Capítulo LXX - Clausum
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO LXX —
❝ C l a u s u m ❞
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—¡Harry! —lo llamó Hermione, tirándole de la manga mientras miraba el reloj—. ¡Tenemos diez minutos para regresar a la enfermería!
El muchacho se quedó en silencio durante unos instantes en los que se sintió incapaz de apartar los ojos del cielo. No esperaba volver a ver a Sirius y a Buckbeak dibujados en el oscuro firmamento, pero había cierto resquemor en él que le impedía hacer otra cosa. Habían tenido su libertad en las manos, y todo se había esfumado con tanta rapidez como hubo llegado. Su frustración se contrastaba, sin embargo, con la euforia de haber podido salvar a ambos a tiempo, evitando el fatal desenlace... y allí seguía él, inmóvil, mirando al horizonte con un cóctel explosivo en la cabeza.
Hermione volvió a tirar de su manga, y Harry acabó cayendo de nuevo en la realidad.
—De acuerdo —asintió, no muy convencido de dejar aquella visión tan alentadora como cruel—. Vámonos.
Sabiendo que el tiempo jugaba en su contra, los dos entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera de caracol hasta llegar a la planta principal del séptimo piso. Descendieron los peldaños de la Gran Escalinata a toda prisa y a oscuras, intentando evitar que les viesen los cuadros y haciéndose a un lado ante el más mínimo ruido, y consiguieron llegar de una pieza hasta el primer piso.
Al aproximarse hasta la enfermería, se detuvieron junto a las escaleras que conducían hasta sus puertas, escuchando unos pasos que iban por delante de ellos. Se arrimaron a la pared y escucharon, en seguida, el chirrido de una puerta que se abría.
—Ah, Snape —dijo la inconfundible voz de Fudge—. Acompáñeme fuera. Tenemos asuntos importantes que tratar.
Los pasos del profesor se hicieron esperar unos segundos que Hermione recordó con absoluta claridad en su cabeza. Después, la puerta volvió a cerrarse.
—Así que usted ha sido el cazador de nuestro más famoso fugitivo —se regodeó enseguida el Ministro—. Deberíamos otorgarle la Orden de Merlín. ¡Primera clase, si estuviera en mi mano! Cuénteme, cuénteme cómo ha sido.
Harry y Hermione contuvieron la respiración durante los tortuosos segundos en los que Snape se mantuvo en absoluto silencio. Ninguno tenía ni la más remota idea de lo que saldría de sus labios después de la noche que habían pasado, y menos aún sabiendo la relación de odio que mantenía con Sirius.
—El Barón Sanguinario me alertó de que había visto salir a cinco alumnos después de la cena —exclamó finalmente su voz profunda—. Como puede comprender, supe de inmediato de quienes se trataba... el director siempre ha consentido que el grupo de Potter goce de una libertad y una impunidad excesivas.
—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a Potter.
—Soy plenamente consciente de ello —refunfuñó él, y Hermione pudo imaginarse su mueca de desaprobación con todo lujo de detalles—. En cualquier caso, salí en su búsqueda a tiempo para encontrarles. Entraban en el Sauce Boxeador y les seguí la pista hasta la Casa de los Gritos a través de sus pasadizos subterráneos. Cuando vi a Black, pensé que les había hechizado: a juzgar por su comportamiento, sospecho que debió ser un hechizo para confundir.
Los dos muchachos se miraron entre sí con la misma expresión de desconcierto. ¿Snape le estaba mintiendo al mismísimo Ministro de Magia?
—¿Él los llevó hasta allí? ¿A los cinco? —preguntó, escéptico—. Claro... imagino que así se aseguraba de cazar a Potter sin que sus amigos pudieran interferir en su plan.
—Es lo que yo pensé.
—Tiene ahí una herida bastante fea —comentó Fudge, refiriéndose al golpe que había recibido en la cabeza al caer hechizado—. ¿Cómo se la ha hecho?
—Si le soy sincero —alegó pausadamente Snape—, no tengo ni la más remota idea.
Fudge, al igual que Harry y Hermione, debió quedar boquiabierto.
—¿Cómo dice?
—Tuve el tiempo justo para reconocer a Black frente a mi, pero no pude hacer más —se justificó él—. Me estampé contra la pared, cayendo inconsciente.
—¡Él debió haberle atacado, entonces!
—Sí, es lo más probable... pero no puedo acusarle de forma segura ni consciente. No lo recuerdo en absoluto.
