Con un arma en la mano y el corazón latiendo fuerte, comencé a pensar en mi pasado, en como llegué a esta situación. Donde con un solo dedo podía terminar con la vida de un sujeto sintiéndome todopoderosa.

La vida no es más que un sinfín de aventuras, pero ¿realmente valía la pena este tipo de historia?

— Beth, no lo hagas — Escuché pronunciar al señor que estaba sentado frente de mí, casi inmóvil por los diversos tipos de nudos que se encontraban al rededor de su cuerpo — Beth... — Volvió a repetir con lágrimas en los ojos.

Comencé a escuchar las sirenas de los patrulleros acercándose a la casa donde nos encontrábamos pero sabía que no se iban a detener, que no sabían de la existencia de esta situación y menos de lo que podría llegar a hacer.

— Ni se te ocurra gritar — Le dije al oído mientras apoyaba el arma en su mentón a modo de demostrar que no era broma y sin poder emitir una palabra, el sujeto asintió con la cabeza dos veces.

Las patrullas siguieron rumbo a quien sabe donde, entonces mi interrogatorio siguió. Subí el revólver apuntando directamente a su cráneo, sabía como y donde tirar.

— Es la última vez que pregunto... ¿Qué le pasó a mi esposo? — Comenté en tono firme. Pero el sujeto no contestó, no respondió, simplemente siguió mirando con cara enternecedora mezclada con una pizca de ironía. Teniendo silenciador ya colocado, disparé no una, sino dos veces directo al blanco.

Limpié las gotas de sangre que había en mi rostro con un pequeño pañuelo de tela que guardaba en mi bolsillo, recogí mis pertenencias, vestí mi saco favorito y con lentitud me fui de la escena del crimen. 

Dí dos vueltas de llave a la puerta de aquella casa y, con delicadeza y sin tropezar, caminé hasta la calle, donde se ubicaba mi automóvil. 

— Buen día señor Worflok — Saludé con entusiasmo y alegría al vecino que estaba recogiendo el periódico en su vereda. Este me vió salir de la vivienda, probablemente también debía matarlo...