Fugitiva
«El hielo es la armadura…» fijé mi vista hacia el techo abovedado de mi carruaje «la sangre es el fuego que los consume…» las palabras del Protector de la llama resonaban en mi mente, atormentándome.
Fijé mi vista hacia el exterior de las pequeñas ventanas emplomadas cuando la lluvia comenzó a caer. Las gotas de agua se deslizaban por las paredes y las calles, formando pequeños ríos que fluían hacia las alcantarillas. Más solo rogaba a los Dioses que las ruedas del carruaje no se atoren en los baches de las calles empedradas de Merle y que me dejara llegar hacia mi hermano.
Suspiré aliviada al momento que mi madre me dio la feliz noticia de que Lord Cassius viajaría solo en su carruaje hacia su castillo, de igual manera lo haría yo. Saqué el mapa que llevaba escondido entre mi escote y revisé una vez más la ruta de escape para luego aferrarme una última vez a ese papel y guardarlo nuevamente.
Todo se encontraba envuelto por una niebla gris y sombría, el carruaje dejaba atrás las calles vacías del reino, la actividad bulliciosa del mercado y las torres imponentes de la fortaleza. De repente el carruaje paró el paso.
—¿Qué sucede? —dirigí mi vista hacia el cochero cuando salí del carruaje, estaba envuelto en un capote de cuero. Por puro instinto di un paso hacia tras cuando vi sus ojos escarlatas. Los caballos marrones, con sus crines mojadas y sus ojos brillantes esperaban ansiosos para volver a tirar del carruaje en un trote constante.
—Vuelva a dentro, su majestad. —la voz del cochero sonó alta y firme, alzándose por encima del ruido de la lluvia —Entraremos a la zona muerta, debe resguardarse y no salir. —intenté ver más allá de nuestros caballos, pero ni siquiera podía ver la guardia de Cassius, su carruaje no estaba en mi campo de visión, se había perdido entre el manto de lluvia.
Observé hacia varias direcciones y solté un suspiro lleno de resignación cuando me percaté de que aún no era hora de escapar, cuando la lluvia caía en la zona muerta las criaturas que allí habitaban se volvían más hambrientos. Las historias decían que la lluvia lograba despegar la salvia negra que estaba aferrada a las ramas de los árboles, haciendo que todos los habitantes se vuelvan famélicos.
A medida que cruzábamos la frontera, la lluvia se volvía más intensa y el viento comenzaba a silbar entre los árboles. La zona muerta se extendía ante nosotros, una masa lóbrega de troncos oscuros y ramas filosas que se extendían hacia el cielo como brazos gigantescos. Tuve la insensates de fijar mi vista hacia el exterior del carruaje, ahogué un quejido al ver tantos cuervatillos reunidos alrededor de un árbol, intentando agarrar con desesperación los caburés que volaban por encima de ellos. Corrí la cortina de terciopelo rojo, tapando por completo la ventana.
Luego de un par de minutos saqué la cabeza por la ventana cuando el olor a los pinos me tomó por completo.
—¡Métase dentro, le dije que no saliera! —sentí el estómago revolverse, esa misma sensación de cuando Oriel me hamacaba en los columpios del jardín, tan alto que daban ganas de saltar el muro de la fortaleza cuando veía la libertad del bosque que rodeaba a Merle. Respiré profundo varias veces y mi corazón se aceleró, imitando el rebote del carruaje sobre el inestable terreno.
«Tú puedes, Arlene, vamos, no seas cobarde y ve por tu hermano». Abrí las puertas del carruaje y emprendí la huida hacia el bosque.
—¿Señorita, Arlene? El Señor Cassius…
—Puede decirle a su «Señor» que yo no soy una mujer que puedan intercambiar por un pedazo de tierra. —lo corté de inmediato para abrirme paso entre los imponentes pinos ante mí.
— ¡¿A dónde cree que va, Princesa?! —el cochero me gritó, perdiendo los nervios.
Me arremangué la falda de mi vestido y aceleré el paso. Corrí a través del bosque bajo una lluvia torrencial. Las gotas caían con fuerza, empapando mi vestido y haciendo que el suelo se volviera resbaladizo y traicionero. El sonido de la lluvia golpeando las hojas y el suelo era ensordecedor, y el aire estaba cargado de humedad y de olor a tierra mojada.
