12. A 13.000 METROS EN EL CIELO

Nos conocimos,

yo te ayudé a salir de un lugar destrozado.

Tú me diste consuelo, pero enamorarme de ti fue un error mío.

Di mi nombre cuando te beso con tanto cuidado.

Quiero que te quedes, aunque tú no me quieras.

(THE WEEKND: "Call out my name")

⚠️⚠️⚠️AVISO IMPORTANTE⚠️⚠️⚠️

ESTE CAPÍTULO ES CATALOGADO COMO +21. CONTIENE ESCENAS DE SEXO MUY EXPLÍCITAS, APARTE DE LENGUAJE VULGAR, QUE PUEDE RESULTAR DESAGRADABLE O VIOLENTO PARA ALGUNAS PERSONAS.

LEERÁS BAJO TU RESPONSABILIDAD.

Después de media hora muy incómoda, en la que me he pasado todo el tiempo mirando por la ventana y he leído multitud de noticias en mi móvil, llegamos finalmente al aeropuerto. Minutos más tarde, ya me encuentro sentada en el asiento de cuero blanco del jet privado. Alex está sentado en el sillón que hay enfrente. Miro la hora. Son casi las once de la mañana.

Los agentes también nos acompañan con su típica pose seria. Estos están tomándose un café y leyendo el periódico, a la vez que el jet se pone en marcha. El capitán de vuelo avisa por el megáfono que estamos despegando y nos desea un feliz vuelo. Tras echar un vistazo a la nieve que se cierne sobre las pistas del aeropuerto de Toronto, tiro de la cortina de mi ventanilla, cubriendo el cristal completamente.

Dirijo mi mirada a él y cruzo las piernas. Alex hoy no lleva traje, sino uno pantalón negro de tela vaquera, sujeto con un cinturón de cuero, también negro. Su pantalón queda bien abultado y enseguida quito mi vista de sus partes bajas y subo mi mirada. En la parte de arriba, un jersey verde oscuro de cuello V queda ajustado a su cuerpo y combina muy bien con su pelo moreno, cuidadosamente peinado.

—¿Podemos hablar? —pregunto un poco cohibida y miro en dirección a los guardaespaldas.

Alex suelta un leve gruñido y sigue concentrado en el periódico que está hojeando ahora mismo. No quiere conversar y eso hace que me arrepienta por haber intentado entablar una conversación.

—Dejadnos solos —les indica a sus hombres con voz seria tras unos pocos minutos.

Los dos agentes se levantan en silencio y salen fuera, yendo a la zona de servicio. Él alza la vista del periódico y se inclina un poco para atrás sobre el respaldar de la gran silla de cuero. Acto seguido, coloca una pierna sobre la rodilla de su otra pierna y me fija con una mirada misteriosa. Está muy seco y sé que eso es a raíz de lo ocurrido en la mañana.

—He hablado con Bert... —me muevo inquieta en la silla— ya sabes... mi amiga y compañera de Harvard.

Cruza los brazos y solo carraspea. Parpadea expectante.

—Y me ha contado sobre la habitación. Solo quería decirte que... —continúo— no hacía falta trasladarnos a una habitación tan cara... y tampoco que la pagues hasta junio.

—¿Algo más? —lo escucho preguntar y al mismo tiempo alcanza la botella de whisky que hay sobre una mesa, con el mismo rostro serio y sin prestarme mucha atención.

—¿Me has escuchado?

Regresa la botella a la mesa y le da un trago al vaso de cristal brillante. Sus rasgos permanecen inexpresivos.

—Perfectamente —contesta con brevedad.

—No quiero deberte nada. Te restituiré el dinero y también te devolveré la tarjeta bancaria que hay en mi cartera —digo tajante y veo cómo tuerce un poco su cabeza, primero a un lado, y después al otro. Posiblemente esté intentando relajar sus músculos.

No contesta de momento, y solamente se acomoda más en su asiento gigantesco. Le da otro sorbo al whisky sin dejar de mirarme. Es muy poco comunicativo, por lo tanto, aparto de nuevo la cortina de la pequeña ventana y empiezo a mirar el ala del jet muy nerviosa.

—Yo también te quiero aclarar algo —escucho su voz rotunda y vuelvo a posar mi vista sobre él.

