Violeta

La semana transcurrió relativamente en calma; relativamente, porque Tuan ya tenía nombre para aquellos singulares y aturdidores avances por parte del inspector de segunda: el novato lo estaba ligando. Singulares porque él parecía ser el único receptor en toda la comisaría de aquellas preguntas cargadas de doble sentido y de las sensuales e insinuantes miradas con las que el niñato engreído lo brindaba cada vez que estaban juntos; aturdidores porque eso era exactamente lo que hacían aquellos avances en él: aturdirlo.

Tenía dos opciones: o pararle los pies, dejándole claro en qué “lado de la acera” se encontraba, o pasar olímpicamente del novato y hacer como si los continuos intentos no surtieran efecto en él. Pero curiosamente, no optó ni por lo uno ni por lo otro. No terminaba de darle a entender a su compañero que el equipamiento que tenía no era el adecuado para sus gustos sexuales, y ni mucho menos era capaz de dejar pasar por alto “la sensación” cuando los ojos café lo miraban, acompañados de alguna de las desesperantes sonrisas.

Y lo que más le desconcertaba era esa falta de decisión en sus opciones. ¿Por qué le dejaba avanzar? ¿Por qué no simplemente le decía alto y claro que pertenecían a equipos distintos? Básicamente, se lo había hecho saber cuando, en una ocasión en la que el novato había preguntado de forma tan poco sutil como: “¿Te gusta dar o recibir?”, Tuan se envalentonó en su respuesta y contestó, igualando el tono sarcástico y la mirada profunda: “Me gusta recibir cuando Laura se pone de rodillas, y dar cuando estoy encima de ella”. Aquello le valió la sonrisa más lasciva que su compañero le había echado en los escasos siete días que llevaban juntos y —ahora sí— la sutil respuesta de: “Hay maneras de recibir cuando se está encima y de dar cuando se está de rodillas”.

El comienzo de la semana siguiente no pudo empezar peor. Una llamada del hospital los alertó de un nuevo caso de sobredosis de Arcoíris. Al llegar al centro hospitalario, la enfermera de turno los guio a la habitación donde el chico, de apenas diecinueve años y con una cara tan blanca como la cal, estaba postrado en la cama lleno de tubos y sueros tras haberle hecho un lavado de estómago completo. Preguntaron al médico si estaba disponible para poder hacerle un par de preguntas a pesar de su aspecto, y el hombre los dejó pasar.

—Buenas tardes, Iván. Yo soy el inspector jefe Tuan y él es mi compañero, el inspector Wang. ¿Podríamos hacerte unas cuantas preguntas? ¿Te encuentras bien? —El muchacho, al escuchar el cargo de inspector, se puso aún más blanco y se acurrucó en la cama—. No te preocupes, chico. Solo queremos saber algunas cosas de cómo llegaste a parar aquí. No vamos a detenerte —terminó Tuan con una voz opaca de detective de película. Wang lo miró fijamente y puso sus ojos en blanco.

Iván pasó su mirada de un policía a otro, aún intimidado. —No… No recuerdo mucho…

—¡Ey! ¡Yo no te veo tan mal! Seguro que esos ojitos azules vuelven loco a más de uno, ¿eh? —exclamó Wang, en un claro intento de quitar la tensión que envolvía el cuerpo del muchacho. La respuesta de este fue una tímida y agradecida sonrisa—. Déjame adivinar… —prosiguió el novato, poniendo una mano en su barbilla de forma fingida y cara de circunstancia—. Estabas en el pub Arnold… ¡Hay verdaderos hombres allí! Y seguro que tenías ganas de pasarlo bien. —Acercándose a él, Wang cubrió su boca como queriendo que solo el chico lo escuchase, sin embargo, miró socarronamente a Tuan, diciendo alto y claro—: Aquí, nuestro amigo Colombo, no tiene ni idea de lo que significa echar una buena cana al aire.

Aquello hizo que Tuan lo mirara con ojosbentrecerrados y que Iván sonriera abiertamente.

—Bueno…, mi hermano José empezó a trabajar allí como camarero hace poco… Ese pub es el local de moda… Últimamente todos van allí —dijo Iván sin dejar de sonreír.

Tuan supuso que con “todos” se refería a la comunidad gay.

