El Regreso
El hormiguero revuelto en mi estómago se intensifica mientras miro a través de la ventana la pequeña ciudad debajo de mí, cobrando vida con sus brillantes luces a medida que el avión se acerca a su destino. Algo en mi pecho se aprieta y trago lo último que queda en el vaso de whisky, sintiendo el líquido amargo quemar todo el camino hasta mi estómago vacío. No he comido nada desde la mañana; de hecho, perdí el apetito hace dos semanas, cuando tomé la decisión de regresar.
Hace cinco años, tomé la elección de estudiar en una universidad en el extranjero como una vía de escape de mis problemas, una etapa de mi vida que prefiero no recordar en estos momentos. Además, después de que mi madre enfermó, sus fuerzas disminuyeron y no pudo hacerse cargo de la cafetería, incluso con la ayuda de mi hermana Carolina. Al principio, era solo un pequeño negocio sin un futuro aparente. Con el tiempo y la dedicación de ambas, la cafetería creció. Hoy, después de cinco años, estamos a punto de abrir nuestra segunda cafetería.
Estoy profundamente orgullosa com lo que ambas han logrado con su arduo trabajo y ahora que estoy de vuelta, anhelo recuperar todo el tiempo perdido. Sin embargo, por otra parte, esta sensación inexplicable que pensé que había sepultado en lo más profundo de mi ser hace tanto tiempo, resurge con una intensidad inesperada, cuestionándome si regresar después de tantos años fue la mejor decisión.
La voz de la aeromoza a través del altavoz me saca de mis pensamientos, obligándome a enfrentar la realidad. Ya no hay vuelta atrás; en media hora, estaré pisando la ciudad donde nací y crecí, el lugar donde mi vida dio un giro de 365 grados dejándome con el corazón hecho añicos. Este corazón, hoy encerrado en un pecho blindado, solo puede ser vulnerado por alguien verdaderamente preparado para resistir mi contraataque. Sé que mi llegada va a desenterrar recuerdos dolorosos y reencuentros no deseados, solo que jamás pensé que ocurriría tan rápidamente.
Al cruzar las dos puertas movedizas de vidrio, mis pies quedaron anclados al suelo, incapaces de dar un solo paso más. Mi corazón comenzó a latir tan fuerte en mi pecho que temí que toda la coraza que había construido se desmoronara. Cuando sus ojos verdes se encontraron con los míos, supe que ya no había vuelta atrás. La persona a la que más deseaba evitar estaba de pie frente a mí.. Aquel adolescente de cabello dorado, como el sol naciente, que había habitado mi mente durante unos largos cinco años, ahora había sido absorbido por un hombre alto y robusto que me observaba con la misma ternura que la primera vez. provocando en mi cuerpo la misma reacción que creí que nunca volvería a experimentar con nadie más. Y ahí estaba él, en carne y hueso, demostrándome que solo él tenía el poder de provocar tal reacción en mí.
Hernán Zonta el ciclon que destrozo em mil pedazos mi corazón.
La puerta del automóvil se cierra de golpe, y el impacto contra mi brazo me hace retornar al presente. Aún no logro creer lo que mis ojos están viendo. ¿Qué diablos hace Hernán aquí? La última vez que hablé con mi hermana, quedamos en que ella vendría a recogerme en el aeropuerto. ¿Por qué él está aquí? ¿Qué significa esto? ¿Acaso es una sorpresa? No, Carolina sabe que odio las sorpresas.
La puerta del conductor se abre y Hernán entra, cerrándola tras de sí. Mi pecho se aprieta con tanta fuerza que instintivamente llevo mi mano hacia él para calmar la presión. Sentada en la parte trasera, siento un silencio opresivo que nos rodea. No sé si estoy entrando en pánico, pero percibo cómo el espacio del automóvil se reduce, casi puedo sentirlo comprimiendo mi cuerpo. Cierro los ojos con fuerza y me obligo a respirar.
