Capítulo 13

Nota: Por ahí recibí un par de quejas por citar una canción de Juan Gabriel en la novela. Nada más quería hacer énfasis en que los personajes de la trilogía Secretos y papeles (CEL, VEL y AEF) tienes nombres y apellidos hispanos: Saviñon. Navarro. Salcedo. Maldonado, etc. Y Calaschi.... bueno, Armando es inmigrante, supongo (A Trump no le gusta esto xD Jajaja)

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No recuerdo la última vez que bebí alcohol de forma descontrolada. Es más, no recuerdo si alguna vez, antes de ayer, bebí alcohol de forma descontrolada. Nota mental: Las cervezas Light también hacen embriagar. 

¿Por qué no lo deduje antes?

Estoy recostado sobre el sofá de la sala de estar y creo que estar teniendo un ataque de pánico en lo que termino de abrir mis ojos e intento hacer memoria. 

¿Qué hice?

¿Qué dije?

¿A quién llamé?

—Eres una vergüenza para el genero masculino, Armando —me regaña Benja, desde la puerta. Está por irse al instituto.

Necesito un tazón de sopa con mucho picante. 

—Se llama resaca —digo, tratando de no elevar mucho mi voz para que no explote mi cabeza—. Y no tomes mi mal ejemplo, por favor. No es correcto que bebas.

Algo tarde para decir eso. 

El moco hace rodar sus ojos. —¿Lo de ser ebrio es eventual, entonces?

—Y un accidente total. No volverá a pasar —prometo.

Benja bufa. —¿Y también es un accidente que te pusieras a bailar, con todo y coreografía, Yo no nací para amar de Juan Gabriel usando como micrófono un cucharon de la cocina?

Llevo una mano hasta mi cara. Así que no lo soñé. Me tomo unos segundos para pensar en ello: —No digas que mientras llamé a Paola —pregunto, tentativamente y temiendo la respuesta del moco. 

De esa respuesta, tengo claro, depende el resto de mi existencia. ¿Qué tan patético eres, Armando?

Mi hermano intenta no reír. —Pues llamaste a alguien —dice. ¿Llamé a alguien? ¿A quién, maldita sea?—. No sé si a la señorita Durán, pero si llamaste a alguien. Porque digo, el baile lo hiciste frente a tu teléfono. De hecho —Benja se suelta a reír—, en las pausas de la canción repetías: ¡Miren los pasos que pasos aprendí! 

¿Miren? ¿A quiénes les bailé? Una muerte dolorosa me vendría bien justo ahora. 

—Oh, no —protesto, pasando ambas manos sobre mi cara. 

Aún me duele la cabeza. Aún tengo sueño y ya tengo claro que, una vez más, hice el ridículo. 

—Seee, realmente fue patético —Benja acomoda su mochila sobre su hombro y abre la puerta—. Te veo luego, ¿quieres? Tengo que irme al instituto. 

Nota mental número dos: Quemar discos con canciones de desamor. 

En lo que veo a Benja salir, recuerdo algo: —¡No vayas a publicar lo de anoche en ningún jodido portal de vídeos! —lo amenazo. El moco me mira fingiendo no tener idea de qué estoy hablando—. Lo digo en serio, Benja.

Él no quita su cara de "¿Es en serio?" —¿Estás insinuando que yo te vendería por unas visitas en Youtube?

Como puedo y todavía sintiendo mi cabeza dar vueltas, me siento en el sofá. —¡Sí! —estallo.

El moco se recuesta sobre el marco de la puerta y, fingiendo estar indignado, se cruza de brazos. —Me decepcionas, Armando —dice, teatral—. Yo, Benjamin Calaschi, jamás, léase bien, jamás te vendería por unas cuantas visitas a un portal de vídeos —Lo miro arrugando mi entrecejo—. ¡Son miles de visitas, en realidad! —ríe—. Con suerte logro que una de esos vídeos se vuelva viral. Sería un Youtuber famoso. 

Masajeo mis sienes. —Benja... —gruño. 

—Ya. Ya. Prometo ser bueno.  

