2. BIENVENIDA A ÁLYMPOS

La habitación está completamente a oscuras y solo percibo la silueta de su cara, a la luz de la luna. Me quedo quieta y entonces él lleva una mano a mi espalda descubierta. Desliza los dedos por debajo de la chaqueta de traje que me ha prestado esta noche. Sus yemas empiezan a ejercer tensión sobre mi piel y con solo el simple tacto, mi corazón late más deprisa.

—Sabes lo que pasa cuando me provocas, ¿verdad? —dice con voz sugerente. Yo le aparto la cara.

Al notar mi evasión, veo que alcanza la llave de la luz y enseguida, la habitación queda invadida por la luz brillante.

—Tú no entras en ese plan —contesta este finalmente, con mucha rudeza y gira la llave en la puerta, para después meterla en su bolsillo.

No le creo. No me creo ya nada de lo que me dice. Se separa de mí y me quedo mirando la habitación donde dormiremos.

Es un cuarto de dimensiones colosales, y hasta parece un piso. Las paredes son blancas y unas columnas de arquitectura corintia se alzan en medio de la estancia. También observo el techo alto y los jarrones y las pequeñas estatúas que hay por aquí y allá. En las paredes reposan distintos cuadros que recrean a los dioses del Olimpo o escenas mitológicas, aparte de muchas palabras ilegibles para mí. En la mayoría de ellos, hay mujeres griegas desnudas, o vestidas parcialmente. Lo noto por el porte y los adornos, me recuerdan a la película de Troya, en la que también había un amor imposible, el de Helena y Paris.

Como el mío..., pienso con tristeza.

En medio, hay una cama majestuosa, a la cual me acerco despacio, mientras sigo examinando. La sangre está empezando a correr locamente por mi cuerpo cuando noto que hay distintos tipos de esposas, y de distintos colores, colgadas en el cabecero de la cama. Hay al menos cuatro.

—¡Joder! —exclamo enseguida—. ¿Qué es este sitio?

—Nuestra habitación —afirma con cara seca y se dirige a la ventana. La abre y acto seguido, mira su móvil. 

—¿Y esto? —le señalo las esposas, pero él sigue distraído, escribiendo un mensaje.

—Para tenerlas a mano. Es más cómodo.

¡La madre del amor hermoso!

Sigo barriendo la gran habitación con la mirada, más que perpleja, y enseguida presto atención a un gran cuadro que se encuentra en la pared del cabecero. Este refleja a un guerrero con una armadura pesada y un gran casco. Vaya, el casco me recuerda al tatuaje que lleva Alex en la parte baja de su abdomen. Es casi idéntico. También lleva un escudo y una lanza, todo dorado. Intento leer las letras griegas esbozadas en la parte de debajo de la pintura: ARIS, THEOS TOU OLYMPOU.

—Ares, Dios del Olimpo —escucho a Alex.

Giro mi cabeza, este mete las manos en los bolsillos y me mira atentamente.

—Lo suponía —contesto.

También recuerdo que, en una ocasión, le vi un anillo con un escudo y una lanza. O sea, Alex se lo cree de verdad. Realmente cree que es un Dios del Olimpo. Bueno, antes ha dicho que es fanático de la civilización griega.

Tras unos pocos minutos de examinar la cama y el baño, veo con estupor que, a mano derecha, hay una estancia que.... ¡Dios!

Lo que estoy viendo es.... simplemente... jodida y puñeteramente... descerebrado, pervertido y... sádico. Mi corazón empieza a bailar desbocado en el pecho. 

En medio hay una estructura de madera de la que cuelgan distintas cuerdas y artefactos de cuero. Miro pasmada el muelle que sujeta aquellas correas sólidas de cuero, y juro que es como si fuera algo en lo que se suspende a una persona en el aire. Al lado, en un recipiente plateado veo distintos tipos de látigos y fustas. ¡Pero no solo ahí! Hay fustas de distintos tamaños también en el mueble que hay pegado en la pared. También hay sillones y cadenas. 

