El heredero desterrado
—Quédate aquí, no desvíes la mirada de mí —dijo Luzequiel con la voz extrañamente ronca —Solo concéntrate en la música… —me tomó de la barbilla e hizo que dejara aquella vista para obligarme a fijar mis ojos en los suyos.
—El violín aúlla por ayuda… —ironicé y él sonrió —. Miren eso… No sabía que usted sonreía… —Luzequiel aclaró su garganta y luego retomó su serio semblante.
—Sí, a veces… Pero dejemos mi sonrisa de lado, solo cierra los ojos y déjate llevar —susurró, acercándome sus labios a mi oído.
—Pero…
—Cierra los ojos. —ordenó y para mi sorpresa obedecí. Segundos más tarde me encontraba girando en círculos y espirales por todo el salón, me sentía mareada pero por un instante, por ese breve instante, olvidé toda responsabilidad, el peso… simplemente ya no estaba.
—¿Qué sientes?
—¡Alivio! —contesté, riendo. Él aumentó la presión en mi espalda y el espacio entre nosotros disminuyó notablemente. Abrí los ojos de repente.
—¿Qué ves?
—A ti, creo, no lo sé, estoy m-mareada… —murmuré y tropecé, pero no aparté los ojos de Luzequiel y él no me soltó —. Mi padre piensa que la alianza con los vampiros del Sur nos protegerán de…
—¿De?
—Ustedes. —Luzequiel soltó un bufido de risa ante lo dicho. La música terminó y él se inclinó hacia a mí.
—Si te casas y Merle se alía con el Sur todos caeremos. Lo sabes…
—Lo sé. —en ese instante el gong sonó anunciando la media noche. Era hora de quitarse las máscaras.
¿Qué sucedería cuando mi padre vea a Luzequiel? Cuándo note que lo ayudé a escapar y peor aún, lo infiltré en su castillo, «¿qué sucederá conmigo?». ¡Por los Dioses! Aquello era traición.
Todos se detuvieron en seco, mirando hacia la mesa Real. Mi padre se levantó de su trono, su mirada inquisidora escaneando la sala.
—¡Es hora, afuera máscaras! —exclamó con voz firme. Uno a uno los invitados fueron quitándose las máscaras. Sin embargo, uno de nosotros no se movió, el Guerrero frente a mí se mantuvo en su lugar, su máscara aún cubriendo su rostro, ocultando su identidad. Padre lo observó, con el ceño fruncido, cargado de desconfianza —. ¡¿Y tú?, ¿quién eres tú?! —gritó padre. Luzequiel llevó ambas manos hacia el nudo que había detrás de su cabeza y soltó su antifaz, revelando su rostro.
—¡Por los Dioses, Arlene! —mi madre se puso pálida, su mano casi voló hacia su boca.
—¡¿Cómo te atreves a infiltrarte en mi corte?! —vociferó padre acercándose a nosotros.
—Vine a proteger a la Heredera de Merle —respondió Luzequiel con voz firme.
¿Qué acababa de hacer?
—Proteger a la Heredera de Merle —repitió mi padre y se frotó el puente de su nariz con se dedo índice, exasperado –¿De quién la proteges?
—De ti —respondió mientras que con su mirada desafiante observaba a mi padre —¡De ustedes! —señaló con su dedo índice de manera acusadora a todos los integrantes del consejo, luego tensó su mandíbula y buscó los ojos rojos del vampiro —De él… —dijo finalmente y sus ojos brillaron con una chispa de furia. Una sonrisa lenta y perversa se le formó en el rostro —¡Merle se unirá al Sur y todos morirán como esclavos! —dictaminó Luzequiel y la sala estalló en un murmullo de shock y horror.
Era cierto, sin embargo, ¿tenía que decirlo tan brusco? A lo mejor, y sólo a lo mejor, esa era la única manera de abrirles los ojos.
—Padre…
—¡Silencio, Arlene! —padre observó uno a uno a los guardias quienes se apresuraron a obedecer su simple mirada.
Cardian se apresuró a colocarse frente a mí cuando los soldados de la Guardia Real se aproximaron con sus espadas desenfundadas.
—¡Padre! —Oriel elevó su voz por encima de los murmullos —, Este no es el momento, no aquí, frente a los invitados… —murmuró entre dientes. La sala del trono se sumió en un silencio sepulcral, solo roto por la respiración agitada de padre.
—¡Todos a la sala de reuniones, ahora! ¡Nadie sale o entra sin mi autorización! —nuevamente se levantaron murmullos. Nadie deseaba quedarse dentro la fortaleza de Merle, encerrados junto a la ira de su Rey. Mi padre comenzó a caminar para dirigirse fuera del Gran Salón, su capa real ondeando detrás de él como una llama. Su mirada ardiente parecía quemar todo a su paso.