—Su testimonio es importante, Snape. Que Black hechizara a los cinco muchachos y después intentara acabar con usted es un delito grave que le conllevaría más cargos. Debe haber algo que recuerde.
—Siento comunicarle que no, señor Ministro —insistió él con sosiego—. Cuando desperté, la Casa de los Gritos estaba vacía. Al salir al exterior, la Srta. Granger me llevó hasta el paradero de Black. Potter le había seguido para detenerle, pero la horda de dementores pudo con ambos. Granger y yo ahuyentamos a los dementores para traerle al fugitivo de una pieza y poder celebrar su veredicto.
—¿Una alumna de tercer año pudo ayudarle a repeler a los dementores? —suspiro Fudge—. ¿Cómo es posible? ¡Eso es magia muy avanzada!
—Si me lo permite —exclamó Snape con orgullo—, Hermione Granger es una de las mejores brujas que ha pisado este colegio en toda su historia.
Para Hermione, que Snape hubiera adornado su versión como una muestra del respeto que sentía por ella significaba mucho más de lo que podía llegar a expresar con palabras. Era algo que pocas cosas podrían igualar o superar, pero su comentario final, como la guinda de un pastel, lo había conseguido con creces.
—Estoy convencido de ello —aseguró el Ministro—. Bueno, Snape... esperaba obtener una versión más clara de los hechos con su testimonio, pero se lo agradezco de todos modos. No ha sido ni va a ser una noche fácil para nadie.
—Por suerte, todo ha terminado.
Harry distinguió hábilmente el sonido amortiguado de unos pasos sobre la piedra que provenían del lado opuesto, y sabiendo que Hermione no se había dado cuenta, la tomó del brazo y la arrastró hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, la empujó entre los cubos y las fregonas, entró tras de sí y cerró la puerta a tiempo.
Los misteriosos pasos se evidenciaron en el espacio y subieron los peldaños de la escalera, acallando la conversación que se mantenía en su cima. De dentro del armario, aunque algo más distorsionado, seguía pudiéndose escuchar la conversación.
—¡Albus! Llegas en buen momento —lo recibió Fudge—. Ya es hora de dictar sentencia.
—Enseguida, Cornelius —respondió con sosiego—. Os agradecría que me esperárais en el despacho del profesor Flitwick.
—Pero esto no puede esperar.
—Me temo que deberá hacerlo. Tengo que hablar con los chicos.
—¡Es probable que deliren, según me ha comentado Snape! —alegó el Ministro con impaciencia—. ¿Para qué necesitas su versión?
—Es de suma importancia —se justificó Dumbledore, manteniendo la compostura—. Severus, ¿serías tan amable de acompañarle?
Harry y Hermione, ante la falta de una respuesta por su parte, imaginaron que se habría limitado a asentir con la cabeza, y confirmaron su teoría en cuanto escucharon cómo las puertas se abrían y se cerraban de nuevo frente al paso del director.
—¿Qué es lo que le ocurre? —pronunció la sorpresa de Fudge en voz alta, a medida que se ponían en marcha escaleras abajo.
—El director es un hombre excéntrico —respondió la voz cada vez más cercana de Snape—. Ya le conoce.
—Sí, es cierto... a veces me cuesta comprender su razonamiento.
—No se preocupe, señor Ministro. A mi también.
Sus pasos se alejaron lentamente, y cuando Harry y Hermione tuvieron la certeza de que volvían a encontrarse solos en el espacio, salieron de su escondite y subieron las escaleras, situándose frente a la puerta que aún les separaba de sus yo del pasado, mirándola fijamente.
En cuanto esta se abrió, vieron la espalda de Dumbledore, que se mantenía como una barrera inexpugnable entre sí mismos.
—Os voy a cerrar —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco. Con tres vueltas debería bastar. Buena suerte.
Una vez se volvió a cerrar la puerta, ambos respiraron con tranquilidad. Dumbledore, volviéndose en su dirección, alzó la vista y una sonrisa apareció bajo su bigote largo y plateado.
—¿Y bien? —preguntó en voz baja.
—¡Lo hemos logrado! —le anunció Harry, jadeante—. Sirius se ha ido montado en Buckbeak...
—Bien hecho. Creo... —se detuvo y escuchó atentamente por si se oía algo dentro de la enfermería—. Sí, creo que ya no estáis ahí dentro. Entrad. Os cerraré.
