci? El platito con limón y sal se queda en el centro —Muevo hacia los lados mi cuello para demostrar que estoy lista—. Bien, empecemos...
Armando
—Pero no predijiste el final —dice Daniel.
—Que gran jefe escaparía no, pero que Jack Nicholson terminaría con una lobotomía...
—No lo viste venir, Armando —insiste.
—No fue tan wow, admítelo.
—¿Seguimos hablando de El resplandor? —pregunta Marco todavía ocupado con su teléfono móvil.
—Nos pasamos a Alguien voló sobre el nido del cuco.
—Esa es buena.
—¿Ves? Hasta Marco dice que es buena —defiende Daniel haciendo un gesto al mesero para que traiga la cuenta.
—No he dicho que no sea buena, es solo que el final...
—Me pierdes, Armando. Me pierdes.
—La escena del hacha...
—Que ya no estamos hablando de El resplandor —digo a Marco—. ¿Qué tanto ves ahí?
—Le estoy escribiendo a Vanesa.
—¿Siguen en el restaurante?
—No creo —Marco mira con duda su móvil—. ¿Por qué tarda en contestar?
—¿Otro bar?
—Pero debe ser tranquilo —Es como si se lo dijera él mismo o a Daniel.
—Eso espero.
—Sí... Vanesa no mata una mosca desde que está embarazada. Ustedes —Hace un gesto de indiferencia con su mano—, ni se estresen.
Iara
—One, two, three... Un borracho, dos borrachos, tres borrachos, ¿cuántos somos? —pregunta Vanesa en el micrófono a la gente del bar mientras agita hacia los lados sus brazos.
—¡Somos cien! ¡Somos más de cien! —contestan quienes nos rodean pasando de mano en mano a Capitán Pantaletas como si fuera poco menos que el Santo grial.
No sé qué número de vuelta es pero ya dejamos de beber el tequila de golpe para, acto seguido, ni siquiera poder llevar el caballito hasta nuestra boca. Carolina ya no puede hilvanar palabras, Paola intenta iniciar una discusión con cualquiera y yo me estoy concentrando en no morir mientras decido si continuo o no.
—¡Que nadie empuje! —sigue cantando Vanesa—. ¡Que nadie empuje! ¡QUE NADIE EMPUJE! ¡Todo el mundo ahora empujando!¡Ieeeeeeeeeeeeeeeee!
Armando
—No me siento cómodo viendo a sujetos en trajes ajustados.
—No ves al sujeto, ves al héroe —defiendo.
—¿Daniel? —pregunta Marco buscando apoyo.
—No me van tanto las películas de superhéroes —contesta Daniel en lo que firma la factura al mesero—, eso es con Armando.
—¿Qué me dices de la trilogía de Batman con Christian Bale?
—Esa es buena —acepta—, o cualquier película de DC... Es todo.
—¿Es todo? —Me tengo que inclinar sobre la mesa para dar crédito.
—Prefiero a DC. Marvel...me gusta, pero me entiendo mejor con DC. Batman es mi cómic favorito.
—El mío Flash —digo.
—Que es DC.
—Cierto.
—A mí me gusta Cara cortada —dice Marco.
—Todo en lo que salga Al Pacino es genial.
—¿En serio? ¿Qué me dices de esa película con Adam Sandler? —Le recuerdo.
—¿Jack y Jill? Tienes razón. Casi todo.
Iara
—Nuo me padece justo que Marco pague choooodo... todo —alega Carolina a Vanesa, tambaleándose, es borracha pero es justa. El mesero nos acaba de entregar una factura de tres ceros por consumo de margaritas, botanas y tequilas... al por mayor. Invitamos al grupo que nos hizo porras.
—Tienes razón —suspira Vanesa guardando su tarjeta para luego sacar una del bolso de Carolina—. Que pague Saviñon.
Já.
—¡Eshhha es para emergencias! —pelea Carolina intentando arrebatar a Vanesa la tarjeta.
—¡Esta es una emergencia!
—¿Y shi me pide eshplicaciones? —Carolina golpea con su mano la mesa.
—Pues se las das, amiga —contesta Vanesa señalando con gracia su escote—. Se. Las. Das.
Chica lista.
Paola se dejó caer sobre la mesa y yo, sentada en el piso, intento regresar a mi asiento. Carolina es la vencedora.
—¡Vamos, tiene mucho dinero por todas esas vidas que arruinó por darle ese final horrible a La cama! —insiste Vanesa.
