9. NO ES AMOR... ES UNA OBSESIÓN

¡Oh dios mío! No me lo puedo creer...

Mi vista está nublada y la tierra que hay debajo de mis pies ha desaparecido. Me estoy derrumbando por enésima vez. Me tiemblan las piernas y el corazón me late con desesperación.

En este mismo instante, Alex está delante de mis narices abrazado a aquella rubia de bote y de pecho voluminoso. Esa mujer lo tiene agarrado por la corbata y encima, para mi desgracia, noto su pintalabios rojo sobre los labios de él. Confieso que me duele ver a esta mujer tan pegada a su cuerpo y haber sido testigo de la manera en la que estaba acariciando su corbata unos segundos atrás...

¡Me puedo joder!, grito desconsolada en mi interior ¡Jódete Aylin!

Me duele tanto ver a otra mujer cerca de él....Tanto que parece que en este mismo instante un cuchillo me atraviesa por dentro. Ahogo un amargo suspiro e intento aguantar el dolor de ese maldito cuchillo retorciéndose dentro de mí. Intento no pensar en lo evidente, y eso es que ahora mismo me siento muy desgraciada y celosa. ¡Jodidamente celosa!

¿Por qué? ¿Por qué me tiene que ocurrir esto? Hoy pensaba por un momento que... que de verdad podría perdonarlo.

Analizo su rostro, su jodido rostro que me quita el aliento. Miro esos malditos ojos de color oscuro en los que me pierdo muy a menudo. Me fijo en sus malditos labios que deseo con locura y que ahora están manchados del pintalabios de otra mujer.

Noto cómo Alex abre su boca perplejo y aparta a la rubia en el mismo instante en el que me ve.

—Aylin, no es lo que piensas —escucho su voz y observo que levanta los brazos sorprendido.

—Vaya querido... ¿desde cuándo tienes que dar explicaciones? —también escucho la voz insoportable de aquella mujer. Todo de ella me parece detestable. Y en estos momentos ...de él también.

Me siento muy mal, por lo que debo salir de este sitio ya. ¡Pero ya! Me doy la vuelta con rapidez y empiezo a caminar, y ni siquiera sé para dónde voy, pero me da igual. Necesito salir de aquí de la manera que sea, por dios... Debo irme ahora mismo, no soporto verlo cerca de ella ni un minuto más.

El sonido de mis tacones resuena sobre el mármol de aquel largo pasillo y la música suave de la fiesta se escucha de fondo. Mientras me muevo deprisa, doy un jodido golpe con mi bolso en el aire y reprimo las lágrimas. No soy ninguna estúpida, me he dado cuenta de que ellos se conocían desde el primer momento en el que ella le ha dado ese abrazo tan íntimo, minutos atrás, en el salón. Su mirada insinuante y el tono de voz de Alex los ha delatado a los dos.

De hecho... lo que más me ha hecho sospechar ha sido que, minutos después, la rubia ya no estaba en la sala. Y... ¡qué curioso! Al cabo de un rato, he visto también a Alex salir velozmente del salón de los Morrison. Sin duda, necesitaba comprobar si mis sospechas eran ciertas, por lo que lo he seguido sin darse cuenta.

Y aquí estoy, con el corazón roto otra vez.

¡Maldita sea, Aylin! ¡No aprendes!, me recrimino al mismo tiempo que intento calmarme.

—¡Espera! —escucho su voz llamándome y, al girarme, veo cómo este empieza a correr detrás de mí para alcanzarme.

No, no quiero que me alcance. Empiezo a acelerar mis pasos y aprieto el bolso en mis brazos. Enseguida observo que hay una puerta trasera que me lleva afuera, a una terraza. Salgo rápido a la terraza y miro a mi alrededor inquieta, con ganas de huir. Hay solamente unas farolas iluminando el camino pavimentado y no hay ni un alma fuera. No sé a dónde me dirijo, pero eso no importa. Empiezo a bajar las escaleras desesperada por irme y volteo la cabeza de nuevo hacia atrás, con temor.