Satisfechos con su logro, entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a sus amigos, que permanecían dormidos en sus camas.
—Clausum —se escuchó conjurar al director desde el lado opuesto de la puerta.
Después de oir la cerradura, Hermione volvió a esconder el giratiempo debajo del cuello del jersey y ambos se acomodaron en sus respectivos lechos. Un instante después, Madame Pomfrey salió de su oficina con paso enérgico.
—¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis pacientes?
Seguía de muy mal humor, hecho que les divirtió sobremanera después de toda aquella angustia que habían vivido. Ambos pensaron que era mejor aceptar el chocolate en silencio, y asegurándose de que se lo comían, la enfermera volvió a desaparecer.
Se oyó un leve gemido en una de las camillas, y cuando los dos miraron en su dirección, comprobaron que Ron se acababa de despertar. Confundido, se sentó, se rascó la cabeza y miró a su alrededor en busca de respuestas.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué hacemos aquí? —murmuró con los ojos entrecerrados—. ¿Dónde está Sirius? ¿Y Lupin? ¿Qué ocurre?
Harry y Hermione se miraron entre sí y compartieron una sonrisa cómplice.
—Explícaselo tú —dijo ella, cogiendo un poco más de chocolate.
***
Cuando Harry, Ron, Susan, Cedric y Hermione dejaron la enfermería al día siguiente, encontraron el castillo prácticamente desierto. El calor abrasador y el final de los exámenes invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita a Hogsmeade. Sin embargo, a ninguno les apetecía ir, así que pasearon por los terrenos del colegio sin parar de hablar acerca de los extraordinarios acontecimientos la noche anterior y preguntándose dónde estarían en aquel momento Sirius y Buckbeak.
Se sentaron cerca del lago, viendo cómo sacaba los tentáculos del agua el calamar gigante, y Harry perdió el hilo de la conversación mirando hacia la orilla, con el recuerdo de la noche anterior. El ciervo había galopado hacia él desde allí.
Pronto, Hermione se vio también arrastrada por sus propios demonios internos. Llevaba aún el giratiempo atado en el cuello, y a pesar del tiempo que hacía que lo había llevado colgado, sentía como si en aquella ocasión se le hiciera más pesado que nunca. No podía negar que hubiera sido un buen aliado en muchas de las ocasiones que se le habían presentado durante el largo curso, pero estaba harta de él. No tenía intención de volverlo a usar, al menos durante mucho tiempo, y pensó que ya había llegado la hora de desprenderse de él.
Al atardecer, se presentó en el despacho de Dumbledore con el firme objetivo de devolvérselo.
—¿Estás segura, Hermione? —le insistió el anciano, sabiendo su decisión—. ¿Lo tienes claro?
—Sí, señor —aseguró ella—. Después de lo que he pasado durante este año, he comprendido que es imposible abarcarlo todo por más que uno se esfuerce y luche por conseguirlo.
—Ciertamente, es una reflexión muy sabia —asintió él—. ¿Qué asignaturas cursarás a partir de ahora?
—He pensado mucho acerca de ello —comentó, decidida—. Me quedaré con Alquimia, Estudios Muggles y Aritmancia.
—Que así sea, pues —sentenció finalmente el director, y le ofreció su mano con elegancia.
Comprendiendo su petición carente de palabras, Hermione desabrochó la cadena que aún pendía de su cuello y colocó el artilugio sobre su palma, entregándoselo. Él lo depositó cuidadosamente en el interior del cofre, el mismo con el que se lo había entregado a ella meses atrás, y lo cerró.
—Misterioso asunto, el tiempo... —murmuró en voz alta, girándose de nuevo hacia ella—. Siempre creemos que va a haber más... hasta que se acaba.
Hermione frunció levemente el ceño, sin comprenderle en absoluto.
—¿A qué se refiere?
Dumbledore la miró por encima de sus gafas de media luna.
—Tenía pensado hacerle una visita a nuestro buen amigo Lupin —le comentó—. Me temo que en estos momentos se encuentra haciendo las maletas.
—¿Que está haciendo las maletas? —preguntó ella, alarmada—. ¿Por qué razón?
—Lo primero que ha hecho esta mañana, tras recuperarse, ha sido presentar su dimisión. Dice que no puede arriesgarse a que vuelva a suceder lo de esta noche.
—No puede ser... —se lamentó ella—. Es un gran profesor, el mejor que hemos tenido. Debe haber algo que usted pueda hacer.
