Renacer
Atención: El siguiente capítulo contiene lenguaje adulto y palabras obscenas. Por favor piénsalo bien antes de leer.
"Y la pasión que tenía por ella, que él cultivó, ocultó, reveló, ..., lo volvió loco".
En la penumbra, su cuerpo se dibuja delicadamente bajo el fino velo del vestido transparente, acariciando su piel al ritmo de sus caderas generosas. Como maestra en su danza, se desliza con elegancia por el tubo de aluminio, su figura suspendida cabeza abajo en un juego de gravedad y desafío. Con una sensualidad cautivadora, sus piernas se abren con gracia, revelando su intimidad al mundo. Su piel, rosada y suculenta, despierta en mí un deseo profundo. Bajo mi pantalón, siento la presión de mi miembro cada vez más duro, ansioso por liberar toda la tensión acumulada.
Con la gracia furtiva de una gata en celo, se desliza por el piso alfombrado en cuatro patas hasta situarse frente a mí. Un velo de misterio se cierne sobre su rostro, oculto tras una máscara negra, que apenas deja al descubierto sus ojos, labios carnosos y su cabello.
Tomo su rostro entre mis manos, inclinándolo hacia atrás en un gesto dominante que despierta protestas apenas audibles. ― Abre la boca ―, le ordeno con voz firme, y ella comprende que es mejor obedecer. Bebo un sorbo del champán de mi copa y comparto el líquido efervescente con ella a través de un beso posesivo. Contemplo cómo algunas gotas se deslizan por su cuello hasta descansar en sus pechos.
Sin poder contenerme más libero mi miembro bajando el ciper del pantalón.
― Ahora, cada vez que yo eche champán en mi pene tú lo vas a chupar sin dejar ni una gota y así susecivamente asta la botella acabar.
Mi orden ya ha sido dada y ella se encuentra dispuesta a cumplirla sin emitir un solo quejido.
Los deseos de coger esa boca están nublando mi juicio. Durante toda mi vida he soñado con este momento y ahora que la tengo frente a mí, plano hacerla sufrir. Pretendo explorar cada rincón de su cuerpo, cada lugar donde mi pene puede romperla.
La primera gota se desliza, haciéndome temblar al sentir el líquido frío. Contemplo su boca abriéndose hambrienta, lista para saborearme. Cada músculo se contrae solo con la imaginación del próximo paso hasta la puerta se abrir.
Mi mirada furiosa se clavan en Hernán parado ante mí con los brazos cruzados sobre el pecho, y el hechizo se desvanece. Todo pierde su sentido; la mujer ante mis ojos ya no es "ella", ni su boca, ni su cabello; nada es tangible.
― Maldición ―, susurro, arrojando mi cabeza hacia atrás. Ahora todo cobra sentido..
La joven arrodillada entre mis piernas parece desconcertada, así que me veo obligado a decirle:
― Ya puedes irte, no te necesito mas ―.Lo poco que se ve de su rostro refleja perplejidad ante mi cambio repentino de tono, pero no tengo ganas de justificar mis acciones. ― Te estás demorando ―, insisto con impaciencia mientras guardo mi miembro dentro del pantalón y ella obedece dejándonos a solas.
La mezcla de pastillas de colores con alcohol se está convirtiendo en un vicio para mí. Al principio era más entretenido, me ayudaba a olvidarla, pero ahora la veo por todas partes.
Parece tan real que pierdo la noción de la línea entre verdad y mentira. Incluso podía jurar que percibo su aroma; al cerrar los ojos, siento el verano rozando mi nariz, aunque el invierno se niegue a marcharse.
―¿Por qué te detienes? Pensé que te estabas divirtiendo ―, me devuelve Hernán al presente por segunda vez. Percibo la ironía en sus palabras, pero ya no tengo humor para ello.
―¿Qué quieres? ―, pregunto sin paciencia.
El parce captar mi malhumor y va directo a lo que le interesa. ― Que te pareció la mercancía? ― Mi inclino para cogerla botella de champán que reposa sobre la mesa a mi lado y me sirvo en la copa vacía. Después de un buen trago pregunto. ― De donde sacaron a esas chicas?
Cuando inicié el negocio, fui claro acerca de mis términos: nada de tráfico humano. Solo quiero chicas en mi club que quieran trabajar por necesidad económica, no por obligación.