—Y dime, chaval —empezó de nuevo Wang, sonriéndole sensualmente—, ¿pillaste algo interesante? —El chico se mordió los labios pícaramente y asintió—. Mmm… Buena noche supongo, ¿eh? —Aquello consiguió que Iván riera.

El inspector jefe solo tenía ojos para su compañero. Este juego de poli bueno poli malo no entraba dentro de su forma de trabajar, pero parecía que estaba consiguiendo soltar al joven. Los gestos y palabras utilizados por el novato no solo hacían efecto en el chico, sino también en él. El tono sensual en su voz y las atractivas expresiones de su rostro, estaban despertando a “la sensación”.

—¿Y qué es lo que pillaste para llegar aquí? —preguntó Wang, mirando al chico con ojos profundos.

No había intención de intimidar en ellos. Era una mirada cargada de comprensión, una mirada suave, una mirada que, si Tuan hubiera sido el destinatario, estaba seguro de que le habría dado su propia alma al novato con tal de que ese color café no dejara de observarlo. Iván bajó sus párpados en un claro gesto de arrepentimiento, pero no habló. Wang se sentó en la cama, y con su dedo índice levantó ligeramente el mentón del chico hasta hacer que lo mirase.

—¿Te gustaría ver a tu hermano José postrado en una cama como ésta y que tenga que pasar lo mismo por lo que has pasado tú, Iván?— preguntó con voz suave.

«¡Vaya! ¡El novato sabe jugar!», pensó Tuan, admirando la maestría con la que había hecho uso de los lazos familiares para obtener una respuesta.

—Un chico…, un chico rubio nos pasó la…, el… Arcoíris… Dijo que sería un viaje inolvidable —murmuró el muchacho.

—¿Y quién es ese chico, Iván? —Wang no apartaba la intensa mirada del enfermo, a la misma vez que le acariciaba suavemente la barbilla.

—Lo llaman el Leprechaun, por el duende con la olla de dinero que está al final de un arcoíris… Es bastante irónico, ¿eh? —contestó el muchacho con una media sonrisa.

—Sí, lo es. Pero aún lo es más que seas tú el que esté aquí y no él —dijo el novato con una expresión dura en su rostro. Iván solo respiró profundo—. Yo no soy tu padre, Iván, y ya eres mayor de edad, así que voy a suponer que a partir de ahora sabrás qué es lo mejor para ti y tu hermano José. —Volviendo a mostrar una sonrisa sensual, ronroneó—: Sería una pena que esas perlitas azules que tienes por ojos se desvanecieran como lo hace un arcoíris cuando deja de brillar el sol.

Tuan quedó fascinado cuando observó la cara del chico tras aquellas palabras del novato. Si no pensara que podría ser imposible, diría que el muchacho acababa de caer duro por su compañero. Lo miraba con deleite y admiración. «Perseverancia…», pensó el inspector jefe. Ya iba entendiendo lo que significaba para Wang aquella palabra: perseverar, ser constante y firme en sus objetivos hasta hacerse con ellos, pero de una forma un tanto peculiar, en opinión de Tuan, ya que jugaba con la sensualidad y los deseos de las otras personas.

«¿Está “perseverando” el novato conmigo cuando hace uso de todas esas frases, sonrisas y miradas? ¿“Persevera” con todo el mundo de la misma manera?». Aquella última pregunta hizo que “la sensación” pinchara del mismo modo que lo hizo cuando pensó en la relación que podría haber entre Pablo y Wang. Odiaba ese pinchazo.

En el coche de camino a la casa del novato, Tuan seguía sumido en sus preguntas y sensaciones. De vez en cuando miraba de reojo la silueta de su compañero en el asiento del copiloto mientras él conducía.

—¿Sabes? Los nombres de esta operación y sus significados están para ponerlos en un libro de anécdotas policiales: Terminator, Arcoíris, Leprechaun… En fin, vamos a tener que volver a Arnold y hablar con ese chico rubio. Llamaré a Pablo a ver cómo puedo tantearle para que me cuente algo de él —dijo Wang, mientras salía del coche para dirigirse a su casa.

—Iré a la comisaría para incluir lo del Leprechaun al dossier —murmuró Tuan secamente. No sabía por qué, pero necesitaba alejarse de la presencia del novato en esos instantes.

