━━━κεφάλαιο ένα

El olimpo no era tan increíble cómo los mortales creían, y por eso muchos Dioses bajaban a inmiscuirse en la vida humana.

Ares solo lo hacía cuando participaba en guerras o pasaba una noche con alguna doncella, para más nada le eran interesantes los humanos. En esos momentos ya no era Ares, se volvía Heeseung, su nombre humano

O eso creía.

Estaba caminando por los bosques cercanos a Sparta en búsqueda de algo que asesinar cuando sintió un dulce aroma que lo hizo apresurarse a encontrar la fuente de este. Frente a un hermoso lago se encontró una figura menuda. Un omega. Cabellos negros, ojos soñadores y que se había arrodillado para tomar un ave herida en sus manos para levantarse y empezar a caminar hacía donde estaba la ciudad de Sparta.

Heeseung ladeó el rostro y se apoyó en un árbol para ver el caminado tan lleno de elegancia del omega. Para ser los omega espartanos la burla de los atenienses, este lo superaba. Sus piernas eran pálidas, y se veían muy suaves, su cintura era muy pequeña, perfecta para colocar sus manos en ella.  Tenía una corona de ramas con algunas flores en la cabeza decorando ese rebelde cabello.

El alfa se relamió el labio inferior y siguió al joven con mucho cuidado, cosa que no fue difícil al ser un Dios.

Seguirlo fue algo de lo que no se arrepintió. No al verlo desnudarse para ser limpiado de la suciedad que tuviera. Las doncellas ayudándolo en la tarea, para luego ser vestido con una túnica más elegante pero que aún así dejaba ver esas estilizadas piernas.

Usando sus poderes pasó desapercibido en el territorio spartano, siguiendo los pasos de aquel chico, que pronto descubrió era el príncipe. Sonrió y prefirió desaparecer al recolectar toda la información necesaria. Cómo que sería comprometido con un soldado.

Un alfa bueno en combate, era cierto, pero no lo suficiente para enfrentarse a él, y sería fácil acabar con el mortal, porque la tradición decía que si el prometido del omega era asesinado en un combate y el alfa contrarío ocupaba su lugar podía reclamar al omega.

Heeseung haría eso. Reclamaría al príncipe de Sparta como su omega.

—Al príncipe—y los nombrados miraron a los tres hijos del rey—. Quiero al príncipe YunLi. He matado a su prometido para quedarme con él.

Las miradas fueron al omega que se tambaleaba sintiendo náuseas. RoWoon, su RoWoon estaba muerto.

No, no podía ser cierto.

—Será un honor darle la mano de mi hijo, su divinidad—dijo el rey y YunLi miró a su padre sin creer lo que haría.

—Si necesitan buscar los cuerpos de sus soldados muertos, están no muy lejos de la entrada—exclamó sonriendo y mirando al omega que temblaba mientras se abrazaba a si mismo.

El omega dió un paso al frente con inseguridad. Luego dió otro, y seguido otro. Sorprendió a los guardias cuando pasó de largo al Dios que le miró de reojo feliz de sentir la ira proveniente de ese pequeño omega.

YunLi corrió hacia donde Ares había dicho estaban los cuerpos, y pronto los vio, varios soldados muertos en el suelo, sobre su propia sangre, pero lo que le desiquilibro fue ver a RoWoon en el suelo con una larga y limpia cortada en el cuello.

Miró la sangre que había corrido en la comisura de los labios del alfa y tembló violentamente.

YunLi se arrodilló junto al cuerpo sin vida de quién pudo ser su alfa, y tomó entre sus manos la mano fría del fallecido.

—RoWoon, RoWoon, levántate, no me puedes dejar, no con ese monstruo—pidió aún sabiendo que el contrario no lo haría—. RoWoon, por favor, ¡despierta!—llevó sus manos al pecho del alfa y lo sacudió—. ¡Despierta, RoWoon! No me puedes dejar.

Sintió brazos tomarlo y se giró encontrándose con sus hermanos que lo apartaban del cuerpo del alfa muerto.

—Él cumplió con su deber. Hizo lo que se nos enseña: ❝regresa con tu escudo o sobre el❞

Y el omega negó notando que en verdad RoWoon jamás había soltado su escudo. Él había cumplido el deber hasta el final, pero eso le rompió el corazón.

Sintió sus ojos humedecerse, pero luego un fuerte golpe en su mejilla. Alzó la mirada y se encontró con su madre.

—No te atrevas a llorar o humillarás a RoWoon después de muerto. Eres el príncipe de Esparta, tu posible alfa murió en batalla, así que enorgullecete de que murió en manos de un Dios.

—Madre, RoWoon no merecía morir, él tenía que ser mi alfa, casarse conmi...—y la mujer lo calló.

—Alégrate hijo, un Dios se ha fijado en tí, y no cualquiera sino uno de los doce olímpicos. Tu nombre pasará a la historia,el esposo del Dios Ares, tu padre será recordado como el suegro de un Dios.

—Amaba a RoWoon, no amo a ese...—y otro golpe fue a la mejilla del omega.

—Olvida a un muerto que no podrás recuperar ahora que su alma se dirige al inframundo. Dejarás el asunto de RoWoon y te resignaras a realizar todo lo que has aprendido para hacer feliz a tu futuro esposo.

Y YunLi se mantuvo callado, sus hermanos lo soltaron al notar que esté ya no luchaba. El omega se acercó al difunto RoWoon y tomó el casco que esté usaba.

—Lo guardaré y llevaré a tu madre. Espero verte en los campos Elíseos, mi amado RoWoon.

Y quitando el collar que usaba desde bebé, un accesorio hecho de oro puro, lo dejó sobre la palma de la mano del fallecido alfa.

El amanecer había caído sobre Sparta, mientras el pueblo seguía festejando por su príncipe omega YunLi.

El omega por otro lado permanecía en el salón principal sentado a los pies de su padre y del Dios Ares quién no dejaba de mirar al príncipe, que observaba la entrada, como si esperase que alguien llegara.

Cosa que no pasaría.

Heeseung sonrió mordazmente mientras sostenía una copa con vino. Ese alfa no volvería ni de los muertos, porque su alma jamás llegaría al inframundo.

El omega cerró los ojos, mientras oraba para que alguien acabase con ese sufrimiento.

—YunLi—el llamado proveniente del alfa divino hizo que el pequeño omega se estremeciera, antes de abrir los ojos y mirar al alfa.

—Dígame, mi Dios—exclamó en voz baja.

—Descansa esta noche, despídete de los que amas, ya que después de la boda nos iremos de Sparta.

Y el omega mordió su labio inferior antes de asentir.

Heeseung anhelaba la boda para poder tener a ese omega en sus brazos.

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