Miro a Alex horrorizada.

—Sí, es lo que piensas — me mira con atención—. Por cierto, me tengo que ir dentro de nada. ¿Tienes hambre?

¡Qué puñetas! No le contesto, estoy todavía consternada. Al voltear un poco más la cabeza, observo un mueble sofisticado sobre el cual hay distintos instrumentos, como por ejemplo pinzas, todo tipo de artefactos que desconozco, de hecho, algunos son espeluznantes. Y noto perpleja que lo único que reconozco de todo aquello son la multitud de consoladores de distintos tamaños y fabricados de distintos materiales. En realidad, lo que más predomina en esta habitación, son las cuerdas de distinto grosor, y me estoy dando cuenta de que al profesor le gusta atar de verdad.

Todo me recuerda a un laboratorio, pero en lugar de uno de química, es uno de perversión. Todo está muy bien colocado y hay mucha variedad de objetos. Súbitamente, me llama la atención una máquina, y la señalo con la cabeza.

—Una máquina de electroshock —contesta y carraspea.

—¿Qué quieres decir?

Electroshock es lo que acabo de recibir yo ahora mismo, ¡joder! ¡Oh Dios, no será lo que me imagino!

—¡Maldita sea, Alex! ¿Electroshock también? Aquí lo practicas, ¿verdad?

Me derrumbo. Estoy en una puta guarida en este mismo instante y él es un depredador. No sé qué querrá hacerme. Él y los demás. Me entran ganas de llorar de nuevo y llevo la mano a mi pecho al notar mi corazón latiendo enloquecido.

—¿Estás bien? —lo escucho y se me acerca sigilosamente.

Me está entrando un ataque de ansiedad severo y lo único que se me ocurre es coger unas tijeras que hay encima de un mueble y llevarlas a mi cuello con desesperación. En mi mente me estoy imaginando en este cuarto y varios hombres aprovechándose de mí. Al fin y al cabo, es una casa de orgías.

¡Prefiero morir!, grito en mi cabeza.

—¡No te acerques! —bramo fuera de mí.

—¿Qué estás haciendo?

—¡No me voy a quedar aquí ni un minuto más! Quiero que me lleves a la residencia ahora mismo, ¿ha quedado claro?

—No puedes ir a la residencia, ya te lo he dicho —contesta y aprieta los labios.

No titubea al acercarse a mí y quitarme las tijeras de las manos. Mi acto suicida me ha durado exactamente un minuto.

—Aylin, ¡déjate de tonterías! —me avisa enojado y tira las tijeras al lado—. Me tengo que reunir ya con mis hombres, y ¡tú vas a estar quieta! Te vas a duchar, te vas a poner la ropa que te voy a dar y te vas a acostar —sigue hablando con voz ronca, agarrándome el brazo y llevándome casi arrastrada a la cama.

Cuando se pone así, da miedo de verdad.

—¡No voy a dormir aquí! —le grito, todavía bajo el ataque de ansiedad. Vuelvo a mirar temerosa hacia la habitación sado y me estremezco— ¿Por qué vas a tener unas putas tijeras ahí? Y todas esas cosas... Alex, yo....

—¿Para cortar la cuerda? —levanta una ceja.

No le contesto. Solo pienso que necesito hacer una llamada para asegurarme de que Bert está bien, y con todo lo ocurrido, no he tenido tiempo. Me encamino hacia mi bolso, pero Alex me lo quita de la mano.

Me quedo atónita.

—¿Qué piensas que haces?

—Quiero saber cómo está mi amiga. Dame el bolso —le digo y abro la mano.

—¡No te voy a dar ningún bolso! ¡Y tu móvil acabará en la basura también!

Pestañeo, no me lo puedo creer. La ira me invade.

—¿Cómo? —pregunto colérica—. ¡No tienes ningún derecho!

