6. Día cinco: Sabores argentinos y un sabor chileno. (#Argchiweek2017)


Martín se encontraba en el balcón de su departamento prendiendo unas velas, y tirando unos pétalos de rosas por aquí y por allá, tenía una sonrisa picara en sus labios. Acomodó un par de cosas más y finalmente se llegó hasta la cocina donde su pareja intentaba en vano hacer la comida favorita de él.

— Che, ¿qué inventas? —Cuestionó arrugando el ceño mirando con molestia y desagrado lo que había hecho el menor.

— Weón, traté de hacerlo como dijiste. — Se excusó rápidamente el chileno, aunque reconocía que querer hacer milanesas con pure había sido mala idea.

—Están todas quemadas, boludo. Estas ya no son milanesas, son suelas de zapato, pelotudo. — Dijo despectivamente alejando aquella pequeña fuente de milanesas de él. — Loco, no podés hacer ni bosta, sos re inútil de enserio.

— ¡Porque no te vai a la conchetumare, rucio qlio. Encima que trato de hacer algo, me tratai así, Tai ma' pesao que de costumbre, weón care'raja! — Gritó más que enojado, las palabras de Martín habían sido duras, demasiado, le habían dolido lo suficiente como para tener lágrimas a punto de caer de sus ojos.

Salió de la cocina dispuesto a irse a la casa de sus padres, pero en living chocó con una ramo de rosas dejado en el piso, extrañado lo tomó y leyó la tarjeta dejada en ellas que decía: "¿Te dije que adoro hacerte enojar? Pero no me gusta que te pongas tan mal, así que mira el balcón y sonreí, ¿Dale? Te amo".

Soltó un largo suspiro habiendo entendido que nada de lo que había dicho su pareja era verdad, algo estaba tramando. Así qué curioso se acercó al balcón del departamento y lo abrió lentamente, sus ojos brillaron al encontrarse con una mesa decorada románticamente para una cena de pareja, los pétalos de rosa esparcidos por el suelo, velas aromáticas por todos lados, pero... Nada de eso fue comparable con el regalito que ladraba debajo de lo que sería su silla.

— Chucha, la wea linda. — Murmuró tomando aquel cachorro de raza siberiano, se lo había pedido tanto a Martín, no podía creer que al fin de lo había comprado.

— ¿Y? ¿Ya sé te fue el enojo? — Cuestionó saliendo al balcón con una fuente de milanesas a la napolitana con pure de papas, Manuel no entendía en que momento lo había hecho. Y eso no era todo, en la mesa ya esperada una picada al mejor estilo argentino, también unas empanadas criollas, entre otras cosas de la gastronomía argentina.

— Me había olvidado que cumplimos dos años de casado. — Confesó el chileno algo apenado, pero Martín no se veía enojado en lo más mínimo, al contrario, se acercó para dejar un corto beso en sus labios que le confirmaba que no estaba en problemas.

— Disfruta de una cena de sabores argentinos, pero deja a esa perro. — le dijo señalando al can que continuaba en brazos de su ahora dueño, Manuel abultó sus labios, pero hizo caso y dejó al pequeño irse adentro a conocer la casa.

— ¿Y de postre que hay? — Preguntó curioso Manuel pensando tal vez en un festín de sabores argentinos, pero dulces.

— Un postre de sabores chilenos. — Respondió dejando confundido al castaño, se preguntaba si Martín habría llamado a sus padres para averiguar algunas recetas dulces chilenas.

— ¿Y cómo que cosa será?

— Algo que hicieron tus padres.

Manuel entendió que el plato de sabores chilenos era sin duda alguna, él mismo.

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