No podría ir peor
La túnica rasgada, la mochila empapada de vete a saber que sería, un ojo morado, el labio partido y el cuerpo magullado. A la enfermería.
Todo por culpa de Draco-maldito-mimado-de-mierda-Malfoy. El muy imbécil me había puesto la zancadilla, ¡en clase de pociones! Como resultado había tirado el ingrediente que sostenía y quería pasar a mi compañero de mesa, Dean. Con tan mala suerte de colarse en el caldero de Neville, que ya de por sí burbujeaba de una sospechosa manera y un humo negruzco envolvía el aula.
Desde el suelo pude apreciar como el liquido espeso se salía descontroladamente y poco a poco derretía el caldero como lava o ácido. Los gritos empezaron a la primera explosión, a la segunda ya estaban todos corriendo a la puerta huyendo de una muerte casi segura.
El profesor Snape se hacía notar entre el gentío y la histeria colectiva, su ceño fruncido y sus ojos furiosos daban entonación a sus gritos.
- ¡Silencio!, ¡Todo el mundo fuera del salón y en orden, los quiero en el pasillo para un recuento!
Tosiendo y con la túnica rajada por la caída salí junto a los demás y me posicioné con Hermione y Ron, los más cercanos a la puerta. Seguro que me estaban esperando. Al menos estábamos todos bien.
En algún momento una de las explosiones provocó un incendio que tuvo que ser aplacado por un Aguamenti de Snape, todo era un desastre.
Los lloriqueos y temblores de Neville eran perceptibles para todos, esta era la vez que más daños había causado una poción suya. Solo que la culpa no era enteramente suya, Malfoy y yo eramos los causantes.
- El inútil de Longbottom lo ha conseguido- rió Malfoy mientras se secaba una lágrima falsa- a destruido la clase el solito con una de sus pociones.
- ¡Cállate Malfoy! Ha sido tu culpa. Si no me hubieses puesto la zancadilla nada de esto hubiese pasado.- lo fulminé con la mirada dispuesto a partirle la cara.
- ¿Mía? No tengo culpa de que seas tan torpe que tropieces en un suelo recto.
- ¡Ahora veras!- grité furioso.
Escuchaba los gritos animados de mis compañeros, los aún lloriqueos de Neville, las llamadas de Hermione para que parase, los alientos de Ron para que le destrozase. Los puñetazos volaban sin control, las patadas certeras y jalones en los que acabábamos chocando con las paredes. No noté cuando caímos al suelo y nos rodeaban todos, pero sí quedarme paralizado debajo de Malfoy en una posición un poco comprometedora.
- ¡Petrificus Totalum!- el profesor Snape después de verificar el aula y todo aquello que pudiese salvar, salió al escuchar los gritos. No estaba muy contento.- ¿Sois unos alcornoques o qué? 50 puntos menos para Gryffindor y Slytherin. Os quiero a los dos en mi despacho, ¡y no acepto replicas! Todo los demás a su siguiente clase.- gritó cuando algunos protestaron mayoritariamente por los puntos quitados a sus casas y se iban dejándonos tirados.
Cuando Snape nos quitó el hechizo pude notar como Malfoy caía sobre mí después de haber estado sujetando todo el tiempo su cuerpo inmovilizado. Su respiración agitada inundaba mi oído y su flequillo rubio cosquilleaba mi nariz. Cuando se incorporó sus ojos y los míos se encontraron, la distancia era tan corta que pude apreciar sus ojos, tan grises que parecían plata liquida, pero imperceptiblemente a menos que te encontraras a esa distancia, tenía leves motitas celestes, tan claras como el cielo de verano. Su cuerpo lo notaba tan cálido en ciertas zonas que se pegaban demasiado al mio, ¡Ay, Merlin!
Empecé a notar como poco a poco el calor inundaba mi rostro, me estaba ruborizando.
- ¿Qué estáis esperando una invitación? A mi despacho.- ladró Snape.
Como un resorte nos levantamos inmediatamente y corrimos en su dirección. El recorrido fue como el camino a la silla eléctrica, ya imaginaba como Snape sonreía sádicamente mientras bajaba la palanca que activaría la silla y me freiría como el pollo frito que comía Dudley y Vernon los viernes.
Aunque tampoco podía dejar de pensar en esos ojos, aquellos preciosos ojos que me habían cautivado y sonrojado. Menee la cabeza para apartar los raros pensamientos. No podía fijarme en eso, ni tampoco en su precioso pelo acariciando mi rostro o su caliente cuerpo sobre el mío. Era absurdo.
¡Malfoy es un imbécil y punto!
En cuanto entramos al despacho la puerta se cerró de un portazo.
- ¡Hablad! Y más os vale no irritarme más de lo que ya estoy.
Silencio. Teníamos miedo de abrir la boca.
- Tropecé cuando Malfoy me puso una zancadilla y mi ingrediente cayó en el caldero de Neville.- esperé a que me maldijese.
- Y no se os ocurrió otra cosa que hacer que poneros a pelear como unos vulgares muggles- desdeñó Snape fulminándonos con la mirada. Afectado por la comparación Malfoy agachó la cabeza apenado.
- Lo siento, señor. Fue sin querer y Potter se lanzó contra mí como un energúmeno.- Malfoy como todo Slytherin tratando de escapar mandándome al matadero.
Gruñendo e incrédulo por su poca vergüenza casi le vuelvo a saltar encima.
- ¡Potter! Parece que las pocas neuronas que le quedan solo sirven para dar problemas. Snape tenía tan cara de asco y desprecio que si hubiese podido me habría calcinado.
Mientras el profesor daba vueltas por el despacho intenté controlar mi ira, hervía como volcán en erupción. Estaba con las personas que más odiaba, a parte de Voldy, pero ese era aparte, lo veía una vez al año. Pero a estos dos los tenía que aguantar nueve meses al año. Cuando Snape paró justo delante nuestra me dio muy mala espina.
- Dos semanas de detención, dejareis los baños de todo Hogwarts reluciente, sin magia.
¡Mierda!No podría ir peor.
- Y..- comencé a temblar al ver la sonrisa más sádica y tenebrosa que había tenido nunca.- Tendréis juntos tres días a la semana para empezar a llevaros mejor. Draco, le darás clases de pociones al zopenco a ver si aprende algo de una vez. Y que tu encuentres mejores cosas que hacer que incordiar en mis clases y provocar accidentes.
Pues si que podría ir peor.
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