4. DE BRUCES CON LA REALIDAD

Silencio absoluto. El despertador no está sonando y tampoco escucho a Berta.

¿Qué hora será?

Abro los ojos y lo primero que veo al inclinar un poco la cabeza, es el cuadro gigantesco en la pared. El cuadro de Ares, dios del Olimpo.

¡Oh mierda! Miro a mi alrededor con ojos cansados y estoy intentando volver en mí. Anoche no dormí nada bien y suspiro enseguida. No ha sido una pesadilla, todo es real. Es real que me encuentro en esta habitación, y también es real que a mi izquierda está la jodida y tenebrosa estancia de los juegos pervertidos.

Dormimos juntos y empiezo a rememorar la calidez y la pasión de su cuerpo. Esa intensidad... Me llevo las manos a la frente intentando ahuyentar todas las sensaciones dementes que él  provocó en mí anoche. Sus labios sobre mi piel, sus manos tocándome y haciendo que tiemble. Su respiración en mi oído. Y como siempre, se salió con la suya. Alex nunca pierde la oportunidad de seducirme y llevarme a la cama. Para él, que no me ama, es bastante fácil, pero para mí...

Me toco las muñecas, no hay rastro de las esposas.

De repente escucho la llave en la puerta y elevo un poco mi cabeza. Seguro que es él, ha venido a asegurarse de que sigo en la habitación. Pero no es así. Cuando la puerta abre, veo a ... Lorraine.

Su pelo rubio está muy arreglado, hasta parece que viene directa de una peluquería. Está igual de elegante que siempre. Entonces, sus ojos marrones se detienen sobre mí. Cuando observa que me encuentro en medio de la cama, su cara se oscurece y sus facciones la delatan, claramente está muy enojada. Su mirada turbia me analiza y aprieta la boca mientras se dirige en dirección a la cama con pasos veloces.

¡Oh no! ¿Qué está haciendo?

—¡Maldita hija de puta! —empieza a gritar desquiciada, mientras se acerca a mí.

No me da tiempo a reaccionar.

—¡Zorraaaaa! —vocea con fuerza y se abalanza sobre mí. —¡Eres una maldita zorra! —me pega una bofetada fuerte. Tan violento es su golpe, que es inevitable que mi cabeza gire bajo su mano.

¡Mierda! Me retuerzo debajo de ella, intentando frenarla. Siento cosquillas en la piel. ¿Qué demonio la ha poseído?

—¿Qué le has hecho para que te haga diosa? ¡Contesta! —la escucho. 

—¡Apártate! —le digo perturbada y al mismo tiempo invierto todo el esfuerzo en detenerla. Aun así, su cólera es imparable y sus manos están sobre mi cuello de un momento a otro.

—¿Qué le has hecho para que incumpla las normas?

¿Pero de qué puñetas está hablando esta mujer? No entiendo absolutamente nada y la voy a mandar a freír espárragos.

Enseguida llevo mis manos a sus hombros y consigo apartarla un poco de modo que libera mi cuello. La jodida demente esta me quería asfixiar. Me agarra de los pelos y siento dolor cuando engancha sus dedos en mi cabello y tira de él. Yo también consigo alcanzar su cabeza y enredo mis dedos en el suyo, mientras intento deshacerme de ella.

—¿Sabes lo que me ha costado llegar hasta aquí? ¡Te voy a destrozar la vida! —continúa gritándome y amenazándome.

Consigo apartar su cara de la mía, colocando una mano en su mentón y empujando, pero está haciendo presión y me lleva ventaja, ya que yo estoy debajo y me tiene acorralada.

Estoy que todavía no me lo creo, literalmente me estoy agarrando de los pelos con la esposa de Alex.

—¡Aquí la única diosa soy yo! Yo soy la que mando ¿entendido? —chilla desquiciada y sus rasgos están transformados.

Lorraine parece salida de una película de terror y hasta me parece que la novia de Chucky es divina comparada con ella en este momento.

