Capítulo 15 Huestes del Mal

CAPÍTULO 15

HUESTES DEL MAL



A lo lejos se escuchaban los gritos desgarradores de algún soldado herido en batalla. Los centinelas resguardaban vigilantes en el perímetro establecido del campamento cristiano. Dentro de la tienda de campaña principal, Edmund se alistaba mientras concertaba otro ataque junto a sus estratagemas. Pero la situación era más que complicada. Una guerra terrible y feroz se estaba librando en el sur del imperio germánico y era contra las huestes visigodas comandadas por los generales Ardo y Pelagio, quienes vivos tendrían dos siglos de edad increíblemente. Era una batalla campal y el enemigo no era humano.

—¡Necesitamos enviar por más refuerzos o convencer a los locales que se nos unan en batalla! ¡Esta es la única manera que podremos detener esta demencia!—, Sir Edmund gritaba a sus hombres, mientras cubría con más tela sus brazos, asistido por su paje quien daba vueltas y vueltas al antebrazo del noble para cubrirlo en su totalidad—. ¡Rápido Vic, envía una misiva a la comarca más cercana e informa de lo que está pasando y lleva una prueba... una de las cabezas de un soldado recién desmembrado o un brazo con una mordida. Sólo así creerán lo horrible de la amenaza que se aproxima al imperio si no logramos derrotar a estos demonios sangrientos.

El mensajero abría sus ojos enormes al saber que tendría que buscar entre las pilas de restos humanos y tomar alguno que pudiera convencer a los aliados a unirse en batalla... sería esto o se rehusarían por temor.

Afuera, más allá del cerco y las trincheras, todo era un caos. El hedor a sangre y a putrefacción era horrible... ¿O acaso sería peor el intenso olor a carne quemada que emanaba de las piras ardientes? Piras que no se apagaban, pues había muchos cuerpos desmembrados... cientos de soldados habían sido brutalmente masacrados por estas bestias infernales. El ejército del Sacro Imperio Germánico estaba siendo diezmado poco a poco por un ejército visigodo que contaba con un arma poderosa: la inmortalidad.

Los soldados cristianos parecían muñecos de trapo indefensos ante las endemoniadas criaturas que formaban parte de las huestes visigodas. Los rumores de que este nuevo adversario venía con una sed de sangre implacable no estaban lejos de la realidad aunque la realidad misma era inaudita. En verdad tenían sed de sangre pues de esto subsistían y parecía ser el origen de su fuerza.

—¡Contra las huestes de Satán en nombre de Dios! ¡Hasta la muerte!—, era el grito de guerra que proclamaban los generales del ejército de blasón blanco con la cruz católica roja en medio.

Los soldados corrían dando alaridos que aparentaban ser un clamor de valentía pero en realidad avanzaban muy temerosos por sus vidas. Contra lo que peleaban no era humano y aunque los visigodos no eran muchos, algunos cientos, sus defensas y poderes sobre humanos hacían estragos en el ejército germano.

En el campo de batalla se escuchaba el blandir de la espada y los sonidos metálicos de las armas retumbaban. Los gritos de dolor de algún soldado humano siendo brutalmente herido duraban poco... al pobre le esperaba una muerte rápida y horripilante. Se veían volar los miembros de los guerreros cristianos por los aires; los brazos y las cabezas principalmente mientras otros eran partidos por la mitad. La fuerza con que estos demonios manejaban la espada, las lanzas, los mazos y las hachas era increíble. Y luego bebían la sangre de cada víctima y proseguían con más fuerza en su ataque.

Ya muchos soldados habían desertado, huyendo despavoridos ante la horrorosa escena pues temían por sus vidas y por su alma. En el peor de los casos, algunos hombres que no habían perecido al ser desmembrados, corrían la suerte de al ser mordidos, si morían, regresar convertidos en una de estas criaturas. Con honda pena los pocos que sobrevivían tenían que ser decapitados y sus partes quemadas en las enormes piras fuera de los campamentos. Era una escena como sacada del libro de Revelaciones.

—Bueno, mis valientes, es hora casi del amanecer. Hemos sobrevivido otro día gracias a la misericordia del Señor quien en su bendita providencia no nos ha abandonado—, Edmund se dirigía a los desmoralizados y aterrados legionarios.

Él era el oficial de más alto rango tras la horrorosa muerte de dos generales en batalla a manos de los resucitados comandantes visigodos Ardo y Pelagio. Un tercer general cristiano tuvo que ser sacrificado por haber sido poseído por el mal. El mismo pidió ser ejecutado ante el temor de que pudiera convertirse en una de esas malvadas criaturas.

