━━━Κεφάλαιο έβδομο
Hera miró su lecho matrimonial y, suspiró profundamente antes de levantarse. Se imaginaba que su esposo estaría con alguna de sus amantes, así que ella no debería seguir ahí, completamente sola.
Enojada tiró un jarrón al suelo, antes de salir de sus aposentos para ir hacía la entrada del Olimpo. Ignoraría el malestar que le causaba su esposo y visitaría a su adorado hijo Ares. Su pequeño y hermoso retoño. Debía consolar a su niño y enseñarle a controlar a ese escurridizo omega que tenía.
El cielo estaba teñido de un dorado resplandor cuando Hera descendió del monte Olimpo hacia el mundo mortal. Su presencia era imponente y majestuosa, su túnica de un blanco inmaculado ondeando a su paso.
La casa de Heeseung estaba adornada con esplendor bélico, cada rincón reflejaba el poder y la autoridad del dios de la guerra. Sin embargo, lo que Hera buscaba no estaba en las armas ni en los escudos, sino en su hijo y su esposo, YunLi.
En el salón principal, YunLi intentaba evadir la mirada feroz de Heeseung, su esposo. El omega, con su cabello oscuro y sus ojos llenos de desdén, se encontraba en una postura de sumisión que, lejos de calmar el fuego en Heeseung, parecía avivarlo.
La tensión en el aire era palpable.
De repente, un cambio en la atmósfera anunció la llegada de Hera. Los ojos de YunLi se abrieron en un asombro aterrorizado al ver a la diosa, mientras Heeseung inclinaba la cabeza en señal de respeto.
—Madre —saludó Heeseung, con voz grave y reverente—. No esperaba tu visita.
—Te extrañaba mi niño hermoso —dijo la Diosa acercándose a acariciar el rostro de su hijo, pero se separó levemente para posarla en el espartano.
Hera observó a YunLi con una mezcla de desdén y desaprobación. Su mirada era tan fría como el hielo, y el omega sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal.
—Así que este es el omega del que tanto hablas —dijo Hera, su voz cortante como una daga—. YunLi, ¿verdad?
El omega asintió lentamente, con la cabeza agachada.
—Sí, mi señora.
Hera caminó hacia él, su presencia intimidante, y con un gesto brusco, levantó la barbilla de YunLi con la punta de su dedo.
—¿Qué es lo que te has creído, pequeño omega? —preguntó Hera con frialdad—. Creí que al menos tendrías la dignidad de estar a la altura de mi hijo. Pero parece que, en lugar de eso, te escondes como una serpiente.
YunLi bajó la mirada, sus ojos llenos de dolor y resentimiento. No podía enfrentarse a la diosa, pero las palabras de Hera eran como cuchillos afilados.
—Mi señora, no entiendo...
—¡No entiendes! —interrumpió Hera con un grito—. ¿No entiendes que tu lugar es debajo de los dioses, no al nivel de mi hijo? ¿Cómo osaste esconderte con Dioniso? ¡Eres una vergüenza!
Heeseung observaba en silencio, sabiendo que cualquier intervención podría empeorar las cosas. No estaba dispuesto a contrariar a su madre, de todas formas ella tenía razón.
Hera se dirigió a Heeseung, su rostro aún enardecido por la furia. Sacó de su túnica un látigo dorado, su superficie brillaba con una luz sobrenatural.
—Heeseung —dijo la diosa, entregándole el látigo—, este es el castigo que merece. Debe aprender su lugar, y tú, como su esposo, deberías enseñárselo.
El látigo pesaba en la mano de Heeseung, su oro relucía como la promesa de dolor. YunLi lo miraba con horror, comprendiendo la verdadera magnitud de la humillación y el sufrimiento que le esperaba.
—Por favor, no… No quiero… —dijo el omega temblando.
—Tu destino está sellado, mortal. Aprenderás que el respeto hacia un dios es lo mínimo que puedes ofrecer. Y mucho más a tu marido. ¿O no castigarás a ese omega traidor, Heeseung?
—Madre —dijo Heeseung, con una mirada de odio hacia el omega—, haré lo que has pedido.
