1- Existe


Noviembre 2016, en otro lugar de Caracas.

En la gran mansión de los Alvares se celebraba un apoteósico evento, otra subasta de monedas organizada por mi padre, quien en su tiempo libre dedica bastantes horas a la numismática.

Cada cierto tiempo, los coleccionistas de billetes, monedas, medallas e insignias, se reúnen para buscar piezas antiguas, raras, que tengan valor artístico o historia; es por eso, que hoy nuestra casa está llena de hombres y mujeres de todo el país, exhibiendo sus catálogos o admirando los interminables álbumes y estuches de uno de los co-fundadores de SONADVI (Sociedad Numismática Alvares Del Villar).

―Hoy será un excelente día ―comenta mi padre.

Su tono da la impresión de que hoy es uno de esos días en el que empiezas con una sonrisa, uno en el que todo a tú alrededor te parece más bonito y amas todo lo que te rodea. Yo no necesito preguntarle el motivo por el cual ha despertado tan positivo. Lo sé, así que solo asiento. Trato de sonreír como si ya lo hubiese perdonado, pero la verdad es que no lo hago; de hecho, estos días me he sentido deprimida, pasé mucho tiempo en la cama leyendo libros, comí poco y dediqué bastante tiempo a pensar en cómo hacerlo cambiar de opinión.

¿La solución? Aún no la tengo.

Por donde lo vea estoy acorralada, me ha condenado por culpa de sus errores; perdió la mayoría de su patrimonio en la compra de una pieza falsa y la única manera que encontró para seguir teniendo una generosa cuenta bancaria, es sacrificando a su propia hija. Él y su socio, acordaron que para mantener la solidez de la sociedad, sus respectivos hijos deben casarse.

―Perdone, ¿podría traerme otra copa de champán?

―Claro que sí, señorita.

―Gracias.

«¡Dios mío! En una semana dejarán de llamarme señorita y lo odio.»

A mis veintiún años no debería permitir que me manejen la vida, y mucho menos, dejar que me hagan sentir miserable. Puede que me falte valentía para enfrentar a mi padre, pero inteligencia no, eso seguro; en cualquier momento se me tiene que ocurrir algo para librarme del problema. El mesonero regresa con la copa y yo lo miro mejor.

«No es nada feo».

Pienso en proponerle huir juntos y vivir un loco romance como el del libro Vidas robadas, vidas quitadas de Mafer Colmenares.

―Señorita... ―Me está mirando, esperando a que agarre la copa. Es un castaño fuerte y elegante, con unos ojos marrones expresivos y acento cubano. Lo sé porque soy fan de Celia Cruz y Gloria Estefan―. ¿Ya no la quiere?

―Perdone ―digo; y agarro la bebida.

Es cierto que estoy metida en tremendo lío, pero las probabilidades de que un desconocido acepte escaparse, con la hija del dueño de la casa, son pocas. De forma que, le sonrío y dejo que se marche. Orgullosa del poco juicio que me queda, me bebo de un solo trago el champán. «Mierda, tremenda pena me ahorré». Tomando en cuenta el detalle de que el amable mesonero debe tener cincuenta o quizá sesenta años; en cualquier caso no hubiera funcionado.

Antes de alisarme el vestido veo que el mesonero elegante hace un ademán para dejar pasar al arruina vidas. Él avanza con sus aires de grandeza y saluda, cual presidente de la república, a varias personas. Observo detenidamente a su acompañante, lleva unos pantalones negros con un cinturón enorme y una hebilla resplandeciente, un grueso collar de oro y varios anillos en cada mano. «¡El hombre es una joyería andante y será mi suegro!». Es lo que hay cuando no sabes qué hacer con tanto dinero.

Sin embargo, uno que no se parece en nada a Giovanni es Migue Del Villar, yo lo llamo así desde que somos niños; en realidad se llama Miguel Ángel y es mi prometido. Migue tiene veinticinco años, el pelo castaño, siempre está bronceado porque se la pasa en la playa, tiene un cuerpo que, según toda la población femenina, está para chuparse los dedos; cosa que acepto, pese a que realmente no me atrae como a las demás. En cualquier caso, Migue era genial, y digo era porque también estoy furiosa con él. Siempre me apoyaba y me comprendía, me bastaba mirarlo para que sonriera, ladeara la cabeza, se alborotara el cabello y con una mirada entendiera todo lo que le quería decir; todo cambió hace unos días, cuando por más que le supliqué con la mirada que interfiriera en la decisión de nuestros padres, se quedó callado. Pues bien, siempre nos ha unido una bonita relación de afecto, pero eso llegó a su fin en el mismo momento en que se convirtió en un traidor.

Al que no veo por ningún lado y no ha dado señales de vida, ni siquiera un estúpido mensaje de texto para transmitirme su solidaridad, es a Benja ―mi hermano―, papá le ha jodido la vida en numerosas ocasiones y, yo siempre he estado ahí al pie del cañón en su dolor. Tal vez sea porque ahora vive en su propia casa, o a que sigue ocupado haciéndole la vida imposible a su ex, Ana María. Las cosas ya no son como antes. No es posible... No entiendo cómo han llegado al punto de llevarse tan mal, no después de haberse unido en matrimonio y haber procreado a la niña más dulce, más importante, más... más hermosa del planeta; naturalmente, mi sobrina.

