Emociones Agridulces



Para intensificar la experiencia de la lectura, te sugiero escuchar la música.



¿Has experimentado esos chicles de fresa que, tras tres masticadas, desvanece su sabor? No obstante, antes de su completa disolución, la boca se colma de dulzura y anhelo. Ahora, visualizo esa fusión de sabores con la coca-cola. Es una auténtica delicia. De tal manera, es como se percibe el sabor en la boca de Hernán: irresistiblemente delicioso.

Es surrealista que esto esté ocurriendo en la realidad. Tan solo hace una semana, ni siquiera me tomaba en cuenta, y ahora su lengua está entrelazándose con la mía, y lo más sorprendente es que besa extraordinariamente bien.

Cuando finalmente nuestros labios se separan, me siento un poco tambaleante, agradecida por sus manos que aún me sostienen firmemente en la cintura.

― ¡Todos nos están mirando! ―, me susurra con diversión. ― ¡Parece que somos las estrellas de nuestro propio espectáculo con tantos espectadores.

Elevo la mirada en busca de sus ojos verdes, absorbiendo cada matiz que reflejan. Noto sus labios ligeramente hinchados e intuyo que los míos deben estar en una condición similar. La visión de Hernán frente a mí despierta una admiración que no puedo evitar expresar.

Hernán es atractivo, verdaderamente atractivo.

Su cabellera rubia está recogida en un moño desordenado en lo alto de su cabeza, una apariencia que le confiere un aire despreocupado pero encantador. Sus mejillas muestran un leve rubor, un contraste perfecto para su piel pálida. Cada rasgo suyo parece cuidadosamente diseñado para deleitar los sentidos, una obra maestra de la naturaleza que no puedo dejar de admirar.

― Creo que nadie esperaba esto ―, me sorprendo al escuchar mi propia voz ronca.

― Si te incomoda, podemos ser más discretos si prefieres.

¿Se preocupa por mí?

― No tengo ningún problema. Además, tenía muchas ganas de hacerlo ―, me sonrojo ante mi confesión, sin entender cuándo me volví tan atrevida.

A Hernán parece gustarle mi respuesta, ya que una vez más sus labios encuentran los míos, pero esta vez el beso es breve y delicado.

― Hoy tengo planeado ponerme al día con algunas tareas pendientes. ― comenta .― Así que supongo que no nos veremos hasta más tarde.

― Entiendo. ― respondo con una sonrisa amable. ― ¡Nos vemos más tarde!

El ambiente se tornó extraño de repente o quizas soy yo quien aun no logra procesar todo lo sucedido de la noche a la mañana, literalmente.

¿Cómo pasamos de ser dos extraños a besarnos en público frente a toda la escuela?

¡Esto es una locura!

Escaneo rápidamente el entorno en busca de Carolina, esquivando algunas miradas curiosas, pero no logro localizarla, y agradezco interiormente por ello. La mañana transcurre demasiado bien como para que uno de sus regaños la arruine.


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Si dijera que mi atención está totalmente centrada en las palabras de la profesora, estaría mintiendo descaradamente. Mi mente, en cambio, se pierde en las profundidades de mis pensamientos, enredada en los recuerdos de los labios de Hernán, en la intensidad de su mirada y en la seguridad reconfortante de sus manos que me aferran con firmeza cuando me abraza por la cintura.

Maldita sea, me doy cuenta de que estoy un tanto excitada, y esa sensación de hormigueo se extiende por todo mi cuerpo, pero mis pensamientos lascivos se ven interrumpidos por una bola de papel arrugado que cae sobre mi mesa. Conociendo su origen, dirijo mi mirada hacia Mayara, quien está al otro lado del salón.

"Responde", leo en sus labios.

Inhalo lentamente, consciente de lo que vendrá a continuación. Esta extraña forma de comunicación se ha convertido en nuestra rutina después de que la profesora nos separara por pasar más tiempo hablando que prestando atención en clase. Ahora, nuestros teléfonos están confinados en una caja sobre la mesa de la profesora.

"Desde cuando Hernán y tú estan juntos"

Lo sabía.

"Desde esta mañana".

No tengo ni la más mínima idea de cómo definir lo que somos. Espero que la señora Ines dé la vuelta para lanzar el papel. Pero, apenas se lo lanzo Mayara me lo devuelve, como si estuviera destinado a permanecer frente a mi.

"Ayer con el hermano y hoy con el otro, tú sí que no pierdes el tiempo".

Le lanzo una mirada asesina que la hace reír, atrayendo la atención de la profesora.

― Mayara, ¿puedes compartir con todos qué te causa tanta risa?― , interviene la profesora.

― Lo siento, profesora, no volverá a pasar ―, responde Mayara.

¿Cómo demonios supo lo que pasó ayer? Ella no estaba allí, ni siquiera en sus mejores sueños. No es por ofender, pero solo los niños con dinero van al Hueco, y aunque no me cuente entre ellos, tengo la ventaja de que mi hermana sea la mejor amiga de la niña más rica de todo Cermet.

"Fue todo un malentendido. Además, nunca se me ocurriría involucrarme con semejante idiota".

"Un idiota bien buenorro", esa es su respuesta y aunque concuerdo con ella, no del todo...

"Sí, buenorro y todo eso, pero con aliento a cenicero", mi respuesta sale volando por el aire, pero en vez de aterrizar donde es debido, sale por la ventana detrás de Mayara.

Maldición.

No lo pienso dos veces y me levanto de la silla.