Ya en la comisaría, se propuso empaparse de los informes de la operación Terminator para intentar despejar su mente de todo lo que lo llevaba aturdiendo durante las dos últimas semanas: Laura, la operación, su nuevo compañero, “la sensación”…, “la sensación”…

—¡Tuan! —El grito pronunciando su nombre lo sacó del sopor en el que seencontraba. El comisario se erguía en el umbral de la puerta de su despacho—. ¿Tienes un minuto?

—Eh…, claro. Siéntate, Eduardo —dijo, señalándole una de las sillas que había justo enfrente de su escritorio —. Tú dirás…

—¿Cómo lo llevas con tu nuevo compañero?

«¡Joder! ¡Vaya primera pregunta! ¿Y qué te contesto, Edu? ¿Que no tengo ni puta idea de cómo lo llevo? ¿Que cada vez que lo tengo cerca, mi cuerpo empieza a arder y no sé por qué siento eso? ¿Que cuando me mira o me sonríe empiezan a picarme partes de mi anatomía que solo deberían estar reservadas a ciertas personas; a las féminas, para ser más exactos?».

—El mocoso tiene talento, sabe llevar las cosas —acabó contestando con un tono sombrío.

—Te lo dije —afirmó Eduardo, sonriendo—. El muchacho es un diamante en bruto. ¿Y cómo fue todo con el chaval del hospital? ¿Conseguisteis algo?

«Sí, que el chico babeara por el novato como Homer Simpson por una rosquilla», pensó Tuan antes de contestar:

—Parece que el que distribuye la droga en el pub se hace llamar Leprechaun. Volveremos al club para vigilarlo.

—Bueno —comenzó el comisario mientras se levantaba y le mostraba unos papeles—, parece que la cosa por fin va avanzando. Necesitaría que le dieses estos informes a Wang hoy mismo. Son algunos de los requisitos del cambio de distrito y los necesito rellenos mañana a primera hora para los de administración. ¿Su casa no queda muy lejos de la tuya no?

—No, yo se los acerco.

De nuevo en el coche hacia la casa de Wang, Tuan intentó desviar de su mente los pensamientos de los últimos días y decidió que le haría una visita a Laura. Necesitaba purgar su cuerpo de aquellas inquietantes percepciones. Al llegar a la puerta de entrada, tocó el timbre y esperó. Nada. Volvió a pulsarlo y siguió sin respuesta alguna. Al ser una casa mata, la rodeó hasta llegar a la puerta trasera, pero antes de poner su puño sobre ella para llamar, algo en una ventana cercana captó su atención. Dos siluetas se movían a través de las transparentes cortinas. Intrigado, Tuan se acercó al cristal y, entre una rendija de apenas cinco centímetros, observó el interior.

Sus ojos se agrandaron al máximo al contemplar lo que sucedía dentro. El cuerpo de un hombre desnudo estaba de rodillas en el suelo, y su cabeza se movía hacia atrás y hacia delante en un movimiento rítmico suave. Al fijar mejor la vista, vio con estupor que lo que guiaba aquel movimiento era el deslizamiento de la boca del hombre sobre el pene de otro; un enorme miembro por el que el inspector jefe se sintió un poco abrumado e intimidado.

Una mano agarró los cabellos del que estaba en la posición de abajo, y Tuan escuchó un gemido ronco a pesar de tener la sensible insonoridad del cristal de la ventana. Levantó su vista hacia el hombre que permanecía de pie con los pantalones sobre los muslos, y su respiración se estancó en su garganta. El novato tenía los labios ligeramente abiertos mientras suaves jadeos escapaban de su boca, filtrándose de forma opaca a través de la ventana. Su cabeza caía hacia atrás entre sus hombros, y con la mano que no agarraba el pelo del otro hombre, se sujetaba del mármol de la encimera de la cocina. Tuan estaba estático. Aquel espectáculo podría herir la sensibilidad de cualquier hombre heterosexual, pero él permanecía tras la ventana sin mover sus pies del sitio. Por el rabillo del ojo, seguía los movimientos —cada vez más rápidos— de la cabeza, pero su visión completa se centraba en los gestos de la cara de su compañero y en el moreno y fibroso pecho desnudo.