Veo que Alex sigue corriendo y no se da por vencido, incluso está cada vez más cerca. Intento bajar las escaleras y alejarme, pero conforme piso el último escalón, este me alcanza. Agarra mi brazo con fuerza y me frena.

—¡Espera, espera joder! —escucho su voz sofocada.

Estoy que mi corazón se me va a salir del pecho e intento avanzar por el camino pavimentado. Maldigo en mi mente e intento deshacerme de él. Solamente quiero salir de aquí, no pido más ¡puñetas!

Pero no... este no permite que haga ningún movimiento y me inmoviliza firmemente con sus brazos.

—¿Qué haces, Aylin? —pregunta desquiciado, lo noto en su rostro.

—Alex... ¡suéltame! —le grito furiosa—. ¡Me quiero ir ya!

Sigo forcejeando con él unos minutos más, pero no logro desprenderme de sus manos, que quedan ancladas con fuerza en mis brazos.

—¡No vas a ir a ningún sitio! —replica este colérico y sus manos son demasiado persuasivas—. ¡Cálmate!

—¿Qué quieres? —rujo muy enojada y pienso por dentro que debería estar acostumbrada ya verlo rodeado de mujeres. No es ninguna novedad.

—Explicártelo.

—No necesito ninguna explicación —suelto efusiva.

—Pero yo sí te lo quiero explicar.

—¿Para qué? —digo exasperada—. ¿Qué sentido tiene todo esto, joder?

—¡Aylin! —ordena—. No ha pasado nada, ¡ella me ha besado!

¿Cómo me puede mentir así? He visto cómo él ha ido a su encuentro a caso hecho. ¡Dios! Necesito acabar de una vez por todas con este sufrimiento que su sola presencia me provoca.

—¡Se acabó! —dictamino—. Cuándo volvamos a Boston, te quiero lejos de mí, ¿ha quedado claro? —le grito y vuelvo a intentar apartarme de su maldito cuerpo. Sin embargo, me tiene tan agarrada, que no tengo ninguna oportunidad.

Sus facciones son demasiado ásperas y su fuerza me inhabilita.

—¡Cuando volvamos a Boston seguirás conmigo, maldita sea! —me grita de vuelta y me mira turbado—. ¡Eres parte de Álympos y te quedarás a mi lado, dónde está tu sitio!

Al mismo tiempo que habla, el profesor aprieta tanto los dientes que hasta parece que está poseído. Sí, estoy cada vez más convencida de que este hombre es el mismo diablo. Me está haciendo mucho daño jugando conmigo de esta manera. Intentando convencerme de que soy importante para él, para que minutos después se vea con mujeres a escondidas. ¡Pero no! No se va a salir con la suya. He llegado a mi maldito límite y ya no respondo.

—¡Al carajo con Álympos, Alex! ¡Y al carajo contigo! —mis ojos lo clavan con odio y siento un nudo en la garganta—. No te quiero ver nunca más, ¿me has escuchado?

—¿De verdad? ¿De verdad podrías no verme nunca más, Aylin? —habla más clamado y lleva una mano a mi frente. Noto sus dedos sobre mi pelo y... ¡mierda! Ya sé lo que está intentando hacer: manipularme, como siempre.

—¡Eso es lo que más deseo! ¡Que te alejes de mí de una puta vez! ¡Que me dejes en paz! —aprieto mis ojos para reprimir las lágrimas.

¡Dios mío! Agacho la cabeza. No soporto más esta situación. No aguanto más esto que siento por dentro. No tolero más la decepción. No acepto ya sus órdenes. No quiero que me vea llorar.

—¡Tú me amas! —lo escucho hablar de repente y acerca más su cara a la mía. Toca mi barbilla y me obliga a levantar la cabeza y mirarlo.

Sus ojos reflejan muchos sentimientos encontrados y me estremezco. Me estremezco porque no soy capaz de leerlos. Me estremezco porque sé que debo luchar contra esto y debo ser fuerte. No me volverá a hacer sufrir nunca más.