—¡Quítate de encima! —le grito de vuelta y sigo forcejeando— ¡No he venido a quitarte el sitio!

Para mi horror y sorpresa, esta no se queda satisfecha y entonces me golpea otra vez. Siento como me empieza a quemar la mejilla. ¡Joder! Esta mujer está loca, al igual que lo están todos.

—¡Lorraine! —ruge una voz al fondo.

Alex acaba de entrar en la habitación. Enseguida la agarra con los dos brazos y la aparta, llevándola lejos de mí.

—¿Qué diablos haces aquí? — grita.

Los miro horrorizada y súbitamente, noto la sangre en mi labio. Me llevo la mano a la boca, y cuando la retiro, las manchas rojas quedan marcadas sobre la piel blanca de mis dedos. Veo que Alex abre los ojos con sorpresa cuando ve mi labio ensangrentado, y acto seguido, se vuelve hacia Lorraine y, sin dudar, estampa su mano contra su cara, proporcionándole una severa bofetada.

—¿Qué mierda has hecho, Lorraine? —levanta más el tono, verdaderamente iracundo.

Su movimiento es tan brusco y desenfrenado, que hace que esta esté a punto de derrumbarse. Lorraine se queda mirándolo, muy incrédula, mientras toca su mejilla.

—¡Eres mi marido! —habla con ira— ¿Cómo te atreves a pegar a tu mujer? No voy a permitir que esta duerma en tu cama, ¿entendido?

—¡Sal de la maldita habitación Lorraine, sino te sacaré arrastrada! —le dice Alex y la empuja.

—¡Te arrepentirás de traerla aquí! —amenaza esta.

Yo mantengo mi respiración y simplemente permanezco inmóvil, siendo testigo de todo. Lorraine sale de la habitación furiosa, pero no antes de matarme con la mirada. Sus ojos parecen salidos de las órbitas.

—¿Qué te ha hecho, joder? —escucho a Alex maldiciendo, y rodea la cama llegando hasta el sitio donde me encuentro. Se sienta en el filo y empieza a analizar mi rostro, mientras que toca mis mejillas con las manos. Coge rápido unas servilletas que hay en la mesita y me limpia la sangre.

—¡Oh, Aylin, maldita sea! No volverá a tocarte.

Noto la textura de la servilleta sobre mi labio. Sus ojos desprenden calidez y preocupación. Sigo bloqueada y no protesto. Estoy demasiado apática ahora mismo como para luchar con él.

—¿Qué te sorprende? —le digo despacio, sollozando. Estoy reprimiendo las lágrimas—. Es tu mujer.

—Pero no lo será por mucho tiempo.

—Dijiste que nunca te divorciarías de ella—le recuerdo—. ¿Pretendes que te crea?

Él solo levanta sus ojos negros de mis labios y me mira. Frunce un poco el ceño.

—Sé que no me creerás. Pero yo cambié de...

—¡Déjalo, Alex! —contesto rápido—. Aunque por casualidad fuera cierto lo que me estás diciendo, nunca podré tener algo con una persona como tú —hablo con sinceridad.

—Yo tampoco tendría algo con una persona como yo —baja su tono y retira la servilleta de mi herida. Su mirada se oscurece y aprieta la servilleta en su puño—. Pero mientras te tenga en mi cama, con eso me conformo.

Le miro circunspecta. ¿Será cabrón? ¿Es lo único que le importa?

—Sabes... por cosas como estas... te estoy empezando a odiar —articulo con desprecio, sin alterarme.

—Pensaba que ya me odiabas— no tarda en decir y eleva una ceja, al mismo tiempo que noto cómo arquea suavemente la comisura de sus labios con malicia.

—Yo... —tartamudeo.

¡Su jodida elocuencia!

Definitivamente me ha dejado sin réplica, y ahora mismo tengo cara de gilipollas.

