Parte seis.
Posta de Yatasto, 1814
Las ojeras eran notorias en aquel rostro pálido, devastado era la palabra perfecta para definir su estado emocional. La joven nación admiró con desgano la expresión ajena sintiendo una punzada en su corazón, Manuel aún estando tan enfermo lo daba todo por él, se culpaba por su estado y maldecía por dentro aquel asfixiante gobierno de Buenos Aires.
Cuando San Martín y Belgrano fueron a tener una charla en privado, el albiceleste se escondió detrás de una pared para escuchar un poco, no estaba tan informado y sabía que Belgrano no le decía algunas cosas.
— Le veo decaído, que las batallas perdidas no le quiten su gran sonrisa cual anhele tanto ver.
— Es una pena que me conozca en tan penoso estado, créame que en el fondo de mi corazón estoy más que feliz por verle — Manuel soltó una bocanada de aire — Me encuentro frustrado por la situación.
— Una derrota, es una derrota. Que no te afecte, hiciste tantas cosas buenas ¿por qué decaer por sólo dos?
— No hablo exactamente de eso ¿sabe? Se rumorea que me van a hacer un juicio por mi incompetencia… además de que seré separado del ejército del norte y tendré que volver a Buenos Aires.
Los ojos del pequeño se abrieron con sorpresa ¿por qué él le tenía que ocultar cosas importantes?
— Eso a mí no me importa, lo necesito aquí. Necesito gente que conozca el terreno. Por favor usted es más útil de lo cree, usted quiere a la pequeña patria más que nadie, lo necesito a mi lado. — Dió unos pasos hacia adelante para quedar enfrente del castaño.
— Realmente no quiero dudar de sus palabras… usted, don José de San Martín ha sido mi apoyo y amigo, confío en usted más que nadie.
— Entonces… no dudes en lo que digo — Habló en un tono suave agarrando ambas manos del general para luego juntarlas con las suyas.
— No lo haré — Dijo convencido — No se equivoca con lo de mi adorada patria, la amo más que nadie.
— Lo sé, y probaré que no me he equivocado respecto a su valor, porque siento como si ya lo conociera.
La cabeza de las Provincias Unidas se arrimó un poco por el silencio que había pero todo pasó muy rápido, sintió como alguien le tomaba del brazo bruscamente pero sin lastimarlo.
— ¿Pero qué estás haciendo?— Le regañó en tono bajito para no notaran la presencia de ambos.
— L-lamadrid… yo sólo quería saber de qué hablaban — Nervioso, jugó con sus dedos mientras dirigía la mirada al piso.
Gregorio movió la cabeza en desacuerdo con el pequeño y se lo llevó. El albiceleste alcanzó a ver algo más, no sabía si su visión le fallaba pero sus ojitos captaron la unión entre los labios de Manuel y José, se sintió avergonzado por presenciar esa escena.
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