Capítulo. 19
—¿Cuál es su nombre completo?
Parece dudar querer decírmelo, sin embargo cede... —Iara Lécuyer.
—Iara Lécuyer —repito—. Suena... —Arrugo mi entrecejo—. No quiero sonar irrespetuoso al decirle cómo suena.
—¿Sensual? —Ella ríe. Yo asiento—. Lécuyer es apellido fránces.
—¿Usted es francesa?
—Mi abuelo. Aunque... a decir verdad yo tuve que aprender francés —confiesa, suspirando—. Siempre, tras decir mi nombre y apellido, viene la pregunta obligada: ¿Es francesa? ¿Sabe hablar fracés?
—Lo lamento.
—No, está bien. Me hace parecer interesante. Creo.
—Le aseguro que posee un atractivo que va más allá de un apellido sensual.
Me hace sentir bien verle sonrojar.
—Gracias.
—Calaschi es apellido italiano.
—¿Usted es italiano? ¿Sabe hablar italiano? —pregunta, sonriendo coqueta.
—Alguien de mi árbol genealógico seguramente —suspiro—. Sé poco de mi familia.
—¿Puedo saber por qué?
—Hasta donde sé mi padre era un hombre solitario. Mi madre se casó con mi él sin autorización. Ambos murieron jóvenes... A mi hermano y a mí nos crío mi abuela paterna.
—Suena triste.
—Fue más difícil para Benja. Él... no recuerda nada de nuestros padres. Todo lo que conoce y tiene somos mi abuela y yo... Ahora solo yo.
—¿Su abuela...?
—Falleció recientemente —La mirada de Iara se torna triste y seria. Me hace sentir cómodo que sea empática ante este tipo de temas—. Era como una madre para ambos. Más para Benja, que apenas aprendía a caminar cuando quedó a su cuidado.
—Puede que por eso se comporte rebelde. Usted perdió a su abuela, él a su mamá.
Me remuevo un poco en mi asiento. —Sabe... no lo había pensado. Se nota que es psicóloga —la felicito.
—No es difícil deducir eso —Se resta importancia ella—. En mi caso, crecí más cerca de mi abuela materna que de mis padres. Lo viví. Además, le aseguro que no se necesita ser psicólogo para dar buenos consejos —señala, elevando su tono de voz. Inmediatamente puedo sentir la mirada de Paola sobre nosotros. ¿Se conocen?—. El psicólogo es más como un orientador...
—¿Está desestimando su propia profesión? —pregunto, confuso.
Iara parpadea y vacila un poco antes de hablar.
—¡No!—aclara, ruborizada—. Lo que pasa es que... Recuerde que mi área de trabajo es la docencia. Soy psicóloga educativa no clínica... Aunque puedo intentar deducir cuál es el problema de Benja.
—Sí, ése puede ser.
El tiempo sigue corriendo entre tragos, conversación y todo tipo de snacks. Iara es una mujer inteligente, risueña y perspicaz. Es como si siempre supiera qué decir. Aunque, contrario a otras mujeres, dicha cualidad no me resulta intimidamente en ella. Iara... me hace sentir cómodo.
—¿Vive con sus padres?
—Sola. Y le advierto que bebo socialmente y soy fumadora.
—El cigarrillo le aconsejo dejarlo por salud —Ella asiente, dándome la razón—. No tengo problema con que beba socialmente. Me averguenza porque yo soy pésimo lidiando con el alcohol.
Ella ladea su cabeza hacia un lado, encontró interesante el tema. —No le creo.
—Recién me emborraché y baile música de Juan Gabriel para dos de mis amigos.
—¿Es de ese tipo de bebedores que pierde el control?
Esta vez soy yo el ruborizado. —No. Precisamente porque no bebo alcohol es que hice el ridículo. Acababa de platicar con mi ex... Me confesó que me engañó.
—¿Vanesa?
—La anterior a ella.
—¿Lo buscó para decirle eso? —Iara no puede creerlo.
—Yo la orillé a hacerlo. Necesitaba... saber.
Iara calla durante unos instantes. Es como si estuviera pensando qué decir. —Creo que puedo entenderlo —dice, finalmente—. Saber nos libera... Si se está dispuesto a soportar el peso de la verdad, claro.
—Necesitaba cerrar ese ciclo.
—Cerrar ciclos —repite, pensando—. Creo que también puedo entender eso, Armando. Yo, en general, lo comprendo mucho más de lo que cree.
—¿Usted que busca en una pareja? —me aventuro a preguntar. Mi cuello hormiguea.
—Me gustaría poder platicar con alguien sin temor a que me juzgue —explica, mirando las copas sobre nuestra mesa—. Platicar sin temer que más adelante usará mi confianza para lastimarme. Me gustaría poderle confiar mis metas y miedos a alguien que los tomará con seriedad y cobijará. Quiero un cómpice, Armando. Alguien, que al final del día, me espere para beber una copa y decirnos qué va bien o va mal sin perdernos el respeto.