—¡Ahora vuelvo! —exclama y sale por la puerta deprisa, cerrando con llave. Y dejándome con la palabra en la boca, por supuesto.

Me quedo sola y hundo mi cabeza entre mis manos. ¿Qué está pasando, Dios?

Lorraine me acaba de estampar la cara, hemos llevado a cabo la típica escena de celos entre la esposa y la amante. Aun así, más que celosa, Lorraine parecía furiosa por la posición que Alex me ha dado en el Templo. Y de repente me acuerdo que él me contó que una de las normas de Álympos era que sus integrantes vivían para el placer y que para ellos no existía el amor. Lorraine no ama a Alex y Alex tampoco a Lorraine. ¿Entonces por qué esta se comporta así?

¿Cómo he llegado a ser parte de este juego? Mis ojos se humedecen y todavía estoy temblando. Y todo es culpa suya.

¡Lo odio!, grita mi mente.

Tras unos pocos minutos, escucho la llave en la puerta y veo entrar a Alex, seguido de una señora de sobre cuarenta y tantos años, un poco rechoncha, que lleva el pelo recogido en un moño y viste un vestido blanco ancho y largo. Un cinturón plateado simplón queda envuelto alrededor de su cadera. Sujeta una bandeja, que parece ser el desayuno.

Alex lleva en sus manos un kit de primeros auxilios.

—Prudence, tenemos una nueva diosa en el Templo. Ella es Afrodita a partir de ahora, y cumplirás con todo lo que te pida, ¿vale?

¡Kalos irtharte! —contesta esta y me fija con la vista—. Voy a dejar la comida aquí. ¿Desea algo más, mi dios?

—No, está todo bien.

¿Qué ha querido decir la mujer? A ver si ahora tendré que aprender griego, ¡puñetas! La señora agacha un poco la cabeza y se retira.

—Te ha dado la bienvenida —me dice Alex, al notar mi cara confundida.

Enseguida este se agacha sobre mí tras sacar un poco de algodón, un bote de alcohol y una tirita del kit.

—Esto no se ve nada bien— musita, examinando mi herida, muy concentrado.

Durante un instante, me parece que su cara estando así, tan centrado en mi labio, es sumamente sexy y atractiva. Y sus labios...  Es irremediable pensar que  Alex es un jodido Adonis. 

¡No Aylin, acuérdate de todo! Acabo de darles una bofetada mental a mis neuronas, ya que hoy el día va de bofetadas. 

Entonces me llegan a la mente sus palabras, tan extrañas.

—¿Afrodita? —le pregunto atónita y a la vez molesta.

—Ese será tu nombre aquí —me contesta, mientras sopla repetidas veces sobre mi rostro. Vierte un poco de alcohol sobre el algodón—. Es lo que firmaste ayer. Te he convertido en diosa, Aylin. Es un logro muy grande, aunque no lo veas ahora mismo. Cualquier mujer de aquí desearía estar en tu lugar —empieza a presionar el algodón sobre mi herida.

—¡No me jodas, Alex! ¿La diosa del amor? —pregunto irritada y le arranco el algodón de las manos—. Pues, ¡qué incoherencias tenéis! Me decías que en el Olimpo no existe el amor, y me acabas de nombrar diosa del amor.

Le aparto enseguida, me levanto y me voy al baño a examinar mi mejilla, tras agarrar una tirita. La cara me escuece.

—Afrodita es una de los doce. Y el amor es solo un concepto, tú estás encasillada en un amor que no existe —lo escucho hablar y hago una mueca pensando que en realidad me desconcierta mucho su personalidad.

—Y tú estás adoctrinado —le digo contundente.

—Como sea... —contesta—. Desayuna, quedan cuarenta minutos nada más para irnos. Voy a traerte la ropa.

—¿Crees de verdad que podría probar bocado? —me cruzo de brazos.

Veo cómo se levanta de la cama y lleva sus manos a sus caderas. Me mira muy serio.