—Yo amaba al profesor. Mi corazón se derretía con solo una mirada suya... ¡Pero tú no eres él! —musito perturbada y en el mismo instante en el que digo esto, las lágrimas empiezan a corren por mis mejillas—. No te amo, Ares...

Hablo concluyente y dolida. La cruel realidad es que no puedo hablar de este tema sin llorar. Simplemente no puedo, mi corazón está roto en mil pedazos. Entonces, él aprieta más mi mentón entre sus dedos y hace que mis ojos llenos de lágrimas lo miren.

—Tus ojos no mienten —susurra—. Aylin... tú me sigues amando.

 Acerca su frente a la mía y parece emocionado. Roza su frente con la mía y noto que cierra los ojos, gesto que suele hacer y que me produce muchos recuerdos. Su respiración en mi cara me quema y sus brazos me aprietan a su pecho. Entonces, yo también cierro los ojos y al mismo tiempo respiro acelerada. Las malditas lágrimas siguen deslizándose sobre la piel de mis mejillas.

¡Odio que me esté pasando esto!

—Déjame ir, por favor. Por favor... —le suplico derrotada, con los ojos cerrados—. Alex, necesito que dejes que me vaya de tu vida.

Inesperadamente, sus labios tocan los míos con suavidad y me da un beso cargado de mucha emoción. Detengo su beso incrédula y abro los ojos enseguida. Unos copos de nieve están cayendo alegremente sobre nuestros rostros. Ha empezado a nevar. Mi mirada se topa de nuevo con la suya y noto que sus ojos también se han humedecido. Unas pocas lágrimas se deslizan sobre sus pómulos. Echa su cabeza un poco para atrás y empieza a acariciar mis mejillas con sus dedos.

—No puedo —murmura—. Simplemente no puedo, lo siento... —vuelve a susurrar trastornado.

—¿Por qué no puedes? —pregunto en voz muy baja y despacio. También toco su cara con mis manos y noto su respiración fuerte. No puedo evitar mirarlo con mucho sentimiento. Sus dedos siguen acariciando mis mejillas, al mismo tiempo que con la otra mano aprieta más mi cadera.

—Ufffffff —suspira este profundamente y lleva su vista hacia arriba para ahogar las lágrimas que brotan de sus ojos—. Ojalá pudiera explicártelo, Aylin... Ojalá pudiera —su voz suena demasiado rota—. Nunca te dejaré ir, esto que siento es más fuerte que yo.

—¿Qué sientes? —le digo agitada, sin entender nada. Mis sollozos son evidentes.

—Siento que... te necesito conmigo desesperadamente y necesito que seas mía. Necesito ser parte de tu vida de la manera que sea —dice rápido con voz atropellada.

—Alex... estás obsesionado conmigo. ¡Lo que sientes es obsesión! —replico enseguida, muy segura de mis palabras. 

—Pero y si... ¿es otra cosa? Y si... ¿es amor? —pregunta este en un suspiro.

Mi corazón se para por un momento y empiezo a respirar acelerada. Claramente, sus ganas de poseerme y controlarme lo están confundiendo.

¿A qué narices está jugando? Dios... ¿sería él capaz de decirme todo esto por tal de retenerme a su lado?

—Alex... estás muy equivocado. El amor no es egoísta —le digo con voz suave—. El amor no te encadena —continúo con voz entrecortada—. El amor no es posesivo... ¡El amor te da libertad!

Este mira el suelo sumamente confuso y aprieta más mis brazos.

—El amor se siente aquí, en el alma —continúo y toco su pecho—. Así que... no juegues conmigo, por favor. Ten un poco de dignidad. Lo que sientes por mí es obsesión nada más —digo con intensidad y mi mirada helaría a cualquiera.

Vuelvo a romperme en pedazos pensando en que nunca seré correspondida, ya que él solamente me quiere tener a su lado como si fuera un trofeo. Un mero objeto. Y eso es bastante triste.

—¡Maldita sea! No estoy jugando contigo —levanta su vista.

—¡Sí que lo haces! Ten el honor de reconocer que me has dicho lo que yo quiero oír por tal de no alejarme de ti. 