"Relájate, mierda", me reprendo a mí misma en un susurro.
El automóvil cobra vida, abandonando mi único puerto seguro. Si alguna vez tuve la posibilidad de regresar, ahora ya es demasiado tarde.
Tres minutos han transcurrido en silencio. Disimulo mi inquietud mirando por la ventanilla hacia la oscuridad de la noche. La luna, allá afuera, se presenta grande y redonda, iluminando la noche como un velo blanco dejándome envuelta em envidia, deseando su misma libertad.
―¿Cómo fue el vuelo? ―, finalmente él rompe el silencio entre nosotros. Su voz, profunda y madura, parece resonar en el interior del automóvil, enviando una onda eléctrica que recorre todo mi cuerpo, desde la punta de mis dedos hasta el núcleo de mi ser. Evitando su mirada a través del espejo retrovisor, respondo con un susurro apenas audible, como si las palabras fueran frágiles mariposas que temen ser atrapadas por la gravedad del momento.
― Rápido ―, soy concisa, no quiero que esta conversación se prolongue, aunque mi deseo sea el contrario.
Tantas preguntas martillean mi cabeza que tengo que morderme la boca para contenerlas. Hernán parece notar mi intranquilidad y me dice:
― Tu hermana me pidió que viniera a buscarte. Tu madre ha sido ingresada en el hospital de urgencia.
La noticia me golpea como un cubo de agua fría.
―¿Qué le pasó a mi madre? ―, el desespero se apodera de mí. ¿Cómo fui tan egoísta como para pensar solo en mí? ¿Cómo no pasó por mi cabeza que algo grave tenía que haber sucedido para que él esté aquí?
― Naroa ―, mi nombre en sus labios no ha perdido su efecto en mí después de estos cinco años. Mirándolo a los ojos por segunda vez en la noche, él dice:
― Hace media hora hablé con Carolina y la señora Mabel está mejor ―, escuchar estas palabras hace que mi pecho pese menos, aunque no del todo. ― Su presión bajó inesperadamente, tu hermana se puso nerviosa sin saber qué hacer y llamó a una ambulancia ―, me explica lo ocurrido mientras su mirada se entrelaza entre mí y la carretera.
El año pasado, mi madre fue diagnosticada con lupus. La noticia me dejó profundamente afligida, ya que sabía que esta enfermedad es incurable. Según lo que me cuenta mi hermana, mamá se cuida con esmero, sigue una dieta rigurosa, se protege del sol y toma sus medicamentos, todo según las indicaciones del médico. Sin embargo, hace unos dos meses, su salud ha empeorado notablemente. Una madrugada, me llamó llorando porque había soñado que iba a morir y no tendría la oportunidad de despedirse de mí. Imagina cómo me sentí al escuchar esas palabras. Carolina la reprendió severamente, como si mamá fuera una niña pequeña. Solo con el recuerdo de ese día, mis ojos se llenan de lágrimas.
Saber que estoy a solo unos minutos de ella me llena de desesperación.
― Llévame con ella ― le digo a Hernán, y asintiendo con la cabeza, él hace lo que le pido.
El automóvil cobra velocidad, deslizándose velozmente por la carretera. Más consciente del peligro que esto puede causar, abrocho mi cinturón de seguridad. Siento su mirada sobre mí y mis ojos lo buscan. ― En diez minutos llegaremos ―, murmura con consuelo impregnado en su voz. Aunque su apariencia haya cambiado drásticamente, por dentro sigue siendo aquel niño dulce del cual me enamoré. Tal vez no ha sido tan malo volver a casa.
Su teléfono comienza a sonar desde algún rincón de su chaleco negro. Con dificultad, logra sacarlo del bolsillo y contestar la llamada.
― Dime ―, murmura, mientras nuestras miradas se cruzan una vez más a través del espejo. ― Sí, ella ya está conmigo. Estamos camino al hospital ―, sus palabras me confirman que es mi hermana al otro lado de la línea. ― Entonces nos encontramos en la salida ―, y sin más, cuelga la llamada.
