Capítulo 5: un pico más

Markna había llegado con racimos de hojas frescas y musgos en su pico y pata para mantener su guarida cómoda y libre de parásitos; hoy se iba a encargar de limpiar y renovar su hogar, como acostumbraba a hacer luego del nacimiento de cada cría. Ella en los dos días anteriores se había ausentado tiempos cortos para poder alimentarse sin perturbar a Effrid, entre otros asuntos de la manada. Pero este día, al fin había podido salir en busca de materiales nuevos para el nido.

Cuando ella entró, lo que encontró fue a dos cachorros; uno junto al otro. La sorpresa fue evidente en su mirada y en su corona de plumas erizada.

Dejó las cosas a un lado, y después se fue acercando a sus cachorros.

Effrid se sintió analizado como en aquellos días donde era apenas un cadete y su jefe al mando los escudriñaba; tragó saliva, no sabía por qué sentía nervios. Al Markna estar a centímetros de sus hijos, ella resopló con amabilidad y arrimó su rostro para frotar su mejilla con la de Effrid.

—He vuelto, pequeño Effrid. Espero no haber demorado.

Effrid parpadeó varias veces, sorprendido. Markna se alejó luego para centrarse en el recién nacido; lo vio de costado y luego saludó:

—Bienvenido, chiquillo inesperado —le susurró jocosa, pero había algo de angustia en sus ojos y eso Effrid lo percibió al verla de costado.

«No suena para nada a como lo fue conmigo... ¿Será que hay algo malo con mi... hermano? O peor, ¿puede que Huevo sea mi sustituto de emergencia por si algo sale mal?», pensó él y una oreja se le agitó cuando ladeó el rostro.

Markna se acurrucó alrededor de sus cachorros. Pensó en que la remodelación tendría que esperar un rato más, primero estaban sus crías. Recordó la densa conversación que tuvo con la manada y agachó la orejas. Sintió que el segundo pequeño ya se alimentaba. Mientras ella estaba ensimismada, Effrid solo se quedó observando a su madre sin que ella se percatase.

«¿Qué le ocurre? Como sea, debe de ser algo serio», pensó él.

Markna al fin se percató de su mirada e hizo un gesto amable con un dulce gorjeo.

—Effrid, ven, come. También debes de estar hambriento —le dijo y con la frente le dio un leve empujoncito para acercarlo a su abdomen.

Él no hizo más que verle, se sentía extraño por su nueva familia, ahora ellos le estaban preocupando y eso le acongojaba, aunque no quisiese admitirlo. Exhaló aire por la narinas y sin más, acompañó a su hermano.

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Una semana pasó en un parpadeo. Effrid había ganado bastante peso y los finos plumones de su parte superior eran más evidentes.

Empezó a tener pesadillas de esa fatídica noche, mezclado con el desasosiego de no saber sobre sus seres queridos. Markna trataba de consolarlo cuando le sentía levantarse asustado al lado de su hermano; el menor se acurrucó más en él para reconfortarlo. A pesar de eso, Effrid añoraba su antigua familia y a su prometida.

Con mayor razón, y sin más que hacer que solo ver a su hermano jugar con la cola de Markna o solo con ramas o graznarle a los escarabajos blancos desde lo lejos, Effrid pasó aquellos días comiendo con mucho empeño; algo que le sorprendió a Markna, aunque por dentro le llenó de alivio, porque sin importar las pesadillas, veía que su hijo estaba más saludable y enérgico. Le tomó a ella dos días decidir el dejar de amamantarlos y pasar a traerles carne fresca.

Effrid rememoró aquello mientras se empeñaba en su nueva rutina de flexiones y aleteos, trabajaba lo más que podía en acostumbrarse a todos esos músculos nuevos y desconocidos para él.

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"Y cuando trajo el primer pedazo de carne de lo que parecía ser una pierna de ciervo, Effrid tuvo que contener las náuseas. Imaginarse comiendo carne cruda le había revuelto el estómago. En la milicia comió revoltijos y comida rancia, pero esto ya era pasarse de la raya.

«No, mierda, no puedo... Tienes que estar jodiendo», pensó y cerró los ojos sacudiendo la cabeza con las orejas hacia atrás. El instinto le hizo tener un hambre salvaje y Effrid lo sabía; sería difícil de contenerse.

