Capítulo XLIII - Vipera evanesca


ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO XLIII —

V i p e r a   e v a n e s c a ❞

Una semana había transcurrido desde el incidente en la clase de Pociones. Harry, Ron, Susan y Hermione cruzaban despreocupadamente el vestíbulo cuando vieron a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus, Dean y Neville les hicieron señas con las manos, entusiasmados.

—¡Van a abrir el Club de Duelo! —exclamó Seamus, con los ojos brillantes de emoción.

—¿Por qué? —preguntó Ron, acercándose como pudo al tablón—. ¿Acaso se piensan que el monstruo de Slytherin se va a batir en duelo?

—Podría ser útil —refutó Harry sus palabras—. ¿Qué opináis? ¿Asistimos?

Hermione y Susan se mostraron completamente a favor, asintiendo con la cabeza, así que aquella misma noche, una vez hubieron dado las ocho en punto, se abrieron camino hasta el Gran Comedor, donde se impartiría la primera sesión.

Las grandes mesas del comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.

Hermione y Susan quedaron boquiabiertas cuando vieron cómo Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente con su capa color ciruela oscuro que le cubría media espalda.

—¡Venid aquí, acercaos! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oís todos? —vociferaba el profesor, dejando que sus palabras resonaran con poderío por entre las voluptuosas paredes del lugar, y los alumnos empezaron a rodear la gran tarima, expectantes—. ¡Estupendo! Debido a los oscuros eventos de las semanas recientes, el profesor Dumbledore me ha permitido iniciar el Club de Duelo con la intención de prepararos a todos vosotros por si algún día necesitáis defenderos, tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones... si queréis más detalles, consultad mis obras publicadas.

Con un ligero movimiento, Lockhart se despojó de la capa que portaba y la lanzó hacia un grupo de alumnas de Ravenclaw que se aferraron a ella como si les fuera la vida. Desde su posición, Susan suspiró, y Hermione se mordió sutilmente el labio inferior, sintiendo como la corroía la envidia.

—Permitidme presentaros a mi ayudante —retomó Lockhart sus palabras, recuperando la atención y, con un sutil gesto, señaló el otro extremo de la larga tarima—. ¡El profesor Snape!

De entre los alumnos, aquella sombría figura se alzó sobre la superficie, y a paso firme, anduvo hasta la posición de Lockhart, dando grandes y fuertes zancadas, haciéndose respetar, y sin mirar a nadie a su alrededor, como si estuviera muy concentrado en su objetivo.

Hermione, desde su posición, frunció el ceño con cierta desconfianza, a medida que los pasos de Snape se acercaban. ¿Cómo podía estar su profesor de Pociones ayudando al profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras?

—Él dice que sabe un poco sobre el arte de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar —prosiguió Lockhart, despreocupado—. Pero no quiero que os preocupéis los más jóvenes: no os quedaréis sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no temáis!

En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio que estremeció el cuerpo de la castaña. Podía llegar a imaginarse lo que allí ocurriría: Lockhart no parecía tener ningún tipo de posibilidad.

Ambos profesores se encararon y se hicieron una reverencia, alzando sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.

—Como veis, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —aclaró Lockhart ante la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo, aunque claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar.

—Yo no estaría tan segura... —musitó Hermione para sí misma, viendo como los ojos de Snape parecían estar iluminados por las llamas de la furia.

Susan, que había oído con total claridad su comentario, no dudó ni un segundo en tomarla de la mano, intentando transmitirle la calma necesaria: Hermione, a través del contacto visual, le agradeció infinitamente el gesto, correspondiendo a su agarre y manteniéndolo con fuerza.

—Una..., dos... ¡y tres!

Ambos docentes alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante.

—¡Expelliarmus! —vociferó Snape, y de la punta de su varita resplandeció un destello de luz roja que aterrizó justo en el pecho de Lockhart.

El profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, se estampó violentamente contra el muro de piedra y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo, ante la mirada curiosa de los estudiantes.

Tanto Hermione como Susan se alzaron de puntillas, cubriéndose la boca con la mano que les quedaba libre y contemplando la escena con pavor.

—¿Crees que estará bien? —cuestionó Susan en voz alta.

