3. Amelia

Si había algo que le gustara a Amelia sería el pensamiento del amor. Soñaba con que un noble caballero subiera por la torre más alta y le declarara su amor a la luz de la luna con los dioses como testigos, tal y como lo había hecho su abuelo, luego su padre y ahora esperaba que su futuro esposo también lo hiciera, después de todo ya era tradición de los Fangorn.

Había jóvenes que ya pedían un poco de su atención pero ella ya estaba flechada, por Casiel Darendale. A quien había conocido en la coronación de los Starwick... y a quienes habían matado después.

No habían cruzado palabras, ni miradas y no lo había vuelto a ver, pero ella pensaba en él todas las noches mientras miraba a la luna y las estrellas, pidiendo porque él también lo hiciera después.

Podía hasta soñar con su hermosa boda y después con sus hermosos hijos. Porque Casiel era un joven hermoso en todas las palabras, rubio como querubín y rostro de alguien celestial.
Amelia no se consideraba alguien fea, pero no era asecreto que le había tocado ser la menos agraciada de las tres hijas de August Fangorn. Para colmo no era ni la primera ni la más chica, era la de enmedio, esa que a veces notaba su misma familia.

Solo su madre era la que se preocupaba por todas, aunque su preocupación se basaba en conseguir yernos de honor y renombre a quienes, si tuviesen hijos varones, pudieran ser escogidos para el trono algún día lejano. Ya que por desgracia, las mujeres no podian considerarse como prospectos para gobernar.

—¿En qué estás pensando? —Su hermana menor, Angeline, se sentó junto a ella. Estaban en el balcón de la torre más alta de la fortaleza Fangorn. Suspiró y le sonrió.

—En mi dulce amado.

—¿Casiel Darendale? Nunca han tenido una conversación ¿o sí? —inquirió y Amelia arrugó las cejas en modo de irritación.

—Estamos destinados, Angeline. Solo que estás muy pequeña para entenderlo.

—¿Oh, de verdad? Yo escuché por ahí que le gustaban los hombres. —Su tono fue ácido y mordaz. Odiaba cuando le decían que era pequeña para algo.

Amelia se levantó con indignación y la apuntó con el dedo: —Cállate, Angeline. No sabes nada, eres una tonta niña.

—¿Y tú sí? Eres más tonta porque no te das cuenta de que Casiel Darendale no sabe ni de tu existencia. Y eso que eres mayor que yo. —Sonrió y Amelia tomó un mechón de su cabello castaño para jalarlo.

—Pequeña bruja...

—¿Qué están haciendo ustedes dos? —Anne, la mayor de las tres las observó molesta cruzando los brazos—. Dejen de pelear, madre dijo que la cena está lista y más vale que se comporten —advirtió antes de desaparecer por la puerta por la que había llegado.

Angeline le sacó la lengua y corrió antes de que pudiera atraparla «me las pagará».

Siguió a sus hermanas sin ganas y llegó a la gran mesa en dónde sus padres ya se encontraban sentados.

August era ya un viejo, algo cansado y acabado, por lo mismo esperaba tener herederos varones para dejarle toda las propiedades y el poder. Esperaba que en sus hijas consiguiera ese próximo hombre que le daría honor a la casa Fangorn.
En cambio su madre era algo... demandante. Amelie —en el que su nombre inspiró al de su segunda hija— era una mujer que conseguía algo si se lo proponía, era astuta e inteligente. Había sido hija de una familia sin ningún renombre, Marciall, una noble casa pero muy pequeña. Por eso mismo, se aseguraría de conseguir a sus hijas buenos maridos con futuro.

—Bueno, es hora de avisarles que he mandado una invitación para una fiesta a los Darendale y a los Eastford, para conocer a sus hijos y ver si podemos arreglar sus matrimonios —comentó y Amelia sintió un vuelco en el corazón. ¿Había dicho Darendale? Casiel...

—¿Qué hay de los Cullfield? Ellos también tienen tres hijos —dijo August antes de darle un sorbo a su sopa de calabaza.

—Lo hice, e inclusive invité al rey. Pero no he recibido respuestas —contestó—. Además escuché que Edmund Cullfield estaba un poco enfermo.

—Después de las celebraciones creo que iré a verlo —murmuró él pensativo.

—Madre... —Amelia se había armado de valor para hablar en la mesa y todos los ojos se posaron en ella.

—¿Sí?

—¿Puedo... elegir yo a mi futuro esposo? —inquirió rogando porque dijera que sí.

Amelia pareció meditarlo unos segundos antes de poner una mueca de disgusto, —Tú no eliges, ellos tienen que elegirte a ti. Pero, si sabes como deslumbrar a un hombre, probablemente consigas al que quieres.

—Quiero a Casiel Darendale —admitió, como apartándolo para que su hermana Anne, ni lo consideraraña en sus opciones. Angeline reprimió una risa y recibió una patada de Amelia por debajo de la mesa.

—Pues ya sabes qué hacer. —Eso le dió esperanzas y su alma se alegró.

Ahora tenía lo que tanto había esperado, tenía una oportunidad para conquistarlo y por fin poder estar juntos para siempre y quién sabe, tal vez reinar un día todo Arelion.
Aunque no sería fácil derrocar a los Wolfden del poder, su ejército era el más grande de todos y además contaba con la ayuda de los Darendale, quienes tenían los mejores barcos.
Pero Casiel era un Darendale, sabía que si se lo proponía, podría lograr grandes cosas y luego más si ella estaba a su lado dándole apoyo.

Porque era lo que una reina hacía, apoyar a su rey por sobre todas las cosas.
Y su corazón le decía que Casiel era un buen hombre, si era hermoso por fuera, también debería serlo por dentro ¿no?

—Hey Amelia. —Alguien tocó su hombro y regresó a la realidad, en donde todos la veían con extrañeza, adivinó que habían estado llamándola antes—. Deja de soñar despierta. Les decía que mañana vendría la modista para confeccionar vestidos para la fiesta, para que se preparen —advirtió Amelie, su madre.

«Mi vestido será el más bello de todos», pensó con regocijo. Lo pediría azul oscuro, el color de la casa Darendale, para que se viera desde antes su interés por ellos.

Todo saldría perfecto y nada ni nadie se lo iba a arruinar.

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