Veo como relame su labio inferior con suavidad. No creo que esté nervioso, sin embargo, hoy tiene una actitud muy extraña.

—Adelante —contesto e inclino un poco el mentón. Hago un sobresfuerzo para aparentar tranquila.

—No me gusta la situación en la que estamos.

—A mí tampoco.

—Déjame terminar —interrumpe y frunce un poco sus labios—. He intentado portarme bien contigo y respetarte. De alguna manera, he intentado recompensarte por todo el daño que te he podido provocar.

—Daño que es irreparable —le suelto deprisa y arqueo las cejas.

—Vale —hace una breve pausa—. Voy a ser conciso. No voy a consentir que me vuelvas loco.

Le da un trago a la copa y noto que la tez de su cara está cada vez más encendida y su mirada muy oscura. Hasta percibo cómo aprieta sus dedos sobre el cristal.

—No sé de qué hablas.

—No voy a permitir que juegues conmigo —lo escucho hablar de nuevo con mucha firmeza.

Me quedo boquiabierta y me inclino un poco sobre él. Su afirmación es inesperada y ahora mismo está posando de víctima.

—¿Yo jugar contigo? —hago un gesto con la mano, señalándome.

—Lo de anoche fue real y...

—¡Lo de anoche fue un accidente! —exclamo confusa, rememorando de nuevo los acontecimientos y lo estúpida que fui al dejarme caer en la tentación.

—No voy a consentir que no asumas tus actos, como si fueras una adolescente inmadura, Aylin.

—Estoy asumiendo que lo de anoche fue un simple y evidente... error.

—Me dijiste que me deseabas... —contraataca enseguida.

—Fue solo un momento de debilidad.

—¡Me dijiste que me querías! —levanta su tono de voz contundente.

¡Oh dios! ¿Le dije todo eso?

—¡Estaba borracha! —frunzo el ceño enojada—. Yo...

—¡Los borrachos dicen la verdad! —increpa—. Y... ¡ya está bien, maldita sea! —se mueve en la silla apático—. Te quedarás esa tarjeta, al igual que la habitación de la residencia. Y no volverás a pasarte con el alcohol nunca más, ¿me oíste?

—¿Otra norma de Álympos?

—No, es otra norma mía. Te prohíbo volver a tomar más de la cuenta.

Me río con ironía y me muevo en la silla, esto se está poniendo interesante.

—¿Por qué harías eso... es que acaso es tu problema?

—Sí es mi problema, Aylin. No vuelvas a consumir alcohol, ¿entendido? Es por tu bien y, además... de ese modo, cuando hagas lo que realmente sientes, no podrás echarle la culpa al alcohol.

Me hago pequeña ante sus afirmaciones.

—El alcohol hizo que se me fuera la cabeza y di pie a lo que vino después, vale...lo acepto —le digo con mucha seguridad—. Pero independientemente de eso, ¡tengo claro que ser la zorra de un narcotraficante pervertido no entra en mis planes! —añado con voz temblorosa y agacho un poco la cabeza, sulfurada.

Ahora mismo deseo con ansias tener una varita mágica y desaparecerme de este sitio, ¡joder!

—Voy al servicio.

Intento levantarme, pero Alex toma mi muñeca y me obliga a sentarme de nuevo en el sillón. Se inclina bruscamente para adelante y acerca su cara a la mía. Levanto la vista y miro su rostro tensionado. Aprieta los labios con fuerza. No es difícil darme cuenta de que hoy está verdaderamente transformado y dudo que podamos acabar nuestro viaje en avión en paz. Presiento que la tormenta se avecina.

—¿Eso es lo que piensas? ¿Qué el alcohol te empujó a dejarte llevar?

Frunzo mi boca con ira e intento liberar mi muñeca, dando un tirón.

—No lo pienso, lo tengo claro —mis palabras son desafiantes y concisos.

—Ten cuidado con lo que afirmas, podría volverse en tu contra —contesta con desdén y tuerce sus labios, sugestivo.

Repentinamente, coloca una mano sobre la parte alta de mis botas altas marrones. Después, empieza a tocar la tela fina de las medias y sube sus dedos hasta mis muslos.

—¿Qué haces?