—¿A quién le importa? —sonrió Ron tras de sí.

Lockhart consiguió volver a ponerse en pie con cierta torpeza; su pelo ondulado se había puesto de punta.

—Fue una idea excelente enseñarles ese encantamiento de desarme, profesor Snape —exclamó el hombre, volviendo a paso lento hasta su puesto e intentando adecentar su peinado con sus manos—. Pero, si me permite decirlo, era bastante obvio que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido imperdírselo, me habría resultado muy fácil, pero pensé que sería instructivo dejarles que lo vieran...

Entre los labios de Snape se formó una diminuta e imperceptible sonrisa de satisfacción.

—Quizá sería prudente enseñar primero a los estudiantes a bloquear hechizos hostiles, profesor —sugirió el hombre, alzando la barbilla con cierta presunción.

Lockhart, notablemente incómodo ante lo que acababa de suceder, le devolvió la sonrisa con cierto nerviosismo.

—Una idea excelente, profesor Snape —admitió, dándole la espalda y contemplando a los alumnos—. ¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas.

Los muchachos empezaron a alzarse en la gran tarima, quedando entre la multitud mientras ambos docentes formaban las parejas. Harry y Ron, así como Susan y Hermione, se mantuvieron unidos hasta que les llegó su turno.

—Me parece que ya es hora de separar a este equipo ideal —pronunció Snape, contemplando a ambos muchachos con cierta inquina.

—Sr. Weasley, usted se pondrá con el Sr. Finnigan —exclamó Lockhart, justo de lado a su compañero—. Y usted, Srta. Bones, póngase junto a la Srta. Zeller.

—Quizá sería mejor emparejarla con la Srta. Parkinson, si me permite el sugerimiento —propuso Snape.

Susan, tragando saliva, se acercó hasta la muchacha Slytherin con ojos temerosos, no muy convencida ante aquella elección.

Harry y Hermione, que aún permanecían unidos, se contemplaron entre sí, deseando ser emparejados por los docentes.

—Me parece que no —sonrió Snape con frialdad—. Sr. Malfoy, aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter.

Aquel rubio de expresión arrogante alcanzó la posición de su rival, observándole con soberbia. Snape lo tomó sutilmente por el hombro, haciendo que el muchacho se hiciera a un lado junto a él para poder darle las indicaciones necesarias, cosa que Lockhart imitó con Harry.

Y mientras la castaña esperaba con impaciencia su turno, notó como una figura se colocaba junto a ella, a la cual no le costó demasiado reconocer: Neville le dedicaba una abierta sonrisa, mostrándole su dentadura irregular.

—Oye, Hermione —murmuró el chico, acercándose a ella—. ¿Ya has probado ese filtro de amor con Lockhart?

La Gryffindor abrió los ojos con pudor, y con asombrosa rapidez, volvió su mirada hacia el profesor, que seguía dándole indicaciones a Harry y que parecía no haber escuchado el comentario del muchacho, ante lo que suspiró, aliviada.

Sin embargo, cuando notó como aquellos ojos oscuros se mantenían posados sobre ella con total frialdad, sintió como la sangre dejaba de circularle por las venas: Snape, alzando una ceja con incredulidad, la fulminaba con la mirada.

Intentando escapar de aquella embarazosa situación, la muchacha se cubrió el rostro con ambas manos, y Neville, aún a su lado, tragó saliva, percatándose de su error garrafal.

—Póngase con la Srta. Abbott, Longbottom... —le ordenó el murciélago con total severidad, ante lo que el muchacho se mantuvo estupefacto, pues las piernas no parecían responderle—. ¡Ahora!

Neville echó a correr tras su pareja de duelo tras aquel grito, y Hermione, habiéndose retirado con dificultad ambas manos de su rostro, clavó su mirada en el suelo.

Viendo que Snape permanecía estático ante ella, se decidió finalmente por tomar coraje, llenando sus pulmones de aire, y alzó la vista para encontrarse con sus orbes oscuras, que seguían fulminándola sin piedad.