—Me conoces. No voy a poner tu vida en peligro. Tu amiga podría decírselo a...

—Profesor... —mi voz suena sarcástica— claro que te conozco, ya he visto tu verdadera cara y sé que eres un jodido mentiroso y asesino —me acerco a él y le enfrento con mi mirada—. No soy tu propiedad y no me vas a mandar, ¿ha quedado claro? ¡Quiero mi móvil!

Él tensa el mentón, pero yo no me echo para atrás. No va a poder conmigo.

—¡No! —lo escucho.

¡Dios, que manera de cabrearme!

—Además... —continúo— te estoy conociendo tanto, que no me sorprendería que en realidad el suicidio de Beth fuera una mentira, ¡y que tú hayas tenido que ver con eso!

Enseguida me echo un poco para atrás porque ya noto su vena palpitando en la frente, y cómo levanta el mentón mientras aprieta los labios. Me quedo bloqueada. Respiro hondo porque me acabo de dar cuenta de lo que he hecho. Le acabo de acusar de una cosa muy grave

—¡Aylin! —ruge furioso y pega su rostro al mío.

Agarra mi nuca por detrás y me acerca a él. En este mismo momento juraría que es el mismísimo diablo. Su mirada refleja demasiada ira y también... dolor.

Mantengo mi respiración.

—Creo que todavía no te has enterado de cómo están las cosas por aquí. ¡Estás bajo mis órdenes! Y tú Aylin.. TÚ no vas a sacar ni media palabra. Eres MÍA y haré contigo lo que me plazca, ¿entendido? Y te PROHÍBO volver a mencionar su nombre.

Acto seguido me empuja sobre la cama. Tras el impacto de verme sobre las sábanas, me apoyo en mis antebrazos y empiezo a seguirlo con la mirada. Está desatado.

—¡Toma! ¡Vístete y acuéstate! —ordena, tras haber abierto un armario y haber cogido un camisón transparente blanco, de seda.

Me lo tira a la cara.

—No es necesario —contesto con soberbia y analizo mi vestido de fiesta.

—Oh sí, ¡es necesario! — berrea como un loco y observo como me agarra con una mano y me levanta de la cama.

Empieza a tirar de mi vestido y me lo baja sobre los hombros, al mismo tiempo que me empieza a desabrochar la cremallera, pero esta se ha quedado bloqueada y no baja del todo.

—¡¿Qué crees que haces?! —le grito fuera de mí, al mismo tiempo que forcejeo con él.

—Está claro, ¿no? —pregunta entre dientes y rompe mi vestido de un golpe, dejando mis pechos al descubierto. La tela está tan desgarrada, que hasta parece que ha caído en manos de un animal.

—¡No! ¡No te atrevas! —le digo perpleja.

Ahora mismo me encuentro delante de él solo en ropa interior. No se detiene ahí, acto seguido agarra el camisón y me lo desliza por encima de la cabeza, obligándome a levantar las manos.

Consigue ponerme el diminuto e insinuante camisón, a pesar de que me estoy revolviendo en sus brazos como una desquiciada. Tira de él para abajo, y me obliga a sentarme. Se agacha y recoge del suelo mi vestido de fiesta, me quita los zapatos y los tira al suelo, y el vestido sobre una silla. Coge mi bolso y se dirige a la puerta.

—Mañana salimos a las 09:30 —levanta el dedo amenazante.

—¿Crees que te has salido con la tuya? Me mataré antes de que llegue la mañana —hablo con asco y mis rasgos se tuercen—. Seguro que encontraré algo que me sirva en esta puta habitación. Y si no, ¡me tiraré por la ventana!

Noto su consternación.

—Tienes ganas de matarte entonces... ¡Pues yo tengo ganas de atarte! ¡Dormirás toda la noche atada a esa maldita cama! —me contesta con determinación y camina en dirección a mí.

¡Oh no, mierda! ¿Por qué no me habré callado?

