Prólogo
—Idril, ¿estás de acuerdo con el nuevo reinado de Keldan Starwick? —el presente líder de los elfos le preguntó a su hijo, su primogénito.
Marseluz era un anciano elfo de trescientos diez años, líder de toda la especie. Alguien sabio y capaz de prevenir la guerra de los suyos con los hijos de los primeros varones.
Siempre había hecho tratos en los que decía que, si no se metían con los elfos, los elfos mantendrían la paz con las demás especies, pues los gigantes y centauros los tomaban siempre en cuenta.
Pero hace unos dias, había mostrado un estado de muerte cercana por su vejez avanzada, quería cersiorarse de que Idril tomaría buenas decisiones, cuando él ya no estuviera.
—Las seis casas lucharon y ellos ganaron. Es la ley del más fuerte, lo que piense yo no importa padre —contestó con sumo respeto y el elfo mayor sonrió débilmente, yacia postrado en su lecho, la muerte ya no tardaría en venir por él.
—Importa, claro que importa porque somos una parte fundamental para que los reinados mantengan la paz con las criaturas salvajes... —murmuró tomando su mano.
—Yo... lo intentaré padre, seguiré tus pasos para ser alguien como tú en el futuro —prometió y la respiración de Marseluz se volvió más lenta.
—Siempre apoya a un rey justo y legítimo... Aunque eso signifique... la guerra, Idril —susurró.
—Pero padre, ¿tu sí estás de acuerdo con los Starwick? —interrogó con duda y su padre sonrió.
No negó ni afirmó nada.
—¿Padre? —lo volvió a llamar pero había muerto.
Esa misma noche, el cuerpo de Marseluz fue entregado al fuego para que viajara al cielo y viviera en él, como lo dictaban sus creencias.
La misma noche que Idril tomó el poder sin pensar en la oscuridad que estaba por avecinarse.
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