Mis ojos se abren en busca de respuestas. Al notar mi inquietud, él dice: ― A tu madre le dieron el alta. Vamos a recogerla".
Nunca me sentí tan aliviada, como si me hubieran quitado un camión de 15 toneladas de la espalda después de cinco años. Solamente al pensar que en menos de cinco minutos estaremos juntas de nuevo, mi pecho se hincha de tanta emoción. Solo ahora me doy cuenta de cuánto las he echado de menos.
Desde nuestra infancia, fuimos unidas de una manera extraordinaria. La pérdida de papá nos convirtió en un trío inseparable; los vecinos solían comentar que parecíamos tres hermanas en vez de madre e hijas. Fue mamá quien, en medio de la adversidad, tuvo la ingeniosa idea de abrir la cafetería. En aquel entonces, enfrentábamos un futuro incierto y no teníamos más opción que arriesgarnos, apostar por esa pequeña herencia que papá nos dejó o perderlo en las rutinas del día a día y hoy aquí está el resultado.
Cuando el carro finalmente llega a su destino, salgo disparada hacia afuera y me lanzo a los brazos de mi madre, a quien ya había divisado desde que el carro ingresó al hospital. Carolina se nos une y las tres lloramos mientras nos decimos cuánto nos amamos. La emoción es tan abrumadora que no hay palabras para describir cómo se siente estar de nuevo en casa. Sentir los brazos de mi madre a mi alrededor es incomparable; nunca experimenté un consuelo tan profundo.
―¡Dios mío, mira qué linda está, toda una mujercita ―, dice mi madre mientras limpia las lágrimas de su mejilla. A su lado, Carolina hace lo mismo. Siento mi rostro mojado y las aparto con mis manos.
― Las extrañé tanto ―, les digo y sin poder contenerme, me lanzo una vez más a los brazos de mi madre. Ella me recibe con el mismo amor incondicional.
― Hasta ha echado tremundo culon ― dice mi hermana mientras me da una nalgada en tono cariñoso. ― Cuando eras pequeña, yo querías unas así ―. Entre lágrimas y risas, ahora abrazo a mi hermana, quien no pierde el sentido del humor.
Carolina está hermosa, su cuerpo tiene más curvas de lo habitual. Siempre envidié su figura, ya que ella salió a mamá, mientras yo heredé la constitución del lado de papá: delgada y alta. Su cabello negro llega hasta su fina cintura. El vestido corto y floreado deja sus piernas al descubierto, mostrando el resultado de años de ejercicio. Carolina se ha convertido en toda una mujer, no hay duda al respecto.
― Y tú, ¿no te quedas atrás? ―, digo, dándole un beso demorado en la mejilla. ― Estás maravillosa. No sé cómo todavía estás soltera.
―¿Quién dice que ella está soltera? ―, responde una voz masculina detrás de mí. Me volteo y me encuentro con Hernán; había olvidado por completo su presencia.
―¿Tienes novio? ―, le pregunto a Carolina, sorprendida. ―¿Cómo no me habías dicho? ― Hablamos casi todos los días, nuestros horarios eran diferentes, pero siempre nos dejábamos mensajes y nos respondíamos cuando podíamos.
―¿Y quién es el afortunado?
Nadie necesitó responderme. Sentí su perfume Chanel cuando Carolina pasó junto a mí, su cabello negro azabache se movía como una cortina en el viento. Observé cómo sus brazos se enroscaban en su cuello con tal naturalidad que parecía una escena cotidiana. Ver sus bocas unidas en un beso profundo me hizo pensar que estaba atrapada en una pesadilla.
Miré a mi madre, incrédula ante lo que veía, pero ella no prestaba atención a mi confusión. Sus ojos llenos de orgullo brillaban mientras los posaba en la pareja frente a nosotras:
Carolina Ibarra y Hernán Zonta. Mi hermana y el amor de mi vida.
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