Todo se volvió oscuro y opresivo, con nubes negras cubriendo el cielo y apenas dejando pasar la luz del día. Los árboles, altos y frondosos, parecían cerrarse sobre mí, creando un laberinto de sombras y formas indistintas. No lo recordaba tan aterrador, los días en los que solíamos cazar con Oriel en esas tierras habían quedado atrás, sin embargo, aun recordaba como los rayos de sol se colaban por entre las hojas para calentarme el rostro, aun recordaba la cascada que Oriel me llevó a conocer en mi cumpleaños número quince, recuerdo el arco y flecha que mandó a hacer para mí con la rama del eucalipus rojo, la misma rama que habíamos grabado nuestros nombres aquella mañana, cuando decidió que con once años ya tenía edad suficiente para ir de cacería con su hermano mayor.
«Oriel» una lagrima se perdió entre las gotas de lluvia que me empapaban el rostro cuando pensé en él.
Cada paso que daba era un tormento, mis pies se hundían en el barro y mis pulmones ardían por el esfuerzo. sentía el miedo acechando en cada rincón del bosque. Sabía que los animales hambrientos podrían estar cerca, atraídos por el olor de la lluvia y la posibilidad de una presa fácil. Los aullidos lejanos de los lobos y el crujido de ramas rotas me mantenían en alerta constante. Cada sonido parecía amplificado por la lluvia, y mi corazón no dejaba de latir con fuerza en mi pecho. Aun así, A pesar del peligro y la desesperación, no podía darme el lujo de detenerme. Mi hermano estaba en manos peligrosas, y la necesidad de tenerlo nuevamente conmigo era más fuerte que cualquier miedo.
—¡Ah! —solté un quejido cuando mi cuerpo chocó con otro mas fuerte e intimidante, haciendo que caiga de culo al suelo.
—¿A dónde cree que va, Princesa? —nuevamente tenía al cochero frente a mí, esta vez sin el capote cubriendo su rostro, las hebras de su cabello dorado se le pegaban a su frente debido a la lluvia. Sus ojos carmesíes se clavaron en los míos —. Me ha hecho correr bajo la luvia —dijo exasperado —Levántese. —negué con la cabeza ante su orden. De repente lo vi tensar su mandíbula y me tomó del brazo de una manera antinatural.
—¡Oye, suéltame! —Me removí furiosa intentando zafarme de su agarre. Mis pies ya no tocaban el suelo y él estaba dispuesto a ponerme nuevamente dentro del carruaje. Me llevaba en su hombro como si fuera una simple bolsa de papas.
—Le advertí que se quedara dentro de carruaje, ya le he dicho que Lord Cassius…
—¡Maldito demonio, maldito sea Lord Cassius y cada uno de sus lacayos!
El cochero aún seguía sosteniéndome en el aire y ahogué un grito cuando un coro de aullidos se oyó no muy lejos de donde nos encontrábamos.
—Haga silencio. —él me bajó de sus hombros y abrió las puertas del carruaje para meterme dentro, su mirada intimidante bastó para que no tuviera que ordenarme permanecer dentro del carruaje. Lo había dicho todo con su mirada, era simple.
Todo se volvió aún más oscuro, la lluvia seguía cayendo con fuerza, creando un ambiente sombrío y peligroso en el bosque. Observé por la pequeña ventana hacia el exterior donde el vampiro colocó su cuerpo en forma de ataque, se estaba preparando. Abrí mis ojos más de lo normal cuando volteó y fijó sus ojos rojos brillantes en mí.
«Tampoco me puedo asomar a la ventana, ya entendí». Sí, entendía, aun así, no iba a hacerle caso.
Dos enormes lobos aparecieron frente a él. Con su pelaje oscuro y ojos amarillos, gruñían y mostraban sus colmillos afilados, listos para atacar. El vampiro, ágil y rápido, esquivaba sus embestidas con movimientos sutiles pero letales. El sonido de la lucha se mezclaba con el de la lluvia, creando una sinfonía caótica. Los rugidos de los lobos y los gruñidos del vampiro resonaban en el aire, mientras las garras y colmillos chocaban en un frenesí de violencia.
Ahogué un grito cuando el carruaje se tambaleó por el lobo que aterrizó encima.
—¡AAAAAH! —Grité tan fuerte que mi garganta dolió. El lobo rascaba desenfrenadamente el techo de mi carruaje. Salté hacia el otro extremo del asiento, haciéndome un bollo cuando su enorme pata de filosas garras había traspasado la gruesa madera del carruaje en un intento por atraparme. De repente lo oí quejarse, y su cuerpo salió volando del techo. Asomé la cabeza por la ventana y el vampiro estaba luchando en un combate a muerte con los dos lobos.
Tenía la certeza de que los tres morirían en un intento de arrancarse los corazones los unos a los otros y aprovechando la confusión, abrí la puerta del carruaje y escapé nuevamente hacia el bosque, mi corazón latía con fuerza y mi respiración se agitó, pero mi mente estaba enfocada en encontrar a Oriel.