―Saludo a unas personas y regreso. ―La voz de mi madre me devuelve a mi mísera realidad. Cuando voy a asentir es demasiado tarde, ya se ha alejado en dirección a sabe Dios quién.

Resoplo. Es increíble. Aquí estoy yo, en medio de un aburridísimo evento, fingiendo armonía familiar; preferiría estar en cualquier lugar menos aquí. Me decido a buscar algo de aire fresco, será una noche estresante y no tengo ganas de ser cortés.

Maldigo cuando llego a la terraza y lo veo, voy a dar media vuelta para regresar al salón, pero su voz masculina me detiene.

―¿No te cansa que todos los eventos sean iguales?

«Ay, señor...» Me giro lentamente y lo miro mal.

―Déjame en paz.

―¿Sigues molesta? Ven, disfrutemos la noche. ―Esboza una sonrisa que me enfurece mucho. Yo también le sonrío, pero con falsedad.

―¿Qué la disfrute? ―Le enseño el dedo del medio―. Eso es lo que opino de ti y de todo esto, idiota.

―Uy, qué poco elegante. ―Lo contemplo con una ceja enarcada.

«Sí, nada elegante, pero para lo que quiero decirte ha sido poco».

―¿Qué sucede contigo?, ¿crees que es un juego lo que sucederá en una semana? ―Traga fuerte y puedo ver como sus pupilas marrones tiemblan. Me acerco para mirarlo con intensidad.

―Sé que no es un juego ―suelta el aire y sacude la cabeza―. ¿De verdad te parece tan malo?

―Sabes perfectamente que sí.

―Yo...

―¿Qué? Vamos, dilo. ¿Por qué coño no te opusiste, Miguel Ángel? Incluso te veías contento.

―Porque realmente lo estaba, Belén. ―Su pecho sube y baja, está nervioso; sabe que lo he descubierto.

―¿Ah, sí?, ¿también ganarás dinero?

―¡Claro que no! ―responde molesto. Y aunque me pareció sincero, tiene que haber una razón. Sigo desconfiando de él.

―¿No ganarás nada con este arreglo? ¿Qué pasa? ¡Quiero la jodida verdad! ¿Por qué mierda aceptaste esa locura?, ¿estás mal de la cabeza o qué?

―Tú no sabes nada; mejor cállate ―murmura entre dientes.

―¿Qué me calle?, ¿qué me calle? ¡Estás es mi casa y no me pienso callar, así que ubícate!

―Ni siquiera sabes porqué acepté. No me acuses de cosas que no son verdad.

―No me puedes pedir que no te acuse, cuando eres el primero que me está mintiendo.

―¡Acepté porque me gustas, Belén! ―grita, respirando agitadamente. Voy a contestar, pero mi voz se apaga. El prometido en cuestión mantiene sus ojos fijos en los míos, su gesto serio me causa un escalofrío en la piel. Espero y espero, pero no dice nada.

―Escucha ―digo, a pesar de que esa confesión no me la esperaba―. La cosa está así, somos amigos obligados a contraer matrimonio. Yo no te gusto, debemos hablar de cómo terminar con este lío.

―La cosa está así, Belén; no hay nada de qué hablar. Nos casamos en una semana, te demuestro que sí me gustas, y si no funciona, te doy el divorcio. Si lo piensas un poco, verás que sales ganando. ―Miguel Ángel del Villar está decidido a no cooperar conmigo. Ahora tengo que aguantarme a un tirano como padre y a un enamorado trastornado. Al parecer no hay salida.

―¿Quieres decir que aunque te pida el divorcio hablarás con Giovanni para que la sociedad no se disuelva?

―Claro, es justo lo que pienso hacer ―dice con suavidad, ladea la cabeza y se alborota el cabello.

Mi mente comienza a trabajar a toda velocidad, comprendo que no será fácil vivir como marido y mujer, de hecho, tengo que explicarle algunas reglas antes de que suceda. Permaneceremos casados por un corto tiempo, luego toda esta idea ridícula de nuestros padres terminará.

―Está bien, hagámoslo. ―Suspiro, mirándolo con una expresión de pesar. Él suelta una breve risa.

***

En la hora cumbre del evento, el derroche de dinero por parte de los asistentes cada vez se hace más notorio. No puedo evitar volcar los ojos cada vez que mi madre grita «vendido», y mi padre choca la copa con su socio para que todo el mundo aplauda.

«¿Qué pensaría toda esta gente si supiera que me han vendido como la mejor moneda de colección?»

Papá comienza a golpear su copa con una cucharilla, llamando la atención de los presentes, yo finjo que no he oído porque sé lo que ocurrirá a continuación.

―Belén, hija, acércate. ―Mira a Miguel Ángel―, tú también, por favor. ―Migue me ofrece su mano en un gesto de cortesía, yo la acepto por educación.