Hera asintió con satisfacción, su rostro reflejaba una cruel alegría al ver la desesperación en los ojos de YunLi.
—Recuerda, Ares, un dios nunca debe permitir que su poder sea cuestionado. Enseña a este omega su lugar, y haz que su sumisión sea absoluta.
La diosa se giró para irse, dejándolos a ambos en la sala, cargada de una tensión insostenible.
Mientras la diosa se alejaba, Heeseung se acercó a YunLi, su rostro endurecido por la obligación. El omega, temblando, sabía que su vida en ese momento estaba en manos de un dios que parecía disfrutar de su sufrimiento.
El látigo dorado se elevó en el aire, y la primera cicatriz de su severidad se dibujó en la piel de YunLi. El eco del golpe resonó en las paredes del palacio, y el omega cayó al suelo, sus gritos apagados por el dolor y la desesperación. Heeseung, con su rostro endurecido.
El látigo dorado que Heeseung sostenía brillaba bajo la luz de las antorchas, proyectando sombras que parecían moverse con una vida propia.
—¿Pensaste realmente que podrías escapar de mí? —la voz de Heeseung era baja, peligrosa. Cada palabra parecía cargada de una amenaza implícita, una promesa de castigo inevitable.
YunLi no respondió. Su silencio era su única forma de resistencia, pero las marcas de su desobediencia estaban claras en sus ojos, llenos de miedo y arrepentimiento.
—Te lo advertí —continuó Heeseung, sus pasos resonando con autoridad mientras se acercaba a YunLi—. Nunca has sido más que una posesión para mí, YunLi. Y ahora, intentaste traicionarme, buscar refugio con otro dios. Eso no lo toleraré.
Heeseung levantó el látigo dorado, el cual resplandecía ominosamente en la penumbra. YunLi tragó con dificultad, su cuerpo temblando visiblemente ante la perspectiva de lo que vendría. Sabía que la furia de Heeseung no conocía límites.
—No te hagas ilusiones —dijo Heeseung, su voz como un susurro helado—. Este látigo no solo marcará tu piel, sino también tu alma. Cada golpe será un recordatorio de que no hay escape para ti.
Heeseung levantó el látigo y lo dejó caer con una precisión cruel sobre la espalda de YunLi. El sonido del látigo impactando la piel desnuda se mezcló con el grito ahogado de YunLi. La primera marca dorada se formó, una línea de dolor y humillación.
—¡No! —exclamó YunLi, sus dedos apretando el suelo en un intento desesperado de soportar el dolor.
Heeseung observó la reacción de YunLi con una mezcla de satisfacción y frialdad. No había ningún signo de remordimiento en su rostro. El látigo volvió a caer, marcando la piel una vez más, el oro del látigo dejando un rastro de dolor a su paso.
—¿Sabes lo que es el verdadero sufrimiento? —dijo Heeseung con calma, mientras la fuerza de cada golpe aumentaba—. Es saber que, sin importar cuánto intentes, siempre estarás bajo mi control. Siempre serás mío.
Cada golpe era una tortura, un recordatorio de la desesperanza y la impotencia que YunLi sentía. Sus gritos se convirtieron en sollozos, su cuerpo temblando con cada latigazo. El látigo dorado seguía su danza cruel, pintando líneas de sufrimiento en su piel.
Finalmente, Heeseung detuvo su mano, respirando con dificultad pero mostrando una expresión de dominio. Miró a YunLi, que estaba casi colapsado, la piel marcada y la espalda enrojecida por el castigo.
—¿Aprenderás alguna vez? —preguntó Heeseung, su voz aún llena de desdén—. ¿Aprenderás que no puedes escapar de lo que eres? De lo que yo soy para ti.
YunLi no respondió, su cuerpo derrumbado en el suelo, la cabeza baja en resignación. Cada palabra de Heeseung era una confirmación de su destino inevitable.
Heeseung dio un paso atrás, observando a YunLi con una mirada que combinaba triunfo y frialdad. Había dejado claro su punto, y aunque el dolor había comenzado a desvanecerse, el estigma de la humillación permanecía.
—Levántate —ordenó Heeseung—. Limpia tus lágrimas y prepárate para enfrentar las consecuencias de tus acciones. No te dejaré olvidar quién manda aquí.