Abrió de golpe los ojos con el corazón agitado, avistó a Markna que tenía un trocito de carne en su pico, esperando a Effrid. Su hermano silbaba y aleteaba ansioso por comer, pero ella trataba de ignorarle por ver qué decidía Effrid al ser el hijo mayor; quien, a su vez, trataba con todas sus fuerzas de contener a su «otro yo» que ansiaba alimentarse y atosigaba su mente con instintos feroces de querer atragantarse de comida.

«Adiós, humanidad... Pero primero, que sea Huevo quien coma», pensó en su hermano e ignoró a Markna al apartar el rostro. Ella, asombrada y sin poder esperar más, comenzó a alimentar al menor de los cachorros.

Effrid esperó paciente para armarse de valor, pensó en sus planes y se dejó llevar por el verdadero Effrid cuando volvió su turno".

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Recordar lo miserable que eso le hizo sentir le hacía repugnarse a sí mismo. También, en esos días, se fue dando cuenta que su hermano no estaba comiendo bien, pues su madre le hacía amagues al alimentarlo, los trozos de comida de Huevo terminaban dándoselos a él. Eso le estaba preocupando.

«Esta mañana no le dio comida suficiente a Huevo, ¿Acaso quiere que...? No, no creo que sea capaz. O... ¿está asegurando mi supervivencia por encima de él? En ese caso, deberé hacer algo pronto», meditó Effrid con gran seriedad.

Cuando no se trataba de comer, el resto de energía la concentraba en agitar las alitas y flexionar las patas cuando estaban solos, como ahora. Su hermano le veía muy curioso, esos ojos azabaches le detallaban con esmero, tambaleante, pero tratando de imitarle. Él, sin nombre alguno a estas alturas, seguía siendo más pequeño que Effrid por una cabeza.

Al terminar sus ejercicios, Effrid caminó pisando firme hasta su hermano. Se lo quedó viendo: el cachorro meneó la cola y se agitó en el mismo lugar con la escasa energía vital que tenía. Effrid bajó las orejas al verlo con ternura. A pesar de todo, su hermano era un cachorro tenía un fuerte espíritu y ganas de vivir.

Ensimismado, Effrid no se dio cuenta de la cercanía con el menor hasta que sintió que el pequeño dio un dulce gorjeo y frotó la mejilla en su pecho.

«Sí, sí. Yo... También», pensó desviando la mirada y alejándose avergonzado.

Al día siguiente, luego de que Markna saliera, Effrid; aburrido a más no poder, merodeó por el nido y se topó a un grupo de escarabajos. Dudoso, su lógica humana le decía a gritos que no les molestara, pero su «otro yo» le generó tal curiosidad que acabó ganando la contienda y se aventuró hacia los insectos que estaban en el suelo recolectando más huesos.

«Vamos, no seas cagalindes. Los has visto todos los días y no han hecho nada», pensó cauteloso.

Tragó saliva e inspirando aire emitió varios graznidos, pero no pasó nada. Su hermano; quien estaba dormido en ese instante, alzó el rostro y ladeó la cabeza con una oreja erguida. Effrid volvió a graznarles, aunque no consiguió reacción alguna de los insectos.

«Hmph, ¿así que me ignoran? Qué interesante», pensó con ironía y con la adrenalina a flor de piel; «Ya veo, parece ser de esos que solo comen porquerías en vez de cazar», se dijo.

Resopló de forma eufórica y les dio un manotazo a varios en su caparazón por mera diversión.

Ellos se quedaron muy quietos. Y cuando Effrid creyó que se estaban dejando mangonear, las decenas de ojos se fijaron en él; movieron las antenas junto con sus mandíbulas y comenzaron a emitir chirridos amenazantes.

«Ay, mierda...», pensó agachando las orejas y escondiendo la cola entre las patas, para luego retroceder con cautela.

Su hermano menor también se alarmó, pero no podía levantarse, pues ya ese día se sentía muy débil. Los escarabajos avanzaron como una horda de soldados, queriendo acorralar a Effrid, al tiempo que él trataba de mostrarse peligroso soltando agudos graznidos y extendiendo las alas.