Después de unos minutos de correr sin descanso, me convencí de que tanto los lobos como el vampiro habían perecido en la lucha. Decidida a llegar a la aldea del norte, me dirigí a la colina frente a mí y me dispuse a subirla para tener una mejor vista del muro de la aldea. Respiré aliviada al ver las aldeas del norte ante mis ojos, sin embargo, al llegar a la cima, el vampiro apareció frente a mí, cubierto de sangre y con una expresión de furia en su rostro.
—¡Le dije que no saliera del carruaje! —me sobresalté en cuanto él gritó, sus ojos brillando con rabia.
Retrocedí por puro instinto, mi cuerpo temblando tanto por el frío de la lluvia como por el miedo. El vampiro avanzó hacia a mí, sus movimientos rápidos y fluidos a pesar de las heridas visibles en su cuerpo. La lluvia seguía cayendo, lavando la sangre de sus heridas, pero no su furia. No, la lluvia no barría su expresión de rabia, no quitaba su mirada llena de hartazgo. Tensé la mandíbula y me llené de valor antes de responderle:
—¡El lobo estaba por entrar! —di un paso al frente y el vampiro frente a mí negó con la cabeza.
—¡Lo tenía todo controlado!
—¡¿Todo controlado?! —solté un bufido de risa ante lo que había oído —. ¡El lobo estaba por entrar al carruaje, quería que yo fuera su cena! ¡¿Qué crees que debería haber hecho?! —mi voz furiosa se alzaba por encima del ruido constante que hacia la lluvia contra el suelo.
—¡Debió hacer caso y quedarse en el maldito carruaje, princesa!
—Debía ponerme a salvo, además usted debería haber muerto, ¿Cómo iba a saber quién ganaría aquel combate a muerte? Creo que está siendo muy injusto.
—Injusto —repitió y se frotó ambas sienes como si un enorme dolor le traspasara la cabeza. Sus ojos rojizos se clavaron en los míos, su mirada tenía una mezcla de cansancio y frustración.
—Vuelva, Princesa. Suba al carruaje —dijo el vampiro, su voz cargada de una autoridad que no admitía réplica.
No iba a volver. No podía aceptar compartir mis días con demonios a mi alrededor, lejos de mi hogar, de mi gente y mi familia. Con el corazón latiendo con fuerza, deslicé mi mano derecha por el lado externo de mi pierna y saqué una de mis dagas de su liguero para apuntarla directamente al rostro del vampiro. La hoja brillaba bajo la lluvia, y mis manos temblaban ligeramente.
El vampiro soltó una carcajada, burlándose de mi intento de defensa.
—¿Crees que eso me detendrá? —se mofó, sus ojos rojos brillando con una mezcla de diversión y desprecio.
«Vamos, Arlene, recuerda las lecciones de Oriel» sostuve fuertemente la empuñadura y recordé sus palabras: «Guardia en alto, sentidos en alerta, apunta al pecho».
—No me importa lo que pienses. No voy a volver contigo —mi voz sonó firme a pesar del temblor en mi interior. Y deslicé la daga para que quede directamente en su pecho.
El vampiro, con un gesto de hartazgo, dejó caer los hombros y suspiró. Aun recordaba las historias de los Literatos sobre los demonios como él. Sabía que no tenía oportunidad, pero no iba a rendirme.
—Sabes que necesitarás más que una pequeña daga para herirme, ¿verdad? —lo sabía, sí, pero también sabía lo mal herido que se encontraba porque a pesar de que la lluvia intensa limpiaba la sangre de su cuerpo, las heridas abiertas aun seguían allí. El vampiro dio un paso hacia a mí y luego otro, provocando que la filosa punta de mi daga se enterrara en su pecho.
—Demonio… —murmuré y dejé caer la daga al suelo. Me removí en un intento de zafarme de su agarre cuando me tomó de los brazos y comenzó a tirar de ellos para que caminara. Me tomó de la cintura y rápidamente se movió entre los árboles.
—¡Te maldigo, demonio, maldigo tu raza y tu existencia! —bramé furiosa al ver el carruaje nuevamente frente a mí.
—El cuervo trae noticias viejas, Princesa Arlene, ya estoy maldito. Es imposible que lo pueda estar aún más. Quise hacer esto por las buenas, pero no me dejas otra opción. —Abrí los labios para refutarle, pero era tarde, el maldito colocó un trapo en mi boca, luego tomó una gruesa cuerda con la que me amarró las manos hacia atrás y por último puso un costal de arpillera en mi cabeza para ponerme nuevamente en el carruaje.
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