—¡No! Yo siento que... yo no... —balbucea como nunca jamás lo ha hecho y se detiene por un instante—. Yo.... reconozco que estoy obsesionado contigo, ¿lo podrás aceptar?

Noto su rostro desfigurado y cómo roza su barbilla con el puño. Está apretando la mano y su mentón está temblando.

—¿Aceptarlo? Me das miedo —contesto desconcertada. No le perdonaré por el hecho de que me ha intentado manipular, diciéndome que me ama.

—Nunca te haría daño.

—Alex, tu obsesión no es sana. Te exijo que te olvides de mi —digo demandante e intento quitarle los brazos que tiene colocados sobre mi espalda—. ¿Por qué no has seguido ahí dentro con esa mujer? La he visto muy dispuesta, te hubiese dado lo que yo no podré.

Debo ser dura con él y vuelvo a pensar en lo decepcionada que me encuentro.

—No la deseo a ella —dice firme y sus rasgos también se han vuelto duros.

—¡Pues bien que la has besado! —le digo molesta.

—Ha sido al revés, Aylin, ¡me creas o no! —me contesta un poco más relajado y suelta un bufido.

—¡No te creo!

—Pues no te parece que estás demasiado celosa de alguien que según tú... ¿no amas?

—¿Perdona? —abro mi boca y lo miro asombrada. Odio sus réplicas, ¡joder! ¿Cómo puede ser tan puñeteramente creído?

¡Ahhhhhhhhhhhh! es el grito frustrado de mi conciencia lo que se acaba de escuchar. No lo soporto. No soporto que me recuerde los sentimientos que tengo por él.

—¡Brian!... Señorita Vega, ¿va todo bien? —escuchamos una voz a lo lejos y giramos los dos la cabeza hacia la terraza. Es Carl Morrison.

—Sí... íbamos a entrar —escucho a Alex.

—Perdón si he interrumpido algo, solo que no os he visto dentro y sois mis invitados de honor —dice este con disimulo.

—Tranquilo, no has interrumpido nada.

—Vaya, está nevando. La nieve hará que esta noche sea más fría —dice este y empieza a frotar sus manos.

Vuelvo a ser consciente de que minutos atrás, ha empezado a nevar. Miro el cielo y siento los copos de nieve sobre mi cara.

—Sí, hace mucho frío... —le dice Alex de vuelta y me mira intranquilo.

—Entonces os invito a un ponche caliente, ¿qué os parece? —propone el señor Morrison y nos sonríe con amabilidad.

Ahora mismo necesito un bar entero para mí. Claramente, necesito un puñetero trago.

—Me parece que me ha leído el pensamiento, señor Morrison —le contesto y me acerco a él de manera coqueta—. Acepto la invitación, sin duda. El ponche me parece exquisito, de hecho. Lo he probado por primera vez esta noche.

¡Mentira! Estoy mintiendo más que un testigo en un juicio. ¡El ponche es asqueroso!

—¿Ah sí? —pregunta nuestro anfitrión y se ríe.

Hablo de manera sofisticada y alzo mi barbilla mientras que Carl Morrison me ofrece su brazo con caballerosidad y yo lo acepto. Alex empieza a caminar detrás de nosotros y, a decir verdad, ni siquiera me giro para mirarlo. Lo que necesito es no verlo.

Al instante, entramos en la gran sala y nos volvemos a unir al grupo donde se encuentran el socio de Morrison, dos señores más y sus parejas. Intercambio algunas palabras con la esposa de Carl, mientras que me tomo una tercera copa del jodido ponche, y enseguida me siento más relajada. Evito a Alex completamente, sin embargo, siento su mirada sobre mí en todo momento.

Ya pensaré algún plan para librarme de él esta noche.

—Señorita, ¿podría concederme este baile? —lo escucho en mi oído al cabo de unos minutos.

La sala está ambientada con música.

Hablando del rey del Olimpo... pienso con ironía. Esto me faltaba.

Me vuelvo a él y lo miro.

