Capítulo 14
Cuando la grúa llegó, Melissa y yo salimos del café y nos despedimos. Pasé un rato agradable al lado de ella.
Antes de irse le pedí su número de teléfono para seguir en contacto, una vez más me miró con asombro y su voz titubeó al momento de dármelo; lo que me hizo reflexionar sobre qué tan mal estoy yo por no comprender con exactitud la extrañeza de ella, o ella por extrañarle que yo la quiera volver a contactar. No obstante, para mi suerte, ella también pidió mi número de teléfono.
Le digo adiós con mi mano en lo que miro a la grúa llevarse su coche.
—Hey —escucho que llama alguien detrás de mí. Me viro para ver quién. El mesero de la cafetería—. Su acompañante olvidó una bufanda —me informa y me entrega la prenda.
Le doy las gracias y marco en mi teléfono móvil el número de Melissa para decirle que tengo su bufanda, en dado caso la busque.
Alguien contesta.
—¿Sí? ¿Melissa? Soy Armando. Yo...
—Número equivocado —dice la voz en mi móvil. La voz de un hombre.
—Oh, perdón.
Cuelgo y contesta el mismo hombre.
Reviso con cuidado los números anotados y compruebo estar marcando bien. Y sí, todo bien. De cualquier manera, o guardé mal el número o ella no me lo dio bien. Habrá que esperar a que me llame ella.
Camino a casa una idea se instala en mi mente y elijo tomarla, por lo que me dirijo al restaurante más cercano y pido dos menú de comida para llevar.
...
Toco la puerta de la oficina de la señorita Durán en punto del medio día.
—Pase —llama ella.
Me doy ánimos mentalmente y giro la manivela de la puerta. Entro. Paola no disimula cuánto le extraña verme.
—Buenas tardes —saludo, un poco acobardado. No es que le tenga miedo a la señorita Durán. Bueno, sí un poco.
O quizá no es miedo, puede que sea... Es miedo, Armando.
—Buenas tardes —saluda ella con voz neutral y mirándome por encima de sus lentes. Lentes para leer. Tiene un folio en sus manos. Espero no haber interrumpido algo importante.
—Me preguntaba si —Miro de Paola al par de bolsas que tengo en mi mano— me aceptaría otra invitación a comer.
Ella levanta un poco su barbilla y continua viéndome por encima de sus lentes. Está sentada frente a su escritorio mientras yo estoy de pie bajo el marco de la puerta.
—¿Adónde? —pregunta.
Me coge por sorpresa que espere que salgamos. Claro, sería lo usual salir en vez de comer aquí.
—Bueno, yo —Me fijo una vez más en las bolsas que traigo conmigo. Paola, sin comprender mi retraimiento, sigue la dirección de mi mirada y advierte qué plan tenía— me preguntaba si quizá podríamos comer aquí... —Paso de sentirme un poco cohibido a completamente avergonzado. ¿Por qué asumí que sería buena idea traer la comida?—. O podemos salir si usted prefiere —titubeo.
Ella aspira un poco de aire, expresando de esa manera su derrota, creo, y me pide que termine de entrar. Cierro la puerta tras de mi, acomodo las bolsas con comida sobre el escritorio.
—Lo mío es la mitad de un pollo rostizado —digo, entusiasmado de poder comer con ella—, pero para usted traje una ensalada —Paola me dirige una mirada críptica al escuchar la palabra ensalada—. Es baja en grasas —aclaro, temiendo haber hecho algo mal—. Aunque... —río tontamente— es obvio que al decir ensalada uno asume que es baja en grasas. Digo, casi todo en ella es lechuga, tomate, cebolla y —Miro la ensalada. Tiene copitos de pan. A lo mejor no come pan. Me remuevo sintiéndome incómodo— pan. Aunque se lo podemos quitar si... —Ella no dice nada— si a usted no le gusta.
Mi voz tiembla en lo que ella mira con reservas la bandeja con ensalada.
—O puede comerse el pollo —digo diplomático y mostrando así que no me importa ceder. Ella sigue sin decir palabra. No debiste asumir que come ensaladas, Armando—. Sí, cómase el pollo —insisto, sacando la bandeja con pollo de la bolsa, mientras sudo frío— y yo la ensalada que tiene copitos de pan —Nos miramos. Su mirada continua enigmática—. Aunque la ensalada viene con una Coca cola Light —añado, por si eso la convence—. Si es que usted —Trago saliva al sentir su mirada de incomprensión sobre mí— bebe Coca cola Light. ¿Bebe Coca cola Light? —Ella asiente, pero yo, como el ser estúpido que soy, continúo mi divague—. O puede quedarse con la Coca cola normal. El pollo trae la Cola cola normal... digo.
Paola, todavía en silencio, me indica con un gesto de su mano que ocupe la silla frente a su escritorio y, seremoniosamente, acerca la bandeja con ensalada hacia ella y la abre. No se ve molesta, pero tampoco luce feliz.
—O podemos dividir el pollo —continuo, abriendo la bandeja con pollo. Este viene acompañado de papas fritas y ensalada de pepino—. Usted me da la mitad de su ensalada y yo le doy la mitad de mi pollo.
