Cosas de Valentina y Javiera
[Fem!Argentina: Valentina Hernández.
Fem!Chile: Javiera González.]
Sus ojos siguieron su figura, muchas miradas seguían sus pasos, su presencia no podía pasar desapercibida. Era difícil decir qué era lo que la hacía tan especial: si era ese cabello rubio que tocaba su cintura, si eran esas ondas que jugaba sobre sus hombros, si era ese rulito rebelde que rebotaba sobre su corona, o esos labios rosados que tentaban a cualquiera con una disimulada sonrisa. No, tal vez serían sus caderas delicadamente marcadas por una falda tubo negra, o tal vez serían esos pechos bastantes grandes que se escondían con vergüenza detrás de una camisa blanca. ¡Pero eso no era todo! ¡Sus ojos! ¿Alguien ha visto unos ojos tan verdes? ¿Unas pestañas tan largas? ¿Unas cejas tan perfectas? Que alguien le dijera a Valentina Hernández que era una diosa que los débiles mortales no merecían ver, ni siquiera respirar su mismo aire.
"Basta, Javiera", se regañó a sí misma la muchacha que la admiraba a la distancia. Se sorprendía de tan solo fantasear con semejante reina, porque tenía en claro que estaba lejos de entrar en su radar de opciones. Ella no tenía ni un cuarto de la elegancia de esa mujer empoderada. No con sus remeras de Jojo'S Bizarre Adventure, no con sus pantalones holgados que parecían hurtados del tendedero de algún hippie marihuanero, y muchos menos con su cara lavada. Ni siquiera sabía cómo hacerse un delineado decente, el simple hecho de pensar en combinar colores para sus párpados le causaba una ansiedad que necesitaba calmar volviendo a ver su capítulo favorito de Hannibal.
Por un momento sus pesimistas pensamientos tuvieron que detenerse al oír el sonido de su celular, tenía una nueva notificación de Discord, alguien le había enviado un mensaje privado. Sin muchas ganas, sacó el aparato de su mochila mientras se encaminaba al tribunal donde trabajaba de archivera, donde Valentina Hernández era una flamante abogada de familia de gran prestigio con tan pocos años ejerciendo. Otra cosa por la que se sentía a kilómetros de distancia de ella, pero, si, había un pero en todo su discurso de auto desprecio.
«¡Hola, @Manucienta! Disculpa que siempre te ande molestando por acá. Pero quería saber cuándo vas a actualizar "El triste mundo de Manuel González". ¡No sabes lo que amo tu fic! ¡Tu Manuel me da cien años de vida!»
Rezaba el mensaje que le había llegado a su inbox de Discord. Su corazón se aceleró, porque sabía muy bien de quién venía ese mensaje. Solo bastaba con alzar su mirada y ver como Valentina estaba con su celular en mano esperando con gran expectativa alguna respuesta de su parte. Ella no tenía idea de que su fanficker favorita estaba a solo metros de distancia, tampoco tenía el coraje para decírselo. No tenía coraje para muchísimas cosas. Estaba agradecida de que no fuera ella quién viniera a retirar sus propias carpetas, sino que siempre fuera su secretario Marcos quien pasaba por ellas.
«Buenas días, @LaGemelitaDelTincho. Tus mensajes nunca molestan, me hace muy feliz que estés esperando mis actualizaciones y que seai la primera en comentar. Te informo que esta tarde estaré subiendo un nuevo capítulo. Hoy durante el trabajo lo estaré corrigiendo. ¡Que tengas un excelente día!»
Le respondió antes de perderla de vista para ir a la zona de archivos del juzgado, se llevaba en su corazón esa sonrisa radiante que le dedicó a su celular antes de guardarlo en su maletín para subir las escaleras de mármol y convertirse en una abogada profesional, una que no andaba perdiendo horas de sueño en improductivas lecturas de amoríos gays de dos pedazos de tierra personificados en pibes de su edad.
Valentina entró a su oficina y descubrió que sobre su escritorio aún no tenía los folios de los casos que tenía asignados para ese día, rápidamente preguntó a los demás abogados por su secretario o cualquier otro disponible, más no tuvo suerte porque todos se encontraban ocupados y el suyo ausente. Por lo que no le quedó otra que dejar su maletín y bajar por sí misma a la zona de archivos judiciales. Cosa que no le molestaba, pero que se había acostumbrado a derivar tal tarea a los secretarios jurídicos.
Sus tacones resonaban en cada pisada, hicieron especial eco al pasar por el hall principal del tribunal de familia, y su sonido se fue apagando al llegar al subsuelo. La luz era demasiado blanca, demasiado artificial, los archiveros colmaban cada metro cuadrado de aquel lugar. Las voces eran similares a murmullos de velorio, y el olor a moho parecía casi enfermar a cualquier ser humano que se atreviera a estar allí por más de diez minutos.
