Capítulo 8: Combustión (Final)
Un dolor penetrante, como el de cientos de aguijones clavándose en su cuerpo, fue el que provocó que Silvia abriese los ojos de golpe.
Lo primero que sus sentidos percibieron, fue el sonido de la melodía que su secuestrador había elegido como obertura de lo que estaba a punto de suceder. Alzó la vista al frente hasta contemplar un patio de butacas.
Profirió un grito ahogado cuando vio sus manos. Un reguero de sangre se deslizaba por sus muñecas, de las cuales sobresalía un grueso hilo blanco.
Un estridente alarido, proveniente de la parte derecha del escenario, estremeció a Silvia. Vio a Lorenzo retorciéndose de dolor, a escasos metros de ella. Vestía un disfraz de arlequín, de rombos negros y blancos, y de sus muñecas vio sobresalir los mismos hilos.
A Silvia tan solo le bastó echar un rápido vistazo a la puesta en escena que Sergio había montado, para percatarse de que había reproducido al milímetro cada detalle de la obra que representaron el fatídico día del incendio.
-¡Qué comience el espectáculo! -Clamó la voz gutural de Sergio, un par de pisos por encima del escenario.
Fue entonces, cuando los brazos de Silvia comenzaron a moverse al son de los acordes. Sentía el dolor del hilo desgarrando la piel de sus muñecas y de sus tobillos, a cada movimiento que su titiritero articulaba. El hecho de tener las articulaciones desencajadas permitía a Sergio manipular todos y cada uno de sus movimientos.
El dolor que sentía era tan insoportable, que creyó estar a punto de desmayarse.
Cuando la música dejó de sonar, el silencio de la sala solo se rompía por los sollozos del padre Lorenzo. Apoyado con dificultad sobre uno de los árboles que Sergio había dispuesto como decorado, Silvia observó el charco de sangre en el que su cuerpo estaba postrado.
-¡Está muy débil! ¡Ayúdale, Sergio! -El aludido, sin modificar un ápice su impávido semblante, se aproximó hasta Lorenzo, quien expirando su último aliento, cerró los ojos. Y así, a la sombra de un árbol, su mente poco a poco se fue apagando, había llegado el momento de desaparecer.
Silvia no pudo contener la rabia que se apoderó de sus entrañas al ver el cuerpo sin vida de su compañero.
-¡Le has matado! -bramó-. ¡¿Por qué nos haces esto?! ¡¿Por qué no le has ayudado?!
-¿Él me ayudó? -Inquirió Sergio, clavando su iracunda mirada en la de la mujer.
-¡Tu caso fue diferente! Había mucho fuego y Lorenzo no...
-¿Fuego? -Se giró sobre sus talones, contemplando cómo la mirada de Silvia observaba horrorizada el bidón de gasolina que portaban sus manos-. ¿Quieres fuego? -Derramó con inquina el contenido del bidón por todo el teatro-. ¡Aquí tienes fuego!
Sin que a Silvia le diese tiempo a reaccionar, extrajo una cerilla de su bolsillo. Esbozando una tétrica sonrisa y mientras tarareaba la melodía que tantos recuerdos atroces le evocaba, aquella «Danza Macabra», Sergio dejó caer la cerilla encendida sobre el escenario.
FIN
N/A: Y así, con este amargo final, finaliza esta historia.
Ni que decir tiene lo que me costó introducir la frase corta y ajustarme al límite de las 500 palabras. ¡Espero que os haya gustado!
También quiero anunciaros que, ¡soy finalista! En breve conoceremos a los ganadores (crucemos los dedos).
Pase lo que pase, yo estoy completamente orgullosa de haber llegado hasta aquí, y de haber salido airosa en cada etapa. Además, "arlequines" formará parte de una antología que se publicará en el perfil de TerrorEs. Así que... ¡estoy emocionadísima!
Gracias a todos los que me leéis, y a los que habéis dedicado un ratito de vuestro tiempo a votarme y comentarme. No sabéis lo feliz que me hacéis.
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