—Comprobar si me dices la verdad.

Me quedo anonadada mientras observo cómo su mano sube desde mi muslo hacia la parte alta de mi pierna, desapareciendo enseguida debajo de mi vestido de lana.

—Te dije que no me gustaban las medias de pierna completa —añade de manera inesperda.

¡Carajo! Se ha fijado hasta en eso.

—Pero ¿qué te pasa? —pregunto exaltada—. ¡No vuelvas a imponerme ninguna de tus estúpidas normas!

De hecho, pienso en mi cabeza que se podría meter sus normas por donde yo sé. Estoy furiosa.

—¡Oh sí! Cumplirás todas y cada una de mis normas —lo escucho decir con voz severa y rostro inflexible.

Mientras, su mano ha llegado ya a su destino, que es mi entrepierna. No comprendo cómo Alex puede hablar con tanta severidad e incluso parecer muy furioso, y al mismo tiempo meterme mano, como si no estuviera cabreado conmigo. Es muy contradictorio y reconozco que el profesor es más raro que un jodido perro verde.

Su cara se acerca vehemente a mí y no sé qué está intentando. El arrepentimiento por lo ocurrido en la noche anterior y la ira acumulada hacen que mi cuerpo esté en alerta. Como resultado, en un acto reflejo, me echo un poco para atrás en mi sillón y levanto mi pierna derecha con rapidez, antes de que él llegue a mí. Clavo mi bota de tacón en su pecho robusto en un acto desesperado de detenerlo, al notar que este va demasiado lanzado y, de hecho, casi se está abalanzando sobre mí. Ahora mismo mi pierna reposa sobre su pecho, reteniéndolo, y mis ojos lo fulminan despiadadamente.

Me mira sardónico. Claramente está muy sorprendido por mi gesto, por lo que lleva su mano a mi bota, al mismo tiempo que vuelve a su silla de manera forzada.

—¡Vaya! Es más peligrosa de lo que pensaba, señorita Vega —dice mordaz.

Conforme pronuncia estas palabras, aprieta sus dedos en la parte baja de mi bota y lleva su vista de mi cara a mi entrepierna expuesta. ¡Mierda! Posiblemente no ha sido una idea brillante y el impulso me ha ganado de nuevo. Me estremezco y unas corrientes fuertes me sacuden.

¡Contrólate, Aylin! ¡Puñetas, no puedes caer de nuevo!

Al mismo tiempo que me mira con perversión, pone una mueca, muy incrédulo.

—Aylin... —dice este muy descarado—. Me parece que hacer esto ha sido un error.

Nos quedamos unos pocos segundos en silencio y, cuando noto sus dedos estrujando mi gemelo a través de la bota, presiono más mi tacón en su torso.

—¡Quieto! —alzo una ceja muy vanidosa. No daré pie a que se salga con la suya y forcejearé con él todo el viaje si será necesario. Me entran unas ganas locas de pegar un grito y llamar a la azafata de vuelo. Aumenta la intensidad de su mano sobre mi bota y aunque quisiera bajar el pie en este momento, sé que él no me lo permitiría, ya que tiene mi pierna agarrada.

—Déjame, Alex.

—Sabes que no quieres que te deje.

—¡No sabes lo que dices! —clavo mi mirada en él.

—No has acertado, pequeña. ¿Sabes lo cachondo que me pongo cuando me mantienen a raya?

—No quiero que te acerques —le advierto enojada y estoy intentando encontrar la manera de bajar mi pierna.

—No pretendas hacerle esto a Ares y salir impune.

De repente, me suelta la pierna y se levanta del asiento a la velocidad de la luz. Bajo mi pie al suelo y giro la cabeza. Lo sigo con la mirada y, ciertamente ahora mismo Alex es una mezcla de furia, decepción y... ¿deseo?

—¡Que nadie entre! —ordena a los que están fuera, es decir, sus hombres y la azafata. Enseguida cierra la puerta que nos separa del personal de servicio.

¡Qué puñetas! Aguanto mi respiración.

