Capítulo XLI - Stingo

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO XLI —

S t i n g o

Pocas cosas podían llegar a producir una satisfacción semejante en el malencarado profesor de Pociones como lo hacía el fastidiar al alumnado sin ningún tipo de escrúpulo por su parte. Era demasiado gratificante ver el terror dibujado en los ojos de aquellos bobos a los que les dedicaba injurias incesantes y a los que arrebataba puntos sin ton ni son como para privarse de ello, solo por mero entretenimiento personal.

Las noches se habían tornado tediosas y aburridas desde hacía años, tantos que apenas podía recordar cuánto hacía que las sufría: el insomnio había llegado a convertirse en uno de los peores oponentes en la vida de Severus Snape, pues en contadas ocasiones lograba ganarle la batalla.

Aquella noche fue precisamente una de las tantas en las que el hombre se decidió por aprovechar su desvelo insistente para dedicarse al pasatiempo que tanto le gustaba, deambulando por los pasillos dormidos en busca de aquellos que se hubieran atrevido a dejarse encontrar por él y su furia implacable.

Sin embargo, a medida que avanzaba por la más absoluta oscuridad, desplazándose tan silenciosamente que parecía que flotaba sobre el suelo, solo había tenido oportunidad de intercambiar un par de improperios con Peeves y proferir una concienzuda reprimenda al retrato de Sir Cadogan por encontrarse batallando contra Merwyn el Malicioso a altas horas de la noche. Parecía que en aquella ocasión, muy a su pesar, los alumnos habían decidido obedecer al toque de queda.

Snape, una vez hubo revisado hasta el más recóndito rincón del séptimo piso, el último que le quedaba por inspeccionar, decidió retirarse a las mazmorras después de su fracaso, sintiéndose indignado consigo mismo. ¿Desde cuando se recogía Severus Snape en sus aposentos sin haber restado ni un solo punto a los águilas, a los tejones o a los leones?

Fue precisamente cuando se encontraba cruzando el vestíbulo de la planta baja en dirección a las mazmorras, refunfuñando para sí mismo en voz baja, cuando lo que parecía ser un sollozo lejano le colmó de curiosidad, distrayéndole de su fastidio interno: después de todo, resultaba que no se encontraba solo merodeando por el castillo.

A paso firme pero manteniendo su característico sigilo, el profesor siguió aquel gimoteo a través de los pasillos de la planta baja, que parecían estar conduciéndole hacia el aula de Transformaciones.

Todas las teorías que pudo haber creado su retorcida imaginación quedaron opacadas por la cruda realidad, justo cuando giró a la derecha, siguiendo el pasillo: frente a él, una figura femenina restaba arrodillada, de espaldas a su persona, sollozando sin cesar ante lo que parecía ser un cuerpo inerte, tendido sobre el suelo de piedra.

—¿Charity? —exclamó la voz profunda de Snape, habiendo reconocido con facilidad aquellos cabellos rubios y ligeramente encrespados que la profesora solía lucir, acercándose a ella con lentitud.

Ella, girándose en su dirección, lo contempló con sus ojos azules, notablemente hinchados por el llanto.

—Oh, Severus... —susurró ella con la voz entrecortada—. No puedo creerlo...

A paso calmado, Snape se arrodilló junto a su compañera, contemplando aquel cuerpo ante el que ella lloraba. El uniforme que éste portaba le dio la evidencia que se encontraba frente a una alumna de Ravenclaw, que a juzgar por su estatura y desarrollo, debía estar en alguno de los cursos más avanzados. Su rostro se mantenía oculto tras aquella cámara muggle que sus dedos rígidos sostenían a la altura de su cabeza.

—¿Cómo ha ocurrido? —le preguntó a su compañera con voz tenue, mientras sus dedos se deslizaban por la mano gélida de la alumna, confirmando que se encontraba petrificada.

—No lo sé... estaba organizando el aula para la clase de mañana y he oído un estruendo en el exterior... —alegó Charity, secándose las lágrimas con la manga de su jersey de franela—. No he podido hacer nada por ella... ya estaba fría cuando la he encontrado aquí...