—Y de paso vamos a hablar del tiempo que pasas con tu teléfono. Te voy a poner horarios.

Ahora sí se ve indignado. —¡Tampoco te pases!

Trato de lucir imponente. —Soy la autoridad en esta casa —enfatizo. Mientras, observo a Capitán Pantaletas caminar del corredor a la sala, sosteniendo en su hocico mis calcetines—. Aunque ni el perro me respete soy la autoridad. ¿Quedó claro?

Benja mira de mí a la puerta. —Ajá, ¿y qué más?

Estoy haciendo que me odie. 

—Y no quiero que te metas en problemas mientras no estoy  —exijo. O al menos hago sonar que lo exijo—. Por la tarde saldré a conseguirle otro consolador al perro para que ya no me odie, pero volveré pronto.

El moco rasca un poco su cabeza. —Para que no dudes de mi buena fe, salvaré tu culo recordándote que existen las compras por internet. No tienes que ir por ahí preguntando si te venden o no un consolador. 

Es cierto.  Titubeo un poco. —Genial... Lo pediré por internet entonces. 

Benjamín asiente. —Seee. Igual no quiero que mi hermano ande buscando consoladores por toda la ciudad —Me mira significativamente—. Nos asocian, sabes. 

Cojo una de las latas de cerveza que tengo a mis pies, se la arrojo y lo obligo a terminar de irse.

Cuando estoy solo me vuelvo a dejar caer sobre el sofá. Soy un desastre. Busco mi teléfono aquí mismo. Lo encuentro a un lado de mi oreja. 

Reviso mi historial de llamadas temiendo lo peor. Nada fuera de lo normal hasta que abro mis conversaciones de WhatsApp. Los emoticones de risas y aplausos por parte de Marco y las miradas de incredulidad de Daniel me dejan claro para quienes bailé. 

Mirando el lado positivo, al menos no fue a Paola y he visto en peores situaciones a Daniel. En cuanto a Marco, sus hijos crecerán huérfanos si comenta algo. 

Fatigado y saboreando algo amargo en mi boca, camino hasta mi habitación y saco ropa limpia de mi maleta. Después cojo una toalla y me meto a la ducha. Hora de renacer. 

...

¿Qué tal un poco de ejercicio?

Debo aprovechar de forma positiva mis vacaciones. Tengo claro eso. No más ebriedad o ridículos involuntarios. A partir de hoy seré el tipo respetable que siempre he sido y empezaré por salir a correr para así sentirme mejor conmigo mismo. 

Vistiendo ropa y zapatos de correr, salgo de casa y empiezo a callejear el vecindario. Vivo a las afueras de Deya, por lo que en mi ruta encuentro parques y casas, como en toda zona residencial.  Y aunque me siento agotado después de diez minutos de únicamente trotar, sigo. Sigo corriendo hasta que un jaleo a un costado mío me sorprende y me obliga a atajar: Una mujer está discutiendo con un tipo e intenta echarlo de casa. O eso parece al verlos zurrarse frente a su puerta. 

No te metas. Mi prudencia me dice: No te metas. 

Ignorando todo, sigo trotando hasta que ella me pide auxilio. Él la está golpeando. Oh, por Dios. Corro hasta donde están y enfrento al tipo.

—¡Oye! —le detengo la mano a él. La mujer está llorando—. ¡¿Qué te pasa, idiota?!

Él me empuja para tratar de echarme. —¡NO TE METAS! —me grita, a la vez. 

A tiempo se aproxima una patrulla. 

—¡Aquí! ¡AQUÍ! —llamo, esquivando más golpes del tipo—. ¡Hey! —insisto, mirando con desesperación la patrulla—. ¡Aquí es el problema!

En lo que esquivo más golpes, por el rabillo del ojo observo puertas y ventanas entreabiertas. Los vecinos. Deduzco que ellos llamaron a la policía.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunto a la mujer, procurando calmarla en lo que continuo conteniendo la furia del que, asumo, es su esposo.

—Ana Sofía —dice, sollozando e intentando esconderse tras de mi para que el otro no la siga golpeando. 

