6. Bersia
La hija mayor de Edmund Cullfield se hacía siempre notar aunque ella no se diera cuenta, y es que toda su vida fue algo tozuda en cuanto a cosas de damas se trataba.
Ella odiaba los vestidos, odiaba portarse educadamente y sobre todo odiaba tener que estar siempre sonriendo.
Pero si había algo que ella amara, sería su arco, un regalo dado por su abuelo antes de morir, como sus padres se negaban a que practicara con algo tan... varonil, ella se escapaba y practicaba en el bosque en dónde nadie pudiera molestarla, su hermano Bastian lo sabía y a veces la acompañaba.
Pero justo en ese momento, ni su arco la hubiera calmado de lo que su madre les acababa de decir a ella y a sus hermanos.
—¿Casarnos? ¿Una boda obligada, en serio madre? Me niego rotundamente —soltó con firmeza.
—Lamento esto, pero sabemos que la enfermedad de su padre está más grave a cada minuto que pasa.
—Él va a morir —habló su hermano, Robert. No era un secreto que careciera de sensibilidad y fuera un cínico la mayor parte del tiempo; Bersia nunca había conocido una versión amorosa de Robert, no se le hacía raro que con su padre a punto de morir, no tuviera ni un gramo de tristeza. Eso la molestaba a veces, y a su familia también.
—Por los dioses Robert, no lo digas así a la ligera—lo regañó Reah, la menor de todos los Cullfield.
—¿Acaso es mentira? Solo me guío por lo que es seguro para que eso no nos destroce ni nos tome desprevenidos. Tú también lo sabes en el fondo, pero te da miedo admitirlo.
—Basta, Robert —lo silenció Philip, el mayor de todos, el primogénito, prácticamente el que si se casaba, lograría una alianza más duradera.
—Basta los dos —sentenció su madre con una mirada severa—, esto es serio, necesitamos una alianza con otra casa.
—No veo el porqué —dijo Bersia con el ceño fruncido, ese tema la molestaba en demasía—. Mis hermanos son lo suficientemente capaces de sacar adelante nuestra casa, nuestras tierras y...
—Deja los sueños Bersia, esto es necesario sino con el tiempo seremos el reino más pobre y débil, nuestras siembras no florecen y tarde o temprano no tendremos ni como alimentarnos, he hecho la cuenta; aunque Edmund no diga nada para no preocuparnos, yo lo he descubierto. Necesito de su apoyo hijos.
—Yo me casaré madre —aseguró Philip y Bersia y Reah intercambiaron una mirada fugaz de preocupación lastimera.
Sara sonrió antes de abrazarlo y murmurarle un "gracias" en el oído.
Cuando Philip disponía a salir, Bersia lo alcanzó en la caballeriza, —No puedes casarte, ¿qué hay de Lilia?
Lilia era la novia de Philip, hija de un panadero que obviamente estaba en la pobreza, la había conocido en el mercado de Shiris y el flechazo había sido instantáneo, las únicas que los Sabina Erna sus dos hermanas. Él la amaba con su ser y no se imaginaba pasar la vida con otra mujer que no fuera ella, pero ese tema no estaba a discusión, el peligro de su familia, de sus casa estaba en peligro.
—Estará bien, conocerá a otro hombre y se casará también —comentó intentando ocultar el dolor que esas palabras le causaban, mientras ajustaba las riendas de su caballo.
—Mientes, sé que no te gusta nada esa idea. Lilia y tú están hechos el uno para el otro y...
—¡¿Y qué? ¿Qué esperas que haga, Bersia?! —exclamó ya enfadado e impotente—. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? ¿Robert, Bastian? ¿Tú?
Eso le dolió y la lanzó a la realidad, lo que decía Philip era verdad. Ni en sueños se podía imaginar a Robert casándose con una mujer, ella sabía que tenía inclinación por los hombres y además, aún si se casaba con una mujer jamás sería capaz de dar herederos por el simple hecho de que jamás podrían yacer juntos, eso sin mencionar que su palabrería indiscreta generaría más enemistades que otra cosa. ¿Bastian? Le era difícil imaginarlo, era un año menor que ella y ni hablar de Reah.
Así que solo quedaba ella.
—Encontraremos una solución —afirmó y Philip solo pudo negar.
—Entra y ayúdale a mamá con la ropa. Yo regresaré más tarde, iré a comprar más polizyar. —Se subió a su caballo y emprendió marcha. El polizyar era una planta medicinal que calmaba el dolor de su padre.
Bersia entró y suspiró cansada, y agobiada, y triste. La agobiaba pensar en un matrimonio y la ponía triste preocuparse por algo tan tonto cuando su padre estaba casi en fase terminal. El curandero le había calculado como un mes más de vida, y es que la allacaris era una enfermedad que carcomía los órganos por dentro, comenzaba como una infección y después tomaba un rumbo del que nadie salía vivo. Él les había echado de la habitación y no dejaba entrar a nadie porque le daba miedo contagiarlos y a Bersia le dolía aún más no poder verlo.
Se dispuso ayudar a su madre y a su hermana con la costura de sus vestidos, vestidos que usarían en la fiesta de los Fangorn.
Fiesta en dónde Bersia te daría que conseguir un esposo porque no quería ser egoísta y separar a Philip y a Lilia.
***
El grande salon en dónde era llevada a cabo la fiesta, se veía pulcramente decorado. Sus cortinas de color marfil brillaban con la luz del sol y el suelo de mármol se veía bien cuidado. El calendabro que colgaba del techo portaba velas que ella se preguntó, ¿cómo las habrían encendido si estaba muy alto?