― ¡Profe, necesito ir al baño! ―, no espero su consentimiento, me apuro y salgo corriendo, bajando las escaleras a toda prisa y rezando a todos los dioses para que nadie vea lo que está escrito en ese papel.

Sin embargo, la ironía del destino se manifiesta de manera cruel cuando veo quién está parado al lado de la bola de papel, con una maldita sonrisa plasmada en su rostro. Soren. Mierda, mierda, mierda.

El ambiente se torna opresivo, no solo por la tormenta que se avecina sobre mi cabeza, sino por algo más que emana de él. Nunca antes había notado la intensidad de sus negros ojos, su mirada penetrante, imponente. Quiero avanzar hacia él y tomar el papel que reposa junto a su pie, pero el miedo me paraliza.

¿Por qué siento este temor?

Me recuerdo a mí misma lo valiente que soy, intentando reunir fuerzas, y avanzo hacia Soren sin siquiera encararlo. Con cada paso, mi objetivo se acerca más, llenándome de determinación para salir rápidamente de aquí. Me acerco con cautela, y justo cuando mi dedo está a punto de rozar la arrugada hoja, su zapato se interpone entre nosotros.

¿En serio?

― ¡Eso es mío, lo necesito! ―, le digo enfrentándolo con un toque de enojo en mi voz.

― ¿Qué es tuyo? ―, suena desinteresado, pero aún así toma la bola de papel entre sus manos. ― ¿Esto?― Lo examina, y cuando intenta abrirlo, me lanzo hacia él tratando de capturarlo, pero soy más lenta y termino atrapada entre la pared y Soren, sin poder moverme.

¿Por qué siempre terminamos en esta posición?

― ¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de mí! ―, digo, intentando apartar sus brazos a ambos lados de mi cabeza, pero mi fuerza no es suficiente. Una mitad de mi espíritu quedó' desmayada tras bajar aquellas malditas escaleras.

― Acaso fui yo quien se lanzó sobre ti, ¿no? Ahora no te quejes. ¿O acaso te gustó lo de ayer y estás buscando repetirlo? ―, responde con un tono desafiante.

― Siento decepcionarte, pero no eres mi tipo. Y ni aunque lo fueras, ni siquiera voltearía para mirarte. Por favor, baja tu ego y deja de ser tan engreído ―, le digo con firmeza.

Lo observo detenidamente, esperando alguna reacción por su parte, pero su semblante permanece neutral. Su mirada clavada en la mía, sin una sola señal de molestia. Su pecho se eleva y desciende con una respiración normal. Mis palabras parecen haber sido indiferentes para él.

Intento escapar por debajo de sus brazos, pero me sorprende cuando se aparta lentamente.

― Vete ―, su voz es grave, con un toque de severidad.

― La hoja ―, digo mientras extiendo mi mano, todavía esperanzada de llevármela sin que la lea.

― Si de verdad la quieres, vas a tener que quitármela ―, dice desafiante.

― ¿Sabes qué? Vete a la mierda.

¿Qué más da si lo lee o no? ¿Acaso algo cambiará? Pues no.

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Estoy aterrada.

Hernán y Soren están uno al lado del otro, justo frente a mi. Se que Hernán me espera, pero no entiendo por qué diablos su hermano está junto a él, mirándome como si quisiera matarme.

¡Mierda, el papel! Lo había olvidado por completo.

Hace un rato el profesor de historia irrumpió con una prueba sorpresa, provocando el descontento general entre los estudiantes. A pesar de las protestas, no cedió ante la presión. Eso ocupó por completo mi mente, haciéndome olvidar el incidente con Soren en el patio.

Con determinación, me aproximo a Hernán, obviando por completo la presencia de su hermanito a su lado. Su beso, fugaz y casi cortante, parece más una obligación que un gesto sincero.

¿Ha pasado algo aquí? Puedo sentir la tensión en el aire.

― Mi hermana puede llevarme, si estás ocupado ―miento con una mezcla de culpa y desesperación en mi voz.

Siento un peso opresivo en el pecho, como si una losa invisible se hubiera posado sobre mí.

― Tu hermana ya se ha marchado con Ester hacia el Hueco.―, revela ― Tú no necesitas ir, si quieres te llevo a tu casa.

Mi enfado es palpable. ¿Por qué ha cambiado tan repentinamente su actitud? ¿Acaso Soren reveló lo que estaba escrito en el papel? No lo creo. Además, allí no hay nada escrito sobre él que justifique su comportamiento.

Si algo sé hacer es llegar al fondo de las cosas, guste o no. Voy a descubrir qué diablos está pasando aquí.

Siento la mirada ardiente de Soren quemando mi nuca, pero me esfuerzo al máximo por no encontrarme con sus ojos cuando paso a su lado y abro la puerta trasera del carro de Hernán.

― Quiero ir al Hueco ― declaro, sin entrar en el coche.

Hernán busca el consentimiento del hermano con la mirada. ¿Por qué? El otro no responde, simplemente me fulmina con esos malditos ojos.

― Ella ha decidido ―, dice Soren, capturando mi mirada. ― Hoy nos divertiremos, hermanito.

Divertirnos... ¿De qué se trata todo esto?

Lo veo dirigirse hacia su auto deportivo, volviéndose para mirarme antes de subir.

― ¿De qué demonios está hablando? ― le pregunto a Hernán, quien permanece frente a mí con semblante sombrío.

― No es nada, no le hagas caso a ese maldito loco.

Un mal presentimiento me invade, pero ya es tarde para echarme atrás. El sendero que nos lleva a la iglesia abandonada se despliega ante nosotros mientras avanzamos en el carro.

Ahí lo veo, ese maldito Hueco.

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