Capítulo II - Aviatus

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO II —

A v i a t u s

En la espesura de aquella entrada noche, el Expreso de Hogwarts aminoró la marcha hasta que finalmente se detuvo, y los alumnos, cargados con sus pertenencias, empujaron para salir al pequeño y oscuro andén. Hermione, acompañada de Susan, se estremeció bajo el frío aire de la noche, y examinó con curiosidad el lugar hasta que apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de la muchedumbre.

—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! —exclamaba un hombre gigantesco, del que el rostro estaba prácticamente oculto por una larga maraña de pelo y una barba desaliñada, pero podían verse sus ojos, que brillaban como escarabajos negros bajo aquella pelambrera—. No seáis tímidos. ¡Vamos!

Frente a ella reconoció las figuras de Harry y Ron, que parecían absortos por aquel gigante.

—¡Hagrid! —lo saludó el de cabellos azabaches, llamando la curiosidad de sus compañeros.

—Hola, Harry —le devolvió amistosamente el saludo para volver a dirigirse al alumnado—. Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis.

Resbalando y a tientas, los recién llegados siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que Hermione pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados, cosa que le producía aún más curiosidad.

—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por encima del hombro, a medida que avanzaban—, justo al doblar esta curva.

El sendero estrecho se fue abriendo súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas. Instintivamente, Hermione y Susan se encontraron con la mirada y se sonrieron mutuamente, comprendiendo que ambas compartían que aquella era una de las mejores visiones que en sus cortas vidas habían presenciado.

En la orilla que quedaba de su lado había una flota de botecitos alineados en el agua, y Hagrid les indicó que subieran en grupos de cuatro. Harry, Ron, Susan y Hermione se acomodaron en uno de los botes.

—¿Todos habéis subido? —se aseguró el guardabosques, que tenía un bote para él solo, y asintió con la cabeza para sí mismo una vez hubo comprobado que todos los alumnos estaban acomodados en sus respectivos botes—. ¡Venga! ¡Adelante!

La pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía: Hogwarts parecía un sueño hecho realidad.

—¿No os parece algo asombroso? —preguntó Susan, completamente boquiabierta.

—No había visto nada tan increíble en toda mi vida —admitió Harry, y Hermione sintió que le había quitado las palabras de la boca.

Mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco, todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.

—¡Eh, tú, el de allí! —vociferó Hagrid, mientras vigilaba que todo el mundo abandonara los botes—. ¿Es éste tu sapo?

—¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos y tomándolo entre sus brazos.

Habiendo desembarcado, anduvieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo a la sombra del castillo. Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante una gran puerta de roble, frente a la que Hagrid levantó su gigantesco puño y llamó tres veces sobre su superficie.

La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda esperaba allí, y Hermione la reconoció enseguida a pesar de que no llevara su característico sombrero puntiagudo: era la profesora McGonagall, la que había acudido a su hogar para entregarle su carta de acceso al colegio y hacerle saber que era una bruja.

—Aquí le traigo a los de primer año.

—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí —contestó ella—. Bienvenidos a Hogwarts.

Siguiendo a la profesora McGonagall desde entonces, se adentraron a través de la gran puerta. Las paredes de piedra del interior estaban iluminadas con resplandecientes antorchas; el techo era tan alto que no se veía, y una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los pisos superiores. Avanzaron a través del camino señalado en el suelo de piedra, y Hermione pudo escuchar el ruido de cientos de voces que salían de un portal situado a la derecha, imaginándose que el resto del colegio debía encontrarse allí reunido. Sin embargo, la profesora McGonagall les llevó a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca unos de otros de lo que estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a su alrededor.

—El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupéis vuestro lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de la casa que os toque, dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasaréis el tiempo libre en la sala común de la casa —explicó la profesora frente a un público enmudecido ante sus palabras pausadas—. Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque.

Hermione no pudo evitar sonreír de lado: aquello era justamente en lo que esperaba acabar convirtiéndose, y estaba dispuesta a esforzarse al máximo para conseguirlo.

Los ojos de la profesora se detuvieron un momento en la capa de Neville, que estaba atada bajo su oreja izquierda, y en la nariz manchada de Ron. Con nerviosismo, Harry trató de aplastar su cabello.

—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la Ceremonia de Selección. Os sugiero que, mientras esperáis, os arregléis lo mejor posible —dictaminó antes de abandonar la estancia—. Por favor, esperad tranquilos.

—¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos? —preguntó Harry a Ron en voz baja, una vez hubieron quedado solos.

—Creo que es una especie de prueba —contestó el pelirrojo—. Fred dice que duele mucho, pero creo que es una broma.