Me levanto de manera vertiginosa de mi sillón y noto agitada cómo este empieza a quitarse el jersey delante de mis narices, al mismo tiempo que daunos pasos lentos hacia mí. Su torso tan familiar y tan digno de ganar los premios Mr. Olympia queda a la vista. Solamente lleva puesto el pantalón, que en este momento empieza a desabrochar. La imagen que tengo delante de mí hace que mi pulso se acelere y que el corazón salte de mi pecho.

—¿Qué... qué estás haciendo? —tartamudeo y me coloco detrás del sillón, intentando dejar algo en medio.

Este no se digna en contestar.

—¿No te bastó con anoche? —sigo hablando alterada, retrocediendo.

—Nunca es suficiente... —replica, consumido por la furia—. Además, ya que no recuerdas nada, pensaba que sería una buena idea hacer que lo recuerdes.

—Pero... —mi garganta suena estrangulada, de hecho, mi voz se corta cuando mi bota choca con el mueble- cómoda que hay detrás.

¡Dios! Estoy en un maldito avión privado, con él aquí dentro y no tengo adonde ir.

—¡No te atrevas, Brian Alexander Woods! —le grito a modo amenaza.

—Te equivocas. Soy Ares.

En un abrir y cerrar de ojos está ya en mi cara, rodeándome y apoyando sus brazos en el mueble blanco que hay debajo de mi culo. Su cara no es para nada relajada y es como si no lo reconociera, ya que su rostro tiene la misma expresión que aquella vez que me ató y uso aquella fusta conmigo. No queda ningún rastro de dulzura en él y eso hace que esté muy nerviosa ahora mismo.

—No te atrevas... —repito y coloco mis manos sobre sus brazos.

Empiezo a ejercer presión sobre su piel, con la esperanza de apartarlo de mí.

—No tienes adonde ir... —murmura convencido y acerca su cara a la mía, obligándome a mirarlo en los ojos. Roza mi nariz con suavidad—Te dominaré completamente, Aylin —me dice esto y retira sus brazos del mueble.

Enseguida clava sus manos en mi cintura para que, segundos después, eleve mi cuerpo y coloque mi trasero encima de la pieza de mueble. Está consumido por tantas emociones... Me doy cuenta que ahora mismo es imparable, al sentir cómo me separa las piernas de una sacudida y sin preliminares.

—¡No me toques! —mis rasgos se agudizan al verme acorralada.

—Ares nunca pierde —añade y está como poseído, ni siquiera me contesta. Tan poseído que alcanza mi entrepierna en un instante y mete sus dedos en la tela fina de mis medias, tirando de ellas. El desgarre provocado es tremendamente brutal y las medias quedan despedazadas completamente en mis partes bajas. tanto, que noto el tacto de su mano pasearse libremente sobre la piel suave de mi muslo interno. Miro para abajo horrorizada porque no me puedo creer lo que acaba de hacer.

—¿Ares dices? Entonces... ¡te odio con todas mis fuerzas, Ares!

—Eso no me preocupa en absoluto, pequeña —habla su voz gutural y les da otro tirón a mis medias, terminando de destrozarlas—. Todo lo contrario. Hace que tenga más ganas de arrancarte la ropa —dice muy convencido en mi oído y me muerde el lóbulo.

Doy un brinco por las sacudidas violentas de sus manos y el tacto de su lengua sobre mi piel. Muy a mi pensar, pienso que me va a dar un infarto en cualquier momento, estoy ardiendo por dentro y todavía estoy jodidamente conmocionada.

¡Jódete Aylin! Este hombre es irresistible, por más que intentes negarlo...Te está poniendo a prueba de nuevo, ¡mierda! , me recuerda mi cabeza.

El profesor está completamente transformado ahora mismo y me entran ganas de darle una bofetada. Estoy ahogando la frustración y la impotencia que siento, al verme envuelta en esto. Tengo mucha ira acumulada dentro de mí. Por su parte, me empieza a mirar por debajo de aquellas pestañas negras que hacen que sus ojos se vean tan bonitos, aunque endemoniados.

Miro para el lado deprisa, mientras la punta de su lengua lame la piel de mi oreja y la parte alta de mi cuello. Rezo ser fuerte. Observo algo en la mesita que hay al lado: aperitivos, platos y varios cubiertos. Cuando Alex separa mis piernas y tira de mi hacia sus caderas, súbitamente cojo un cuchillo que consigo alcanzar con mis dedos y se lo llevo al cuello, sumamente desesperada.