YunLi se levantó lentamente, su espalda ardiendo, pero no se atrevió a mirar a Heeseung. Sus pasos eran pesados y dolorosos mientras se dirigía hacia la salida, el eco de sus movimientos resonando en el silencio que seguía al castigo.
En el vacío de la sala, Heeseung quedó solo, el látigo dorado en sus manos temblando ligeramente.
Sabía que el dominio sobre YunLi estaba asegurado por ahora, pero la furia y la violencia siempre encontrarían nuevos caminos para manifestarse.
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz de las velas que danzaban con la brisa que se colaba por las rendijas. YunLi yacía sobre una alfombra de terciopelo, el suave tejido contrastando con el dolor que sentía en su espalda. La piel de YunLi, antes radiante, estaba marcada por las cicatrices de la reciente furia de su esposo. Alcipe, estaba arrodillada a su lado, aplicando con cuidado una ungüento sobre las heridas abiertas.
Las lágrimas caían silenciosas por las mejillas de YunLi, cada sollozo un eco de la angustia que sentía. Alcipe trabajaba con precisión. Sus manos temblaban levemente, no solo por la delicadeza del trabajo, sino también por el dolor que sentía al ver al omega en ese estado.
—Lo siento, YunLi —murmuró Alcipe, su voz quebrada por la tristeza—. No debió ser así.
YunLi giró ligeramente la cabeza para mirar a Alcipe. Sus ojos, rojos e hinchados, reflejaban una mezcla de gratitud y desesperación. La verdad era que no había mucho consuelo en la situación, pero la presencia de Alcipe era una pequeña luz en su abismo personal.
—No es tu culpa —dijo YunLi con voz rasposa—. No puedes evitar lo que Heeseung... lo que él hace.
—Él... él no tiene derecho a hacerte esto —dijo Alcipe, aplicando el ungüento con mayor firmeza. Había una rabia contenida en sus palabras, una furia que no podía desatar. Aunque su padre era su sangre no podía evitar odiar la forma en que el espartano sufría bajo la tiranía de Heeseung.
YunLi cerró los ojos, tratando de bloquear el dolor físico y emocional. El calor del ungüento era un alivio fugaz, pero el resentimiento hacia Heeseung era una herida más profunda.
—Lo que él quiere es que yo sufra —susurró YunLi, su voz temblando—. Que me rinda a su voluntad. Me lo ha dejado claro desde el primer día, cuando mató a Rowoon... a mí alfa.
Alcipe sintió una oleada de impotencia. No podía hacer mucho más que estar allí para YunLi, pero el odio hacia Heeseung crecía en su corazón. Ella sabía que su padre no era un hombre justo, pero nunca había esperado que llegara a este extremo.
—¿Por qué se ensaña contigo? —preguntó Alcipe, su voz apenas audible.
YunLi suspiró profundamente, un sonido que se perdió entre el crujido de la madera de la habitación. Miró al techo, como si esperara respuestas de los cielos.
—Porque para él, yo soy solo un objeto —dijo YunLi con amargura—. Un juguete que puede usar y destruir a su antojo. Creyó que al matar a mi Rowoon me haría suyo para siempre. Pero lo que no entiende es que el dolor no me hace más suyo; solo me aleja más.
Alcipe terminó de aplicar el ungüento y se levantó, sus ojos aún fijos en YunLi. Ella le ofreció una manta para cubrir su cuerpo tembloroso, sabiendo que el calor de la tela no podía calmar la tormenta interna que YunLi enfrentaba.
—Lo siento mucho —reiteró Alcipe, sus palabras llenas de sinceridad—. Haré todo lo posible para protegerte. Aunque no puedo cambiar lo que ha pasado, prometo que no estarás solo en esto.
YunLi miró a Alcipe con una mezcla de alivio y tristeza. Sus lágrimas habían comenzado a secarse, pero el dolor no desaparecía. El tiempo diría si encontraría una manera de liberarse de la opresión de Heeseung. Por ahora, solo podía esperar en la oscuridad, con el pequeño consuelo de que no estaba completamente solo en su tormento.