—La cama —dice Carolina, levantándose—. Sssi, essa me la debe... —Pide a dos de los chicos que todavía nos acompañan que le ayuden a subirse a una mesa—. La cama —repite molesta.
Armando
—¿Todavía no contesta? —pregunto a Marco.
—No —Él levanta su móvil como si el problema fuese la señal, aunque es obvio que no.
—Carolina tampoco —dice Daniel revisando su propio teléfono.
Entonces, reconociendo que soy un distraído, reparo en que no tengo el número de teléfono de Iara. ¿Por qué no tengo el número de Iara?
—¡Ahí está! —festeja Marco mostrándonos la pantalla de su móvil. Vanesa por fin contestó—. Están en Latina, un bar —dice.
—Disco Bar —corrijo indicando por dónde caminar.
...
Lo primero que vemos al ingresar a Latina es dos grupos de personas. Uno rodeando a Carolina que baila sobre una mesa 'el meneaito' mientras Capitán Pantaletas, portando sobre su cabeza una tiara diminuta adornada con plumas rosadas, pasa dignamente de mano en mano sobre la cabeza de cada uno.
El teléfono de Daniel cae de su mano pero se apresura a recogerlo.
—¿Qué carajo? —exclama al encontrar de nuevo su voz.
Vanesa y Iara están bailando cerca de la mesa del DJ. Pero es la señorita Durán la que me preocupa: Está sentada sobre la barra con cuatro tipos escoltándole, tratan de «ayudarle» a pedir un trago. Está ebria.
—Voy hacia allá —suspira Daniel caminando hacia Carolina. Marco sigue la misma dirección para llegar a Vanesa. Yo...
Si no llego pronto esos tipos se pasarán de la raya con Paola. Preocupado, avanzo abriéndome paso entre la gente que platica o baila.
—¡Pero si es el honorable abogado Armando Calaschi! —exclama Paola al verme e intenta bajar de la barra, aunque uno de los tipos la detiene.
—La dejé enterita en el restaurante —reprocho.
—Ese mi problema con usted Armando —Me reprocha ella, gorjeando—, siempre me deja enterita.
Sus acompañantes ríen.
—Pero lo entiendo —continúa, todavía llamando la atención de todos—. ¡Lo regañan! ¡Lo regañan! —empieza a corear seguida por quienes le ven—. ¡Lo regañan!
Hago rodar mis ojos. No va a ser fácil.
—Señorita Durán, baje de ahí —Le pido acercándome a ella lo suficiente para que tome mi mano.
—Deje de llamarme «señorita Durán» que a su domadora le enoja —Me advierte señalando con su dedo a Iara. Niego con la cabeza y, entre más coros de «¡Lo regañan!», acorto la distancia entre nosotros para bajarla yo mismo de la barra.
—Listo —digo cuando estamos frente a frente de pie en el piso. Ella mira mis labios.
—Listo no. Tonto —devuelve todavía criticándome.
Acomodo un mechón de su cabello tras su oreja y después acuno su barbilla en mi mano para levantarla y que me mire directamente a los ojos en respuesta.
—Pero por lo visto así le gusto.
—Desde hace mucho —reconoce sonriendo tan descaradamente como el licor le permite. Me encanta.
—¿Por qué no me lo dijo antes?
—Se hubiera reído.
—Como mínimo, estoy seguro, hubiéramos sido amigos y quizá... Usted no lo sabe, señorita Durán —insisto, doliéndome...—, y yo tampoco porque nunca lo intentó... Debió hablarme.
—No puedo regresar el tiempo y ahora usted tiene pareja —recuerda, triste.
—Sí —acepto y la veo girar sobre sus pies para marcharse. Los cuatro tipos la siguen.
—Déjeme llevarla a su casa.
—Puedo llegar sola —dice a la vez que tropieza con dos parejas.
La sigo.
—Déjeme ayudar, señorita Durán —insisto vigilando que no sea víctima de otro traspié.
—¿No escuchaste que puede sola? —Me amenaza uno de sus custodios.
—¿Y tú y los demás no escucharon que soy abogado? —Les amenazo de vuelta y huyen.
El caso es que Paola se las arregla para salir ella sola al estacionamiento.
—Consígame un taxi y vuelva con su pareja —pide apoyándose en un coche. Da la impresión de estar a punto de caer dormida.
—Iré en el taxi con usted —digo haciendo señas al más cercano para que se aproxime. No la dejaré a merced de un tipo que no conoce.
—No es necesario, Armando.