—¡Para en este momento! —ordeno y aprieto mi mano sobre el metal.

—Y si no quiero parar... ¿qué?

Queda sorprendido por mi reacción, como es normal, pero aun así, no se echa para atrás.

¡Mierda! Estando tan cerca de mí, detallo el negro tan intenso de sus ojos desquiciantes, que arruinan el poco sentido común que me queda. Cederle sería mi capitulación. Cediendo, le daría a entender que ha ganado y que es mi dueño.

—Te mataré —respondo sin parpadear.

De manera inesperada, Alex posa sus dedos sobre mi mano y aprieta más la hoja del cuchillo en su cuello.

—Prefiero morir a no tenerte... —afirma con decisión y de repente...

¡Oh dios!

De repente sus ojos se llenan de lágrimas. Bajo esa coraza de hombre de acero, está sufriendo. Alex está sufriendo de verdad, noto el dolor y la desesperación en sus ojos.

—Soy un hombre muerto sin ti, ¿lo entiendes? —aprieta más el metal en su cuello y su piel se torna enrojecida, mientras respira con dificultad—. No puedo... vivir sin ti. Por favor —me suplica.

Lo miro perpleja y aflojo mi mano, reconociendo la derrota. Estoy temblando y mi corazón se encoge. 

¡Maldita sea!, algo se mueve en mi interior.

—Y si te parece... —continúa—... a este cuchillo le podemos dar un mejor uso.

Me lo quita de un movimiento y lleva una mano al dobladillo de mi vestido. Con la otra mano, le da un corte severo a la tela. Mientras, me empieza a admirar con fascinación. Estoy sentada encima del mueble con las piernas separadas, las medias desgarradas y mirando para abajo, hacia el corte del vestido, sin entender nada.

—¿Qué haces? —pregunto con cara de idiota.

Este suelta el cuchillo sobre la mesa.

—Facilitarnos el trabajo —contesta con voz ronca sin quitarme la vista y tira de la parte inferior del vestido con las dos manos. Escucho el sonido de los hilos de lana rompiéndose bajo sus fuertes y habiles manos. Da otra sacudida, mientras tensa la mandíbula, y la abertura llega hasta mis pechos, dejando a la vista mi sujetador blanco. Termina de despedazar el vestido completamente y me lo quita, mientras me revuelvo en sus brazos.

—¡Estás enfermo! —chillo en su oído, al mismo tiempo que me obliga a deshacerme de él.

—Sí, enfermo de deseo. Loco por ti, mi vida. ¿Puedes aceptarlo? —su rostro está desfigurado y enseguida lleva sus dedos a mi espalda. Es puro fuego y las llamas de su pecho me queman cuando noto su torso árido sobre mi piel.

Mete una de sus manos en mi melena y tira suavemente de mi pelo hacia atrás, al mismo tiempo que con la otra mano empieza a desabrochar mi sujetador, que en unos pocos segundos se desliza sobre mi abdomen. Noto su jodida respiración veloz sobre mi cuello y empiezo a temblar cuando masajea uno de mis senos y empieza a tirar de mis pezones. Mis pezones responden enseguida y se tornan erectos. Tira más de mi pelo hacia abajo, al mismo tiempo que pasa la lengua por mi cuello. Vuelve a bajar a mis pezones y los chupa intensamente, extremadamente perturbado. Suspiro perdida entre sus brazos y aprieto mis muslos.

Después, su cara sube de nuevo a la mía y afloja la mano que agarra mi pelo.

—¿Lo notas? Estás temblando ahora mismo, pequeña... y no es precisamente por el alcohol —me restriega lo que yo ya sé y solo por eso... lo odio.

Sus ojos se encuentran con los míos y, sin siquiera darle permiso, se apodera de mis labios y empieza a deleitarse con mi boca, obligándome a cederle y dejar que me invada con su lengua. En estos momentos saludo a la derrota en mi mente, ya que me es imposible hacerle frente. Me siento idiota al seguir alimentando este vínculo tan tóxico que tenemos, y que solo se basa en el sexo. Pero reconozco en mi mente que es o esto... o morirme por las ganas que le tengo y lo mucho que le deseo. Soy una jodida idiota, pero no puedo vivir sin él.