—¡Traición! —gritó, antes de desaparecer por el amplio pasillo hacia la sala de reuniones, su voz como un trueno. —¡Mi propia hija, traicionándome de esta manera!
La habitación del Consejo estaba llena de tensiones, voces elevadas y rostros enrojecidos. Luzequiel enfrentándose a mi padre y a los miembros del Consejo, su voz fuerte y decidida. Para mi sorpresa, a su derecha, se encontraba Oriel y a su izquierda, Sir Cardian; los tres delante de mí, protegiendo mi cuello, mi alma.
Mi padre se volvió hacia Layon, su Consejero de Guerra, su mirada acusadora.
—¡¿Cómo pudo suceder esto?! —demandó. —¡¿Cómo pudo mi hija traicionarme de esta manera?! —Layon se inclinó, temeroso.
—No lo sabemos, su majestad. Pero haremos todo lo posible para descubrir la verdad y castigar a los responsables. —mi padre asintió, su furia apenas contenida.
—¡Hazlo! —gruñó. —Hazlo, o sufrirás las consecuencias… ¡Todos sufrirán las consecuencias y tú, Arlene, este matrimonio sucederá!
—Esto no puede suceder, padre. ¡Arlene es la heredera al trono, no mercancía para ser intercambiada por tierras!
—¡Silencio, Oriel! —padre, irritado, golpeó con el puño la mesa. Mi hermano se negó a retroceder —La alianza con el Sur es crucial para nuestra supervivencia.
—¿A que precio, padre?, ¿el de la felicidad y seguridad de mi hermana? Cardian, tú eres su protector, debes saber que esto es un error —Sir Cardian dio in paso al frente y habló:
—Estoy de acuerdo con el comandante, Majestad. Arlene no está lista para un matrimonio político, especialmente con un vampiro pura sangre, ¡es una sentencia de muerte!
—¡ Traición! ¡Ambos están traicionando mi autoridad! —padre enfureció aún más.
—No es traición. Es lealtad a la Heredera —Luzequiel habló y padre suspiró, exasperado.
—Debemos encontrar otra solución, padre, una en que no ponga en peligro a Arlene. Dime, padre, ¿qué sucederá si ella se opone?
—Entonces, será obligada.
«¿Obligada?».
—Padre…
—Arlene, no soporto oír tu voz en estos momentos. Te pido que te quedes tras tus protectores, no podría ni ver tu rostro.
—¿Cuándo pretendías decirme lo que estaba sucediendo? ¿Cómo no fui notificada? Se supone que seré la gobernante de Merle, no deberían ocultarme estas cosas y mucho menos un matrimonio arreglado con un pura sangre —padre negó repetidas veces con la cabeza—¿Siquiera sabes quien es él?
—Lo sé. —respondió simplemente y yo no lo podía creer.
—Y no te mortifica poner en riesgo la vida de tu hija —afirmé y di un paso al frente, dejando a mis protectores detrás.
—No es sólo por ti. Soy el Rey, debo velar por la seguridad de mi gente.
Dolor, era lo que más sentía dentro de mí, porque nuestro vínculo era como una fogata que ardía con fuerza, pero su traición y su engaño habían echado agua sobre las llamas, apagando la calidez y la confianza que nos unía. Las brasas de la decepción seguirían calientes, pero la llama de nuestro vínculo ya no brillaría. Si mi padre seguía con el absurdo pensamiento de entregarme al Sur solo quedarán cenizas de dolor y desilusión.
—¿Yo no formó parte de tu gente, padre?, ¿qué soy yo para ti? Solo un medio para un fin.
—Arlene…
—No, padre —lo corté de inmediato —, No lo haré.
—Sí, lo harás y no está en discusión. ¿O prefieres ser colgada junto a tu aliado? ¡Estás con el enemigo!
—¡Yo…!
—Mi amor por ti era como la bestia alada, Storm, que volaba alto — comenzó a decir, cortándome de inmediato, refiriéndose al dragón que montaba el Dios de la Guerra, mientras me señalaba con su dedo índice de forma acusadora—, Sus alas de confianza y comprensión extendidas, su fuego interno ardiente de devoción. Pero cuando tú traicionaste mi confianza, sentí lo que su jinete sintió cuando aquel cazador disparó una flecha envenenada al corazón de Storm, apagando su fuego, rompiendo sus alas y precipitándolo a un abismo de dolor y oscuridad —mi padre estaba comprándome con el asesino de Storm y eso no lo podía soportar, porque a pesar de ser una de mis fábulas preferidas, me comparaba con un hombre sin escrúpulos. Él dio un paso hacia a mí y volvió a hablar: —¡Estás con el enemigo, hija mía! ¡Tú al igual que el cazador has cometido traición a la corona!