Un niño de rostro pálido y puntiagudo, cabello rubio satinado y aires de superioridad, se adelantó entonces hasta la posición de ambos, aprovechando aquel momento de soledad.

—Entonces es verdad lo que se decía en el tren —exclamó él con total convicción, haciendo recaer sobre sí la atención de todos los compañeros—. Harry Potter ha venido a Hogwarts.

Aquel nombre despertó un murmullo incesante entre los muchachos, que empezaron a observar a Harry con interés. Por supuesto, todo el mundo conocía su historia, tal y como Hermione ya se imaginaba.

—Te presento a Crabbe y Goyle —introdujo el rubio a sus dos acompañantes, ambos muy corpulentos y vulgares—. Yo soy Malfoy. Draco Malfoy.

Ron dejó escapar una débil tos que parecía estar ocultando una risita, y Draco lo fulminó con sus ojos grisáceos como la ceniza.

—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? —espetó entonces, mostrándose ofendido—. En cambio, yo no necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden llegar a mantener.

Aprovechando el silencio sepulcral que el pelirrojo le devolvió como respuesta, se volvió de nuevo hacia Harry.

—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida —sentenció finalmente, y le extendió la mano con firmeza—. Yo puedo ayudarte en eso.

Harry, sin embargo, no llegó a corresponder su agarre.

—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —respondió con frialdad, y Draco no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.

—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter.

—En marcha —sentenció una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a comenzar.

La profesora McGonagall había vuelto. Con una mirada efímera, consiguió que Draco, Crabbe y Goyle volvieran a apartarse a un lado.

—Ahora formad una hilera y seguidme.

Con la extraña sensación de que sus piernas eran de plomo, Hermione se puso detrás de Ron, con Susan tras ella. Salieron ordenadamente de la habitación, volvieron a cruzar el vestíbulo, pasaron por unas enormes puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.

Hermione nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. Estaba iluminado por miles y miles de velas que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores.

La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, la muchacha levantó la vista y vio un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas.

—El techo no es real. Tiene un hechizo para parecer el cielo nocturno —susurró para Susan, admirando ambas el panorama—. Lo he leído en La Historia de Hogwarts.

—Cómo no —sonrió la pelirroja con cierta ironía, y lejos de molestar a Hermione con su comentario, le arrancó una sonrisa de complicidad.

Ambas bajaron la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete colocó un sombrero puntiagudo de mago, remendado, raído y muy sucio. Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero empezó a moverse.

McGonagall se adelantó desenrollando un gran rollo de pergamino entre sus manos.

—Cuando os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el taburete para que os seleccionen —les aclaró, y acto seguido, se detuvo a leer el primer nombre de la larga lista que poseía—. ¡Abbott, Hannah!

Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso el sombrero, que la tapó hasta los ojos, y se sentó.

—¡Hufflepuff! —dictaminó rápidamente el sombrero, y un gran aplauso se cernió sobre la sala mientras Hannah iba a sentarse con los de su nueva casa.

—¡Bones, Susan! —prosiguió la profesora.

Las mejillas de la muchacha se adornaron de un intenso naranja, y Hermione, al verla tan cohibida ante la situación, no dudó en acariciarle tímidamente la espalda. Cuando los ojos de Susan correspondieron con los propios, la castaña asintió con una sonrisa, concediéndole el valor suficiente como para incitarla a acercarse hasta el taburete, acomodarse en él y dejar que el Sombrero Seleccionador fuera colocado sobre su cabeza.

—¡Hufflepuff! —exclamó de nuevo, y Susan, complacida con aquella decisión, se apresuró a sentarse al lado de Hannah.

Un sinfín de nombres pasaron frente a los ojos de Harry, Ron y Hermione, quienes cada vez parecían más nerviosos frente a la expectativa. Algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la casa de inmediato, pero otras tardaba un poco en decidirse, y Hermione cayó en que no se había planteado en qué casa le gustaría ser seleccionada. Un horrible pensamiento la atacó entonces, fruto de los nervios, devorándole las entrañas: ¿y si a ella no la elegían para ninguna casa?

Todos sus miedos internos se vieron eclipsados cuando sus ojos castaños, que con esmero buscaban cualquier tipo de distracción en la sala, se encontraron con los ojos carbón de un hombre que precedía la gran mesa de los profesores, acomodado en uno de los sillones del lado izquierdo. Sin saber porqué, notó cómo un escalofrío le recorría la columna como un rayo desaforado, y sintió como esos ojos perforaban los propios como brasas calientes. Su respiración se entrecortó durante unos instantes, y aunque se vió flaquear no vaciló, manteniéndose erguida aunque fuera algo que le estuviera costando una barbaridad. ¿Por qué de repente en su pecho latía de forma tan incesante su corazón?

