10. Su héroe
(Este one-shot lo encontré entre mis publicaciones de Tumblr, al parecer nunca lo subí por acá. Es un relato producido en diciembre del 2017, por ende la prosa no será similar a la que tengo en el presente año. Desde ya, mil disculpas por los errores de ortografía, de coherencia y cohesión que puedan llegar a detectar a lo largo de la lectura. Muchas gracias).
Manuel sintió que su novio hacía algo con su mano izquierda, pero no le dio mucha importancia, ya que no quería apartar sus ojos de la televisión. Aquella película bélica que pasaban por cinecanal había captado completamente su atención, amaba todo lo relacionado con la milicia; por ello amaba con locura al oficial naval argentino que tenía por pareja, aunque ya le estaba cansando que jugara con su mano.
Molesto, apartó sus ojos de la pantalla para advertirle de que su paciencia no era ilimitada, pero entonces aquel rubio de ojos verdes esmeralda le robó un profundo beso que le alborotó la cabeza, no sabía si decirle mil garabatos o continuar con ese beso hasta quedar ambos sin ropas.
Al final solo abultó sus labios y volvió a poner su atención en la película.
Alzó su mano izquierda para acomodar sus cabellos, pero notó que había algo diferente en ella. La observó por un momento, pero debido a la escasa luz de la sala, no le hallaba forma a lo que había encontrado sobre su dedo anular izquierdo. Su pareja adivinó lo que ocurría, así que se estiró y encendió uno de los veladores junto al sillón donde estaban sentados.
—¿Qué me pusiste, weón? —Le cuestionó divertido mirándole por un momento. Luego volvió su vista a su siniestra para por fin percatarse de lo que su novio había puesto en su dedo, pronto sus ojos miel se llenaron de lágrimas.
—¿Te queres casar conmigo, che? —preguntó el argentino notablemente relajado pasando su brazo por sus hombros.
—Martín... rucio qliao... eso no se pregunta po. —decía entre lágrimas el chileno mirando aquel anillo de compromiso en su mano—. Obvio que quiero, weón... Te amo, rucio. Te amo como te imaginai... —respondió abrazándose con fuerza a su torso, era sin lugar a dudas el momento más feliz de su vida.
Esa noche Manuel se perdió en los brazos de su prometido importándole poco el mañana. Si fuera por él, hubiera congelado el tiempo justo en ese instante. Ese instante cuando ambos se miraron a los ojos y no necesitaron palabras para decirse cuanto se amaban.
Pero el tiempo avanzó, y tuvo que verse despidiendo a su novio en el puerto de Mar de Plata. Martín, su prometido, pasaría nueve meses en alta mar, y al volver pasarían por el registro civil para oficializar ese profundo deseo de ambos por pasar el resto de sus vidas juntos. Al menos se distraería planeado la boda en lo que esperaba su regreso.
Se abrazó así mismo mientras veía desaparecer a Martín en al ancho mar argentino, esa madruga marplatense estaba más fría que de costumbre, podía jurar que hasta un escalofrío le recorrió la espalda, y antes de poder notarlo, una lágrima se hizo camino por su mejilla derecha.
Secó aquella lágrima al notarla, y sonrió imaginándose como sería su boda. Ya era un hecho que sería en la playa, Martín volvería en noviembre, confiaba en que el clima sería lo suficientemente bueno para una boda al aire libre.
Los días pasaron, los meses por igual.
Y Manuel sonreía a más no poder, porque sabía que cuando el computador sonara, sería la última video llamada con Martín, porque cuando volvieran hablar, sería cara a cara; y por fin podría darle todos los besos y abrazos que en esos nueve meses había guardado para él.
—Solo me queda un patrullaje más en el ARA SAN JUAN que me dejara en Mar de Plata. Por fin voy a poder hacerte el amor, flaco. —decía el rubio con exagerada ilusión, Manuel no pudo evitar reír a carcajadas por el calentón de su novio, nunca cambiaba y así le gustaba.
—Te amo, rucio. —Le dijo por aquella pantalla led, Martín sonrió y con ojos de enamorado respondió con un suave y dulce "yo también" y tras unas palabras más, la comunicación debió ser cortada, debía abordar el submarino rumbo a la base naval de Mar de Plata.
Manuel se miraba sonriente a un espejo de cuerpo completo, el traje blanco para su boda le sentaba perfecto, al fin estaba listo. Sus amigos no dejaban de elogiarlo por lo bien que se le veía, pero a él solo le interesaba los elogios de hombre que se encontraba en alta mar, el cual pronto estaría en sus brazos.
Su teléfono sonó sacándolo de sus pensamientos, lo atendió y tras escuchar unas cuantas palabras, cayó de rodillas en el piso llorando sin consuelo alguno.
Quería creer que todo era una pesadilla, que ese "perdimos contacto" era una simple falla técnica, que ni era algo para alarmarse, que ni debieron llamarlo, que ni debería estar llorando, pero una opresión en su pecho le decía todo lo contrario.
Las horas se habían vueltos tan largas como los días, y los días tan largos como los meses. Y entre más pasaban, más lejos de Martín se sentía, no quería apartarse de la costa de Mar de Plata, tenía la esperanza de que el submarino ARA SAN JUAN emergería de las profundidades y su argentino lo abrazaría y le diría te amo tantas veces como para cansarlo.
Pero otras dos semanas pasaron, y el ARA SAN JUAN jamás emergió...
Un capitán de la naval argentina pidió disculpas y dio su sentido pésame a las familias de 44 héroes.
Manuel sentía que todo pasaba en cámara lenta, que en algún momento iba despertar y encontrarse con Martín durmiendo a su lado.
Pero Manuel no despertó, porque aquello no era un sueño ni la más vil de las pesadillas, era la fría realidad que le tocaba vivir.
Prendió una vela en el muelle, muelle donde aquel rubio le había pedido convertirse en el amor de su vida. Aún no podía creer, luego de cuatro años, que había aceptado. Siempre se dijo que seguramente fue convencido por ese uniforme blanco impoluto que agitaba su corazón, pero ahora ahí, solo con una vela en la mano, estaba más que seguro de que se hubiera enamorado de Martín aunque no hubiera sido oficial naval. Porque su rucio, era su rucio sin uniforme o con uniforme. Y por ese instante, como hubiera agradecido de que Martín nunca se hubiera interesado por la armada argentina.
Pero solo fue un instante, porque luego sonrío orgulloso entre medio de sus inagotables lágrimas. Orgulloso porque sabía lo que se había esforzado Martín por llegar a donde había estado, y que después de él, lo que más amaba era la marina y a su país.
Era un héroe...
Era su héroe.
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Nota: Dedicado a los 44 héroes desaparecidos del ARA SAN JUAN.
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