1. Lucian
—¡Vamos tonto! ¿No puedes solo? —Su hermano mayor, Casiel se reía burlón.
Intentaba atrapar un pez con la lanza que su padre le había hecho. Culpaba a sus pocos doce años y a su cuerpo menudo y lento el hecho de no poder lograrlo.
—Ni siquiera deberíamos estar haciendo esto, tenemos criados que lo hagan por nosotros —se quejó con las mejillas regordetas y rojas por el esfuerzo y por el sol.
—¡Es divertido! Padre dice que ayuda a convertirte en un hombre —comentó antes de lanzar y darle directo a un pez grande.
—Lo que ayuda a ser un hombre, es ser el mejor caballero de todo Arelion —contradijo tirando la lanza con enfado y caminando de regreso a su castillo.
El castillo de Darendale , la casa experta en el mar, dueños y fabricantes de los mejores barcos. Quizá por eso de su obsesión de perder el tiempo pescando con sus propias manos.
—Ah, ¿quieres ser el mejor caballero del reino? —preguntó su hermano con un tono de escepticismo.
—No, seré el mejor caballero de los seis reinos —corrigió y Casiel, de la nada lo empujó con fuerza, ocasionando que cayera de cara contra la arena, haciendo que se le metiera por la nariz, ojo y boca.
Lucian tosió y se sacudió, después de unos minutos asesinó con la mirada al causante.
—¿¡Por qué hiciste eso!?
—¿Cómo quieres ser el mejor caballero si lloriqueas a la primera oportunidad?
—¡Me tomaste desprevenido! ¡Además me ganas por cinco años!
Casiel sonrió con las cejas enarcadas, cruzándose de brazos. —Eso no es justificación, es lloriqueo sin sentido, idiota.
—Juro que me las pagarás —advirtió furioso por la humillación y apretó los puños listo para lanzarsele a golpes.
—¡Lucian, Casiel! —El grito de su madre, Irina, los distrajo y ambos observaron que caminaba sonriente a su dirección. Su largo vestido azul ondeaba con el viento y su cabello trenzado enmarcaba su bonita sonrisa.
Si de algo estaba seguro, aún con su corta edad, era que su madre era la mujer más hermosa de los seis reinos.
—¿Cómo les fue con la pesca? —preguntó mirando el contenedor de metal con varios peces en ellos.
—Muy bien, Lucian atrapó casi todos —mintió Casiel.
Irina miró a su pequeño hijo con sorpresa, —¿En serio? A tu padre le dará gusto saber eso.
Lucian solo bajó la mirada, sin negar ni confirmar nada.
—Será mejor que regresemos, él quiere despedirse —dijo ella tomándolos a ambos de las manos con profundo cariño hacia sus hijos.
Su padre, el señor de Darendale, quien tenía un convenio con Peter Wolfden, actual rey de Arelion, ganando el trono al asesinar a su antiguo dueño, Keldan Starwick y quemar a toda su casa.
Había sido llamado por el mismo, para viajar con urgencia a Hasengaard por un asunto importante, un asunto del que no tenía idea, porque la carta no decía nada al respecto.
Entraron al castillo de rocas y hierro forjado y lo vieron al pie de las escaleras, esperándolos. James Darendale, era un hombre que podría considerarse joven, su cabellera era larga —por lo que siempre la llevaba amarrada en un moño—, fornido y casi siempre portaba armadura, armadura con la serpiente marcada como su emblema en el pecho.
—Es hora de partir. Espero encontrarlos más fuertes cuando vuelva. —Miró a sus dos hijos.
—Te voy a extrañar James, regresa a salvo —dijo Irina dándole un corto beso en los labios. Él le sonrió con cariño.
—Te lo prometo. —Fue su última palabra antes de subir al carruaje, mientras Lucian veía con nostalgia, a su padre alejándose cada vez más en la distancia.
—¿Volverá pronto? —preguntó él e Irina sonrió acariciando su cabello.
—Eso espero, hay que pedir a los dioses por él.
Lucian decidió en ese instante, que lo haría.
Después de pasar casi toda la tarde en su habitación, decidió despejar su rabia contenida —por el hecho de que su hermano lo había humillado y que su padre estaba lejos—, yendo al bosque a cazar ardillas, atraparlas más bien.
Ignoró el hecho de que ya estaba anocheciendo y pateó una roca pequeña con la punta de su bota de cuero café.
Y cuando estuvo lo suficientemente lejos y adentrado en el bosque, oyó unos susurros que decían su nombre...
"Lucian, Lucian ven..."
Agudizó su oído y sacó una pequeña daga de su cinturón, —regalo que su padre le había entregado al cumplir nueve—.
Caminó con pasos cortos y cautelosos hacia aquella voz que le llamaba casi hipnotizante.
—¿Quién anda allí? Muéstrate, te lo ordeno —exigió fingiendo valor, pero su mano temblaba, desmintiendo ese hecho.
Entonces, ante él apareció una mujer con vestido negro, de belleza arrebatadora, su cabello rojo como el fuego caía sobre su espalda brillante y sus ojos negros como la noche lo contemplaban atentos.
—Joven Darendale, me complace al fin conocerte —habló con amabilidad y casi dulzura.
—¿Quién eres? Eres una bruja, ¿verdad? De esas de magia oscura que me ha dicho mi madre, son malas —acusó sintiendo más temor que antes. Su miedo se basaba en las historias que contaban a los niños y las canciones que entonaban cuando jugaban a una especie del escondite.
"La oscuridad te atrapará y la bruja por ti vendrá,
9, 8, 7
Tu carne se comerá y sufrirás hasta el final.
6, 5, 4
No dejes que te atrape o sino, perdido estarás
3, 2, 1..."
Luego, ella alzó una de sus cejas.
—La carne de niño no es apeteciente para mujeres como yo —dijo como leyendo sus pensamientos y Lucian se asustó de que también pudiera hacer eso—. Mi magia se basa en las profecías de Arelion.
—Si no vas a comerme o a matarme, ¿qué es lo que quieres? —dijo después.
—Una nueva profecía ha sido revelada y tú, joven príncipe, estás en ella.
Lucian frunció el ceño para después negar, —Yo no soy un príncipe, soy el hijo de un noble, Sir James Darendale.
—No, tú serás el futuro rey. Así está pactado en el libro rojo —dictaminó pero él no le creyó.
—A los mentirosos y locos se les corta la lengua o la cabeza... Tu pareces ser de los dos —comentó haciendo que la bruja se riera.
—Debo irme Lucian, el tiempo se agota. Pero te encontraré de nuevo. —Hizo la promesa antes de tomar su rostro y darle un pequeño beso en los labios. Algo que lo dejó inmovilizado de la sorpresa y por lo helados que estaban los de ella—. Así hallaré el camino a ti. —Una última sonrisa y la bruja había desaparecido en el viento.
Lucian casi corrió de regreso a su hogar, con la noche sobre él. Su hermano y su madre le reprendieron el haber salido sin avisar, pero en su mente solo tenía espacio para las palabras de esa extraña mujer y para su rara promesa.
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