—¡Granger, Hermione!

Se encontraba tan perdida en la mirada de aquel hombre de piel cetrina y facciones rígidas que apenas se percató de que su nombre había sido entonces anunciado. Fue gracias a Harry que, mediante un ligero toque sobre su antebrazo, llamó su atención, indicándole con la cabeza que debía acercarse hasta el taburete.

Intentando recuperar el aire que le faltaba y aún sintiendo como sus piernas parecían haberse convertido en gelatina, la pequeña llenó su pecho de valor y se adelantó hasta la posición de la profesora, intentando ignorar que todas las miradas se centraban ahora en su persona.

Acomodándose sobre el taburete, notó como finalmente McGonagall colocaba con suavidad el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza.

—Uhm, interesante... difícil, muy difícil —reflexionó éste, dejando que sus palabras fluyeran con una lentitud aterradora para la muchacha—. Mucho valor, veo. Hay talento, ya lo creo... y mucha sed de demostrar su valía...

Hermione cerró los ojos y volvió a tomar una profunda y curativa bocanada de aire, repitiéndose interiormente que aquello acabaría pronto.

—Creo que ya lo tengo... —sentenció entonces el sombrero de forma contundente—. ¡Gryffindor!

En la mesa de los leones estallaron fieros aplausos frente tan acertada decisión, y una vez la profesora hubo tomado de nuevo el sombrero y Hermione quedó en pie, se permitió dibujar en sus labios una gran sonrisa que la acompañó hasta la gran mesa de la que ahora sería su casa, dejándose recibir por el entusiasmo de sus compañeros.

Sintiéndose por fin habituada, siguió interesada lo que quedaba de selección: celebró con alegría que Ron quedara en su misma casa, quedó aliviada de que Draco fuera enviado a Slytherin y presenció la curiosa escena que Harry protagonizó en el Gran Comedor, ganándose, como era de esperar, las miradas escépticas de todos los que se encontraban en el lugar. A pesar de que la decisión del sombrero pareció demorar con él más que con ningún otro estudiante, la decisión final la alegró sobremanera: el muchacho había quedado, también, en Gryffindor.

Una vez la selección finalizó, la profesora McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero Seleccionador; seguidamente, Albus Dumbledore, el director de la escuela, se puso de pie, mirando con expresión radiante a los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí.

—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! —resonó su voz tenue entre las voluptuosas paredes del gran lugar—. ¡Que comience el banquete!

En aquel preciso instante, los platos de las mesas, que hasta el momento habían permanecido vacíos, empezaron a llenarse de comida, y Hermione sonrió: frente a ella había aparecido carne y pollo asado, chuletas de cerdo y de ternera, salchichas, tocino y filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudin, guisantes, zanahorias, salsa de carne, de tomate... aquello era más de lo que alguna vez había llegado a soñar.

La cena empezó con algarabía. Ron devoraba con ferocidad los muslos de pollo, Harry se entretenía engullendo una mazorca de maíz frita y Hermione cortaba delicadamente el trozo de pavo que restaba en su plato, admirando por cuarta vez consecutiva el lugar con la misma fascinación que la primera vez.

Sus ojos marrones fueron a parar a la mesa contigua, la de Hufflepuff, donde se encontró con la figura de su amiga Susan, que parecía tan entretenida como ella: observándola con ternura, Hermione tomó delicadamente una de las servilletas de la mesa, la dobló con esmero hasta convertirla en una palomita de papel y la admiró complacida una vez la hubo terminado, instantes antes de desenfundar su varita y apuntar sobre ella.

Aviatus —susurró tímidamente, y una pequeña esfera de luz recayó sobre la figura.

Como si hubiera cobrado vida, la palomita de papel se sacudió un par de veces y emprendió el vuelo hacia la mesa de los tejones, aterrizando con elegancia sobre el hombro de la pelirroja y captando su total atención.

Ligeramente confundida, Susan la tomó entre sus dedos y observó en todas direcciones hasta que tropezó con la mirada esperanzada de Hermione: ambas se sonrieron con complicidad, y a pesar de la lejanía entre las dos mesas, se sintieron unidas como verdaderas amigas. Si bien Hermione podía sentirse en parte algo apenada por no haber sido seleccionada en la misma casa que ella, sabía que no podía quejarse. Tenía la firme sensación de que había encontrado una amistad que trascendería cualquier adversidad, y era algo tan reconfortante que sintió como un agradable calor la invadía de pies a cabeza.