Sonrío satisfecho para que note que no me molesta darle la mitad de mi pollo. Sin embargo, aunque me mira de una forma que sigo sin poder explicar, insiste en continuar en silencio.
—O puede quedarse con la mitad de mi pollo sin que me tenga que darme ensalada —digo, dudoso y sintiendo que me caigo de la silla. Vamos, diga algo—. No es que esté insinuando que usted es acaparadora —puntualizo, para que no se enfade. Pese a eso, continúa sin darme a entender cómo se siente—. O puede comerse todo el pollo —Vuelvo a tragar saliva. No seas idiota, insinuarle eso la ofenderá—. No es que insinúe que usted es capaz de comerse un pollo completo, porque casi es un pollo completo —señalo. A continuación, ella apoya sus codos sobre su escritorio y entrelaza sus manos para colocar su barbilla sobre estas. Y aunque me mira, su semblante continua inescrutable—. ¿O si puede comerse un pollo completo? —balbuceo. Sálvame, Dios—. Porque no la voy a juzgar si quiere comerse el pollo completo. Es más —Cojo mi tenedor y mi cuchillo y los uso para mover mi pollo de mi bandeja a su bandeja—. Ahí está. Con confianza, por favor.
Le sonrío para que se sienta cómoda de empezar a comer. Sin embargo, para mi mala suerte, ella aún apoya su barbilla sobre sus manos y su semblante continua siendo un enigma para mi capacidad analítica.
¿Por qué las mujeres simplemente no dicen qué quieren?
—¿O solo tome lo que quiera del pollo? —pregunto, murmurando y sin dejar de mirarla. Me siento el hombre más idiota del planeta.
Ella sonríe levemente. —Devuelva el pollo a su bandeja, Armando —me pide, conservando la misma postura. Aunque su tono de voz es de advertencia.
Hago lo que me pide.
Maldito, pollo.
La señorita Durán aspira un poco más de aire y coge un tenedor de la bolsa para empezar a comer.
—¿Si se va a quedar con la Coca Light? —pregunto, esperando que ella elija la gaseosa que prefiere.
E ignorándome, acerca la que es Light hacia ella. ¿Estoy haciendo bien o mal?
—Porque puede quedarse con la otra —insisto. Ella me dirige otra mirada inescrutable—. No es que... —La miro sintiendo mi boca temblar— yo insinúe que usted todavía debería comer cosas Light. Porque déjeme decirle que se ve bien. Muy bien, realidad... —Le estás diciendo que antes se veía mal, Armando. Me muevo incómodo en mi asiento—. Y no es que al decir eso yo insinúe que antes se miraba mal. Quiere decir...
—Coma en silencio, Armando —me interrumpe y mira de vuelta su ensalada.
Lo estás echando a perder, me regaño.
Comemos un par de minutos en silencio hasta que procuro buscar un nuevo tema de conversación:
—¿Sabía que el pollo es bajo en grasas?
Paola hace una mueca sin dejar de ver su bandeja con ensalada. —No sale con muchas mujeres, ¿cierto?
¿Cómo lo supo?
—No —digo, un tanto avergonzado—. Con mi última pareja duré años y...
—¿La que resultó embarazada del jefe? —pregunta.
Suspiro. —Otra.
—Debería tomarse el tiempo para conocer a alguna chica —sugiere, todavía mirando su ensalada.
La miro, triste. ¿Es su forma de enviarme a la HermanoDeMiAlumnoZone o lo que sea?
—Yo... —No sé ni qué decir. Por alguna razón sus palabras me afectan.
Todo es tu culpa, pollo.
—Hay un bar llamado Brújula —indica, mirándome diplomática—. Ellos organizan una actividad conocida como La pecera. Usted anota sus datos en un listado y los encargados, tomando en cuenta sus preferencias, le organizan una cita a ciegas.
No sólo insiste en que tenga claro que no tengo ninguna oportunidad con ella, sino que además se está encargando de enviarme con alguien más.
—Sí, ¿por qué no? —exclamo, procurando sonar decidido y disimulando lo mejor posible mi desilusión—. Vamos a conocer mujeres.
Al decir lo último froto mis manos.
—Mi consejo es permitir que ellas lo conozcan a usted —añade, seria.
Buen punto.
—Sí. No suena mal.
Paola me sonríe. —Espero verlo ahí este fin de semana, entonces.
Abro mucho mis ojos. —¿Usted también participará?
¿Por eso me batea? ¿Antes quiere evaluar otras opciones?
—Estoy inscrita hace ratos —justifica, sonrojándose levemente. Interesante—. Una amiga quiere que evalúe prospectos —Arruga un poco su nariz al decir eso—. A lo mejor usted aparece entre mis opciones —agrega, sin verme.
Pensé mal. Quiere que participe en la dichosa Pecera para saber si congeniamos. O eso asumo yo.
—Prometoinscribirme —digo, animado.
Porque, ¿qué podría salir mal? Es solo una cita a ciegas.
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Sí, ¿qué podría salir mal? xD
Espero que hayan disfrutado leer a Armando peleando con un pollo.
Gracias por estarse uniendo a mi grupo de lectores en Facebook: Tatiana M. Alonzo - Libros.
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