—Gracias —dijo YunLi, su voz apenas un susurro—. Gracias por estar aquí, pero quiero que te pongas en riesgo.
—No me importa —dijo la chica abrazándolo con suavidad.
YunLi y Alcipe compartieron un momento de entendimiento silencioso, enfrentando el dolor juntos mientras el mundo seguía girando fuera de sus muros.
Sin saber que el juguete de un Dios seguía rompiéndose cada vez más y más.
El inframundo, un reino de sombras y penumbra, se hallaba en un silencio abrumador. Las almas errantes murmuraban entre sí, susurros que se perdían en la oscuridad eterna. En el trono oscuro de la sala principal, un omega estaba sentado con una expresión severa. Sus ojos, rojos como la sangre y llenos de furia, observaban a su esposo Hermes con desdén.
Hermes, que antes había sido el dios de los mensajeros y ahora se veía atrapado en la tormenta del castigo, temblaba ante la presencia de su consorte. Hermes intentó mantener una postura digna, pero su rostro estaba pálido y sus manos temblaban.
—Cariño por favor, déjame explicar. No era mi intención causar tanto daño.
El omega se levantó de su trono con movimientos precisos y letales. Sus pasos resonaban como tambores en la cámara.
—¿No era tu intención, Hermes? Entonces, ¿por qué has entregado la ubicación de ese mortal al bastardo de Ares? ¿Acaso no sabes que eso significaría una condena segura para un alma que ya sufre?
Hermes bajó la mirada, sintiendo el peso de su culpa.
—Yo... yo solo quise ayudar. Ese omega estaba con Dioniso, no quería problemas para mí hermano preferido . Pensé que tal vez, si Ares lo encontraba, podría... tal vez obtener alguna forma de justicia, y evitar que lastimara a Yohan.
El omega lo miró con una furia contenida.
—La justicia que tú pretendías ofrecer solo ha llevado a la tortura. El omega ha sido castigado a latigazos por el simple hecho de intentar escapar de la violencia. Ahora, su sufrimiento es una consecuencia directa de tu intervención.
Hermes sintió un nudo en el estómago, la culpa se mezclaba con el dolor de la verdad.
—No sabía que eso iba a pasar. No sabía que Ares sería tan cruel.
El perteneciente al inframundo avanzó hacia él, su aura era opresiva y aterradora.
—¿No te das cuenta? El mundo en el que hemos existido no es un juego, Hermes. Tu falta de consideración por las almas que sufren y el caos que puedes provocar por ser entrometido es inaceptable.
Hermes intentó protestar, pero la mirada de su consorte era implacable.
—Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo?
El omega, con un gesto de mano, hizo que Hermes se arrodillara en el suelo.
—Te castigaré de la forma en que mereces. Pero eso no es todo. Te prohíbo la entrada a mi hogar por toda una estación. No quiero que estés aquí para ver cómo los efectos de tus acciones se desarrollan.
El rostro de Hermes se llenó de pánico.
—¿Me estás echando de casa? Cariño, por favor, no puedes hacer esto. Te necesito. No sé cómo sobrevivir sin ti.
El mayor se cruzó de brazos, su rostro era una máscara de indiferencia.
—Tu presencia ha causado dolor y caos. Debes reflexionar sobre tus acciones y entender que el mundo no gira en torno a tus buenos deseos. Un alma pura está sufriendo por tu culpa, y esto no es algo que pueda ignorar.
Hermes se levantó lentamente, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación.
—Entiendo tu enojo, pero por favor, reconsidera. Haré todo lo que pueda para corregir mi error.
El omega no mostró ninguna señal de ablandamiento.
—Quizá con el tiempo entenderás la gravedad de tus acciones. Hasta entonces, busca tu redención lejos de mi hogar. Que tu ausencia sea un recordatorio de que la intervención imprudente puede tener consecuencias devastadoras.
Hermes, derrotado y con el corazón pesado, salió de la sala principal del inframundo, dejando a su esposo sumido en la oscuridad de su propio reino, donde la justicia y la crueldad coexistían en un equilibrio temible.
Actu al fin.
¿Qué les pareció
el capítulo?
¿Quién creen que
sea el esposo de Hermes?
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