—Creo que eso es lo que todos queremos.
—Pero no se lo damos a alguien más —dice ella, un poco molesta—. Levantamos paredes invisibles para no dejar entrar a nadie. Vivimos con el miedo de que nos puedan lastimar. Porque ése es el maldito problema de haber sido decepcionados una primera vez... No queremos que vuelva a pasar. Hacemos hasta lo imposible para que no vuelva a pasar.
—Mi problema es lo opuesto a eso —rio, nervioso.
—¿Se enamora facilmente?
Es un poco bochornoso que ella saque esa conclusión tan rápido. —Algo así.
—Yo debo darme una nueva oportundad para recibir amor sin sentir miedo mientras usted debe reservar su derecho de admisión. Menuda pareja juntó "La Pecera".
Me echo a reír mientras le hago una seña al mesero para que vuelva a llena nuestras copas. La conversación con Iara es cada vez más personal.
—¿El amor es lo único en lo que falla? —pregunto.
—Fallo en todo. Estoy aquí, con usted, temiendo que mi padre y madre estén platicando sobre lo defraudados que se sienten de mí. Casi los puedo oír comparando mi vida patética con la de mi hermana... que es perfecta.
—¿Por qué se sentirían defraudados de alguien como usted?
—Porque soy un desastre —Ella coge un poco de snacks entre sus dedos y juega con estos—. Perdí mi trabajo hace meses y, desde entonces, cada que alguien platica conmigo se siente en la obligación de decirme qué hacer. Mis padres más que nadie.
—Pensé que tenía un trabajo.
Ella entrecierra sus ojos. —Estar en una consultoría no es exactamente tener un trabajo...
—Cierto.
—Me tratan como si no supiera qué hacer...
—Lo viví. Es molesto.
—Y acá entre nos, realmente no tengo idea de qué hacer —ríe y yo con ella—. No sé empezar de nuevo. No sin sentirme insegura. Lo que tenía era demasiado bueno: Novio guapo y adinerado... Un empleo bien remunerado. Era... demasiado bueno.
—Nunca tuve ese problema, sabe. Desde que salí de la Universidad me contrataron.
—El bufete de su amigo.
—Sí... y creo que ése es mi problema —concluyo. Iara me mira confusa—. Siempre vivir bajo la sombra de alguien. Debí animarme a instalar yo mismo mi bufete. Daniel, incluso, me presentó a la única novia formal que he tenido. Ello son parientes.
—¿Por qué siento que está teniendo una revelación?
Bebo otro sorbo de mi copa antes de responder a eso. —Creo que eso es exactamente lo que está sucediendo.
Iara y yo nos sonreímos por millonésima vez.
—Lo siento... en media hora cerramos —escucho que nos llama alguien. Un mesero.
Cuando me giro y veo en redondo el bar, descubro que Iara y yo estamos solos. Las demás parejas de la Pecera se fueron, asimismo otros clientes y trabajadores del lugar.
—Se nos fue el tiempo hablando —ríe ella.
—Sin duda... —Observo la mesa de Paola, ella tampoco está. Ni siquiera me di cuenta de en qué momento se fue.
Iara y yo nos incorporamos, insisto en hacerme cargo de la cuenta y empezamos a caminar hacia la salida del bar. Caminamos uno junto al otro hasta el aparcadero.
—No olviden que pueden venir por otro número si desean citarse con alguien más —nos llama la encargada. Ella está acomodando cosas en el baúl de su coche—. Mi compañera y yo estamos aquí de lunes a viernes.
Momento incómodo. Iara y yo nos miramos de reojo y nos despedimos de la encargada con un gesto con la mano.
—¿Vive cerca? —le pregunto a Iara, abriendo la puerta de mi coche. El de ella está estacionado enfrente.
—En realidad... estoy de visita —responde, rodeando su volvo color plateado—. No vivo en Deya. Me estoy quedando en un hostal.
—¿Qué hostal?
—Eh...
—Si no me quiere decir está bien —digo, disculpándome—. No quiero sonar acosador. No soy un acosador.
—No es eso, yo... —ríe, mirando hacia todos lados. Luce incómoda— me quedo en mi coche. No puedo costear un hostal o algo más.
Puedo ver en su semblante que se está esforzando en no mirarme directamente a la cara. Mencionó que no tiene empleo... es sólo que no pensé que estuviera tan mal.
—En casa tenemos una habitación extra —digo, sintiendo mis manos sudar—. Sí no le incomoda compartir espacio con un abogado de medio pelo, su hermano adolescente y un chihuahua neurótico, claro está.
—Suena como algo que me gustará recordar.
—¿Me sigue entonces?
Iara duda un poco pero sonríe. —Claro.
...
Al llegar a casa lo primero que hago es regañar a Benja y al chihuahua.
—No puedo creer que sigan despiertos, son más de las doce.
Benja está recostado sobre el sofá principal de la sala con la laptop -todavía- instalada en su regazo y Capitán Pantaletas está echado a su lado.