—¿Qué quieres? —le pregunto irritada, aunque en un tono bajo. Estoy hasta el moño de él.

—¿Bailar? —pregunta este y alza una ceja.

—¿Qué te hace pensar que bailaré cont...? —contesto decidida, pero este no me hace ni puto caso y su movimiento me interrumpe. Lleva sus manos a mi espalda, y aprieta sus dedos en mi espalda baja, por detrás de mi cintura.

—¡Ya es suficiente! —me dice con violencia.

Miro hacia un lado ruborizada y veo que las demás parejas también están bailando. Le sonríe al señor Morrison falsamente y noto cómo la señora Morrison me guiña un ojo.

¡Qué remedio!

Posiciono mis brazos por detrás del cuello de Alex y este me acerca más a él. Me estoy empezando a sentir un poco mareada, no pensaba que la bebida esa tenía alcohol y, curiosamente, me estoy dando cuenta ahora. El sentirme embriagada no ayuda nada. El tacto de sus manos robustas que se deslizan sobre mis partes bajas, sumado a que Alex acaba de pegar su mejilla a la mía, hace que mi cabeza esté dando vueltas y me sienta muy intimidada.

La melodía suave y envolvente de la orquesta hace que nos dejemos llevar y empecemos a movernos al son de la música. Nuestros cuerpos se complementan tan bien que parece que hemos bailado miles de veces juntos. Nadie diría que es la primera vez.

—¿Cómo estás? —lo escucho en mi oído.

—Pensaba que no se le daba bien bailar, señor Woods.

—No me cambies de tema, Aylin. Nos han interrumpido antes, pero nuestra charla no ha terminado.

—Pues creo que tiene mucha destreza en realidad, señor — sigo con mi actitud rebelde—. Para ser una persona que no suele bailar, no me ha pisado ni una vez.

Este aprieta más su mejilla contra la mía. Percibo su aliento y también me doy cuenta de que está irritado, en el mejor de los casos, y... furioso, en el peor.

—Señorita... no se me da bien bailar y tampoco se me da bien ser paciente. No me provoque —su voz suena demasiado seria—. A no ser que... —hace una pausa—.. usted quiera arrastrarla al servicio y mostrarle qué es lo que se me da bien verdaderamente. No crea que me he olvidado de qué cosa lleva usted por debajo de este vestido.

—¡Ah! ¿Será que también se le da bien arreglar tuberías? —pregunto con ironía. Ya que habla del servicio...

Al decir esto, baja su mano de manera disimulada a mi trasero y aprieta sus dedos contra mi vestido. El nudo en mi garganta ha vuelto a aparecer y mi corazón da un vuelco. Alex vuelve a usar sus armas de seducción conmigo y, aunque intente mantenerme fría, mis jodidas rodillas empiezan a temblar.

Su descaro no se detiene ahí.

—Sí... tuberías —lo escucho decir y aprieta más mi culo—. De hecho, esta noche me dará usted el gusto y me dejará que la folle con las medias puestas.  Así que, no me siga cabreando. Sabe que es bastante accesible ahora mismo y lo cierto es que... en cualquier momento puedo perder la cordura. 

—¿Me estás amenazando?

—No, solo avisando. 

Entonces lleva su mano a la parte baja de mi vestido y siento cómo me lo empieza a levantar. Noto sus dedos por debajo, rozando el encaje de la parte alta de mis medias.

¡Virgen Santa! ¡Qué cojones! ... ¿Cómo controlo mi cuerpo y la excitación que siento ahora mismo? Siento un temblor incontrolable en mis partes bajas y miro ruborizada a mi alrededor. Me quiero morir de la vergüenza.

—¿Usted piensa que todo se arregla en la cama? —pregunto deprisa y mi maldita voz suena ahogada. No quiero que se dé cuenta de lo que provoca en mí y de lo caliente que estoy. No me puedo olvidar tan fácilmente de lo sucedido.

—¿Y no es así, señorita Vega? —pregunta con picardía—. Desde siempre se ha dicho que un buen polvo calma el mal genio.

Me acuerdo de mi amiga Berta y suspiro. Cómo la echo de menos...