Simplemente... no puedo.

Entonces rodeo su cuerpo con mis brazos, ansiosa de sentirlo. Clavo mis uñas en su espalda con tanta fuerza que seguramente le estoy dejando pequeños rasguños. Le pego más a mí y este también me aprieta más a su pecho cuando nota que le estoy correspondiendo. Me sonríe feliz y con ese destello de vicio, tan característico.

—¿Ves cómo no es tan difícil? Esta eres tú, ¡acéptalo! No te escondas detrás de excusas. Tú me necesitas a mí y yo a ti —susurra con una voz demasiado apasionada y noto aquel brillo característico en sus pupilas. Muerde mi mentón y mi cuello, mientras cierro mis ojos, disfrutando de sus besos.

—¿Sabes lo mucho que te odio? —llevo mi lengua a su cuello con arrebato y empiezo a devorar su piel. Su olor masculino despierta todos mis sentidos y hasta parece que no sé en qué planeta vivo. Deseo tocar y besar cada centímetro de su cara y todos los músculos de su pecho bien fornido, que tanto morbo me da.

—Me lo voy a tomar como un cumplido, no te preocupes —contesta este y suelta un gemido al notar mi boca ansiosa sobre su piel.

Nos seguimos besando y acariciando cada parte de nuestros cuerpos.

—Aylin... necesito que me digas que me obedecerás en todo — besa la comisura de mis labios enloquecido, al mismo tiempo que aprieta más sus caderas sobre las mías —¡Dímelo!

Aunque esté cautivada por todas las sensaciones que este provoca en mí, no me sale hablar.

—Dímelo —ordena y masajea mi trasero con sus manos.

—Te obedeceré en... —hablo sofocada, mi respiración suena irregular—... lo que vea conveniente.

Este abre los ojos y agarra mi cuello por detrás con una mano.

—Esto no funciona así, señorita —escucho su voz varonil y veo cómo lleva su mano al cinturón de cuero anclado en su cintura—. Tendré que castigarla.

Lame mis labios y aprieta más uno de mis pezones, con una actitud totalmente cambiada, como si no fuera él.

—¿Quieres que te castigue, ehhh? —su lengua me invade con poderío y mi humedad incrementa. Sé que está jugando conmigo.

Acto seguido, me besa de manera implacable y su intensidad hace que esté al borde de una jodida taquicardia. A tal grado llega el morbo que siento cuando Alex me besa de esta manera.

—¿Castigarme? —pregunto trastornada y noto palpitaciones en mi sexo.

Definitivamente soy una maldita masoquista. Esta palabra hace que se me ponga el vello de punta y me excita demasiado. No es normal esto que me está ocurriendo, ¡por Dios! Nada de lo que ha pasado en los últimos jodidos días es normal. Entonces noto como este separa más mis piernas y después mete sus dedos en mi ropa interior, tocando mi humedad. Agarra mis bragas mojadas y me las desliza sobre las piernas. Mi corazón está acelerado y estoy tan caliente que la impaciencia me consume.

—Quieres sentirme ya entre tus piernas, ¿no es así? —pregunta con picardía, al notar mi mirada lasciva.

—Estás ya entre mis piernas —le digo con un hilo de voz y me lanzo a su boca de nuevo.

Este juega conmigo y se aparta un poco, mientras se deshace de mi ropa interior. Me quedo abierta de piernas sobre la mesa. Enseguida coge el cinturón negro entre sus manos y me contempla.

¡Oh no! Lo fijo con mi vista ¿Me va a castigar con eso?

—Alex... ¿qué vas a hacer?

—Ares —me corrige—. La castigaré, por supuesto. Es una desobediente que me ha dado mucha guerra, señorita.

Me quedo atónita y expectante. Sin embargo, ocurre todo tan deprisa que no me da tiempo ni a respirar. Frota mis pliegues con la palma de su mano, al mismo tiempo que muerde uno de mis pezones. Después, pasa una mano por detrás de mis caderas y me baja del mueble para que enseguida me coloque bocabajo en el respaldar del sillón de cuero. Mi abdomen queda precisamente en la parte más alta de la silla masiva.