—Ahh tranquilo —no le doy la oportunidad de hablar—. Sé que me obligarás a hacerlo, como siempre lo haces —continúo irónica—. Dígame, señor Woods... —me acerco a él despacio, mientras que toco mi labio—, ¿qué es lo siguiente que me pasará en este sitio?

Le miro con recelo y sigo hablando.

—¿Cuánto tiempo piensas que podrás tenerme aquí?

—El que haga falta —contesta rudo—. Y ahora come... —intenta convencerme.

Me señala la bandeja que hay encima de la mesa.

—No tengo hambre.

—¡Vas a desayunar, te vas a duchar y vas a estar lista a tiempo para irnos! —agita sus manos con nerviosismo y después se lleva una de sus manos al mentón. Ya lo conozco lo suficiente como para saber que cuándo está nervioso o irritado se pasa la mano por el pelo o se la lleva al mentón y después pone una mueca de tensión. 

Como nota que no me muevo, se acerca deprisa y agarra mi mano y me lleva a la mesa donde está la bandeja del desayuno. Me obliga a sentarme. Después, camina con pasos agigantados hasta la puerta. Sale y da un portazo.

Me quedo sola de nuevo y empiezo a reflexionar. Estoy sin mi móvil. No puedo llamar a mis padres, ni a Berta. ¿Y qué pasará con la universidad? Hay tantas preguntas sin respuesta en mi cabeza...

Miro la bandeja con la variedad de platos que hay, mi estómago empieza a sonar y anoche... aparte de unos aperitivos que me comí en la fiesta, no probé gran cosa. Tengo hambre, aunque sienta un nudo en la garganta. Cojo mi taza de café y me la llevo a la boca, a la vez que me acerco al ventanal. Miro afuera y noto que abajo hay dos agentes de seguridad paseándose y vigilando las ventanas. Al parecer, Alex les ha dado instrucciones muy claras. Me siento en la silla de nuevo y le doy unos mordiscos a unos cruasanes y a unos embutidos. Hay también zumo de naranja.

Escucho la puerta de nuevo, y me quedo sorprendida. No ha tardado ni diez minutos. Lo veo entrar con dos bolsas de cartón blanco, bastante grandes. Una la tira a la cama, y la otra la lleva al baño.

—Aquí tienes ropa, espero que sea de tu agrado. Vamos a ir a un lugar frío, debes estar abrigada.

No le contesto, pero su mirada me quema, la siento sobre mi cuerpo.

—Ese camisón me encanta —añade y observo por el rabillo del ojo que empieza a quitarse la ropa delante de mí.

¡Oh Dios! ¿Qué está haciendo, va a intentarlo otra vez?

Mi respiración se corta enseguida.

¡No se te ocurra mirar, Aylin! ¡No mires!, escucho esa voz patética en mi cabeza.

Me congelo sobre la silla cuando noto sus pies descalzos en el suelo, y lo escucho acerándose a mí. Después de anoche, le estoy rezando a un ser sobrenatural que me mantenga serena y fuerte como para no caer en la tentación. La noche que pasé con él fue una verdadera tortura, ¡joder!

Intento tranquilizar mi respiración, pero la sangre está trotando por todo mi cuerpo y entonces levanto mi vista. Sorprendentemente, al verlo desnudo me ruborizo. Tiene ese jodido efecto en mí y me avergüenzo mucho de ello. Sus músculos fuertes resaltan en su torso y esos brazos tan robustos y bien tonificados hasta parece que reclaman abrazos. Y me encanta la textura y el olor de su piel.

¿Puedo ser más idiota al pensar en todas estas cosas?

Y si miro para abajo... ¡por qué me está pasando esto! Veo su miembro y no puedo evitar recordar cómo se siente. Me acuerdo de cada detalle de sus embestidas. De cada roce y de sus mil maneras de llevarme al cielo. Su acercamiento hace que se me seque la boca, y para humedecerla, empiezo a mover los labios con ímpetu. Miro mi plato para distraerme.