—Lo es.
Iara
—¡Aquí está su jugo, señorita! —dice el mesero a Vanesa ofreciéndole el líquido en un vaso de vidrio.
—¡Niño, tú crees que yo nací ayer! ¡No te conozco! ¡Tráemelo sellado!
Me suelto a reír.
—¡No eres nada parecida a como te imaginé! —grito en su oído para que me escuche. Parecemos las edecanes del DJ.
—¿Armando te habló de mí? —pregunta sin parecer molestar en absoluto.
—¡No —Le muestro mi teléfono—, leí tu noticia en los periódicos!
—¡Ah, eso! —ríe.
—¡Yo misma quise hacer una nota para mi revista, pero nooooo! ¡Fuiste evasiva!
—¡Iara —Ella me codea como si fuéramos amigas desde hace una década—, a partir de ahora puedes preguntarme lo que quieras! ¡Lo-que-quieras!
—¡La verdad sí me gustaría entrevistarte! —reconozco.
¿Cómo pasas de escribir novela erótica a cuentos para niños?
—¡Eres psicóloga y periodista! —dice Vanesa mirándome con curiosidad—. ¡Es divertido!
Entonces reacciono. Coloco en el piso el trago que sujeto en mi mano, escondo mi teléfono y dejo de bailar. ¿En qué momento empecé a decir que me dedico al periodismo de farándula? ¿Quién más se percató?
De pronto soy más consciente de dónde y por qué estoy y en qué grado de embriaguez me encuentro. ¿Qué tanto he dicho «sin querer»?
—¡Carolina! —escucho que llama Daniel a la chica que todavía baila de forma sensual sobre la mesa.
—¡Atrapadas infraganti! —chilla Vanesa indicándome que la siga. Marco igualmente viene para acá.
—¿Las regañan? —pregunto, indignada.
—¡Já! ¡Se nota que no nos conoces, querida!
—Hola, guapo, ¿viniste solo al bar? —pregunta Carolina a Daniel desde la mesa.
—¡Estoy en compañía de mi pareja!
La gente que rodea a Carolina la anima a seguir bailando.
—¿Y no quieres mandarla a su casa para subir aquí? —Daniel mira a la chica boquiabierto—. ¿O te regañan? —Empieza a agitar su brazo en dirección al público—. ¡LO REGAÑAN! —corea con todos—. ¡LO REGAÑAN!
Daniel pasa una mano sobre su cara y la baja él mismo de la mesa.
—Mi novia es celosa —Le explica.
Ella acaricia su solapa.
—Tranquilo, hércules, que a mí solamente me conquistan con correos electrónicos.
—Já. Já.
Después Daniel busca con la mirada a Vanesa.
—Estás detrás de esto, ¿cierto? —Le recrimina.
Sin embargo, Vanesa, sin importarle, le ignora olímpicamente y corre hacia los brazos de Marco.
—Te extrañé.
—Se nota.
—Los gemelos querían bailar.
—Ajá. Los gemelos.
—¡CORREOS! —recuerda repentinamente la chica volviéndose a mí para mirarme. Parece haber asociado el comentario de Carolina con...—. ¡Iara Lécuyer! —Me señala—. ¡Simone de Beauvoir! ¡Eres la que me cuestionó por estar de pareja con un mujeriego!
—¿Eh? —exclama Marco.
—Sí... Esa —acepto.
Vanesa le empieza a platicar el incidente a Marco. Yo, por otro parte, no puedo más; giro sobre mis talones y empiezo a caminar buscando la salida. Veo venir el caos.
Armando no entenderá. Me odiará.
ME ODIARÁ.
Temo su reacción.
—¡IARA! —escucho a Vanesa llamarme y de inmediato me alcanza. No ayudó no estar lo suficientemente entera para correr—. ¿A dónde vas? Alquilamos una camioneta. Podemos darte un aventón.
También me odiarás.
—Es mejor que no regrese con Armando —digo, y ella, por supuesto, no comprende.
—¿Cómo...
Es hora.
—No soy psicóloga —suelto, interrumpiéndola—. Me acerqué a Armando porque vi la oportunidad de tener una nota. La nota. Descubrí hace mucho lo de Instagram, su relación contigo y Daniel Saviñon... Quería exponerlo para sacar más partido a los escándalos que provocaron ustedes —Mis ojos se nublan con lágrimas—. Yo... Lo lamento.