—¡Tú haces traición a la corona! —logré decir y el rostro de padre se transformó de inmediato —. Tu traición es mucho peor, Estás traicionando tu sangre, padre…
—¡Jah! Mi sangre… ¡Mi sangre! —gritó y logró exaltarme.
De repente las puertas se abrieron. Sentí una fría y lúgubre oscuridad emanar tras de mí, las llamas de la chimenea dejaron de crepitar y el ambiente se volvió gélido, lo sabía, él estaba presente.
—Si me lo permiten… —su voz particularmente gutural y tranquila hizo acto de presencia.
Se colocó junto a mi padre y sonrió de manera perversa, su rostro ya no se encontraba oculto y su pálida piel dejó al descubierto, fría como el mármol de una tumba olvidada, sus ojos reflejaban la muerte y el deseo pero con un sutil brillo y un secreto eternamente sepultado. Tragué grueso cuando sus iris, que parecían un oscuro abismo sin vida, tomaron un brilloso color escarlata. Me observaba con tanta intensidad que juraría estar a punto de derrumbarme. Podía haber comenzado a dudar de mi entorno si Cardian no me estuviese presionando el brazo con su mano. El pura sangre me hacía sentir como una pequeña y débil presa.
—¿Por qué se oponen a esta unión? —su pregunta sorprendió a todos en la habitación.
¿Lo decía en serio? Sí, hablaba en serio. ¿En verdad estaba preguntando por qué me oponía a ser una Esclava de Sangre de un clan de vampiros legendarios?
—Su Rey está tratando de evitar una guerra y eso es lo que un buen Rey hace. Sabe lo peligroso que es y así como ustedes juran lealtad a la Princesa, más gente como ustedes estará dispuesta a seguir su causa. Pero, ¿están dispuestos a perecer por un capricho? Y, aunque levanten su pequeño estandarte contra mi reino, aunque hagan pequeños daños a mis tropas, ¿en verdad piensan que pueden ganar? —El pura sangre comenzó a acercarse a mí, con pasos lentos y firmes, su barbilla en alto y gesto altivo.
—Hasta ahí. —ordenó Sir Cardian dando un paso al frente, el pura sangre formó una sonrisa lenta en su rostro y siguió avanzando haciendo caso omiso a la orden de mi protector. Para quedar muy cerca de mi rostro.
—Muchos de ustedes no me conocen realmente, solo conocen las historias que los antiguos Literatos decidieron contar, sin embargo, ¿nunca se preguntaron que había sucedido con el heredero desterrado? —el pura sangre comenzó a caminar alrededor, sin dejar de observarme y luego de finalizar su recorrido quedó nuevamente parado frente a mí —, Aquel que su padre envió al exilio simplemente por querer el trono por encima de su gemelo… —Él sonrió, como si se hubiera acordado de ese particular momento —. Claro que, su muerte, fue un sacrificio que estuve dispuesto a tomar para volver a casa.
La sala estaba llena de tensión y luego de las palabras del Pura Sangre, reinó el silencio, como si cada uno de los presentes estuviéramos tratando de comprender su confesión. El ambiente era sombrío, con las ventanas cerradas y las velas encendidas, proyectando sombras en las paredes. De repente, la puerta se abrió de golpe, rompiendo el silencio y Alexander entró corriendo, su rostro pálido y sudoroso.
—¡Su majestad! —gritó, cayendo de rodillas —. Los salvajes están irrumpiendo en el reino, dirigiéndose hacia el castillo. Han traspasado las fronteras y están saqueando las aldeas.
—Naiko... —Oí a Luzequiel murmurar y pasar por el costado de Alexander, para dirigirse a la salida.
Naiko… ¿Quién era Naiko?
—¡¿Cómo es posible?! —gritó mi padre, golpeando el puño en la mesa ¡¿Cómo han podido traspasar nuestras defensas?! ¡Esto es tu culpa, Arlene! ¡Tú has provocado todo esto!
—Su majestad, debemos actuar rápido. Debemos defender el reino y proteger a nuestra gente. —Layon, Consejero de Guerra de mi padre, habló oyendo la cólera de su propia voz. Mi padre asintió, su mirada fija en la distancia.
—¡Oriel Prepara a las tropas! —ordenó —Cardian, Prepara las defensas del castillo. No permitiremos que esos salvajes nos tomen nuestro hogar.
Oriel observó a Alexander que estaba de rodillas en el suelo y alternó la vista a Cardian quien con un gesto de aprobación salieron corriendo de la sala, gritando órdenes a los demás guardias. El pura sangre quedó parado frente a mí, elevó su mano para acariciarme la mejilla, su tacto frío me estremeció, por puro instinto retrocedí y él se regocijó.
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