Me acaricia la nuca y me inclina más para delante, de modo que noto la textura pegajosa del cuero. Él se agacha sobre mí y baja sus labios sobre la piel de mi espalda, al mismo tiempo que ejerce presión con su mano. Sus caricias encienden mi piel y sé que esta vez será muy diferente a todas las veces que lo hemos hecho. Estamos tan encendidos, que emitimos gemidos muy ruidosos. Y de repente, me acuerdo que nos separa solamente una puerta del personal de servicio.

—¡Espera! Nos van a escuchar —consigo decir y echo una mirada hacia la puerta.

—Que nos escuchen.

—Pero... es vergonzoso —digo inquieta.

—La emoción está en que nos escuchen.

—Alex...

—¡Chist! —me calla— ¿Te gusta? —pregunta cuando las yemas de sus dedos rozan mis nalgas.

El tacto de su boca sobre mi espalda es tan placentero, que mi humedad se triplica.

—Me encanta —jadeo descontrolada.

—A mí también. Me fascinas tanto... —dice con voz asfixiada y noto su boca sobre mi trasero. Empieza a besar mi piel, al mismo tiempo que con una mano roza mi sexo ya mojado. Hunde sus dedos y juega con mis carnes. ¡Oh dios! Me estoy dando cuenta de cuánto lo necesito. A él... a Alex... Ares o quién demonios sea. Él es una puta adicción y nunca seré capaz de dejarlo.

Acelera el movimiento de sus dedos y con la otra mano me da una nalgada. El sonido de mi piel retumba en el jet y levanto un poco la cabeza, demasiado perturbada. Siento su miembro en la entrada y esas corrientes e recorren locamente.

—Ahhhh .... —inspira fuerte y acaricia mi trasero con movimientos suaves—. Sabes... no te lo he dicho, pero lo que más me encanta es castigarte.

—Alex... —susurro— ¿Qué vas a ...? —pregunto cuando giro un poco la cabeza y veo que coge el cinturón entre sus manos.

No me da tiempo. Recibo un golpe agudo sobre una de mis nalgas y cierro los ojos. Me sacudo por el impacto.

—Ohhh así.... —suspira victorioso. —La próxima vez te cubriré los ojos.

Mi vello se eriza en todo mi cuerpo.

—Tengo ganas de hacerte tantas cosas sucias —continúa hablando con erotismo—- ¿Me dejarás, pequeña?

Esta un poco inclinado sobre mí, y sin mucho más preámbulo, lleva su mano a mi cuello y levanta mi cabeza levemente, hasta que mi mejilla toca la suya. Siento mi cuello retenido entre sus dedos y su miembro duro roza con ansias mi abertura demasiado húmeda. 

—¿Me dejarás? —vuelve a preguntarme deseoso, al mismo tiempo que me invade sin titubear.

Empieza a lamer mi mejilla y después me obliga a girar mi cara a él. Su lengua invasora penetra mi boca y empieza a moverse en mi interior vehemente: con determinación, con ansias, con rebeldía, con desenfreno... y con una pasión desmesurada.

Me estoy derritiendo.

—Ohhhh... ya veremos —le digo sincera y suelto un gemido. Me es imposible hablar en estos momentos.

—Esta respuesta no me vale —lo escucho decir y se pone recto. Presiona mi nuca con una mano y me inclina de nuevo sobre el respaldar. Acto seguido, siento aquel cinturón rozar la piel de mi trasero por segunda vez.

—Ahhhhhhhhh —pego un suave grito por el suave escozor que siento. Mis sentidos están más agudos que nunca. Él me acaricia la nalga enrojecida y vuelve a invadirme desde atrás.

—¿Te duele?

—Mmmm no mucho—le digo temblando.

—¿Pero te gusta?

—Sí... —gimo sin querer y articulo casi sin poder hablar a raíz de sus choques severos contra mis caderas. 

Cuando este acelera sus movimientos desquiciantes y empieza a masajear mis senos, siento mucha tensión en mi vientre.

—Alex... ¡ohhh! —pronuncio su nombre ya fuera de mí.

—Dime preciosa —lo escucho hablar cuando levanta mi cuerpo, pegando mi espalda completamente a su torso, sin detener sus embestidas de película. Mi abdomen sigue pegado al respaldar de la silla.