—Podemos curarla... pero no tenemos tiempo para conjeturas —manifestó el hombre—. Será mejor que vayas a buscar a Albus.

Ambos docentes se contemplaron entre sí.

—¿Te quedarás con ella? —le preguntó la mujer, intentando aserenarse.

—Sí, Charity —respondió él, asintiendo paciente con la cabeza.

Tomando el aire que le faltaba, la profesora se alzó, conduciendo su paso apresurado hacia el vestíbulo y perdiéndose entre la oscuridad, dispuesta a acatar con las indicaciones de su compañero.

Y Snape, aprovechando aquel instante de soledad, se volvió en dirección a la muchacha petrificada, intentando identificarla: con cautela, tomó la cámara muggle que aquellos dedos rígidos sostenían y dejó al descubierto el rostro de la joven. No necesitó más que un par de segundos para identificarla: se trataba de una de sus alumnas de sexto año...

Helen Dawlish, ni más ni menos.

Charity no tardó en regresar al pasillo, acompañada por Dumbledore y McGonagall, quienes habiendo presenciado la escena, ayudaron a transportar el cuerpo inerte de la muchacha a la enfermería, donde la depositaron en una de las camillas con sumo cuidado.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Pomfrey, viendo horrorizada a la joven en ese estado.

—Otra agresión —anunció Dumbledore—. Charity y Severus la han encontrado a unos pocos pasillos de aquí, cerca del aula de Transformaciones.

—Supongo que intentaba llegar hasta la clase —añadió McGonagall en un hilo de voz—. He visto que había descuidado su varita en su pupitre habitual.

—La chica se cubría el rostro con lo que parece ser una cámara muggle —manifestó Snape, entregándosela al director, que la recibió entre sus dedos perfilados—. Quizá pudo sacar una foto de su atacante.

Dumbledore, habiendo analizado cuidadosamente el artefacto, la abrió con decisión para extraerle el carrete: sin embargo, un chorro de vapor salió de la cámara, y el carrete se incendió.

Stingo —pronunció con decisión el anciano, deslizando sus dedos por encima de la cámara, extinguiendo la pequeña llama brotada.

—Derretido —suspiró Pomfrey—. Todo derretido...

—¿Qué puede significar esto, Albus? —preguntó McGonagall con interés, acariciando tímidamente las mejillas frías de Helen con sus dedos envejecidos.

—Significa que nuestros alumnos corren grave peligro —manifestó finalmente Dumbledore con resignación—. Tal y como lo temíamos, Minerva... la Cámara de los Secretos ha sido abierta de nuevo.

—¿Qué le digo al personal?

—La verdad. Diles que Hogwarts ya no es un lugar seguro.

El silencio adornó la sala en su totalidad. Había poco que pudiera decirse en una situación como aquella, así que los docentes prefirieron retirarse del lugar sin mediar palabra alguna para poder meditar fríamente acerca de los acontecimientos recientes.

McGonagall acompañó a Charity hasta sus aposentos, pues la tranquilidad de la mujer, después de aquel hallazgo, había quedado severamente turbada; Pomfrey abandonó la enfermería con los ojos vidriosos, sintiéndose abatida por las circunstancias, y Dumbledore prefirió retirarse a su despacho, dejando que Snape pudiera estar a solas con sus pensamientos, observando a la muchacha.

Por primera vez en mucho tiempo, el profesor de Pociones sintió brotar en su pecho lo más parecido a la preocupación, y dejó que ese sentimiento le invadiera por completo, notándolo como un dolor amargo que le fluía abiertamente por las venas.

Lo que él desconocía era que la conversación había sido escuchada por aquel muchacho de cabellos azabaches que fingía estar dormido, tres camillas más allá, aunque apenas encontró instante para detenerse a pensarlo. Era demasiado grande el temor que sentía al imaginarse que la que podría encontrarse tendida en la camilla frente a la que se hallaba pudiera ser Hermione como para pensar en nada más.

