Capítulo 14 A todo galope
CAPÍTULO 14
A TODO GALOPE
PARTE I
Los sauces y los abedules bordeaban el camposanto, contiguo al castillo. Varias lápidas de piedra y cruces de hierro que demarcaban el lugar donde descansaban los restos de algún desgraciado, se erguían sobrias entre la verde alfombra de yerba y tréboles. Al llegar al lugar indicado por Saranah, los ojos de Goeffrey no podían creer lo que veían. En las inscripciones se leían los nombres de los fenecidos. Entre ellos el de Leila von Dorcha... No había duda, las personas que buscaba habían fallecido hace más de un siglo... entonces, ¿quién era la mujer que había aparecido mal herida en el bosque?
La tierra en la tumba de Leila estaba revuelta y extrañamente nada crecía sobre ella; ni flores silvestres, ni yerba. Era tierra totalmente estéril. En todas las lápidas de los miembros de la familia que supuestamente habían vuelto a la vida por la intervención del fantasma resucitado de la hija del conde de Argengau, se podían observar unas coronas hechas con cabezas de ajo secas colgando y varios frascos que parecían contuvieran en un pasado algún tipo de substancia aceitosa.
—¿Qué es todo esto? ¿Por qué los ajos y los frascos alrededor de las tumbas? No son las ofrendas florales que normalmente se colocan—, preguntó Goeffrey.
Cada vez la revelación se volvía más complicada y el hombre no hallaba alguna explicación lógica ante lo que descubría en aquel cementerio.
—Según las creencias de los ancestros, los vampyr detestan el ajo, no soportan su olor. Dicen que porque el ajo tiene tantas propiedades benignas y curativas para los hombres desde tiempos antiguos que éstos seres lo aborrecen. Los frascos contenían aceite ungido en Jerusalén y agua bendita. Con ello se rociaba la tierra para prevenir que volvieran a despertar malditos por el demonio, en este caso todos aquellos que murieron a manos de Leila. Si un vampyr te muerde corres el riesgo de convertirte en uno al morir. Luego de unos días, te transformas en un no-muerto que vaga por el mundo como un alma en pena, atacando a los vivos para beber su sangre... Los von Dorcha no despertaron porque fueron decapitados y sus restos quemados. Así se mata un vampyr, Pero hubo otros que sí se convirtieron y estos lares se volvieron un infierno. Se levantaron y atormentaron a las familias de Suavia por meses. En eso se corrió la voz y esto se llenó de religiosos y los inquisidores llegaron con su ejército. Acabaron con muchos de los vampyrs. Mientras los que quedaron vinos afortunadamente huyeron. Desde entonces no se han vuelto a asomar por aquí aunque viajeros que han llegado desde el sur dicen que se está formando un ejército de estos muy cerca de la región, más allá de la ribera sur del Rin—. Saranah explicaba ante los ojos atentos del mensajero.
—No puedo creer lo que me estás diciendo, Saranah... Y estos no-muertos, ¿cuánto tiempo están vagando por la tierra?—, Goeffrey seguía preguntando pues no salía de su asombro. Lo que esta mujer le estaba contando simplemente era descabellado y tenebroso.
—Nunca. Ya están muertos. Sus cuerpos inmortales existen mientras puedan saciar su sed de sangre. En aquellos tiempos se les vio a varios matar sin piedad para alimentarse de los pobres habitantes de estas tierras. Son criaturas de la noche que han salido de las mismas entrañas de Satanás. Los ancianos de la aldea narran historias de reyes vampyr que luchaban por estos dominios. Dicen que un elegante príncipe bebedor de sangre fue quien sedujo y mordió a lady Leila mientras cabalgaba por los espesos bosques de la serranía...
Es conocido que fue una niña caprichosa y malcriada y de aires muy libertinos. Lo que sí es cierto es que ella terminó siendo un vampyr y no le importó devorar a los suyos en su sed de sangre.
—Entonces, si Leila falleció o existió hace varios siglos, ¿quién es la mujer que apareció en el castillo de Harzburg? Parece de no más de veinte años—, razonaba en voz alta el mensajero, más aterrado que confundido en esos momentos.
—Es porque los vampir no envejecen nunca. Sus cuerpos sin alma reflejarán siempre la edad que tenían al momento de su muerte y de ser transformados en demonios... Tienes que creerme Goeffrey. La mujer que ha llegado hasta las tierras de tu señor es ella, Leila von Dorcha. Esa endemoniada mujer ha caminado mucho. La han visto por otros rumbos al norte. Se cuentan muchas historias de ella. ¡Debes irte a toda prisa forastero y alertar a los tuyos! Y esperemos en Dios que no sea demasiado tarde para ellos.