La dejo hacerlo y encaro al otro: —¡Basta! —le grito. 

—¡QUE NO TE METAS! —me vuelve a gritar él, lanzándome un golpe a la cara. 

—¡Ah no! —lo detengo y golpeo con mi puño su estómago—. ¡A mí no!

Él, tosiendo frenético y retorciéndose por el dolor, cae al suelo. La mujer grita y corre a su lado. Entretanto, la policía baja de la patrulla y se acerca a nosotros:

—¿Qué pasa aquí? —preguntan, mirando al golpeador, que ahora está tendido en el piso. 

—Intentó golpearme —explico, masajeando mi puño. Tiene cabeza de roca el tipo—. Antes la golpeó a ella.

—¡CÓMO SE ATREVE! —me grita la mujer, llorando con más desesperación. ¿Qué diablos?—. ¡ÉL NI SIQUIERA SE PUEDE PONER DE PIE!

Observo al hombre. Es cierto. Está tan adolorido que no trata de incorporarse. Los policías me miran de forma sospechosa. ¿Qué diablos?

—Oh, yo no tengo nada que ver aquí —digo, levantando mis manos a manera de mostrar mi inocencia. ¿En qué demonios me metí?—. Solo intentaba defenderla —señalo a la mujer. 

—¡MENTIRA! —llora ella, abrazando a su amante, novio o esposo golpeador. Lo que sea—. ¡Él vino para golpear a mi marido! 

Ah, es su marido. La miro boquiabierto. Acto seguido, los policías me piden acompañarlos. ¿En serio esto está pasando? Busco la mirada de los vecinos.  Ellos están negando con la cabeza. Sus miradas me dicen "No debiste meterte, amigo." Maldita sea. 

Acompaño a los policías hasta la patrulla, uno de ellos abre la puerta para mí y, sin resistirme, subo al asiento trasero. Los dos agentes también abordan el vehículo. 

¿Por qué yo?

—Siempre es lo mismo —dice uno, al alejarnos de la mujer que todavía está consolando a su marido golpeador—. Pero tenemos que venir. Estamos obligados a venir. 

—¿No es la primera vez que los llaman? —pregunto, preocupado de terminar en prisión por una ridiculez.

Al llegar a la comisaría llamaré al Bufete. 

—Nah, no es la primera vez. Los vecinos siempre nos avisan cuando él la está golpeando, pero cuando venimos —Uno de los agentes hace rodar sus ojos— ella lo defiende y evita que nos lo llevemos.

—¿Lo defiende? —pregunto, atónito. El agente asiente con la cabeza, mirándome por el retrovisor—. Y yo quedé embrollado esta vez —deduzco, molesto.

Ellos ríen y cuando nos alejamos un poco más me animan a bajar del vehículo. Lo hago. Dudo pero lo hago. 

 —Y ya no juegues al héroe —me dice uno de ellos antes de alejarse. 

Jugar al héroe. Acepto que no es la primera vez que estoy frente a un caso tan peculiar. Como abogado he tenido que tratar con muchas mujeres que persisten en quedarse con hombres que las maltratan. Mujeres. ¿Qué quieren las mujeres? Dejando para otro momento la filosofía de género, tomo aire y sigo trotando. Últimamente los problemas me buscan en lugar de que yo los encuentre y me estoy cansando. Tal vez mi suerte cambió al viajar de Ontiva a Deya, concluyo. ¿Seré el mismo Armando de siempre si regreso? 

Troto calle tras calle sin detenerme hasta que miro a una mujer intentar encender su coche, aparcado de mala manera a un lado de la avenida. No juegues al héroe, me recuerdo, pero me resulta imposible escucharle maldecir a todo pulmón:

¡Sabía que me harías esto! —le alega a su Volkswagen, lo que me hace reír. ¿Quién discute con un coche?—. ¡Basura! ¡Inconsciente! ¡No ves que no tengo dinero para repararte!!

Observo discreto a la demás gente que está cerca. Hay un par de tipos que también la están mirando, pero que tampoco se acercan a ayudar. Asumo que tiene que ver el hecho de que la mujer tiene sobrepeso. ¿De tratarse de Scarlett Johansson dudarían en ir? No, no dudarían. Molesto, elijo acercarme.