—Ya lo he hecho. He respetado su decisión —le aseguró el director—. ¿Por qué no me acompañas? Al menos así podrás despedirte de él.
Hermione asintió con tristeza, y Dumbledore la condujo hasta la chimenea de su despacho. Ambos lanzaron con fuerza sus respectivos polvos flú y se aparecieron a su vez, liberados por las llamas, bajo la repisa de mármol del despacho de Lupin.
Dieron un paso adelante, sacudiéndose la ceniza de la ropa, y se percataron de que la mayor parte de sus pertenencias ya estaban empaquetadas. Junto al depósito vacío del grindylow, la maleta vieja y desvencijada se hallaba abierta y casi llena. Lupin se inclinaba sobre algo que había en la mesa y sólo levantó la vista cuando Dumbledore tosió, evidenciándose en el lugar.
—Veníamos a despedirnos —murmuró con voz tenue—. Tanto la Srta. Granger como yo queríamos desearte mucha suerte.
—Os lo agradezco mucho.
Los ojos afables de Lupin aterrizaron sobre el rostro apenado de Hermione, que le miraba con cierta desolación. A pesar de las evidentes heridas que se lucían en su rostro pálido, él todavía mantenía su semblante agradable, y aquello la quebraba por dentro.
—¿Por qué, Remus? —preguntó ella en una especie de lamento—. ¿Por qué tienes que marcharte?
Él suspiró, como si responder a aquello supusiera un gran mundo.
—El profesor Dumbledore se las ha arreglado durante demasiado tiempo para conservar este secreto. Ha arriesgado mucho por mi —expresó con agradecimiento, volviéndose instantáneamente hacia él—. Si se descubriera la naturaleza de mi condición, empezarían a llegar lechuzas enviadas por los padres. No consentirían que un hombre lobo diera clase a sus hijos... y después de lo de esta noche, creo que tendrían toda la razón.
—No te vayas... —le suplicó ella—. No puedo imaginar un Hogwarts en el que tu no estés.
Lupin volvió a sonreír, esta vez con mayor tendreza.
—Pero lo harás, Hermione —exclamó con voz firme—. Estoy convencido de ello.
El hombre siguió vaciando los cajones, asegurándose de no dejarse nada, y una vez guardó los últimos libros, cogió su vieja maleta y el depósito vacío y se dispuso a emprender su viaje de vuelta.
—Bien. Ha sido un verdadero placer trabajar junto a ti, Albus, y ya sabes lo mucho que ha significado para mi esta oportunidad que me has brindado —aseguró, ganándose el asentimiento del anciano—. En cuanto a ti, Hermione... también ha sido un placer ser tu profesor. Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en otra ocasión.
—Buena suerte —murmuró Dumbledore—, profesor.
Lupin apartó ligeramente el depósito del grindylow para estrecharle la mano. Luego, con un último movimiento de cabeza dirigido a Hermione y una rápida sonrisa, se encaminó hacia la salida.
Desde su posición, le vieron cruzar la estancia a paso calmado. Dumbledore se mantenía sereno, mientras que Hermione se encontraba al borde del llanto: no se sentía preparada para dejarle marchar. Al menos, no mientras quedara algo resguardado dentro de ella.
—¡Remus! —lo llamó con fuerza, inundando la sala vacía.
El hombre se detuvo, girándose lentamente hacia ella. Al darse cuenta de que había empezado a correr hacia él, dejó sus pertenencias en el suelo y abrió los brazos, recibiendo su llegada. Ambos se fundieron en un abrazo con el que Hermione liberó la pesada carga que soportaban sus ojos, dejando que las lágrimas se le escaparan.
Al mirarse de nuevo, Lupin sujetó su rostro con ambas manos y, con los pulgares, le limpió las mejillas.
—No llores —le pidió él en un susurro—. No quiero que estés triste.
—Lo siento... con toda mi alma... —balbuceó ella—. Siento tanto haberte acusado de ser algo que no eras... de haber revelado tu secreto... estoy tan arrepentida...
—No temas por eso. Hiciste lo correcto en cada momento. Nunca voy a culparte por eso, ¿lo entiendes?
—Gracias, Remus... gracias por todo —murmuró, esbozando una media sonrisa—. Te echaré en falta a partir de ahora...
En un gesto plenamente paternal, Lupin plantó un casto beso sobre su cabeza.
—Yo también a ti, Hermione.