«Malditos insectos ¡Carajo!, no debí molestarlos... ¿Y ahora qué hago?», pensó frustrado. Empezó a alzar con torpeza sus garras en amenaza mientras graznaba.

Sin darse cuenta, había llegado junto a su hermano. Effrid ladeó una oreja al notar que su pata trasera lo tocó. Los escarabajos comenzaron su ataque y Effrid se preocupó por el pequeño. Fueron tanto por él como por el menor, y al intentar sacudirse y picotear a los bichos, por primera vez sintió que debía proteger a su hermano.

«¡Aaagh, me lleva la mierda! ¡Aléjense de nosotros!», pensó al tiempo que picoteaba y daba zarpazos.

Sin embargo, sus esfuerzos no estaban sirviendo. Los insectos empezaron a morderlo en grupo por encima de sus plumas, pelaje y patas. También, intentaban morder a su hermanito. Effrid, estando exasperado, no pudo hacer más que soltar dolorosos chillidos al querer quitárselos de su cuerpo y los que acosaban al menor, quien también graznaba y aleteaba asustado.

—¡N-no! —la vocecita Effrid se escuchó por primera vez.

Si seguían así, no iban a poder resistir mucho tiempo, por más que Effrid pelease.

No fue cuando se escuchó un feroz graznido, que Effrid vio a Markna llegar alborotando el aire con sus alas y aplastó sin remordimiento a varios insectos. Y si no los aplastaba, usaba su pico para exprimirlos como uvas mientras eran sacudidos en el aire. Con sus alas y cola barrió a la gran mayoría, además, creó una barrera entre los restantes y sus hijos.

En el momento que Effrid vio fijamente a su madre, en ella percibió esa misma mirada salvaje y asesina, pero había algo que la diferenciaba de los grifos de aquella guerra; la protección de una madre.

Markna se volvió a centrar en los escarabajos. Ella se agazapó con las orejas hacia atrás y la cola erguida moviéndola cual serpiente de cascabel, medio abrió sus alas para mostrarse más ancha y graznó al tiempo que empezó a girarse lentamente alrededor de los hermanos.

—¡Largo de aquí y no vuelvan! —exclamó ella—, O me los comeré hasta que no quede ninguno de ustedes.

Los insectos movieron sus antenas y mandíbulas, temblaron intimidados y con sumisos chirridos se alejaron de ellos hasta huir por la salida.

Effrid quedó estupefacto y con el corazón a mil. Admiró el actuar de aquella criatura que tenía al frente. Markna relajó su cuerpo y se acercó a sus hijos.

—Pequeños copos —dijo entre angustiada y angustiada al frotar su mejilla en la de él y luego en la de su hermanito.

Cuando ella se alejó un poco, Effrid apreció ese lado maternal que ella transmitía. Por un momento se sintió extraño; aliviado de tenerla a ella, algo que le avergonzó y le hizo agachar las orejas.

—Fueron valientes, pero no esperaba más de mis hijos, además, ¡diste tu primera palabra! —añadió orgullosa.

Effrid se sorprendió, en ese instante se acordó de mirar el estado su hermano; se encontraba rasguñado, no obstante, fue lo suficientemente resistente como para soportarlo. Aquello alivió a Effrid, pero al mismo tiempo le hizo sentir culpable.

«Fui un grandísimo zopenco, ¿cómo se me ocurrió molestarlos? Qué idiota, casi estropeo mi propio plan y puse en riesgo a Huevo», pensó y escondió la cola entre las patas. Markna le vio comprensiva y con su pico le dio un amigable empujoncito.

—No se preocupen, no volverá a pasar. Esos sucios Witdas no volverán a colocar una sola pata en este lugar.

Era evidente que Markna no había visto que su hijo fue el que inició tal vergonzoso suceso. Effrid asintió cabizbajo. Decidido en procurar no volver a cometer otra estupidez como esa. Su hermano admiró a su familia, vio a su hermano mayor como un modelo a seguir, sin importarle su error, de todas formas, él también hubiese hecho lo mismo si pudiera. Con afecto, se frotó en su Effrid para darle ánimos.