“La sensación” explotó en miles de choques de calor que recorrieron su cuerpo hasta anidar en su bajo vientre, para pasar con la rapidez de un rayo a sus testículos, los cuales sintió tensarse. Antes de que pudiera analizar lo que le sucedía a su entrepierna, vio a través de las cortinas cómo Wang levantaba casi sin esfuerzo al hombre de rodillas, lo giraba, lo doblaba y lo hacía estrellarse con un golpe seco contra una mesa cercana. Aún con los pantalones a medio camino de sus piernas, destapó un pequeño bote que había sobre la encimera y vertió un líquido transparente en sus dedos. Los empapó, haciendo círculos con el pulgar, y los enterró entre las nalgas del bien expuesto culo del hombre tumbado sobre su estómago. Un sonoro gemido prolongado en el tiempo se escuchó cuando Tuan vio los nudillos de su compañero desaparecer de su visión, para aparecer de nuevo, aún brillantes por el líquido. Los dedos entraban y salían del cuerpo del hombre, y el inspector jefe —no sabiendo bien si por acto reflejo o por ayuda de “la sensación”— apretó los músculos de su ano en respuesta. Aquello hizo que el calor que mantenía sus bolas en tensión se filtrase a lo largo de su verga, y que esta diera un pequeño tirón.

Debería irse, moverse, mirar hacia otro lado. Cuando estaba a punto de intentar hacer caso omiso a lo que su cuerpo estaba sintiendo y abandonar el lugar, escuchó la ronca voz de Wang medio ahogada a través de la ventana, pero pudo escucharla claramente cargada de un deseo lascivo:

—¿Me echabas de menos? ¿Te morías de ganas por tener mi polla dentro de ti otra vez, Pablo?

«¡¡¿Pablo?!!». Tuan giró rápidamente sus ojos hacia la cara del hombre sometido. Fijándose bien, pudo reconocer el rostro del jugador de rugby, el cual mostraba un deseo necesitado y un color rosado cubría sus mejillas. La respuesta de este fue un gemido gutural.

«¿Esto es lo que entiende el novato por “tantear” a alguien? ¿Follárselo? ¿Follárselo a cambio de información? ¿O solo están recordando viejos tiempos?». Fuera por el motivo que fuese, Tuan dejó de analizarlo cuando Wang posicionó sus caderas justo al nivel de las nalgas de Pablo, y empuñando su descomunal verga cubierta con un condón, lo hizo desaparecer en el interior hasta la mitad.

—¡¡Joderrr, Jacksonoo!! —gritó Pablo casi sin aliento—.¡Mierda!… Sabes que eres grande, cabrón.

El inspector jefe no entendió muy bien el porqué, pero su polla se estremeció ante el fuerte grito de dolor de Pablo y por la alusión a la gruesa y larga longitud de su compañero.

—Siempre te gustó duro —dijo Wang sensualmente. Cubriendo la espalda del hombre con su pecho, le susurró al oído—: Siempre suplicabas por más. —El novato se enterró unos centímetros y Tuan tuvo que acercarse un poco a la ventana para intentar escuchar lo que decía—: ¿Recuerdas lo que me pedías, Pablo?— Embistió fuerte—. “Fóllame”. — Embistió de nuevo—. “Fóllame el culo, Jackson”.

El novato separó sus cuerpos, agarró el cabello de Pablo con fuerza en una mano, y con la otra sujetó uno de los hombros. Comenzó a juntar sus carnes, haciendo que el eco se proyectara a través de la ventana con ondas que explotaban directamente en los tímpanos de Tuan. Los gemidos gritados de Pablo envolvían como un suave manto sus testículos, y le fue imposible detener el crecimiento de su polla, que ya empezaba a rozar la cremallera de sus pantalones.

¿Qué estaba ocurriendo con él? ¿Por qué no se iba? ¿Por qué estaba allí de pie, mirando como un puto voyeur a dos tipos follando? ¡Ni siquiera era bisexual! ¡¿Y por qué su polla no paraba de crecer?!

Mientras esas preguntas invadían la mente de Tuan, sus ojos vagaron por los apretados músculos de ambos hombres. Observó cómo se ondulaban con cada choque y cómo rebotaban debido a la fuerza de los movimientos. Alejando de su mente los típicos prejuicios homofóbicos, estudió la visión que se presentaba ante él.

El sexo con una mujer era exquisito, enriquecedor, y en alguna ocasión podía llegar a ser obsceno. Pero lo que veían sus ojos en ese momento era primitivo, visceral y rudo, muy, muy rudo. Guardó aquella imagen en su retina y en lo más profundo de sus neuronas cerebrales.