Las mesas tenían manteles blancos pulcros y sobre él, más velas decorativas en el centro de estas, y en dónde servirían el banquete en un rato. Esperaba que no sirviera pescado, odiaba cualquier cosa que sirvieran proveniente del mar.
Entonces miró la mesa principal, en dónde la familia Fangorn estaba sentada, después a las demás en dónde supuso estarían las otras casas, la verdad es que le era difícil distinguir cual era cuál y quiénes eran quienes. Además de que no le interesaba.
Entonces echó una ojeada a los hombres que vio que eran más o menos de su edad y también que todos tenían atractivo pero ninguno que le diera confianza.
Suspiró y deseó estar en el bosque con su arco, sintiéndose libre, algo que jamás podría hacer si contraía matrimonio.
—¿Estás bien? —La voz de su hermana menor sonó a su derecha y le asintió fingiendo una sonrisa—. Bien porque mamá dijo que saliéramos a bailar con los demás —indicó enlazando su brazo con el de ella para jalarla hacia el centro.
Bersia se negó y quiso plantarse con firmeza pero uno de sus hermanos la empujó al pasar y tuvo que seguirlos. Odiaba bailar, le parecía una idea ridícula.
Las mujeres hicieron una línea y los hombres otra, dándose la cara; ella había quedado frente a un chico castaño, que le sonrió con arrogancia, lo que hizo que ella en su mente pusiera los ojos en blanco . La banda empezó a tocar y empezó a moverse en sincronía con los demás, e inclusive cuando se agarró de la mano de su pareja en esos instantes, hizo fuerza de voluntad para no salir de ahí. Lo bueno de eso es que las parejas no eran fijas y estaban en constante movimiento, hasta pasó por Bastian y Philip, y luego con un rubio que era claramente apuesto, y él lo sabía, obvio. Su aire de superioridad le molestaba a ella.
En realidad todo eso le molestaba, el colmo fue cuando el rubio la pisó de su vestido rojo de seda y lo rasgó.
—Lo siento —había dicho él, se veía apenado de verdad.
Bersia solo atinó a maldecir en voz baja y salió del gran salón con enfado. Seguro se había ganado varias miradas curiosas o indignadas, o furiosa... de su madre específicamente. Pero no podía culparla, ella no estaba hecha para esas fiestas.
Observó su vestido, la rasgadura no estaba tan mal, si lo remendaba casi casi ni se notaría tanto.
—Hey tú, chica del vestido roto. —El rubio se acercó con una sonrisa cortes, pero ella solo bufó exasperante.
—Por tu culpa —soltó, molesta antes de enfrentarlo—. ¿Tienes dos pies izquierdos? Hasta yo que odio bailar, lo hago mejor que tú —añadió.
Pero él solo se rió. Eso la molestó más.
—¿Soy tu bufón?
Levantó sus palmas dejando de reír al instante y negó, —Lo siento.
—Ya dijiste eso —recordó y aspiró una bocanada de aire para regresar y que su madre o hermano no la castigaran.
—Se ve que no quieres estar aquí.
—Bueno, quizá soy la única aquí a quien han traído para que busque marido a la fuerza —se quejó.
—Yo creo que todos estamos por la misma razón.
—¿Te trajeron a la fuerza? —Alzó una ceja y se reacomodó un mechón rojo que se había salido de su peinado elaborado.
—No realmente, vine resignado, mi padre está en una tarea del rey y mi madre solo me comentó que si encontraba esposa sería perfecto pero tampoco estoy obligado —explicó.
—Pues que suerte. Adiós —se despidió antes para volver.
—Espera, no me has dicho tu nombre. Eres una Cullfield, ¿cierto?
—¿Lo adivinaste por el color de mi cabello? —replicó, pero luego decidió que sería un poco amable con él—. Me llamo Bersia Cullfield, adivinaste.
Dió media vuelta para regresar, pero él la alcanzó y caminó a su lado, —Yo soy Casiel Darendale, es un placer conocerte Bersia —anunció sonriendo. Al parecer siempre sonreía pero no era algo egocéntrico o de presunción sino como algo más amable.
Bersia solo le asintió para ir con su madre, al parecer el baile había parado por el momento e iban a servir el banquete.
—Déjame compensarte por lo del vestido, puedo mandar a qué te hagan otro —propuso y Bersia lo miró ceñuda antes de negar.
—Así está bien, Darendale. Ahora si me disculpas... —Se alejó por fin de él y llegó a sentarse a lado de su hermana.
—Vaya vaya, y tú eras quien decías que no ibas a hablar con nadie... ¿Quién era?
—Casiel Darendale —contestó rodando los ojos y percibió una mirada sonriente de su madre. Claro que lo aprobaba.
—No me digas que te casarás con él hermanita —comentó Robert, burlón.
—Pues quizá y sí —resopló. Observó a Philip y él a ella. Estaba serio, sabía que a ella no le gustaba la idea de casarse y no quería que se sacrificara
—Estoy segura de que tu padre lo aprobaría —dijo Sara con felicidad.
Y mientras los Cullfield se enfrascaban en una discusión, Casiel la miraba con una sonrisa, a él le gustaba admirar la belleza de las personas pero ella, ella tenía un rostro hermoso, aunque parecía irritada.
—¿Te gustó alguien, Casiel? Sabes que no es necesario que desposes a una chica ahora, puedes esperar algunos años para que estés convencido —habló Irina con una sonrisa mientras tomaba su mano en gesto cariñoso.
—Me gustó alguien —admitió.
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