—¿Puedo ayudar? —le pregunto y sus ojos color celeste hielo me miran con asombro. 

Supongo que no esperaba contar con alguna mano. Asiente y me indica que abrirá el capó del coche. Hago un gesto afirmativo y camino hasta el capó para levantarlo. Está saliendo humo. Me lleva unos minutos deducir que el problema es grave y que el viejo Volkswagen necesitará de un taller mecánico.

—¡Y ahí va otro cheque! —bufa ella, al bajar del coche e instalarse a mi lado. 

—¿No tienes seguro? —pregunto, mirándola con humor. Me hace reír las caras graciosas que hace mientras mira con decepción su coche. 

¿Le gritaría al vehículo de no estar aquí yo?

—Venció, creo —suspira—. Mi papá está pendiente de eso —Se vuelve para mirarme—. Gracias por detenerte a ayudar.

Asiento y la observo bajar con un aire de nostalgia el capó del Volkswagen. Frente a mí, al otro lado de la calle, hay una cafetería. Me pregunto sí... 

Antes de escuchar a Paola, pese a que me hubiera detenido a ayudar, quizá no me pasaría por la cabeza la idea de pedirle una cita a esta chica. 

—Me-me pregunto sí... —Me siento nervioso—. ¿Te gustaría... —Miro de ella a la cafetería— ir a tomar un café en lo que viene una grúa? —Trago saliva. Ella, que todavía está mirando con sentimiento su Volkswagen, me da una mirada ruborizada y acto seguido se echa a reír de forma frenética... lo que me hace sonrojarme—. O tal vez no —dudo, mirando mis pies.

—No, no —niega, disculpándose, aunque todavía está riendo—. Es solo que, ¿estás hablando en serio?

La miro y asiento, en medio de lo que parece un ataque de pánico.  —Ahí hay un café, digo... Podríamos ir. 

La chica mira sobre su hombro para confirmar si de verdad hay una cafetería cerca. En cualquier caso, no quita su cara de desconcierto. 

No es fea. Quiero decir, pese a que tiene libras de más, posee un rostro muy lindo. Su cabello es color negro, pero las puntas están teñidas de color fucsia. Lo que me resulta... encantador. También viste de forma divertida: Camisa a cuadros y un overol sin mangas. Me pregunto si será agradable.

—Ni siquiera nos hemos presentado —dice, todavía mirándome confusa.

—Armando Calaschi —digo, extendiendo mi mano hacia ella.

Mira de forma dudosa mi mano, pero la toma. Bien. —Melissa Peletier—se presenta, mostrándome una sonrisa de dientes blancos.

Lo siguiente que hago es ayudarla a colocar una señal al frente y detrás de su coche para que no tenga problemas y, una vez llama un servicio de grúa, caminamos hasta la cafetería. 

Mis manos sudan. Me siento inquieto. Es la primera vez, en mucho tiempo, que tengo una cita. Una cita real. Lo de Paola fue por Benjamín, digo. Melissa es mi primera opción verdadera después de terminar con Vanesa.

Al entrar al Café buscamos dónde sentarnos y, antes de que ella elija dónde, yo saco caballerosamente un asiento para ella.   

—Gracias —dice, tímida.

Me siento en el lugar frente a ella. Ninguno dice nada. Ella mira de mí a la ventana, desde la que puede ver su coche.

—Y... ¿a qué te dedicas? —pregunto, para romper el hielo.

—Diseñadora gráfica —responde, observádome con humor. Intento comprender qué le parece tan gracioso.

—¿Pasa algo? —pregunto.

Ella ladea su cabeza hacia un lado. —¿Te sentiste comprometido a invitarme? —pregunta, sin rodeos. Suena sincera pese a que me cuesta comprender que está hablando en serio—. Porque puedes irte. No te sientas culpable. No me ofenderé, lo juro.  

Balbuceo un poco antes de decir algo. —No. No. Yo quería invitarte.

Melissa vuelve a reír. Algo en su mirada me dice que cree estoy bromeando. 