La voz salida directamente de la garganta de Pablo lo devolvió al presente: —Me corro, Jackson…, me corrooo…

Tras el orgasmo jadeado del hombre, vio a Wang tirar del pelo de Pablo hacia él, echando la cabeza hacia atrás a la vez que gritaba su propio clímax, estrellándose con fuerza un par de veces contra las nalgas. El sonido de la voz del novato al correrse abrió todos los poros de la piel de Tuan y estremeció su cuerpo. Supo en ese mismo instante que aquel gemido taladraría su mente cada vez que mirase el color café de los ojos de su compañero. Mientras los dos hombres tranquilizaban sus respiraciones, Tuan parpadeó un par de veces, dándose cuenta de dónde se encontraba. Casi sin pensarlo, se alejó de la ventana y se dirigió a su coche. Una vez sentado en el asiento del conductor, puso sus manos en el volante y fijó su mirada en la oscura calle. Respiraba fuerte y profundamente, sin saber qué hacer. Debía darle los papeles del cambio de distrito al novato, pero no sabía cómo actuar cuando lo tuviera enfrente habiendo presenciado todo aquel acto, y menos con Pablo allí.

Al traer de nuevo la imagen de los dos cuerpos juntos a su mente, su entrepierna se movió, recordándole que aún estaba duro, muy duro. «¡Mierda! ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estoy empalmado? ¡Son dos tíos, Joder!...Necesito…, necesito a Laura».

Una vez tomada su decisión, salió del coche dispuesto a enfrentar al niñato, dejando a un lado las imágenes y sonidos de los que había sido partícipe hacía escasos veinte minutos. Le daría sus malditos papeles e iría en busca de Laura para sumergirse entre sus piernas.

Nada más cerrar la puerta de su Volkswagen Passat, escuchó abrirse la de la casa de Wang y vio salir a Pablo. Lo observó mientras se perdía calle abajo. Con un profundo suspiro, se obligó a caminar hacia la casa. Tocó el timbre y esperó. Al abrirse la puerta, lo que menos esperaba era que el novato se presentara ante él con unos pantalones de algodón muy fino que moldeaban los músculos de sus piernas y el enorme bulto entre ellas, y con el pecho completamente desnudo. Se acababa de duchar, ya que sus oscuros mechones aún estaban húmedos y brillantes. Al verlo, Wang apoyó el antebrazo en el umbral y sonrió de lado.

Como muy bien había predicho, nada más contemplar el color café, los gemidos del orgasmo de su compañero retumbaron en su mente, al igual que lo hizo la voz del novato cuando habló: —¿Visita sorpresa?

La sonrisita satisfecha y aquella luz en sus ojos —que le indicaba a Tuan que estaba coqueteando con él como lo había hecho durante todos aquellos días— lo quemó por dentro. La posterior pregunta que se hizo a sí mismo lo abrasó aún más, solo por el hecho de no entender por qué cojones se la hacía y por qué “la sensación” pinchaba de nuevo: «¿Cómo coño te atreves a mirarme a la cara e intentar ligarme, después de haber tenido tu polla metida en el culo de otro?». Hizo acopio de toda la cordura que tenía para no estamparle el puño en la cara y borrar así su estúpida sonrisa.

—El comisario quiere que rellenes estos papeles y se los entregues mañana a primera hora.

El tono seco y el rostro de rabia que tenía no debió pasar desapercibido a Wang, que ladeó ligeramente su cabeza y le preguntó sonriente:

—¿Mala noche…, jefe?

No supo la razón. No entendió de dónde le vino la furia. Ni siquiera se paró a analizar el porqué del arrebato infantil que le entró, pero forzando sus dientes y entrecerrando sus ojos, le gruñó: —No tan mala cuando tenga mi polla enterrada entre los muslos de Laura.

Solo por la sorpresa que se dibujó en la cara del novato, valió la pena rebajarse tan mezquinamente. Y sin darle la oportunidad de una réplica, caminó hacia su coche para dirigirse directo a intentar borrar las imágenes, pensamientos, gemidos, sensaciones, sentimientos, pinchazos, jadeos, sonrisas, miradas y visiones que habían tambaleado su mundo desde que el mocoso engreído llegó a su vida.

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