—Eso tiene muy buen aspecto —espetó con tristeza el fantasma de la gola, que se había acomodado en la mesa, observando a Harry mientras éste cortaba su filete y captando la atención de la castaña.

—¿No puede...? —balbuceó el muchacho.

—No he comido desde hace unos cuatrocientos años —aclaró el espectro—. No lo necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he presentado, ¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma Residente de la Torre de Gryffindor.

—¡Yo sé quién es usted! —dijo súbitamente Ron—. Mi hermano me lo contó. ¡Usted es Nick Casi Decapitado!

—Prefiero Ser Nicholas, si no le molesta.

Hermione, ante las palabras de Ron, fue incapaz de contener su duda interna.

—¿Casi decapitado? ¿Cómo es posible?

Nick sonrió con picardía ante su pregunta, como si disfrutara de responder aquella cuestión que tantas veces le habrían hecho a lo largo de sus años como fantasma del castillo.

—Así, querida.

Sin previo aviso, se agarró la oreja izquierda y tiró: toda su cabeza se separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una bisagra. Era evidente que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho bien. Pareció complacido ante las caras de asombro y asco y volvió a ponerse la cabeza en su sitio.

—¡Así que nuevos Gryffindors! —espetó, cambiando drásticamente de conversación mientras los muchachos aún procesaban aquella terrible imagen—. Espero que este año nos ayudéis a ganar el campeonato para la casa. Gryffindor nunca ha estado tanto tiempo sin ganar. ¡Slytherin ha ganado la copa seis veces seguidas! El Barón Sanguinario se ha vuelto insoportable... es el fantasma de Slytherin.

Hermione miró hacia la mesa de las serpientes y vio un fantasma horrible sentado allí, con ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas de sangre plateada. Estaba justo al lado de Draco que, como ella vio con mucho gusto, no parecía muy contento con su presencia.

—¿Cómo es que está todo lleno de sangre? —preguntó Seamus Finnigan, otro compañero que había sido seleccionado en Gryffindor.

—Nunca se lo he preguntado —respondió humildemente Nick.

Cuando hubieron comido todo lo que quisieron, los restos de comida desaparecieron de los platos, dejándolos tan limpios como al principio. Un momento más tarde aparecieron los postres: trozos de helados de todos los gustos que uno se pudiera imaginar, pasteles de manzana, tartas de melaza, relámpagos de chocolate, rosquillas de mermelada, bizcochos borrachos, fresas, jalea, arroz con leche...

Mientras Hermione se servía una tarta, la conversación se centró en las familias. Escuchó atenta a Seamus, que explicaba que su padre era muggle y cómo su madre, una bruja, no se lo había revelado hasta que se casaron, y se divirtió escuchando cómo Neville había descubierto que era mago cuando cayó accidentalmente sobre el piso y rebotó por el jardín y la calle.

A medida que la conversación transcurría y ella empezaba a sentirse reconfortada y somnolienta, decidió distraerse una vez más admirando el gran lugar, y dirigió sus ojos curiosos hasta la Mesa Alta, contemplando a Hagrid bebiendo copiosamente de su copa y a la profesora McGonagall hablando animadamente con el director Dumbledore. Le llamó la atención el turbante absurdo que portaba uno de los profesores, pero lo que no esperó era que por encima de éste volviera a encontrarse con aquella mirada azabache que, de nuevo, fue la responsable de su repentina falta de aire.

—Oye, Hermione —la interrumpió Harry—. ¿Sabes quién es el profesor que mira tanto hacia aquí?

—No tengo ni idea —balbuceó ella, sintiendo las palabras atoradas en la garganta.

El profesor, de la misma forma súbita en la que había hecho topar sus ojos con los de ella, apartó la mirada en busca de su plato, dejando confusa a la muchacha.

—El que luce ese ridículo turbante es Quirrell —se añadió Percy a la conversación, uno de los hermanos de Ron al que Hermione había conocido aquella misma noche—. No es raro que parezca tan nervioso. Ése con el que se encuentra sentado es el profesor Snape. Su materia es Pociones, pero no le gusta... todo el mundo sabe que quiere el puesto de Quirrell. Snape sabe muchísimo sobre Artes Oscuras.

A pesar de que para Harry y Percy aquello pasó rápidamente desapercibido, perdiéndose al instante en una conversación acerca del quidditch, Hermione no pudo evitar sentirse completamente abstraída en la información recibida. Aunque sabía que se encontraba pecando de desfachatez, se permitió seguir observando al profesor Snape desde la lejanía, a pesar de que no volvió a encontrarse de nuevo con su mirada.

Había algo en aquellos ojos negros que lograba hacerla sentir avergonzada, pero no era capaz de entender por qué.

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