—Estoy hablando en serio —bufa, sin dejar de sonreír—. Es que mírate —me señala, de forma curiosa—. Eres uno de esos tipos de revista y yo...

Me remuevo en mi asiento sintiéndome incómodo. 

—¿Tú? —la animo a terminar de explicar. Sin embargo, no quiere sincerarse. Lo que me parece extraño, al mismo tiempo que me parece adorable—. Asumo que no sales con muchos chicos. 

Ella no deja de reír. —No. Hace mucho que no —niega, tímida—. Es más, solo a me atrevo conocer tipos por internet, arriesgándome, creo, a toparme con un cabrón o un pervertido. 

—¿Por qué? —pregunto, genuinamente interesado. 

—Mírame —dice, haciendo una mueca—. No soy del tipo que inviten a salir seguido.

—Pues... yo te invité —le recuerdo y llamo al mesero. 

Escucharme decir eso la vuelve a hacer reír. A ella, sin duda, le gusta reír. Es eso o que se siente nerviosa. 

—Sí —está de acuerdo—. Es raro estar con un hombre que no solo ha mirado una fotografía de mi cara —La miro a manera de darle a entender que no comprendo de qué habla—. Ya sabes —intenta, explicar con un gesto extraño—. Soy de las que únicamente sacan fotos de su cara —Le demuestro que sigo sin comprender—. Olvídalo —termina, aún divagando y sigue riendo—. ¿Tú a qué dedicas?

—Soy abogado —respondo, sin insistir en el tema de conversación anterior para que no se sienta incómoda.

—Oh —Abre mucho sus ojos—. Ya tengo quien me saque de la cárcel —bromea, bailando un poco sobre su asiento.

Esta vez soy yo el que hace una mueca. —¿Hay algún acuerdo tácito, no compartido con los abogados del mundo, que hace creer al resto de la humanidad que ese chiste es divertido? —pregunto.

Melissa vuelve a reír. —Es gracioso —Se aproxima un poco a mí—. Admítelo.

Niego con la cabeza pero estoy sonriendo. Escucharla reír por todo y nada ha relajado mi ánimo. 

—Tu también eres gracioso —dice. 

—No, no lo soy. En realidad tú eres demasiado amable —puntualizo—. No comprendo que no salgas con ningún chico. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien?

Melissa deja caer su cabeza sobre su hombro y mira el cielo como si buscara ahí la respuesta. —Quizá fue en sexto grado —empieza, haciéndome reír. Las personas que ocupan las demás mesas nos miran como si pensaran que somos un par de tontos—. Oh no, creo que esa vez salí con un primo... Seee, era un primo —Al terminar de decir eso me mira de forma tierna—. ¿Tú?

—Recientemente salí con alguien, sí... —admito, aunque dudando si hablar de Heydi o de Vanesa—. Ya no estamos juntos, pero somos amigos.

Elegí hablar de Vanesa. 

—Oye, eso es lindo.

Levanto un poco mis cejas. —Supongo —Y estoy pensando en eso cuando un aire nostálgico me golpea—. Aunque en realidad salió conmigo por compromiso. 

¿En serio dije eso en voz alta? 

—Ahora me siento menos patética —consiente Melissa. 

Sonrío sintiéndome un poco apenado. —Sentirme patético es algo normal en mí últimamente —confirmo.

Ella niega con la cabeza. —Te miro y no te creo.

—Lo que indica que quizá deberías conocerme mejor antes de sacar una conclusión sobre qué tipo de hombre soy.

Por primera vez desde que nos conocemos, Melissa Lainez me ofrece una sonrisa genuina y sin hacer notar que se siente incómoda estando conmigo. Lo que me hace sentir bien. 

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Creo que ya deducen por qué la historia se llama Armando entre faldas xD 

¿Cómo va la quiniela? ¿Por quién apuestan? ¿Paola, Iara o Melissa? ♥

Para despedirme los invito una vez más a unirse a mi grupo de lectores en Facebook :) En el Buscador nos encuentran como Tatiana M. Alonzo - Libros

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