—Hay muchas cosas que un buen polvo no puede arreglar, créame señor.

—¿Cómo por ejemplo?

—Un corazón roto —le digo y, para mi sorpresa, este se queda callado.

La melodía ha finalizado casi al momento, menos mal. Suspiro aliviada y estoy con el corazón a mil, somo si hubiese corrido una maratón. Lo aparto de mí y miro alrededor. Noto como los invitados empiezan a aplaudir frenéticos.

No sé qué hacer y pienso que no me vendría mal un chupito. Necesito cosas más normales. Lo cierto es que estoy tan nerviosa ahora mismo y con tantas ganas de huirle, que se me ocurre ir a una barra que hay a unos metros. Detrás, observo a un chico joven, vestido de camarero. Me acerco un poco más a él de manera disimulada.

—Hola. Oiga... —me inclino un poco sobre la barra y le sonrío—. ¿Me podría poner algo que no sea el famoso ponche ese?

Al decirle esto, hago una mueca y señalo un poco con la cabeza la grandiosa mesa, donde se encuentran multitud de copas del maldito ponche, preparadas para los invitados. Al escanear la sala, siento que estoy ya mareada.

—Por supuesto, señorita. ¿Qué desea? —pregunta este amable.

—Algo fuerte —contesto muy segura de mí misma. Necesito alcohol de verdad ya.

—Lo que usted quiera. ¿Qué le pongo?

—¿Un chupito de tequila? —arqueo mi entrecejo, interrogativa.

El camarero asiente con la cabeza. Mientras espero, miro en dirección a Alex de manera disimulada y veo que precisamente está charlando con la tal Isabella. ¡Vaya! Que poco a tardado en encontrar distracción ¿A ella también le estará diciendo que le quiere echar un polvo en el servicio? Eso en el caso de que no lo han hecho ya...

En el momento en el que el joven coloca el vaso sobre la barra, lo levanto deprisa y me lo llevo a la boca. Mi cabeza va a explotar y las cosas empiezan a dar vueltas por lo enojada que estoy.

—Otro, por favor —le digo y le sonrío de nuevo—. Oiga —empiezo a hablar de nuevo con el camarero—. ¿Ve a ese moreno bien guapo de ahí, el que está hablando con una rubia de bote?

El camarero me mira un tanto sorprendido y después hace un gesto con la cabeza. Sonríe divertido y vuelve a llenar mi vaso.

—Pues ese capullo se piensa que está logrando ponerme celosa —me río con sonoridad.

—¿Y no lo está consiguiendo? —pregunta el camarero. 

Pongo los ojos en blanco muy teatral. Al instante, pienso en mi mente que estoy ya bastante borracha y me debo controlar, se me está yendo ya la cabeza.

—¡Que va! —le respondo y hago un gesto estridente con la mano; después, alzo mi vaso—. ¡Salud!

Que se folle a medio Toronto si quiere... ¿A mí que más me da?, digo en mi mente, al mismo tiempo que me tomo el chupito de un trago.

El chico de detrás de la barra solo me sonríe y entonces decido no seguir tomando y me alejo un poco. Me noto asfixiada y necesito que me dé el aire. Estoy sumamente ebria y todo está dando vueltas.

—Señorita Vega, ¿cómo se lo está pasando? —escucho a la señora Morrison.

—Muy bien —contesto e intento que mi respuesta suene decente y que no note mi estado.

Me están entrando nauseas.

—Por cierto, ¿ha probado nuestra bebida estrella esta noche?

—¿Ehmmm? —le digo un poco confusa y empiezo a rascarme la cabeza.

No más bebida por favor, puedo llegar a ser un saco sin fondo. Y más esta noche.

—Vengase conmigo —dice la esposa de Carl, muy alegre.

Tira un poco de mí y noto que me lleva precisamente a la mesa que hay en el centro, donde hay centenares de vasos repletos del puñetero ponche.

—Es de melocotón. Entrará rápido en calor, ya verá. Tiene un aroma realmente exquisito —dice esta enseguida y coge un vaso de la mesa y me lo ofrece.

