El cuento del esclavo y su rey

(Si desean, pueden oír la canción a medida que van leyendo, pues de esta me inspiré. ❤ )

Los suaves labios danzaban al ritmo de las llamas, las caderas subían y bajaban en un vaiven intenso, ambos gemían y jadeaban en cada oportunidad para recuperar aire o en un interrumpido beso. No hay palabras, basta con llamar a su amado en una voz tierna y quebradiza por el placer, una última vez de disfrutar aquel delicioso acto, pero indecoroso al reino.

Llevaban años consumándose sus sentimientos, largas noches donde se extrañaban uno al otro durante el día. Sin saber cómo comenzó, ya tenía al esclavo intruso en la habitación del rey, dueño de un gélido corazón que se enciende en la noche con el tacto de aquel puro y pobre ser.

¿Por qué hay que tomar estas decisiones?

Los besos a veces abandonaban la boca para limpiar las lágrimas mutuas; odiaban, detestaban hacer eso, pues sabían que en su despedida era imposible no llorar, no al menos en su intimidad, a pesar que a la mañana siguiente tenía que ocultar las piezas de su corazón roto en el lecho donde se amaron por primera vez, era un doloroso e insoportable sentimiento salir y ver como se marcha, a sabiendas que en esa misma noche el rey volvería a su cama a tocar las sábanas frías en su ausencia, derramando los recuerdos sobre la tela del que ambos durmieron hace tiempo.

Los ojos castaños le piden en complicidad que lo salve de su destino, su juramento de lealtad, por más lejos que se esté, jamás la rompería, estaba  más que seguro de esto con todo su corazón, sin embargo, no había que ser un genio para saber que nunca podrá volver a los brazos de su amado, por más que quiera refugiarse en los orbes azules, decirle que lo ama, salir a la luz y gritar su silencio, no podía arriesgar la integridad de su rey ni mucho menos del reino cuando él tiene la oportunidad de salvar a todos y así permitir que la paz perdure.

El mayor lo atrapó en sus brazos, lo estrujó fuerte, sollozando en su pecho, liberándose dentro del muchacho, por una última vez su semilla, sin salir de él y envolverse entre las cobijas, sin importar y arriesgándose por primera vez si algún ajeno viera su prohibido amor. El fuego que les permitían verse desaparece, la luna hace presencia y da un toque de melancolía a aquellos rostros nostálgicos. 

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La carroza se alistaba y los invitados eran atendidos por los sirvientes. El más poderoso de todos vigilaba como uno de los seres más miserables de su castillo se despedía de sus amigos, cocineros, aseadores, jardineros y otros más como el chico japonés. La expresión del ruso era fría, cualquier brillo desvaneció en la madrugada, su desdicha era reflejada por las ojeras y su actitud apagada. En cuanto llegó la hora de despedirse, fue ahí que su corazón se fue con el esclavo.

— Te amo — Viktor murmuró en su oído y lo abrazó, deseando por un milagro del que no fuese separado de su lado Yuuri.

— Señor... — Trató de sonreír para su superior, que en su corazón era su igual, pero el esfuerzo de sus labios terminó por deformarse. — Por favor no me olvide. 

El rey cerró sus ojos, no quería ver como se alejaba de sus brazos y se iban con el resto de esclavos para ser vendidos y torturados bajo la amenaza del otro reino. No quedaba más que extasiarse con el olvido y vivir en soledad.

«No hay raza en el pecho ni la piel».

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