—Creo que ... voy a... —murmuro y clavo mis dedos en el cuero del sillón blanco.

—¡No! —ordena este demandante y besa la curva de mi cuello—. Te prohíbo correrte, ¿entendido?

No comprendo nada...¿Cómo voy a poder aguantarme tras semejantes embestidas?

Tras pronunciar aquellas palabras, sale de mi enseguida y me da la vuelta. Roza mis labios y tira de mí hacia uno de los dos asientos en los que estábamos sentados minutos atrás. Se sienta él primero y me obliga a montarme a horcajadas encima de él.

—Recuerda que no puedes terminar sin que yo te dé permiso.

—¿Por qué no? —sus palabras me descolocan.

Definitivamente, es el hombre más raro que una podría conocer.

—Shhhh.... —lleva su dedo a mi boca. Me abraza con fuerza y hunde su cabeza en la línea de mi cuello.

Lo noto en la entrada, y después me clava impaciente. Me empieza a mirar maravillado cómo me muevo sudorosa y ansiosa sobre su miembro, guiándome con sus manos, las cuales aprietan mis caderas. Sigue llevando él el control, aunque yo esté sentada encima. Levanto la pelvis, deseosa de recibirlo y mis músculos se expanden con la dilatación que siento. Noto el aire muy cargado y paso mi mano por su cabello sudoroso. Empieza a mover sus caderas debajo de mí y su miembro colisiona en mi interior con energía.

Estoy totalmente empapada de sudor.

—¡Mírate! —susurra y aparta un mechón de mi rostro consumido por las llamas que arden en mi interior—. Estás totalmente perdida entre mis brazos, te encanta cómo me clavo en ti, ¿verdad? ¿Dónde está el alcohol ahora?—suelta atrevido.

¡Me quiero morir!

—¿Lo echabas de menos, ¿cierto?—continúa hablando con ojos centelleantes y su boca alcanza mis pechos duros, que empieza a succionar de momento. Después vuelve a acariciar mi cabello, sin quitarme la vista.

—Ohhh Alex, sí... lo echaba de menos —mi cuerpo grita su nombre demasiado descontrolado.

Siento sacudidas en mi abdomen y él sabe que el momento se acerca.

—¡Pídemelo! —exclama y aprieta los dedos en mi nuca. Suaviza el ritmo de sus embestidas de repente y me doy cuenta de que no me lo permitirá.

¡Maldita sea! No permitirá acabar con este infierno que me consume. Es un verdadero demonio que me está torturando continuamente, aunque, sin duda... el mejor de los demonios. El más adictivo.

—¡Pídemelo! ¡Suplícame! —musita con fuerza en mi oído, mientras que por mi parte, no paro de dibujar círculos encima de su pelvis, ansiosa por estallar y quedar invadida por esa sensación

— ¡Te lo suplico! —le ruego en voz baja.

Muerde mi cuello y me levanta deprisa. Se cambia de un sillón al otro que hay enfrente, conmigo montada en sus caderas y, con un movimiento rápido, se coloca encima de mí. Se aferra a mi cintura y noto su cuerpo aplastándome vigorosamente.

Me muerde el labio y hasta diría que noto el sabor inconfundible de la sangre en mi boca.

—¡Suéltalo, pequeña! —estampa su pelvis contra mi sexo ferozmente.

Sin más preámbulo, exploto debajo de él al ritmo de mis propios gemidos. Ese torrente placentero me recorre e irrumpe en mi vientre. También noto su miembro palpitando en mi interior, para que después quede invadida por la calidez de su semilla. Escucho sus jadeos eufóricos al alcanzar el clímax.

Me da un beso largo en la frente y nos miramos exhaustos mientras el latido de nuestros corazones retumba en nuestro pecho. Acto seguido, rozamos nuestros labios victoriosos. Lo miro encandilada, siendo consciente del significado de lo que acaba de ocurrir entre nosotros. Pero  ya está hecho y lo asumo.

—Gracias por acabar con esta guerra —murmura asfixiado y me sonríe con una felicidad descomunal—. Me estás haciendo muy feliz, diosa Afrodita.

Y después... la paz.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top