Sí... me hace mucha falta entrar en calor ahora mismo... piensa mi mente borracha. Mis mejillas están que arden y entre Alex y el alcohol, me siento como si estuviera en una jodida sauna, estando de resaca.

Finjo estar complacida y le doy un pequeño sorbo al vaso.

—Sí, muy bueno —afirmo.

—Discúlpeme un momento —dice la señora Morrison y se aleja un poco de mí para charlar con otra mujer, que requiere su atención.

¡Tierra trágame!

Me quedo al lado de la mesa con el vaso en la mano, mirando las musarañas, después de echarle un vistazo a Alex, que está ahora mismo conversando con dos señores. Aun así, no pierde la oportunidad de dirigir la vista hacia mí, e incluso creo que me está haciendo un gesto con la mano. No estoy segura y creo que... lo veo doble. Llevo mi mano a la cara e intento volver en mí.

— Aylin, ¿verdad? — escucho una voz desconocida de mujer. 

Me doy la vuelta y delante de mí se encuentra ni más ni menos que... Isabella.

La guinda del pastel. Enseguida irgo mi espalda y me doy dos puñetazos mentales para despertarme y hacer que desaparezca la cara de ebria que llevo ahora mismo. Lo que menos me gustaría sería quedar en vergüenza delante de ella.

— Sí —digo un poco cohibida—. Isabella, ¿verdad?

Noto cómo esta también coge una copa de ponche de las bandejas plateadas que hay encima de la mesa. Sujeta la copa de manera muy elegante y me recuerda a Lorraine. Es el mismo tipo de mujer versada, hasta parecen cortadas con las mismas tijeras.

— Pues vaya, no diría que tienes más de diecinueve años — esta arquea una ceja y me mira con atención.

— En realidad... tengo veinte.

—Ahhmm —pone una mueca—. Demasiado joven para fijarte en hombres casados, ¿no te parece? —dice con cierta maldad.

Me quedo atónita.

¿A qué ha venido esto? ¿Qué le pasa a esta mujer? Ufffff, estoy demasiado mareada para aguantar a otra de las amantes de Alex. La pondré en su sitio.

—¿Estás hablando tú o la frustración que hay en ti? —pregunto atrevida.

Sus rasgos se tornan duros y sin esperármelo, noto el contenido de su vaso sobre mi pecho y vestido. ¡Mierda! La maldita doble de Pamela Anderson me acaba de tirar la copa de ponche y estoy completamente empapada. Levanto mi vista y la miro con estupor. Estoy ahora mismo que me lleva el diablo.

—Upssss —dice esta y se lleva la mano a la boca, fingiendo—. Perdón, no quería.

¡Qué falsa es esta mujer! Me quedo boquiabierta y juro que me entran ganas de meter mis dedos en su jodida melena y barrer el suelo con ella.

—¿Qué haces?

—Querida, me has estropeado el polvo esta noche, ¿cómo quieres que esté? —la escucho decir—. Pero igualmente Brian me buscará.

—¿Cómo? —pregunto incrédula.

¿Qué-mierda-está-pasando?, pienso en mi cabeza e intento procesar si esta mujer va para un manicomio o para una película porno.

—Que eres muy poquita cosa para él, querida —habla muy tranquila y se inclina un poco sobre mí, muy coqueta.

Literalmente ahora mismo me siento como si fuera una bomba nuclear que explotará en 3,2,1....

—Te lo regalo —contesto de manera pausada y sin pensar en las consecuencias más que obvias, extiendo mi brazo y levanto mi copa por encima de ella, un poco tambaleante por loes efectos del alcohol.

Dejo caer el maravilloso ponche sobre su cabeza, hasta la última gota. El líquido se desliza sobre su cara y pelo y aunque suene a hija de puta, lo estoy disfrutando muchísimo. Enseguida la "pechos operados" se lleva las manos a su rostro y me mira recelosa y bastante enfurecida.  Está que no se lo cree. 

—Upsssss —exclamo y pongo cara de inocente. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top