—Granger... su pareja será Bulstrode —anunció Snape tras el silencio que se le había hecho eterno, y aquella muchacha de Slytherin, de complexión robusta, cabello negro y una gran mandíbula que le daba aspecto agresivo, se presentó frente a ella; sin embargo, antes de poder analizar debidamente la situación, el profesor Snape la sorprendió, inclinándose ante ella y obligándola a conectar sus ojos con los de él, una vez más—. Más tarde, usted y yo mantendremos una conversación acerca de ese... filtro.

Hermione abrió la boca en un intento por articular palabra alguna, pero ni un solo sonido salió de entre sus labios tímidos. Ante su repentina falta de expresión, se limitó a asentir un par de veces con la cabeza, con lo que Snape pareció darse por satisfecho, conduciendo su andar hacia el resto del alumnado.

Sin embargo, mientras el hombre se encontraba emparejando a los muchachos que quedaban libres sobre la tarima sin meditarlo demasiado, un poderoso detalle le asaltó las ideas: ahora ya sabía que sus sospechas estaban en lo cierto, pues había sido Hermione quien se había adentrado en el almacén... pero, ¿desde cuando se usaba el cuerno de bicornio y la piel de serpiente arbórea africana en la elaboración de la Amortentia?

Negando fervientemente con la cabeza, Snape prefirió guardarse esos pensamientos para cuando fuera el momento adecuado, y prosiguió con su labor, aunque esta no le gustara lo más mínimo.

—¡Poneos frente a vuestros contrincantes —les indicó Lockhart a los estudiantes, de nuevo sobre la tarima, una vez se hubieron hecho las parejas— y haced una inclinación!

Hermione y Millicent apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente.

—¡Varitas listas! —prosiguió el profesor—. Cuando cuente hasta tres, ejecutad vuestros hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y... ¡tres!

El murmullo empezó a cernirse sobre la gran sala, a medida que los alumnos se lanzaban hechizos entre sí.

Hermione, apretando con fuerza los dedos alrededor de su varita, apuntó fijamente hacia los hombros de Millicent y se dispuso a conjurar su primer hechizo.

—¡Flipendo! —pronunció con convicción, y aquel destello naranja cayó sobre la figura de la Slytherin, empujándola hacia atrás y estando a un pequeño paso de hacerla caer de la tarima.

Millicent, que hubo conseguido mantenerse derecha después del ataque, frunció el ceño con desdén y contempló a Hermione con total inquina, dejando que un gruñido saliera de entre sus labios turgentes.

Sin pensárselo dos veces, lanzó su varita al suelo y, aprovechando que su rival se encontraba estupefacta ante sus movimientos, dio un par de poderosos pasos, posicionándose frente a ella: con ambas manos, la tomó agresivamente por el cuello, alzándola del suelo con fuerza.

Hermione, pesé a intentar deshacerse de su agarre, tambaleándose con torpeza, no lograba que la muchacha la soltara: con la cabeza alzada, solo era capaz de ver el humo verdoso que se cernía sobre la sala y unos pocos rostros de aquellos a los que tenía más cerca. El corazón le retumbó con fuerza en el pecho en cuanto reconoció los rostros de Snape y Lockhart entre ellos, que parecían estar contemplando la situación con total estupefacción.

La Gryffindor, sintiendo como aquel poderoso agarre empezaba a asfixiarla, los observó fijamente, suplicándoles auxilio con sus ojos castaños.

Para su sorpresa, no fue Lockhart quien se dispuso a detener el ataque, si no que resultó ser Snape quien se abrió paso entre Harry y Malfoy, posicionándose frente a ambas muchachas.

—¡Suéltela inmediatamente, Bulstrode! —hizo retumbar su voz áspera entre las voluptuosas paredes de la gran sala.

Millicent, con una mueca de disconformidad dibujada entre sus facciones, deshizo el agarre que suponían sus manos alrededor del cuello de Hermione, dejándola caer al suelo, donde la Gryffindor intentó recuperar la respiración mediante grandes bocanadas de aire, sintiendo como el corazón le latía con fuerza en el pecho.

El profesor, viendo a su pequeña sabelotodo en aquel estado y dejando que el instinto lo guiara, le ofreció tímidamente de su ayuda, sin saber del todo si lo hacía para demostrar quién era realmente Gilderoy Lockhart... o sí lo hacía para demostrar quién era Severus Snape.