Goeffrey hizo caso a Saranah y salió corriendo de allí en ese instante. Sobre la serranía se escuchaba apresurado galopar del caballo del mensajero que procuraba regresar lo antes posible a Harzburg. Era casi de un mes de trayecto, pero cabalgaría día y noche de ser necesario antes que ocurriera la temible tragedia anunciada. Un vampir o no, Goeffrey sabía que los habitantes del castillo corrían peligro. Fuera lo que fuera lo que apareció en el bosque en las afueras del ducado y se hacía llamar Leila, tenía que ser desenmascarado. Había que acabar con ella antes de que emprendiera sus ataques sangrientos en la mansión de Harzburg.
PARTE II
En el castillo del Harz las cosas seguían igual con la pobre Ardith. La niña se encontraba muy débil y apenas podía moverse de su cama. Su pálida piel contrastaba con el morado de sus ojeras y lo cianótico de sus labios. Había adelgazado notablemente y Barón Ascili no encontraba remedio para su extraña condición. Todos los tratamientos que le eran administrados parecían tener algún vago efecto, pero al cabo de algunos días, los orificios en su nuca sangraban como recién hechos nuevamente y la pobre niña volvía a recaer.
De una cosa estaba seguro el médico: el mal que tenía Ardith estaba en su sangre. Esta debilidad respondía a que esta se había contaminado. Con qué, aún era desconocido, pero lo que fuere que la había mordido en el cuello, había ensuciado su cuerpo y se encontraba con mucha debilidad. Hasta no saber qué la había atacado no podría tener una idea más clara de su condición, por lo cual estaba administrando cuanto remedio le era conocido.
Y mientras Ardith se encontraba convaleciendo, Leila parecía cada vez más recuperada. Sus ojos tenían un brillo especial, casi mágico. Su piel lucía más lozana y rosada con cada mañana que pasaba. Se paseaba por el castillo como si fuera la dueña y señora y a esto a Orla no le causaba la menor gracia. Esta mujer le parecía una intrusa a la cual había que tenerle total desconfianza. La nana estaba segura de que lo que le ocurría a su niña Ardith tenía que ver de una manera u otra con la llegada de Leila a la mansión.
Esa tarde, Leila se encontraba sentada en la sala de estar leyendo un libro. Lord Aelderic entró a la habitación llevando una caja de madera hermosamente ornamentada.
—Oh, Lord Aelderic. No lo vi llegar... ¿Qué hay en esa caja?
—Es un obsequio... para mujer que me ha cautivado con su belleza—, Lord Aelderic le habló a Leila con dulzura.
La pelinegra se puso de pie y caminó con sensualidad y sus característicos ademanes coquetos hacia el duque. Puso su mano sobre el pecho del hombre y se acercaba aún más haciendo que la caja en las manos del duque se sacudiera por sus nervios.
—¿Y quién es esa mujer hermosa? ¿Acaso hay otra más hermosa que yo?— Leila sonreía y seducía atrevidamente a Lord Aelderic.
—No. No la hay, Leila—, Lord Aelderic afirmaba mirando intensamente el rostro de Leila.
—Y... ¿qué hay en la caja milord?—, esta última palabra parecía más un jadeo lujurioso al ser pronunciada por Leila.
—Toma, ábrela, es para ti—, el duque colocaba la cajita en las manos de Leila, quien procedía a abrirla, sin dejar de mirar con picardía al duque. Leila abrió los ojos sorprendida luego de ver lo que había en el interior de la caja. En sus negros ojos se reflejaba el rojo cristalino de la enorme gema que adornaba el pendiente del collar de oro que el duque le estaba obsequiando. —¿Te agrada? Era de mi esposa, Lady Edwina, que en paz descanse. Espero no te moleste que haya sido...—, Leila silenciaba la explicación sobre la procedencia de la joya al apretar sus labios fuerte y ardientemente sobre los de Lord Aelderic.
El pobre hombre sucumbía ante los encantos de Leila y no oponía resistencia y más bien disfrutaba del placer que le brindaban sus besos y caricias. Hacía tiempo que el duque no probaba los labios carnosos de una mujer y Leila se ofrecía como el mejor de los manjares. La hermosa y sensual mujer no cesaba de besar con intensidad a Lord Aelderic y con esto lo envolvía en su invisible y sedosa telaraña de pasión.
Leila se encontraba ahora con su espalda contra la pared de la sala de estar y Lord Aelderic presionaba su cuerpo contra el de ella. El hombre se estremecía desbordando las ansias del candor de los cuerpos en aquel momento y ambos jadeaban mientras se fundían en un beso que no parecía terminar.
Luego de pasados unos minutos de candentes arrumacos, Leila comenzó a resistirse a los besos que el duque le brindaba y sutilmente lo empujó fingiendo un pudor que ella no conocía. —Lord Aelderic, qué pena... No sé que me ha pasado. ¿Qué va a pensar usted de mí?
—¿Qué pienso de ti? ¡Qué eres la más impresionante de todas las criaturas que he conocido!
—En eso tienes razón... la más impresionante de todas lascriaturas que hayas conocido—, murmuróLeila, mientras caminaba y se alejaba del duque dándole la espalda y sonriendomalévolamente.
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