En esos momentos que se alistaban para la batalla, un mensajero llegó corriendo e interrumpiendo a Edmund. Fatigado, soltó en el piso un gran saco que al tocar el suelo estrepitosamente se abrió revelando su extraño contenido.

—¿Qué es esto que traes aquí? Te envié a traer más armas y provisiones y llegas con un saco lleno de... frascos con... ¡Pero qué es lo que has traído hombre!—preguntaba muy alterado Edmund al mensajero por llegar cargando con tan inusuales objetos. Unos frascos de cristal contenían un líquido incoloro y otros una sustancia que parecía ser aceite. En medio, había unas dagas en plata y cruces de madera.

—Mi General... esto es lo que ha sido enviado por el Excelentísimo Monseñor Bodicceli. Él envía a decir que vienen tropas en camino; tropas del Santo Ejército del Imperio. Pero me dio instrucciones claras de que leyera la carta que le envía. Aquí le dice cómo utilizar el agua bendita y el aceite ungido contra el enemigo.

Edmund abrió el papel pergamino de inmediato, incrédulo y receloso de lo que podría leer que diera una explicación coherente para el envío de agua bendita, aceite consagrado y cruces de madera en vez de armas.

'General Edmund Wigheard

Sé que no es el mejor momento para escribirle un saludo afectuoso o respetuoso, así que iré al grano con esta misiva porque el tiempo apremia y la amenaza a las vidas y a las almas de este Sacro Imperio es muy grande.

El demonio tiene muchas formas de seducir y atacar al hombre. Usted está enfrentado a la forma más perversa y poderosa de manifestación diabólica: los vampyr. Un vampyr es un tipo de posesión demoniaca. Estos son entes que han existido por milenios. Su origen data de cuando la serpiente misma tentó a Eva, siendo la tentación sexual su medio principal de reproducción. Los primeros seres fueron hembras y estás incubaron progenie al seducir hombres mortales para luego matarlos ya habiendo tenido la semilla dentro de sus vientres. Estos se llamaron 'incubus'.

Los vampyrs son seres sangrientos. Al no tener alma, pero sí características humanas, se alimentan de sangre. La sangre es vida... y más para ellos. Al terminar de desangrar a sus víctimas los descuartizan, evitando así que se conviertan en vampyrs los fenecidos. Un humano se convierte en uno de estos seres infernales cuando contamina su sangre con la de estas criaturas ya sea al beberla o que ésta entre al cuerpo de alguna otra manera.

El contenido del saco le parecerá extraño, pero le será muy útil. Empapen sus ropajes, armaduras, cabellos con agua bendita o aceite consagrado. De igual modo sus armas, flechas y todos los artefactos de utilicen para combatir. El fuego purifica, lancen flechas ardientes al enemigo y nunca apaguen sus hogueras o fogatas. A los vampyrs hay que desmembrarlos o descuartizarlos para que sean destruidos y después quemados. No toquen su sangre aún luego de que crean que estén muertos.

Los atemoriza la señal de la cruz como a todos los demonios. Coloquen cruces de madera cerca de los campamentos y cuélguense una del cuello. Háblenle con autoridad en nombre de Dios como Él nos manda a hacer en los evangelios. Lucas 10:19 'He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.'

Habiendo dicho esto les envío mis bendiciones. Mis oraciones están con ustedes, los soldados del Sacro Imperio Germánico. Tenemos fe que con la ayuda de nuestro Señor Dios Todo Poderoso saldrán airosos en la batalla contra las huestes del mal.

Vencerán como Josué y el ejército de Israel venció a los cinco ejércitos canaanitas en defensa de los gabaonitas. No desmayen que el Dios de Israel también estará con ustedes.'

Monseñor Bodicceli,

Obispo de la cede de Germania.'

Edmund no podía creer lo que la carta decía. Parecía más una leyenda pueblerina que una explicación racional. Mas en honor a la extraña verdad, ya ellos habían descubierto muchos de los detalles revelados en la carta y en efecto sabía que luchaban contra las Huestes del Mal.

El heraldo del Rey Enrique colocaba el pergamino sobre la mesa que estaba en la tienda de campaña y miraba aún incrédulo el saco tirado en el suelo y los frascos de cristal. Su rostro denotaba escepticismo y una honda preocupación. Sus gestos camuflaban el temor que sentía tras las insólitas develaciones y al aceptar ya que tendría todas las de perder ante la verdad inefable que luchaba contra demonios. Ahora pensaba cómo explicaría lo revelado en la carta a sus hombres. ¿Sería posible que le creyeran? Sólo la fe en Dios podría salvarlos.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top