—Te estábamos esperando —dice Benja, burlón.
—Sí, claro. Y te advierto que voy a empezar a supervisar lo que ves en esa laptop.
—De momento me suscribí a Netflix.
—No tienes tarjeta de crédito. No sabes usar tarjetas de crédito.
—Ay, Armando. Armando. Armando...
La mirada de Benja indaga un poco detrás mío y se asombra al ver que vengo acompañado. —¿Qué es eso?
—Una mujer.
—Ya sé, pero... ¿Contigo?
Hasta Capitán Pantaletas se muestra impresionado.
Me cruzo de brazos. —¿Qué tendría de extraño?
—¿En verdad quieres que responda esa pregunta frente a ella?
—No.
Escucho a Iara reír. —Mi nombre es Iara Lécuyer. Tú debes ser Benja.
—Sí —Mi hermano le ofrece su mano y ella la acepta—, y si Armando te habló mal de mí, te advierto que se quedó corto porque soy peor.
—Seguramente —dice ella dándole la razón, consiguiendo de esa forma una sonrisa de Benja—. Y tú debes ser Capitán Pantaletas.
Cuando Iara intenta alcanzar la cabeza del Chihuahua para acariciarla, intento detenerla.
—Cuidado que es un poco... —Me detengo al ver que Capitán Pantaletas responde bien ante ella— ¿enojón?
Apenas puedo creer que el chichuahua se deje acariciar por Iara.
—En realidad al único que odia es a Armando —dice Benja a Iara.
—¿Y yo que le hice?
Benja me mira con hastío. —¿Además de que lo incomodas?
—Ahora resulta que no le caigo bien al perro porque invado su espacio personal.
Una vez más escucho a Iara reír. Parece divertirle escucharme discutir con Benja. Es eso o que Capitán Pantaletas no deja de lamerla.
—¿Entonces... —Benja observa de reojo a Iara— vienes porque te vas a acostar con Armandito?
Le dirijo a mi hermano una mirada asesina en lo que Iara vuelve a reír. —No lo descartamos —dice ella, sorprendiéndome.
—Tengo una caja de condones en mi armario por si quieres utilizarla —me dice Benja.
—Apuesto a que está cerrada —devuelvo, dejándole sin palabras—. ¡Sí, esa te la gané! —salto, señalándolo—. Primera vez que te callé la boca.
—Anda, disfruta tu momento —gruñe él, volviendo su atención a la laptop.
Iara, ahora sentada en el lugar que ocupaba Capitán Pantaletas, observa lo que hace Benja.
—¿Eso es Youtube? —le pregunta.
—Sí, tengo mi canal.
Tanto Iara como yo arqueamos nuestras cejas. —¿Tu canal? —pregunto.
—Me conocen como "El Moco" —continúa explicando Benja a Iara.
—¿Y qué tipo de vídeos publicas? —le pregunta ella.
—Inusuales. Ese tipo de cosas que te obligan a detenerte cuando vas por la calle: Ancianas utilizando leggins, Payasos asesinos, tipos embriagados —Él me mira de reojo—. También publico mi opinión sobre temas virales.
—¿Tú das tu opinión? —pregunto, incrédulo.
—Y le interesa a mucha gente, Armando —me contesta Benja, enfadado—. Hace un rato publiqué mi opinión sobre sobre los candidatos a gobernadores.
—¿Y qué puede saber un adolescente sobre candidatos a gobernadores? Sobre política en general, en realidad.
El moco me mira mosqueado. —Más de lo que piensas. Además, mis comentarios son burlas hacia ellos. Burlas disfrazadas de críticas.
—Y gana dinero con eso —dice Iara, todavía mirando la pantalla de la laptop.
—¿Qué? —digo, acomodándome junto a Benja para también mirar qué hace—. No puede ser. ¡Eso es la mitad de mi salario!
—¿Tan poquito ganas? —se mofa Benja, mirándome y nos explica a ambos cómo diablos consigue hacer dinero—. Soy CEO de Mucus Corporation.
—¿Eres el CEO? —pregunto, apenas creyéndolo—. ¿Y quién es tu segundo a bordo?
El moco busca con la mirada a Capitán Pantaletas. —Él es mi jefe de operaciones y vicepresidente.
—¿Y cómo demonios recibes el depósito de tu dinero? —cuestiono.
—Ay Armando, Armando, Armando...
Mi hermano continúa explicando su sistema de trabajo a Iara mientras yo les observo admirado. Es como si mirara con nuevos ojos a mi hermano.
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Que Iara se mude con estos dos promete, ¿no? xD ¿Qué creen que va a pasar?
Nota: En algunos días retiraré de la plataforma el libro Crónicas del circo de la muerte: Reginam. Por si alguien todavía no lo lee. Esa historia tiene de todo, sobre todo personajes que nunca olvidarán ♥
Y claro, los espero en el grupo de Facebook Tatiana M. Alonzo - Libros
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