—Aylin... —dice tranquilo y apoya sus manos sobre la mesa— ¿te quieres duchar conmigo? —coge mi mentón en su mano y levanta mi rostro hacia él, de modo que lo miro a la cara. Entonces acerca su dedo gordo a mi labio inferior y me lo empieza a acariciar.

Noto el aroma de su cuerpo. Sin duda necesito un chorro de agua fría ahora mismo. Sí, necesito ducharme, pero sola. Y si después pudiera dormir en un iglú, mucho mejor. ¿Es normal que haga tanto calor de repente?

Tengo que ser más astuta.

—Alex... ¿por qué insistes? —pregunto con voz suave, aunque la desesperación queda reflejada en mi tono—. Ya me tuviste. Creo que entendiste que no voy a satisfacer tus fantasías —prosigo—. Deberías considerarte satisfecho, deberías haberte cansado de mí ya. Puedes tener a cualquier mujer. Aquí mismo, en este sitio —digo rápido, con mucha sinceridad y levanto un poco mis brazos—. Seguro que hay mujeres que podrían complacerte mucho más que yo.

La pura verdad en todo esto es que necesito que me deje en paz, para que así mi corazón lo olvide.

Aparta su mano de mi mentón, y vuelve a apoyar el brazo sobre la mesa. Se agacha un poco sobre mí.

—¿De verdad crees que me considero satisfecho? —pregunta notablemente confundido.

—¿No deberías? —acerco un poco mi cara a la suya.

—¿Y por qué lo voy a estar?

—Por la sencilla razón de que ya me quitaste la virginidad, como pretendías. No hay otra razón por la que me pudieras seguir deseando —añado.

Ya que no me amas... añade mi mente perturbada.

—¿Entonces piensas que tu virginidad era lo único que deseaba de ti?

—¡No lo sé, Alex! No sé qué querías y no sé qué quieres —le contesto seca, aunque tenga esas jodidas mariposas en el estómago. No, mariposas no. Golondrinas mínimo, sino aves rapaces.

—Sí lo sabes muy bien. Además... creo que te dejé bastante claro en la fiesta que te seguiría deseando, aunque no quisieras satisfacer mis fantasías.

—¡Pero esto no funciona así! —exclamo de golpe—. Lo que tú deseas y lo que tú eres está en ese maldito cuarto que hay allí, ¡y yo no podré lidiar con ello! —me levanto de la silla bruscamente y le señalo el "laboratorio de perversión" con mi mano. 

—Sé que eres valiente, señorita Vega. Me lo demostraste ya —dice con voz sensual y me empieza a acariciar los brazos—. Además... ¿cómo puedes decir que me cansaría de ti? Nunca me cansaré de ti, Aylin.

—¿Por qué me estás haciendo esto?

—No. ¿Por qué me estás haciendo esto tú a mí? —pregunta sugerente y roza su frente con la mía, al mismo tiempo que me rodea la cintura. Siento sus partes bajas pegadas a mí. Claramente está excitado y sé que no me dejará en paz.

Pasé por la misma historia una vez y caí. No necesito ser muy inteligente para darme cuenta que lo está haciendo de nuevo. Solo que yo no soy la misma Aylin. No soy la misma señorita Vega inocente.

—Vamos a ducharnos —escucho su voz y despego mi frente de la suya rápidamente—. Nos tenemos que ir ya, en serio.

—Alex... llévame a la residencia. Necesito volver a la vida de antes, necesito llamar a mis padres. —hablo con voz suave e intento que mi voz suene convincente.

—Los llamarás cuando lleguemos a Toronto. Te lo prometo —me contesta y desliza sus dedos sobre mi espalda baja.

Pongo una mueca. Tengo que esperar hasta la tarde para hablar con ellos. No es justo.