  *** 

Como era costumbre en la Torre de Gryffindor, Hermione fue la primera en despertar aquella mañana de domingo, justo cuando un haz de la resplandeciente luz del sol de invierno, colándose entre los viejos portones del gran ventanal, cayó sobre su almohada.

Decidida, e intentando a la vez ser lo más cautelosa posible para no despertar a sus compañeras de habitación, la muchacha se vistió con su uniforme de estudiante e intentó ordenar sus indomables cabellos con un simple toque de varita, que le concedió un resultado no demasiado alentador pero mínimamente aceptable.

Satisfecha, abandonó la habitación y descendió la escalera de caracol hasta el vestíbulo, repasando mentalmente los planes que tenía en aquella preciosa mañana: quería pasar por la biblioteca a consultar algunas de las tácticas que Malcolm le había mencionado para poder ponerlas en práctica durante su próximo entrenamiento de Quidditch, y más tarde, tenía intención de visitar a Harry para saber cómo se encontraba después del incidente.

Sin embargo, cuando su andar veloz alcanzó el vestíbulo, reconoció enseguida los cabellos azabaches de su amigo, que se encontraba de espaldas a ella, adecuado en un sillón frente a la chimenea de piedra.

—¡Harry! —exclamó, llamando la atención del muchacho, que se giró para contemplarla con sorpresa, a medida que ella se le acercaba—. No esperaba encontrarte aquí tan temprano. ¿Cómo está tu brazo?

—Bien. Madame Pomfrey me ha servido el desayuno y me ha dejado marcharme de la enfermería —respondió él con convicción, aunque sus ojos parecían inundados por la tristeza, algo que su compañera notó—. Aunque ojalá todo fueran buenas noticias...

Con cierto escepticismo, Hermione se sentó junto a Harry, dejando que sus palabras le relataran lo que había ocurrido aquella misma noche... algo que la dejó acongojada por completo.

—No es posible... —balbuceó ella, una vez el muchacho hubo explicado hasta el último detalle—. ¿Seguro que era ella...?

Harry asintió con resignación.

—No puedo ni imaginarme cómo recibirá Cedric una noticia así —admitió él, apenado.

—Deberíamos ir a verle, ¿no crees? —sugirió ella, y el muchacho asintió sin pensárselo dos veces—. Quizá todavía no le han dado la noticia...

Decididos, ambos ascendieron a toda prisa la escalera de caracol que conducía a los dormitorios, y Harry fue el encargado de despertar a Ron, quien a duras penas logró vestirse, aún medio adormecido, y los siguió hasta el exterior.

Los tres muchachos bajaron la Gran Escalinata hasta llegar al Gran Comedor, donde usualmente Hermione desayunaba con los Hufflepuffs. Allí, como cada mañana, se encontraban Susan, Malcolm y Maxine... pero Cedric no estaba con ellos.

—¡Buenos días, chicos! —los recibió la pelirroja, que devoraba con ganas un tritón de jengibre de su plato—. ¿Queréis un poco de zumo de calabaza?

—Me parece que no tenemos tiempo para desayunar, Susan —admitió la castaña—. ¿Dónde está Cedric?

—Hoy se ha levantado muy temprano —les explicó Malcolm desde el otro lado de la mesa, junto a Maxine—. Me parece que la profesora Sprout ha venido a buscarle, aunque no sé porqué.

Harry y Hermione se observaron entre sí con estupefacción, mientras Ron bostezaba con ganas, justo detrás de ellos.

—Entonces ya lo sabrá —exclamó Harry, contemplando los ojos castaños de su amiga.

—¿Saber qué? —preguntó Maxine, atenta a la conversación de ambos.

Hermione asintió con la cabeza, aún admirando las orbes esmeralda de Harry.

—Vayamos a buscarle —propuso ella con total convicción, y el muchacho le devolvió el asentimiento.

Ambos se dieron la media vuelta y corrieron en dirección a la enfermería, mientras Ron, Susan, Malcolm y Maxine les contemplaban marchar con total desconcierto reflejado en sus rostros.