Al día siguiente, y de forma inconsciente, Effrid se agitó al escuchar el batir de unas alas detenerse. En su profundo sueño recordó el sonido de los arcabuces y la niebla de pólvora que estos levantaban al disparar, los grifos levantando a sus hombres y dejándolos caer, el grito de uno de sus camaradas lo hizo despertar de forma repentina con el corazón agitado.

—¡Atlios, tienes que ver!

Tras una breve risa de Markna. Hoy estaba de muy buen humor, ella entró de un salto al nido y se acostó junto a Effrid y su hermano, dejándolos a plena vista. Fue seguida por aquel grifo que respondió con una profunda voz masculina:

—Se ve que has hecho un gran trabajo Markna.

Él, quien era un poco más pequeño que Markna, se acercó a paso firme; erizando su cresta de diez plumas y su disco facial, con una postura que inspiraba autoridad y admiración. Ladeó la cabeza y siguió observando a los cachorros.

Cuando Atlios se acercó a Effrid y le vio de costado, notó que tenía el corazón acelerado y estaba ansioso en el mismo sitio, no obstante, Effrid se mantuvo firme.

—Imposible, tiene mis ojos a una edad tan corta —dijo intrigado—. Y ha crecido vigorosamente —añadió, para luego acicalarlo con el pico al notar su inquietud.

—Sí, tiene potencial —añadió Markna con serenidad.

Atlios, pasó a detallar al menor de los cachorros: el pequeño temblaba, y tenía la mirada gacha; revelando su debilidad. En su cuerpo se veían sutiles cicatrices. Su padre ladeó la cabeza y luego intercambió miradas con su pareja; emitiendo sutiles chillidos, ella asintió con la cabeza sin decir nada y él aspiró aire para restarle importancia al asunto.

Effrid trató de descifrar esas señales, pero le fue complejo.

«¿Qué carajos fue eso?, ¿qué quisieron decir? Que no sea lo que pienso», pensó frustrado con las orejas hacia atrás.

Atlios, al terminar, se acostó cerca de Markna, formando un cálido círculo alrededor de los cachorros.

—Entonces, ¿dices que él solo se enfrentó a un grupo de Witdas? ¿Y dijo su primera palabra?

—Sí. Protegió al más pequeño hasta que llegué. Es valiente, como nosotros.

Atlios entrecerró los ojos para detallar a Effrid; avistó algunas cicatrices tanto en las patas como en su esponjoso cuerpo. El pequeño grifo agachó las orejas y permaneció quieto en señal de respeto ante la presencia de Atlios. La mirada de aquel grifo era imponente; su pico parecía tan afilado como una espada, con rayones en este que revelaban lo veterano que era. Además de eso, en su dorso negruzco tenía un lunar blanco con forma de rayo. Su presencia, más que asustarlo, le causó un misterioso regocijo.

A Atlios le bastó con reconocer el valor del pequeño y este decidió dejarle en paz.

—Markna, ¿cómo crees que será su cresta?

—No lo sé, creo que será de seis plumas como la mía —dijo de forma soñadora.

Effrid respiró con alivio luego de severo escrutinio. Él apenas y se dedicó a escuchar a sus padres; cuando intuyó que aquella conversación continuaría de largo, prefirió adentrarse en sus pensamientos. No sin antes, cerciorarse del estado de su hermano, quien se acurrucó a su lado, guardando energías.

La sensación de estar rodeado por una familia le hizo sentir nostálgico, pues no lograba dejar de lado los sentimientos de impotencia al desconocer el estado de su otra familia ¿Y es que, ¿cómo estaban su madre y sus hermanos? ¿Crissa estaba viva? ¿habían logrado huir? Aquellas preguntas carcomían su interior.

«Elett, permite que mi madre, mis hermanos y mi amada estén a salvo», rogó en su interior. Encorvándose y enroscando su cola entre sus patas.

Effrid giró a ver a su hermano y se acurrucó más junto al pequeño, reflexionando:

«No te preocupes, haré lo necesario para que también sobrevivas, porque tú sí eres un verdadero grifo y serás igual que ellos; hermano», declaró para sí con una mirada determinada, decidido a cumplir dos objetivos.

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Sofia C. G. e Irisa_Studios.

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