Capítulo 2 Cortejos y Angustias
CAPÍTULO 2
CORTEJOS Y ANGUSTIAS
Los días pasaban ahora de manera distinta en la vida de la hermosa Ardith. Ya no transcurrían entre la agobiante mezcla de luto y desamparo que antes sentía al no haber podido superar la muerte de su madre. La hermosa jovencita ya había hallado la fórmula para sonreír nuevamente: Edmund.
Luego de haberse conocido aquella mañana, cuando Lord Aelderic los presentó, el apuesto caballero había quedado prendado de la belleza y sencillez de Ardith. De allí entonces surgió una hermosa relación. El hijo del Conde de Wigmodia viajaba semanalmente al ducado de Harzburg para ver a su adorada Ardith. Ella lo esperaba con ansias al pie de su ventana y tan pronto lo veía llegar en su carruaje salía corriendo a recibirlo. Edmund era el amor de su vida y por muchas razones. Él era un joven encantador, apenas unos pocos años mayor que ella. Era un hombre extremadamente apuesto y su porte era elegante e imponente, luciendo un cuerpo de dios Sarraceno, alto, fuerte y bien formado. Su cabello lacio y oscuro, que llevaba en una cola de caballo, contrastaba con sus grandes y expresivos ojos azules. Su cuerpo musculoso, reflejaba el tiempo que pasaba entrenando las artes de la guerra como el futuro heraldo del Rey Enrique II, quien al momento no tenía herederos al trono y veían en Edmund al heredero perfecto.
Todos estos atributos hacían a Edmund unos de los caballeros más interesantes y deseados entre las jóvenes de la aristocracia germana. Esto y una encantadora personalidad lograron que Ardith se enamorara profunda y perdidamente de él. Para Ardith, Edmund era el hombre más hermoso sobre la faz de la tierra y sin duda alguna lo era, por lo que se sentía tan afortunada de que él hubiera posado sus ojos en ella desde aquel día en que la vio por vez primera justo allí en su mansión, cuando su padre lo presentó casualmente como un amigo.
Ya había transcurrido un mes desde ese maravilloso encuentro y para ambos se había convertido en amor a primera vista. Inmediatamente el joven conversó con Lord Aelderic sobre la intención de cortejar a Ardith y el duque no se opuso ya que veía a Edmund como el candidato idóneo para desposar a su adorada hija y hacerla muy feliz. Desde entonces, ambos soñaban con el día de su boda que sellaría de una manera hermosa su amor. Ardith se veía cabalgando con su heraldo en el ocaso hacia el horizonte, tal y como en sus poemas de caballeros y princesas.
Y el cortejo fluía en la manera habitual. Las visitas semanales se complementaban con amenas y afectivas conversaciones en el jardín. Compartían momentos de tierna pasión en sus paseos por el bosque alrededor de la mansión tanto a pie como a caballo y llegaban hasta el arroyo donde se escenificaban candorosas escenas de un idilio como salido de un cuento de hadas.
—Mi adorada Ardith, te amo como ningún mortal ha amado antes a una mujer—, le decía Edmund a su prometida, sellando la magia con un beso apasionado.
Ardith se estremecía en los brazos de su adorado al recibir tan dulces y ricos besos. Y más alegre no podía estar la joven duquesa de Harzburg, pues tenía el amor del hombre más maravilloso del mundo y la certeza de que pronto sería su esposa.
Una hermosa mañana, Ardith esperaba junto a su ventana a su prometido como de costumbre, mas esta vez él no llegó cabalgando su corcel ni en su carruaje con el acostumbrado séquito. Varios coches hacían su entrada en formación a los predios de la mansión Cuthberht flanqueados por un séquito de jinetes ataviados cual a la usanza de los soldados. A la duquesa no le pareció nada bien y su sexto sentido le indicaba que algo extraño estaba aconteciendo. Aquello era un desfile militar más alá de ser una visita de cortesía. La muy angustiada joven sintió un golpe frío en el estómago y su sonrisa se desvaneció pues esta comparsa que llegaba era mal augurio.
Ardith bajó de prisa a recibir a Edmund. Al llegar a la planta baja ya su padre estaba recibiendo a los imprevistos visitantes en el gran salón de la mansión. La hermosa rubia detuvo su carrera al ver que los recién llegados eran personalidades que bien ella podía relacionar con eventos de índole político-militar en el reino confederado de Sajonia. Su intuición no le había fallado y esto le abrumaba.
Edmund sonrió al ver a Ardith, pero lejos de una sonrisa genuina, era más bien una escueta mueca que trataba de disimular una gran preocupación y severidad tras ella. El apuesto caballero caminó hacia su amada y besándola en la mano le dijo —Mi adorada y hermosa Ardith, tan blanca y pura como un lirio del valle de Jerusalén, me has hecho tanta falta. Ansiaba verte. ¿Cómo has estado?
—Oh Edmund, me emocionan tus palabras. Son un bálsamo para mi antes entristecida alma. Yo he estado bien... deseosa de verte tras una semana sin ti. Pero, ¿qué es todo esto? ¿Por qué están estos caballeros en la casa de mi padre? Esto es un poco desconcertante.
—Me temo que hay problemas al sur del imperio. Vamos a reunirnos los generales del Sacro Imperio en nombre del Rey Enrique aquí porque Harz es terreno neutral en Sajonia. Será para establecer el movimiento estratégico a seguir, si alguno de ser necesario. No te preocupes amor mío. Una vez finalizada la reunión, vendré a verte en el jardín. ¿Te parece?
Ardith asintió pues en realidad, no tenía otra opción más que esperar. Su cuerpo se tensó con gran preocupación y se mantuvo inmóvil en medio del salón, mientras su amado se retiraba para unirse al grupo de generales del ejército del Sacro Imperio Germánico y todos caminaron hacía el estudio de Lord Aelderic. El miedo invadía sus entrañas pues presentía que tras esta reunión algo estaba por acontecer... y no le daba buena espina.
Al cabo de un rato, la hija del conde de Harzburg esperaba impaciente sentada junto al pozo de agua, intentando leer un poco. Las horas pasaban y su Edmund no salía a reunirse con ella. Los nervios ya comenzaban a apoderarse de su cuerpo y su mente. Sus manos sudaban frío y dentro de sí sentía gran angustia y desesperación presintiendo que algo terrible estaba por ocurrir.
Al cabo de varias horas, Ardith ya no aguantaba estar más sentada en el jardín sin saber nada. Se puso de pie y emprendió la caminata hacia el interior de la mansión. Cuando iba a mitad del jardín divisó a su adorado Edmund quien venía caminando hacia ella. Ardith emocionada corrió hacia él, mas ésta deceleró el paso al ver la expresión de sobriedad y preocupación que inicialmente tenía el conde en su rostro y que luego intentó disimular fallidamente con una escueta sonrisa.
La joven se aferró a su amado y visiblemente afectada le preguntó con un gran sentido de urgencia en su voz, —Amor mío, Edmund, dime por favor, ¿qué está pasando?
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