Creyó que la tarea sería significativamente sencilla, pero tuvo que consultar con uno y otro archivista para llegar a sus folios. Le indicaron que tan sólo debía atravesar un pasillo más y doblar a su izquierda para, finalmente, encontrarse con una joven de pelo castaño y cuerpo pequeño, que guardaba celosamente sus archivos. Pero, muy a su pesar, no encontró a la persona descrita, tan solo halló una computadora portátil abandonada sobre una montañita de carpetas rosas.
"Seguro que se fue al baño", pensó curioseando los documentos sobre el escritorio para probar su suerte, tal vez terminaría encontrando sus folios por su cuenta. Pero, en lo que no dejaba de mover carpetas y archivos, la computadora comenzó a resbalarse y estuvo a punto de impactar contra el frío suelo de aquel pequeño depósito, pero los reflejos de Valentina Hernández eran más rápidos que la gravedad, pronto la atrapó a mitad de la caída. Respiró aliviada, el corazón bajó de su garganta. Apartó una de las montañitas de folios y le busco un espacio limpio y más estable. Aunque, sin querer, llegó a leer el documento que estaba abierto en el portátil, y tan veloz como sus reflejos, su entendimiento descubrió que aquel archivo de drive era el siguiente capítulo de su fanfic favorito.
—¿Manucienta trabaja acá? —se cuestionó a sí misma revisando el resto del documento.
No cabía duda de que era un nuevo capítulo de "El triste mundo de Manuel González". Eso explicaba cómo podía describir con tanto acierto los paisajes cordobeses por el que Manuel llevaba su angustia de guardar en su pecho un amor no correspondido. Estaba a punto de saltar de la emoción, pero de pronto escuchó la voz de una muchacha hablando con alguien mientras entraba al depósito. Y, por mera inercia, como si estuviera a punto de ser atrapada en mitad de un acto ilícito, se escondió debajo del escritorio.
—Cachai que el final de Hannibal es perfecto —decía la muchacha castaña yendo hacia su lugar de trabajo, su compañero rodó los ojos pidiendo al cielo que tan solo por un día dejara de hablar de esa serie.
—Si, bueno, todavía no la ví, como te dije ayer y anteayer y la semana pasada. Pero, dejando eso de lado, anda la abogada Hernández buscando sus folios, parece que hoy anda sin secretario, cualquier cosa vos preparame todo y se lo llevo. —le informó el treintañero antes de retirarse hacia otro de los tantos depósitos que allí se encontraban.
Javiera tragó con dificultad su saliva, esperaba que Valentina no se apareciera por su depósito o moría de los nervios. Respiro hondo y volvió a su silla para descansar por un momento. Pero terminó por gritar al encontrar a alguien debajo de su escritorio.
—¡Mi uña! ¡Se me cayó una uña! —se excusó rápidamente Valentina saliendo de allí. Javiera estaba con los ojos desembocados sin creer a quién veía en tal embarazosa situación.
Al estar de pie acomodó su ropa que ahora se había manchado de polvo, especialmente sus rodillas, aunque la suerte había estado de su lado y sus cancanes color piel no se habían rasgado. Pero su cabello ya no estaba tan ordenado como antes, y sus mejillas estaban tan rojas que arruinaban su perfecto y disimulado maquillaje.
—Perdón por el susto, yo solo venía por mis folios. —dijo con una sonrisa nerviosa. Se moría por preguntarle todo sobre ella, era su escritora favorita, se moría de ganas por escucharla durante horas. Pero si no le había comentado de que estaba ahí, tan cerca de ella, debía haber una razón y no se sentía en el derecho de invadir su privacidad.
—Los tengo por acá... —farfulló Javiera controlando la vorágine de emociones que se gestaba en su interior.
Sus piernas no se podían casi flexionar por los nervios, su cabeza estaba en blanco y sus brazos se movían en automático, ni siquiera supo cómo encontró los folios de Valentina y se los dejó sobre el escritorio. Ella, igual o más inquieta, los tomó con bastante dificultad. Agradeció y rápidamente se escapó de allí. Javiera quedó en algún tipo de trance o estado de shock, no podía creer que por primera vez había cruzado palabras con Valentina frente a frente y no mediado por el anonimato de un servidor de fandom.
Ambas tenían sus corazones desbordados de nuevas sensaciones, y aunque para Javiera en su vida aquel encuentro no planteaba grandes cambios, ya que aún continuaría llegando al edificio en silencio y, a la distancia, dedicaría un suspiro por la rubia antes de perderse entre sus folios. Pero, para Valentina, era todo lo contrario. Ahora ya no podría ignorar la existencia de una chilena archivóloga escondida entre los depósitos del tribunal uno de familia. No podía ignorarla simplemente porque hacía tiempo que tenía un infantil crush por su escritura favorita, especialmente ahora que conocía su rostro. ¿Cómo podía ser tan talentosa a la vez que tan hermosa y tierna?
De ahora en más, Javiera González tenía que prepararse para otros muchos encuentros estresantes con Valentina Hernández.
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Nota:
¿No habías pensado en un universo donde las versiones femeninas de Martín y Manuel escriben y lean sobre ellos? Bueno, ahora sí pensarás en ello (?).
Existe la posibilidad de que siga la historia en un fanfic corto, pero no les prometo nada(?).
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