Capítulo 3: trascendencias del pasado


A varios kilómetros, en las altas colinas en el exterior de la ciudadela, dos carretas encapotadas detuvieron sus caballos. Uno de los cuatro escoltas le hizo señas a sus hombres y a los cocheros de que aguardaran.

De la primera carreta se bajó desesperado un hombre encapuchado que sostenía una lámpara portable. Cuando vio a la distancia su pueblo en llamas se descubrió la cabeza, sin aliento, aquello le hizo pasar saliva. El hombre, cuya apariencia era casi idéntica a Erold salvo por los ojos verdes y la barba, se agarró la frente sin poder creer lo que veía.

—Por Elett... —dijo con voz quebradiza. Balanceó de un lado a otro su cuerpo, aterrado—. Mi familia, tengo que saber cómo están. 

Uno de sus escoltas, al ver que su señor empezaba a caminar directo hacia los caballos más cercanos, se le adelantó al instante:

—Lord Jonald, no es seguro que vaya en estos momentos —dijo y lo retuvo por el hombro.

—¡No me importa!, debo ver a mi familia. —Manoteó en dirección a su hogar—. Si quieren acompañarme, ¡bien! Si no, no interfieran en mi camino. 

Le dijo muy cerca de su rostro y se zafó de su agarre. El escolta asintió con la cabeza. 

—Entonces, lo acompañaremos a donde quiera que vaya, mi Lord.

༺.༻

Garthonia era un desastre a estas alturas, el humo se elevaba con todo y ascuas. Parecía que los aliados del reino de Vaarles habían logrado su objetivo.

Erold estaba arrodillado en medio de la plaza. Con la cabeza agachada, jadeaba tratando de  controlar el mareo y la fatiga; su brazo se hallaba tan ensangrentado al igual que su pantalón blanco, pues tenía dos cortes poco profundos en los muslos. Erold temblaba y trataba de mantenerse erguido. Su espada yacía tirada a centímetros de él.

Al alzar el rostro volvió a ver al enmascarado, y frustrado, masculló arrastrando las palabras:

—¿Ya está..., satisfecho?

—¿Satisfecho? —se preguntó el chamán y agarró uno de los tótems que le colgaban—. Ya le dije,  Yo no hice nada. Fue la Arkamia: "la energía que proyectas al universo es la que retorna a ti".

El hombre extendió el brazo, enfatizando todo el caos, y las pocas personas que se escabullían en las inmediaciones huyeron lejos del lugar.

Erold echó para atrás el rostro, turbado por lo que había escuchado.

¿La Arkamia? Sabía que había obrado mal en la guerra, pero él era de esas personas que no creían por completo en la magia kármica, hasta ahora. Además, si la Arkamia obraba de esa manera, ¿qué pasaba entonces con todo el mal que estos mercenarios habían hecho? El joven no le encontraba lógica.

Mientras Erold estaba analizando la situación, el chamán volvió a tocar un medallón y su espada se fragmentó, para luego volverse una daga envainada en su cinturón. El sujeto siguió hablando:

—No debió salir solo, nos facilitó el trabajo de encontrarlo —le dijo —. El rey Bírvius no olvidó el asesinato del príncipe a manos suyas, es...

Erold aprovechó su parloteo: intentó estirar una mano para agarrar su espada, pero su enemigo entendió sus intenciones y la pateó lejos de su alcance. El soldado vio cómo su última oportunidad se había esfumado. ¿Qué haría? Negó con la cabeza varias veces por la mera impotencia y jadeó una corta risa que le hizo toser.

—No es..., su guerra. No es de Vaarles, miserable hijo de...

—No entiende nada, ¿verdad? Subteniente Erold Brightmoor.

—¿Cómo sabe...?

—¿O debería llamarle «Honorable» por su título nobiliario?

El subteniente no dijo nada y apartó el rostro. No se sentía digno de portar su herencia familiar.

—Comprendo. Solo es un mártir de la guerra que ahora expía sus pecados en alcohol. Aunque, agradezco el combate, subteniente. Debo admitir que tiene talento.

De forma inesperada, varios graznidos de águilas irrumpieron en la plaza: hombres armados llegaron volando en hipogrifos y aterrizaron. Las criaturas chillaron agitando el pico por las correas, batieron sus alas y las colas de caballo.

—Xanor, todo está listo. Pero no nos queda más tiempo para asesinar a todos los nobles del castillo, ya vienen en camino los refuerzos enemigos ¿Qué hacemos? —dijo un hombre de largas patillas.

«¡Crissa!», pensó Erold, angustiado por su prometida. Sabía que el castillo estaba siendo atacado, pero no pensó que pudieran llegar hasta esos extremos.