—Quiero saber lo que pasará de ahora en adelante. ¿Qué pasará con la universidad? ¿Dónde viviré? ¿Qué se supone que tengo que hacer en este sitio?¿Quién es ese hombre que nos está buscando? —digo deprisa y me llevo una mano a la frente con el corazón desbocado.

Tantas preguntas sin respuestas. Respuestas que, en el fondo, me dan mucho miedo.

—Ahora me quieres obligar viajar a otro país, y ni siquiera sé durante cuánto tiempo, mañana tenemos clases en la universidad y yo no sé...

—Aylin.. —me interrumpe este—. Vamos a ducharnos, te diré todo lo que quieras saber cuándo lleguemos.

—¿Siempre tendré que esperar para que tú te dignes en contestar a mis preguntas? No, no y no —repito fastidiada— ¡Estoy hasta las narices! ¿No tienes un puto jet y según tú, podíamos despegar cuando nos diera la gana? El vuelo puede esperar —le suelto demandante y me alejo un poco de él.

—La mala noticia es que hoy sí, debemos despegar a la hora acordada —suspira—. ¡Vámonos!

Me agarra el brazo para llevarme al cuarto de baño.

—¡Te he dicho que no! ¡No antes de contestar las preguntas que te he hecho! —le digo más que turbada. Sé que solo de esa manera me quedaré más tranquila.

Alex solamente me echa una mirada diabólica, como siempre cuando lo desobedezco y no titubea. Me arrastra al cuarto de baño. Veo que le da al agua y empieza a tirar de las tirantes de mi camisón, aunque me resista. 

—¿Ahora también me vas a obligar a ducharme? —digo cansada de luchar con él, y a la vez sarcástica—. No es necesario montar todo este espectáculo...— continúo hablando y yo misma me quito el camisón. Lo dejo caer en el suelo y después me meto en la ducha, sin mirarlo.

Llevo un cabreo monumental, de manera que si me pinchan, exploto. 

Me meto debajo del chorro y cierro los ojos por un momento. No me quedo mucho tiempo así, ya que este se me acerca por detrás. Noto su respiración en mi jodida nuca y de repente su brazo fuerte me rodea. El tacto electrizante de mi espalda contra su torso hace que sienta miles de latigazos en mi vientre.

—Así me gusta, buena chica —escucho su voz complacida y estoy segura que hasta sonríe satisfecho, aunque no le vea la cara.

Clava sus labios ardientes sobre mi hombro, mientras que me tiene agarrada por la cintura con una mano, y la otra la lleva a mis senos.

Suspiro.

¡Mierda! Me estoy derritiendo en sus brazos, pero... no. No puedo dejarme llevar. Soy un mero juguete para él, y aunque dice que nunca se cansará de mí, sé que en algún momento lo hará. Y me tirará a la basura cuando otro mejor le llame la atención.

Enseguida me armo de valor, vuelvo mi cara a él y nos quedamos de frente. Alex ya está empezando a deslizar sus dedos sobre mi espalda con lujuria y su cara tiene esa seriedad tan característica, aunque es obvio que está consumido por el deseo.

Lo atravieso con mi mirada y le sonrío en un modo juguetón. Empiezo a flirtear con él y pego mi mejilla a la suya. Acerco más mis labios a la parte alta de su cuello y oreja. Me cuesta un poco, teniendo en cuenta que es mucho más alto que yo. Doy rienda suelta a mis dedos sobre su duro pecho y empiezo a dibujar círculos con mi lengua sobre su cuello.

Escucho un gemido. Su brazo me aprieta más. 

Mi mano de desliza hasta su entrepierna y, súbitamente, la dejo caer sobre sus testículos, sin rodeo alguno. Le aprieto con determinación, y mi cara se torna grave.

—Como no te apartes de mí en este puñetero momento, conocerás en primera persona lo que mi mano pueda provocarte —le digo con voz contundente —. Y, sin duda, no será nada placentero lo que te haré... profesor. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top