Vanesa no dice nada. Me observa como si apenas me reconociera, como si de pronto le asqueara. Sobrecogida vuelve sobre sus pasos y me deja ir.
Avanzo un par de metros hasta que, preocupada, miro sobre mi hombro y la observo poniendo al tanto de todo a Daniel Saviñon que de igual forma me mira con nuevos ojos, pide a Marco encargarse de Carolina y empieza a caminar hacia en mi dirección seguido de Vanesa.
Nos reunimos en la salida del bar.
—Es por eso tu nombre me sonó familiar cuando Armando lo mencionó —escucho decir a Daniel a mi espalda. Me giro para verle—. Tú... me buscaste.
—Mi trabajo es buscar notas —sueno avergonzada. Miro hacia abajo.
Me siento avergonzada.
—Y los niños hambrientos de África, desamparados y el cambio climático no generan el suficiente morbo, supongo —acusa.
—Intenté hacer periodismo de verdad —Miro de él a Vanesa.
—Aunque no lo suficiente.
Me armo de valor para no llorar.
—No tienes idea de lo difícil que es...
—¿Qué no tengo idea? —Daniel camina hacia mí. Está furioso con justa razón—. Tu gente casi me arruinó. Me señalaron. Me juzgaron —Sus ojos son dos balas—. Pero déjame decirte algo, Iara Lécuyer, Marco podrá no ser un modelo a seguir, Vanesa una despistada, Carolina una ingenua y yo llenaré para muchos el perfil de un criminal, pero tú... —Me señala—. Tú no eres mejor que nosotros.
—Lo sé... Acepté cenar con Armando para explicarle. No pensé que...
—Le romperás el corazón a un hombre que te ama —Me interrumpe Daniel. No hay excusa—. Él confió en ti... Te abrió la puerta de su casa... Te dejó compartir con sus amigos.
—Lo lamento —Me abrazo a mí misma sin tener el valor de darle la cara—. Armando es...
—Resuélvelo —Me ordena.
Limpio lágrimas de mi cara preguntándome en qué momento terminé de romperme.
Resuélvelo.
—Sí. Puedo hacerlo —Asiento decidida a contrarrestar lo más que pueda el caos—. No puedo detener un par de cosas que se salieron de mi control, pero si puedo evitar que esto crezca hasta un punto sin retorno.
—Hazlo entonces —Daniel me mira colérico.
Antes de irme dirijo mi atención a Vanesa para disculparme por los correos, pero responde ignorándome. Lo merezco.
Merezco todo lo que me pasa.
Armando
El taxi aparca y ayudo a bajar a Paola que avanza sobre su jardín resuelta a ser un atento para sí misma. La cargo y con ella en brazos toco como puedo la puerta de su casa. Una anciana en pijama abre. La reconozco como una de las abuelas que llegó a la «novena»
—Hola.
—¿Qué le pasó a mi nieta? —Me pregunta como si le debiera una explicación.
—Se pasó de copas.
—Así que no te basta con hacer pecar a una sola fémina.
—Tenemos opiniones distintas sobre mi capacidad para seducir mujeres, señora.
Termina de abrir la puerta y, a regañadientes, me indica dónde está la habitación de Paola.
—¡Te está observando Jesús! —Me advierte cuando entro. Hago rodar mis ojos.
—¡Dígale que no intentaré nada! —Recuesto a Paola en la cama.
—¡Él lo mira todo! —agrega.
Le saco los zapatos y tomo una sábana limpia de su armario para taparla. Se desmayó.
—Por si acaso la pondré de lado —digo—. No es que tenga experiencia con borracheras.
Estoy por irme cuando en la mesita de noche al lado de su cama descubro una fotografía. Es Paola con el doble de su peso actual. Alcanzo la fotografía para curiosearla de cerca.
¿Qué hubiera pasado de ser ella un poco más valiente y yo menos distraído?
—Debió hablarme, señorita Durán —insisto en voz baja para luego devolver la fotografía a su lugar.
—¡No se le escapa nada, Armando! —Me vuelve a amenazar la señora.
Hago rodar una vez más mis ojos.
Por lo que, para no meterme en problemas con el altísimo, doy un suave apretón a la mano de Paola y salgo de ahí. Debo llamar a Daniel para saber si voy o los espero en mi casa.
---
Quedan tres capítulos :)
Y una vez más disculpen la tardanza. Aunque Wattpad no resuelva lo de mi cuenta encontraré la manera de seguir actualizando.
Gracias por votar y seguirme en Instagram como TatianaMAlonzo ♥
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top