El enmascarado estuvo en silencio, su atención se había concentrado en los escombros llameantes y luego su máscara miró un instante al cielo, para después fijarse de nuevo en los hombres.

—Terminen con la orden, y busquen a la familia del subteniente en Veralthia Ridge. Si no logran lo prometido, ni se dignen en volver. Nos veremos donde acordamos, al amanecer. 

Los mercenarios se vieron tensos unos a otros. A pesar de ello, al final asintieron con la cabeza y emprendieron vuelo en dirección norte al castillo.

Erold quedó conmocionado, pues no solo su amada estaba en riesgo, sino que ahora su familia también. Los iris de él se movieron milimétricamente de un lado al otro pensando en ello; el castillo del Duque de Garthonia tenía buenos soldados, ¿pero y en su casa? No había nadie para defenderlos salvo los criados y campesinos, ¿qué podrían hacer ellos ante tales bandidos? Incluso, su padre llevaba fuera de la ciudad un buen tiempo buscando mercancía para el Duque.

Si tan solo él y su escuadrón no se hubieran emborrachado para celebrar su regreso, si tan solo hubiese ido directo a casa luego de verse con Crissa, quizás las cosas fuesen distintas.

—¡Maldito bastardo! Ellos..., no tienen la culpa. Mátam...

Sin previo aviso, un hipogrifo de pelaje gris con montura aterrizó de entre las sombras, haciendo resonar sus cascos traseros. Erold quedó pasmado y Xanor se acercó a la bestia para palmarle el cuello.

—En efecto, no la tienen —Xanor le respondió a Erold sin verle.

Aquel enmascarado se giró a analizarlo, Erold se había agarrado el brazo herido, respiraba por la boca, agitado y con la mirada llena de sufrimiento. Después, Xanor sacó del bolso de su montura un brazalete de plata con unas runas talladas y se acercó a Erold. 

Xanor se puso de cuclillas frente al subteniente y le volvió a hablar:

—Pero por desgracia, en una guerra siempre pagan los inocentes —le dijo—. Y por su culpa, muchas familias no verán a sus seres queridos.

—Yo..., solo protegía a mi..., a mi gente.

—Miente, ¿a cuántos buenos hombres y grifos asesinó en batalla? No sabe lo que es en verdad el sufrimiento.

Erold tensó la mandíbula, aquellas palabras solo le hicieron recordar sus frívolos actos de guerra y no pudo dejar de sentirse miserable, los ojos se le aguaron y aguantó los sollozos.

—Tarde o temprano todos pagamos por nuestras acciones —concluyó Xanor. Le puso el brazalete a la fuerza y este empezó a emitir un intenso brillo verdoso.

Desde ese instante, Erold sintió cómo una gran energía se apoderaba de él, ardía por dentro y trató de ahogar unos fuertes quejidos. Ya le costaba respirar, sentía latir tan rápido su corazón que creyó que en algún momento se detendría. Desde la distancia, Xanor notó a tres soldados que dieron aviso al resto. Pronto tendrían compañía.

Xanor tocó un medallón y sus runas brillaron de verde. Su daga se volvió un arco con tres flechas en sus manos. El hipogrifo chilló ansioso agitando las alas y Xanor asintió, estaban listos.

Erold seguía quemándose por dentro; su cuerpo se estremeció con tal violencia que soltó un alarido al no lograr mantenerse y se desplomó de espaldas. Estaba perdiendo lucidez; el ruido se transformó en ecos distantes acompañados de un agudo pitido, como si sus oídos estuvieran tapados. Los movimientos propios y los de su entorno los percibió con lentitud. A pesar de ello, logró tener un instante de nitidez; pudo contemplar el cielo una vez más: los imponentes grifos de varias razas ahora volaban sobre él y revolvían las ascuas que se arremolinaban en el aire.

A Erold se le salieron las lágrimas, pues el paisaje le era extrañamente hermoso, pero ya no había tiempo para admirar aquello. Se había agotado.

—C-Crissa...

Mientras, el resplandor del brazalete se volvió tenue; parpadeó dos veces y se apagó, al igual que la consciencia del subteniente, lo último que Erold escuchó en su cabeza fue el dulce susurro de una voz ininteligible.

༺.༻

Una lluvia torrencial caía en la región donde se encontraba el imponente valle Ozurr, con formaciones de piedra caliza a su alrededor, custodiando una selva aislada. Allí, la vegetación era colosal. En el dosel, donde los árboles alcanzaban su punto más alto, y dentro de una enorme cavidad, yacía un gigantesco y cálido nido.