La Gryffindor, que se mantenía de rodillas e intentaba aserenar sus incesantes jadeos, contempló aquella mano que él le ofrecía y la tomó discretamente con sus dedos perfilados, aferrándose a ella en busca de la seguridad que desesperadamente necesitaba.

Ambos sintieron cómo se les erizaba la piel ante aquel contacto físico, notando como un escalofrío los sacudía por completo, hasta los huesos; lentamente, la muchacha volvió a encontrarse en pie, frente a la mirada curiosa de los demás estudiantes.

Los ojos de Snape, que habían estado concentrados en ella, rompieron entonces aquel vínculo que mantenía unidas sus miradas para postrarse sobre la figura robusta de Bulstrode, quien hacía gala de su mueca de indiferencia ante lo sucedido.

—Veinte puntos les serán sustraídos a Slytherin por esta falta de educación —anunció el profesor con la voz firme, conteniendo su cólera—. En cuanto a usted, Bulstrode, quedará recluida hasta Navidades, y espero que así aprenda a tener modales.

Los alumnos, al igual que el profesor Lockhart, se quedaron impactados ante aquella decisión: nadie hubiera imaginado que Snape pudiera llegar a restar puntos a su propia casa... pero así había sido.

Hermione, que permanecía frente a él, sintió como miles de mariposas aleteaban en el interior de su estómago. Snape había quitado puntos a Slytherin... y lo había hecho por ella.

Cuando los ojos oscuros del hombre volvieron a postrarse en los suyos, para asegurarse de que se encontrara estable, la muchacha dejó que aquel poderoso sentimiento la invadiera por completo, convenciéndose de aquello que ya conocía y que tanto le había costado aceptar: le quería, de forma tan férrea y decisiva que creyó que el pecho podría llegar a estallarle ante el latir fiero de su corazón enamorado.

—Muchachos, muchachos... Levántate, Macmillan..., con cuidado, Srta. Abbott..., pellízcalo con fuerza, Thomas, y dejará de sangrar enseguida... —exclamó Lockhart, acaparando la atención, pasando por entre los estudiantes y examinando las consecuencias de los duelos—. Creo que será mejor que os enseñe a interceptar los hechizos indeseados. Para ello, necesitaré un par de voluntarios. Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal vosotros?

—Mala idea, profesor Lockhart. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, y tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas —declaró Snape, deslizándose como un murciélago hasta la posición de su compañero—. ¿Qué tal Malfoy y Potter?

—¡Excelente idea! —manifestó Lockhart, haciéndoles un gesto a ambos muchachos para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio.

Susan, que se había acercado a Hermione tras el incidente, la tomó por el brazo y la ayudó a abandonar la tarima junto al resto del alumnado, inspeccionándola con la mirada.

—¿Te encuentras bien? —no tardó en preguntarle, viendo la marca de las manos de Millicent que le había quedado sobre el cuello.

Hermione, acariciándose con delicadeza la piel, observó con fijación a Snape, que se encontraba dándole indicaciones a Malfoy, justo en una de los extremos de la tarima.

—Creo que estoy mejor de lo que me esperaba —pronunciaron sus labios tímidos, y Susan, percatándose del objetivo de los ojos castaños de su amiga, no pudo evitar esbozar una sonrisa sincera entre sus mejillas anaranjadas.

—Se ha comportado como un caballero —le susurró ella con cierta picardía.

Ambas muchachas intercambiaron una mirada plagada de complicidad, sonriéndose entre sí, emocionadas por igual.

En la superficie lisa de la extensa tarima, una vez ambos profesores hubieron finalizado sus indicaciones, Harry y Malfoy alzaron sus varitas respectivamente, listos para empezar.

—Tres, dos, uno... ¡Ya!

—¡Serpensortia! —bramó Malfoy, y hubo un estallido en el extremo de su varita.

Hermione vio, aterrorizada, que de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo de la tarima y se erguía, lista para atacar. Todos los se alumnos echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo.

—No te muevas, Potter —le ordenó Snape, acercándose con grandes zancadas hasta el animal, y Harry, que se había quedado inmóvil, miraba a los ojos a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella...