― No te preocupes por eso, están aqui por su propia cuenta ―, explica mientras se acerca al pequeño bar y se sirve un trago de whisky.
― Busqué las más hermosas y sensuales; para un club como este, necesitamos la mejor calidad.
No sé porque sus palabras me suenan a manada, tal parece que nunca soy lo bastante claro posible. Poniéndome en pie, listo para terminar con esta conversación le digo:
― Creo que fui muy claro una vez, pero parece que tu hermana no presta atención, entonces como ella te escucha mejor, quero que le digas a Ester que el dueño de "Pulse Nigclub" soy yo ― digo sabiendo quien es la cabeza por detrás de todo esto.
Tomo la última gota que queda en la copa de champán, limpiando mi garganta seca. ― Si está aburrida, que se compre un perro, pero que no me traiga a su perrera para acá ―, digo, dejando la copa en la mesa, preparado para dar media vuelta e irme. Sin embargo, Hernán parece insistir.
― Por lo que observo, aún no te has enterado ―, suspiro, decidido a no caer en su juego. Quién sabe, quizás en otro momento estaré de ánimo para continuar esta conversación. Me encamino hacia la puerta, ignorándolo por completo, hasta que él pronuncia su nombre.
― Naroa regresó.
Me vuelvo hacia él, escudriñando sus ojos en busca de alguna mentira, pero no la encuentro. Mi corazón, que parecía estar muerto, vuelve a latir con fuerza. Con pasos firmes, abandono la cabina con Hernán dentro, pronunciando palabras que ya no logro escuchar.
La música embriagadora me envuelve mientras me aventuro en el santuario del Club. Las luces violetas y rojas danzan en espirales alrededor de las seductoras bailarinas que dominan el escenario. Billetes de cien vuelan como mariposas efímeras sobre mi cabeza, lanzados por clientes ya sumidos en la embriaguez del placer. El aroma a cerveza y cigarrillos se enreda en mis sentidos. Entre todo ese tumulto, logro enfocar mi atención en la puerta roja que se erige frente a mí mostrándome la salida.
El pasillo oscuro y estrecho me conduce hacia la calle desierta, donde solo algunos coches y el viejo farol adornan el silencio nocturno con su parpadeo intermitente. Finalmente, puedo respirar al sentir el aire frío acariciando mi piel. De mi bolsillo izquierdo saco un cigarro de aquellos que nublan la mente. Es exactamente lo que necesito en este momento: no pensar en ella, ni en su cuerpo, ni en las condiciones en las que él podría encontrarse después de estos cinco años. ¿Tendrá aún el mismo aroma floral que, con solo percibirlo, despertaba todos mis sentidos?
― Carajo ―, maldigo al sentir mi miembro despertar, sabiendo que debo resolver esto.
Camino hacia mi coche, que está al otro lado de la calle. Abro la puerta negra del BMW y entro en él. Con las ventanillas subidas, enciendo el porro. Poco a poco, con cada inhalación, el interior del auto se va llenando de una neblina blanca. Incapaz de ver nada del exterior, saco mi mienbro ya duro y tenso para acabar con esta agonia.
Cierro los ojos y no necesito buscar concentración; ya la veo arrodillada entre mis piernas, envolviéndome con sus delicadas manos. Juro que puedo sentir su aliento cálido rozar mi piel mientras con cautela abre su boca introduciéndome en ella.
Mi respiración se acelera y aquí adentro, es difícil respirar
Su lengua se desliza por mi piel mientras sus labios me envuelven succionando me, adentrándome en su boca con cada movimiento.
Mi imaginación vaga con tanta nitidez que escucho el sonido cuando se atraganta debido a mi tamaño.
― Mierda, carajo ― maldigo entre dientes sintiendo mi semen escurriendo por mis manos.
Dentro de mí, algo insano que ha permanecido dormido por mucho tiempo despierta. Podría morir diez veces y seguiría tomando la misma decisión. Voy a recuperar estos malditos cinco años que estuve sin ella; la torturaré de la forma más insana, la enloqueceré, la volveré adicta a mí, como yo lo fui por ella todos estos años.
Tomo el cigarro olvidado en el asiento a mi lado y lo enciendo de nuevo. Dejo que el humo se disperse al bajar la ventanilla, y con la mirada nublada, lo veo perderse en el viento frío de la noche. Mi mente se va con él, deslizándose en la oscuridad como una sombra fugaz.
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