Más pronto de lo que hubieran querido, el hombre deshizo el agarre que les unía y se separó de ella, tomando de nuevo sus pertenencias. Con una última y rápida sonrisa que iluminó su rostro cicatrizado, salió del despacho.
***
Nadie en el castillo conocía a ciencia cierta la verdad de lo ocurrido la noche en que desaparecieron Buckbeak, Sirius y Pettigrew. A final de curso se oían muchas teorías acerca de lo que podría haber sucedido, tan descabelladas como hilarantes, pero ninguna se acercaba a la realidad.
Los resultados de los exámenes salieron el último día del curso. Los cinco habían aprobado todas las asignaturas. Cedric había conseguido varios T.I.M.O.S y Hermione obtuvo las más altas calificaciones de todo su curso. Mientras tanto, la casa de Gryffindor, en gran medida gracias a su espectacular actuación en los partidos de quidditch, ganó la Copa de las Casas por tercer año consecutivo. Por ello, la fiesta de final de curso tuvo lugar en medio de ornamentos rojos y dorados, y la mesa de los leones fue la más ruidosa de todas.
Como cada año, cuando los alumnos abandonaban el castillo cargados con sus maletas, Snape se encerraba en la soledad de su despacho, plantado frente al ventanal hechizado y atento al más mínimo indicio de movimiento. Se había acostumbrado con rapidez a aquel ritual, aquella despedida muda y sentida que lograba atizar sus sentidos, haciéndole sentir vivo.
En aquella ocasión había pedido expresamente a sus compañeros que no le molestaran, por lo que sintió enfurecer en cuanto escuchó dos leves toques sobre la puerta de roble que le separaba del frío exterior de las mazmorras.
Intentó ignorar el hecho, haciendo caso omiso, pero se enfureció aún más cuando quien fuera que se encontrara al otro lado insistió con su gesto.
Dispuesto a maldecirle con todas sus fuerzas, Snape recorrió la poca distancia que lo separaba de la puerta y, murmurando unas palabras que solo él conocía, deshizo el hechizo que mantenía incorruptible su puerta y la abrió con brusquedad, esperando encontrarse con los rostros de Hagrid y Flitwick y manteniendo sus insultos en la punta de la lengua.
Sin embargo, en aquella ocasión había errado el tiro, y se mantuvo sin vacilar bajo el marco de la puerta a pesar de la sorpresa que la visita inesperada suponía para él. Hermione, con el cabello contenido en un arreglo del que escapaban graciosamente algunos rizos, le sonreía con ternura desde el otro lado.
—Granger —exclamó él, intentando disimular su estado tragándose su furia interna—. ¿No debería estar de camino a la estación?
—Sí... es posible que esta sea la primera vez que me quede sin tiempo —sentenció ella con cierta diversión, que quedó para su propio entendimiento—. Pero no podía irme sin seguir la tradición.
Entonces, Snape se dio cuenta de que la muchacha sujetaba un libro entre sus manos. Su cubierta era azul y podían distinguirse algunas cenefas doradas en sus bordes. Sabiendo que había logrado captar su atención, la muchacha se lo entregó, y al acogerlo repasó el título con atención.
—Orgullo y prejuicio —leyó él, y a continuación levantó la cabeza—. ¿Es una novela muggle?
—Ni más ni menos.
—¿Y a qué debo este regalo?
Hermione le dedicó una mirada repleta de complicidad.
—A pesar de que no pretendo destriparle la historia antes de tiempo, creo que puedo comentarle que es una novela de desarrollo personal. Las dos figuras principales, Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, cada uno a su manera y, no obstante, de forma muy parecida, deben madurar para superar algunas crisis y aprender de sus errores, superando el orgullo de clase de Darcy y los prejuicios de Elizabeth hacia él —le explicó ella pausadamente—. Estoy segura de que usted sabrá apreciarla tanto como yo.
Snape volvió a contemplar la portada del libro, procesando las palabras de ella, y sin poder evitarlo, dejó que una sonrisa saliera al descubierto entre sus mejillas cetrinas.
—Es muy amable —aseguró, mirándola de nuevo—. Se lo agradezco, Srta. Granger.
Sintiéndose satisfecha con su reacción, Hermione le devolvió una amplia sonrisa antes de partir camino a la estación, dedicándole un último deseo repleto del cariño infinito que le procesaba.
—Espero que pase un feliz verano, profesor Snape.
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