—¿Qué les pasa? —cuestionó el Hufflepuff, rascándose la barbilla.

—Será mejor que lo averigüe —declaró Susan, levantándose del banco de madera de un enérgico salto; antes de retirarse, se dirigió una vez más a sus compañeros de casa—. Nos vemos después, chicos.

Tomando a Ron por la túnica, que permanecía medio adormecido, frotándose los ojos con desgana, la muchacha abandonó el Gran Comedor a pasos agigantados, siguiendo a sus amigos hasta la enfermería.

Los cuatro no tardaron en alcanzar el lugar, donde quedaron estupefactos frente a lo que veían desde la entrada: el cuerpo petrificado de Helen restaba tendido en una de las más cercanas camillas, y junto a ella se encontraba un abatido Cedric que, con los ojos rojos, le acariciaba suavemente una de las mejillas, contemplándola con pesar.

Intentando no resultar violentos, los cuatro se acercaron a él a paso lento, aún atónitos ante la escena, pero el muchacho no apartó sus ojos grises de la figura de su amada.

Hermione, instintivamente, se acercó hasta su amigo, y con delicadeza le rodeó el hombro con su brazo, intentando transmitirle su apoyo a través de aquel simple contacto.

—Hoy teníamos planeado visitar Hogsmeade... —declaró Cedric en un hilo de voz, acariciando el rostro gélido de Helen con ternura—. Iba a invitarla a tomar cerveza de mantequilla... siempre ha adorado esa bebida... solía formársele un bigote de espuma cada vez que tomaba un trago de su jarra, y aún con él estaba tan hermosa...

La Gryffindor notó como los ojos se le humedecían, como lágrimas afligidas reclamaban, desesperadas, descender por sus mejillas.

—Cedric... yo... —balbuceó ella, intentando hallar las palabras adecuadas, aunque estas no le parecieran suficientes como para expresarse debidamente—. Lo siento muchísimo...

—Sí, Cedric... —se añadió Harry, encontrándose junto a Susan y Ron al otro lado de la camilla—. Lo lamentamos profundamente...

El Hufflepuff, ante aquella respuesta, se esforzó en esbozar una sonrisa plagada de sorna, y a sorpresa de los presentes, alzó su mirada en dirección al de cabellos azabaches, dejando entrever en sus ojos como prendía la poderosa llama de la cólera.

—Y más que lo vas a lamentar, Harry... —pronunció cada sílaba con una lentitud aterradora, alzándose de su asiento y apretando los puños con fuerza—. Porque después de esto, pienso estrangularte.

De un momento a otro, el muchacho rodeó vertiginosamente la camilla, y sin que el resto se lo esperara, tomó a Harry por el cuello de su túnica y lo alzó violentamente del suelo, admirándolo con total desdén.

—¡Suéltame, Cedric! —gritó el Gryffindor, intentando deshacerse del agarre.

Hermione y Susan se abalanzaron sobre ambos muchachos, intentando separarles a la fuerza, y Ron, aunque tardó unos instantes más en reaccionar, procedió a ayudarlas.

Pese a la resistencia que opuso Cedric, finalmente sus amigos fueron capaces de liberar a Harry de su agarre, y Hermione, con cierta brusquedad, empujó al Hufflepuff, haciéndolo recular a una distancia prudente y manteniéndolo en el sitio para que no volviera a atacarle.

—¡¿Se puede saber qué es lo que te pasa?! —vociferó ella, intentando comprender la situación mientras Harry recuperaba su respiración, teniendo a Susan y Ron frente a sí a modo de escudo—. ¡¿Te has vuelto loco?!

—¡No intentes negar la realidad, Hermione! —gritó el Hufflepuff a pleno pulmón, asustándola con su tono de voz—. ¡Él está detrás de todo esto!

La castaña pestañeó un par de veces, completamente incrédula ante lo que oía.

—¡¿Pero qué barbaridad estás diciendo?! —le respondió ella en el mismo tono.