—¡Permítame, profesor Snape! —vociferó Lockhart, frenando el andar de su compañero, y con destreza, blandió su varita apuntando a la víbora—. ¡Alarte ascendare!

La serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Justin Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, mostrándole sus colmillos venenosos.

Snape, tomando con fuerza su varita, se dispuso a alzarla en su dirección con total convicción; sin embargo, sus intenciones se vieron frustradas en cuanto Harry se encaminó en dirección a la serpiente, mientras sus labios susurraban palabras que le hicieron helar la sangre.

Milagrosa e inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Harry. A éste se le pasó el miedo: sabía que la serpiente ya no atacaría a nadie, aunque no habría podido explicar por qué lo sabía.

Sonriendo, miró a Justin, esperando verlo aliviado, o confuso, o agradecido, pero ciertamente no enojado y asustado como parecía encontrarse.

—¿A qué se supone que estás jugando? —vociferó el muchacho, y antes de que Harry pudiera articular palabra alguna, se había dado la vuelta y abandonaba decidido el salón.

Snape se acercó y blandió su varita.

—¡Vipera evanesca!

La serpiente desapareció en una pequeña nube de humo negro, que al desaparecer le mostró de nuevo a Harry el rostro de su profesor de Pociones, que clavaba en él sus orbes oscuras, viéndolo con total consternación.

El muchacho fue vagamente consciente de que a su alrededor se oían unos inquietantes murmullos, y a continuación, sintió que alguien le tiraba de la túnica por detrás.

—Vamos —le susurró Susan al oído—. Vamos...

Sus amigos le sacaron del salón, abriéndose paso entre los estudiantes, que se apartaban como si les diera miedo contagiarse. Harry no tenía ni idea de lo que pasaba, y ni Ron, ni Susan ni Hermione se atrevieron a pronunciar media palabra hasta que se hallaron en la soledad de uno de los corredores del primer piso.

—¡Hablas pársel! —exclamó la castaña, sintiéndose completamente asombrada ante lo sucedido—. ¿Porqué no nos lo habías dicho?

—¿Que hablo qué? —balbuceó el muchacho, arrugando la frente con desconcierto.

—¡Pársel! —se añadió Ron—. ¡Puedes hablar con las serpientes!

—Lo sé —respondió Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo hago. Una vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley en el zoo. Es una larga historia... pero ella me estaba diciendo que no había estado nunca en Brasil, y yo la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber que era un mago...

—¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca en Brasil? —repitió Susan con voz débil, como si las palabras se le hubieran atorado en la garganta.

—¿Y qué? Apuesto a que pueden hacerlo montones de personas.

—Desde luego que no —alegó el pelirrojo—. No es un don muy frecuente... esto no puede ser bueno.

El rostro de Harry pareció mostrarse contrariado ante las palabras de sus amigos.

—¿Que no es bueno? —enfatizó él—. ¿Qué le pasa a todo el mundo? ¡Si no llego a decirle a esa serpiente que no atacara a Justin...!

—¿Eso es lo que le dijiste? —se cuestionó Susan.

—¿Qué pasa? Tú estabas allí... tú me oíste.

—Hablaste en lengua pársel, Harry, la lengua de las serpientes —insistió Hermione—. Podías haber dicho cualquier cosa... no te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si estuvieras incitando a la serpiente.

La respiración del muchacho pareció entrecortarse en aquel mismo instante.

—¿Hablé en otra lengua? —preguntó él, y sus tres amigos asintieron con fervor—. Pero no lo comprendo... ¿cómo puedo hablar en una lengua sin saber que la conozco?

Un silencio sepulcral invadió la escena. Ninguno sabía con exactitud qué podía decirse ante lo que acababa de suceder, y Harry empezaba a sentirse abrumado... algo de lo que Hermione no tardó en percatarse.

—Harry, escúchame... Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes —manifestaron sus palabras—. Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.

—Exactamente —prosiguió Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así.

—Pero no lo soy —alegó Harry, sintiéndose completamente impotente ante lo sucedido.

Sus compañeros se observaron entre sí con pesadumbre.

—Te costará mucho demostrarlo... —expuso Susan con la mayor sinceridad posible—. Él vivió hace unos mil años... así que bien podrías serlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top