El pico negruzco de la grifa apuntaba a la salida; ansiaba cazar por sus propios medios, pues no había cazado por si misma hacía varios días. Durante esa época, su pareja se dedicaba a cazar con la manada y traer comida a las madres que empollaban. Agradecía el esfuerzo de los demás.

Ella abrigaba parte del nido con el denso plumaje de su pecho blanquecino con una banda negra en el cuello y la cola anillada llena de manchas cual rosetas; una marca blanca en forma de medialuna le adornaba la parte del cuello. El pelaje de su mitad felina color crema-grisáceo lucía muchas de esas rosetas cual leopardo.

Se acicaló las negruzcas alas y también el interior de estas que eran blancas y barreadas de negro. Irguió las orejas hacia al frente: algo había llamado su atención, el plumaje gris de su rostro y de su corona de seis plumas se erizaron. Agachó la cabeza y al escuchar con nitidez un crujido se levantó batiendo sus alas y la cola con la punta emplumada.

Uno de los dos huevos que empollaba se había agrietado.

Markna se acercó produciendo reconfortantes gorjeos para animar a su cachorro, quien asomó la cabeza. Con sus ojos sellados aún, su pico negruzco expresó un silbido y con torpes movimientos logró asomar el resto de su cuerpo humedecido. Terminó cayendo de panza mientras su madre lo observaba con anhelo.

Su hijo parecía una pequeña nube blanca, con patas delanteras amarillas y alitas casi calvas.

De repente, el cachorro se quedó inmóvil con las orejas abajo y en silencio; algo que dejó angustiada a Markna porque parecía que él no respiraba. ¿Qué ocurría? ¿Por qué su hijo no reaccionaba? Ella agachó las orejas al tiempo que su larga cola anillada se escondió entre las patas. Ladeó el rostro de un lado al otro, incluso, lo acercó y alejó alzando una pata.

—¿Pequeño? Levántate —le dijo en su mítico lenguaje.

Ningún sonido se escuchó, solo el rugir de la lluvia.

Ella se meneó con ansiedad en el mismo lugar moviendo las patas. ¿Qué haría? ¿Le daría la mala noticia a su pareja? Markna negó con la cabeza dando un resoplido. Quiso insistir una vez más usando su pico para moverlo.

—¡Tú puedes! Sé que eres fuerte, eres hijo de Atlios.

Insistió varias veces, pero al no tener respuesta alguna ella dio un paso atrás con las orejas caídas y soltó un débil gimoteo.

El silencio reinó unos segundos hasta que, aquel cachorro comenzó a ser rodeado por un sutil halo verdoso que parpadeó y se adentró en su cuerpo; Markna irguió las orejas al frente, alzó la cola y retrocedió un paso con su plumaje erizado ante ese hecho tan insólito.

Su cría se estremeció. Finalmente, empezó a graznar con vigor y trató de caminar.

Erold percibió que algo andaba mal con su cuerpo, pero... podía sentirlo: ¡seguía vivo! Aún, perseguido por la angustia de perderlo todo, se obligó a moverse. Debía buscar ayuda, no podía permitir que la situación de Garthonia persistiera.

«¿Qué me pasa? ¡No puedo ver! ¿Dónde... Dónde estoy? ¡Tengo que proteger a mi familia y buscar a Crissa!», pensó Erold, soltando temblorosos chillidos.

Tambaleó y rodó de lado, detenido solo por el otro huevo. Markna sintió su instinto maternal. ¿Cómo podía negarse a reconfortarlo? Se veía vulnerable y diminuto en comparación a su gran altura. Conmovida, su plumaje se aplacó, bajó la cola y las orejas. Dejó de lado toda inseguridad y se arrimó a su pequeño dando un paso.

«¿Quién es? ¡Quién anda allí!», pensó Erold, echó sus pequeñitas orejas hacia atrás al tiempo que trataba de ponerse en guardia y seguía emitiendo sonidos.

Markna alzó una oreja al cerciorarse del fuerte espíritu de su pequeño y por fin, el cuerpo se le relajó. Ella se recostó alrededor del huevo y el cachorro.

—Bienvenido al mundo, Effrid —susurró con dulzura—. Ya estás a salvo, tu madre está aquí.


Desde entonces, la vida de Erold cambió por completo.


________________________

¡Muchas gracias por leer! Si te gustó el capítulo no dudes en votar y comentar; estaremos pendientes para verlos y responder, no olviden seguir nuestra cuenta para recibir noticias sobre Arkamia y no duden en agregarnos a sus listas de lectura. Tendremos capítulo nuevo cada domingo antes de medio día, Colombia (UTC -5).

Sofia C. G. e Irisa_Studios.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top