—¡¿No te das cuenta?! ¡Él llegó tarde a la cita el día de Halloween, justo cuando petrificaron a la Sra. Norris! —alegó él con total convencimiento—. ¡Y esta noche, que se encontraba solo en la enfermería, ha ocurrido esta desgracia!

Los ojos de Harry se abrieron como platos ante aquellas afirmaciones.

—¡¿Cómo puedes pensar que yo he cometido una barbaridad semejante?!

—¡Dímelo entonces, Harry! ¡¿Cómo es posible que te encuentres ausente cada vez que alguien cae petrificado?! —prosiguió la ira del muchacho—. ¡¿Cómo es posible que tú oigas una voz que nadie más puede escuchar, que te incita a matar?!

—¡¿De verdad piensas que Harry sería capaz de hacer algo así?! —se añadió Ron, habiéndose despertado por completo—. ¡Yo estuve con él toda la tarde antes de asistir a la cita! ¡Harry no ha hecho nada malo!

—¡Exacto! —exclamó Harry—. ¡Y también hay testigos de que pasé la noche en la enfermería! ¡Dobby estuvo aquí, conmigo, hasta que aparecieron los profesores con el cuerpo de Helen!

Cedric intentó articular palabra alguna, queriendo refutar su versión de los hechos, pero ni un triste sonido salió de entre sus labios. Sus ojos empezaron a inundarse de lágrimas sin ningún tipo de control, y dejándose caer al suelo de rodillas, el muchacho empezó a sollozar como un cachorrito indefenso.

Hermione, arrodillándose a su altura, comprendió entonces el desconsuelo en el que se encontraba su amigo. Sin apenas meditarlo, le rodeó el torso en un abrazo entregado, y el muchacho la correspondió, apoyándose en su hombro derecho y dejando que su llanto fluyera abiertamente frente a sus amigos.

—Tranquilízate, ¿de acuerdo? —le susurró ella con voz dulce, acariciándole la espalda con afecto—. Todo estará bien... te lo prometo.

Harry, Ron y Susan, contemplando la escena con atención, restaron en silencio, comprendiendo la amarga situación que su amigo debía estar pasando en aquellos duros momentos.

—Lo siento... lo siento mucho... —musitó Cedric entre gimoteos, separándose lentamente de Hermione—. Yo no quería que esto pasara... debí haberla protegido...

La muchacha posó ambas manos sobre las mejillas de su amigo, logrando que este conectara con ella su mirada.

—Nada de esto es tu culpa, ¿me oyes? Ni tampoco de Harry, de Ron o de Susan... ni mía —manifestó en un tono apaciguado—. Pero créeme... encontraremos al que se encuentre detrás de todo esto... y Helen volverá a estar contigo, cueste lo que cueste.

El muchacho asintió un par de veces, y Hermione, dedicándole una sonrisa afable, le plantó un beso entregado en la frente a modo de tranquilizarle.

Lentamente, la muchacha se alzó del suelo, quedando de nuevo en pie, y ayudó amablemente a Cedric, quien imitó su gesto mientras se secaba las lágrimas con las mangas de su túnica.

—Creo que será mejor que le demos espacio... —escuchó la muchacha a Susan susurrar tras de sí, y no pudo estar más de acuerdo con ella.

Con calma, acompañó al Hufflepuff al otro lado de la camilla, donde el muchacho volvió a instalarse en su asiento.

—Avísanos si nos necesitas, ¿de acuerdo? —musitó la Gryffindor, y Cedric, agradecido, volvió a asentir con las pocas fuerzas que le quedaban.

Sintiéndose satisfecha, Hermione se retiró de la enfermería junto a sus tres compañeros, dejando que el muchacho pudiera tomarse su tiempo para acabar de aceptar los hechos. Algo abatidos por lo ocurrido, anduvieron por los pasillos del primer piso con lentitud, inmersos en su propio pensar.

—¿Qué podemos hacer ahora? —preguntó Susan una vez hubieron llegado al vestíbulo, rompiendo aquel silencio indemne.

—Creo que no deberíamos esperar más —manifestó Hermione, finalmente—. Será mejor que empecemos a preparar la Poción multijugos.

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