―Señora, Alvares. ―Mamá le sonríe a medias.

El padre de Migue aparece de repente y a su lado está una mujer igual de gorda, con un espantoso vestido azul marino y el pelo recogido en un voluminoso moño. Comienzo a preguntarme si Migue es adoptado porque no se parece en absoluto a la familia Liberen a Willy.

―Buena decisión la de nuestros hijos, ¿verdad? ―le dice Aimara del Villar a mamá; a mí se me desencaja la cara.

―Muy conveniente ―responde.

―Queridos amigos... ―Habla el arruina vidas y mi incomodidad aumenta―. El día de hoy es un día especial para nuestras familias, queremos compartir esa felicidad con ustedes, anunciando que Beli, digo; Belén y Miguel Ángel han decidido comprometerse en matrimonio.

Los invitados aplauden y mi padre sonríe, demasiado alegre para mi gusto, la madre de Migue me abraza y luego su padre; odio esta evidente demostración de hipocresía por parte de nuestros progenitores. Salvo mi madre, ella permanece en silencio y sin intervenir, tiene una sonrisa simulada en la cara.

―¡Felicidades, querida! ―Aimara del Villar me besa la mejilla.

―Bienvenido a la familia ―le dice mi padre a Migue y le palmea el hombro.

Recibo más y más felicitaciones de hombres resplandecientes con esmóquines negros y de mujeres vestidas con trajes de diseñador exclusivo; les sonrío, fingiendo como vengo haciendo toda la noche, la fiesta pasa de ser una subasta a un agasajo con los mejores vinos y comida.

―¿Quieres más, cariño? ―La poderosa mano de Miguel Ángel en mi cintura cada vez me asfixia más, sus padres lo miran complacidos. Bajo la vista al finísimo cristal y me doy cuenta de que la copa está vacía, he bebido bastante; tal vez inconscientemente para olvidar la manipulación de la que soy objeto.

―Mejor agua.

«No quiero más vino, necesito estar despejada».

―Estaremos un rato más y luego nos escapamos a un lugar de copas. ―Me molesta el posesivo modo en que Miguel Ángel hace planes sin consultarme, cuando vuelva con el agua le diré que no iré a ningún lado.

―Eh, disculpen... ―interviene mi madre―. Espero no les importe que Belén y yo nos retiremos, como comprenderán, mañana debemos levantarnos temprano; hay mucho que planear. ―La miro agradecida, ella me guiña. El dolor de cabeza que pensaba alegar como motivo de mi huida, ya no es una excusa sino una realidad.

―Pero, por supuesto ―responde Alicia, una señora que nunca falta a estas subastas. Ella nació para el chisme, fue la única en esta fiesta que se atrevió a preguntarme de cuantos meses estoy. No tiene pelos en la lengua y fue al punto. No la culpo, con una boda tan apresurada, yo también pensaría que viene un bebé en camino.

Nos disculpamos con ella y su esposo para luego alejarnos, mi prometido seguro se pondrá furioso al no encontrarme, pero no me importa. Mientras caminamos hacia el segundo piso de la casa le hablo a mamá.

―Gracias.

―De nada. ―Sonríe―. Ese modo tan desinhibido de Alicia de comportarse se debe al dinero.

―Es una loca chismosa.

―También. ―Me rio.

Llegamos a mi habitación, la noche está fresca, pero intranquila.

―¿Qué tanto piensas, Belén?

―En que me ha tocado nacer en una casa en donde no puedo opinar, no tengo expectativas propias, no puedo decidir sobre mi vida, tengo que aguantar sin quejarme, fingir delante de todos que estoy bien cuando...

―Todo es insoportable ―concluye por mí.

―¿Tú también lo crees?

―Sin duda, acabas de describir mí día a día. ―Trago saliva, es la primera vez que se atreve a decirme algo así.

―Y luego dicen que el dinero te hace libre.

―Consigues lujos, diversión, casa, aduladores... ―Sacude la cabeza―. Pero no, no nos hace libres.

―¿Tan difícil es enfrentarse a Gilberto Alvares que ni tú lo haces? ―Ella me mira con mala cara.

―Aborrezco estos eventos, es despreciable que en esta casa solo se valore la cantidad de millones que hay en una cuenta, pero amo a Gilberto, es un buen hombre, Belén. Sé que se dará cuenta de su error.

―¿Pero cuándo? ―contrataco exasperada―. Es mi padre y lo quiero, pero... ¿cuándo sucederá eso? No dijiste ni una palabra mientras estuvimos en esa basura social, a ti también te importa poco lo que está ocurriendo.

―Belén, no hables así...

―¡Sabes que odio esto y que está sucediendo en contra de mi voluntad, así que no esperes que me quede callada delante de ti también! ―Mi madre resopla y se marcha muy frustrada.

Yo me quedo parada en el medio de la habitación, mirando a cualquier punto de la pared, envuelta en miles de pensamientos; dejando que duela y pensando en cómo las personas que dicen amarte te pueden lastimar tan profundo.




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