Empiezo a retroceder sobre la cama. Enseguida él coloca las rodillas sobre el colchón con mucha rapidez y se acerca a mí con la misma velocidad con la que le voló los sesos a aquel mafioso.

—¿Qué coño vas a hacer, Alex? —pregunto rápido.

—Atarte —me tumba y ahora mismo su cuerpo aplasta el mío.

Miro hacia el cabecero de la cama y estoy rezando de que no sea con las esposas. Me estoy aguantando el llanto. Soy consciente de que no puedo luchar con él.

Cuando lo noto aplastándome y siento claramente sus caderas rozándome, me estremezco. Su boca está tan cerca de la mía, y su mentón es tan atractivo, que todo mi vello se eriza. Es imposible no recordar todo lo sucedido entre nosotros... el sabor de su boca, su cuerpo sobre mí, sus caricias, esos dedos y esa lengua... Y aunque yo no quiera recordarlo, mi cuerpo sí lo hace.

Miro para un lado y veo que abre el cajón de la mesita de noche y saca una cuerda.

Dios mío, tiene cuerdas hasta en los cajones, no quiero saber qué más hay allí.

—Tú lo has querido —sigue hablando colérico y extiende mis brazos por encima de mi cabeza, hasta que alcanza las rejas del cabecero de la cama. Empieza a atar y a hacer nudos.

—No te lo voy a perdonar —digo entre dientes, al mismo tiempo que me muevo con frenesí.

Se agacha sobre mí y se me queda un momento mirando y analizándome.

—A pesar de todo, eres preciosa así, atada —murmura y sus rasgos se suavizan. Acerca sus labios a mi frente y después roza mi mejilla con un beso—. Ah, y una cosa antes de irme...—añade y noto cómo su mano baja sobre mis caderas y sus dedos rozan mi ropa interior.

Acaricia mi ingle, paseando su dedo sobre la línea de mis bragas. Aprieto los muslos. Cuela sus dedos dentro y acaricia mi sexo. Entonces cojo aire e intento no excitarme. Sus dedos empiezan a jugar sobre mi piel mientras me analiza y... ¡mierda! Dejo salir un suspiro jodidamente delatador. Al instante, me frustro por sentir todo esto que estoy sintiendo, y en estas circunstancias. A ver si ahora voy a descubrir que soy masoquista.

Por su parte, ni se inmuta. Acerca más su cara y ahora mismo está a dos centímetros de la mía.

—¡No se te ocurra volver a llevar bragas mientras estés en mi cama! —habla contundente y pausado.

En el segundo siguiente, agarra mis bragas con fuerza y tira de ellas, deslizándolas por mis piernas inquietas. Las lleva a su nariz e inspira profundamente. Se agacha un poco sobre mí.

—Ya sabes lo que te haría si no tuviera que irme—me hace saber—. Pero habrá tiempo para todo.

—¿Qué dices? Estás loco si piensas que me volveré a acostar contigo.

Por lo menos no con mi consentimiento, pienso en mi mente. Tiemblo nada más al pensar en qué me pasará en este sitio. Tengo que escapar, Dios mío. Iré directa a la policía.

—Sabes bien que lo harás... al igual que me obedecerás —recalca esto último.

Se levanta de la cama de un golpe. Mete mi ropa interior en su bolsillo —escena familiar—, y se dirige a la puerta.

—No tardaré, ¿vale? —comenta y agarra el pomo.

—¡Eres un jodido demonio! —le grito con todas mis fuerzas. Es un demente. El profesor va a hacer que duerma atada a la cama.

Este permanece un momento de espalda, procesando lo que le acabo de decir.

—Te equivocas —se vuelve—. Soy un dios, Aylin.

Camina hacia la puerta y entonces escucho su voz irónica.

—¡Bienvenida a Álympos!

Sale, cierra la puerta con llave y me quedo bloqueada.

Suspiro y cierro los ojos para pensar. Tengo que salir de aquí esta noche. 

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