Verde
La primera sensación que dominó la mente de Tuan nada más abrir sus ojos a la mañana siguiente fue un par de fuertes manos acariciando su verga, la cual estaba anormalmente dura a tan tempranas horas. Le siguió un intenso estallido que abrasó su entrepierna al completo. Se incorporó en la cama, con el rostro perlado de pequeñas gotas de sudor, y se quedó con la mirada perdida en la oscuridad que invadía la habitación.
«¡Joder!… Y ahora ¿qué?… ¡¿Y ahora qué?!». Aquella era la pregunta del millón. «Un tío me ha hecho una paja en los servicios de un restaurante durante la fiesta de jubilación de mi antiguo compañero, rodeado de todos los colegas del trabajo. Para colmo, el tipo es mi actual compañero. Y para rizar el rizo, el niñato es un mocoso engreído que “perseverando” ha conseguido lo que quería. Y yo, como un borracho adolescente en plena fase hormonal, le he dejado que se sirva a su antojo… ¡¡Mierda!!». Aún sentado sobre el colchón y con la sábana cubriendo su endurecido pene, apretó con fuerza sus cabellos. «Y ahora ¿qué?… ¿Entro en la comisaría sonriéndole y dándole las .gracias por uno de los orgasmos más alucinantes de mi vida?». En ese momento, otra nueva réplica convulsionó su estómago. «¡¿Qué cojones me está pasando?!».
Mientras se vestía para ir a la comisaría, pensó en pasarse de nuevo por la casa de Laura más tarde, pero algo muy dentro de él le decía que esta vez, sus ganas de sentirse purgado no darían resultado. Ya en el coche, sus machacantes pensamientos seguían: «Eduardo… Si se entera de esto me corta los huevos… ¿Y qué pensarían todos los demás?: “¡Mira! ¡Allá va el maricón del inspector jefe, que a sus treinta y tres años decide cambiar el pescado por la carne!”… ¡No!… No pienso echar a perder diez años de carrera y sufrimientos para llegar a donde he llegado solo por esta sensación que tengo cada vez que el niñato de mierda me mira con esos ojos… Los ojos…, y su boca…, y su poll… —Otra réplica—». Al cruzar la puerta de la comisaría, sus nervios se filtraron por cada milímetro de su piel. Por un momento pensó que era observado por todos los compañeros que abarrotaban el lugar. Sabía que eran alucinaciones suyas, pero no podía evitar sentirse analizado, como si todas las personas presentes supieran lo que había ocurrido la noche anterior y qué era lo que sentía al respecto. Con paso firme y rápido llegó a su despacho, decidiendo enclaustrarse en él hasta la hora de volver a su casa, donde se acurrucaría bajo las mantas de
su cama hasta un nuevo día. «Patético…»
Su autoimpuesto aislamiento terminó cuando Eduardo abrió la puerta de su despacho sin llamar, diciéndole con voz gruesa: —Tuan, a mi despacho. Un chico ha muerto por sobredosis de Arcoíris.
Se quedó mudo. Despejando la mente de todo lo que lo carcomía, adoptó la posición de inspector jefe de policía de la Brigada de Estupefacientes y se dirigió al despacho del comisario. Al llegar, el novato lo recibió sentado en uno de los sillones, con cara seria y de circunstancia, acorde con la situación.
—Hemos llegado al punto que no queríamos —comenzó Eduardo, mientras se sentaba tras su escritorio y arrugaba su rostro—. Esta muerte va a acelerar los tiempos impuestos en la operación Terminator, pero aun así, no quiero que empecemos a dar bandazos a lo tonto solo por intentar conseguir algo. Sigo pensando que la mejor opción ahora mismo es esperar a mañana sábado para desenmascarar a ese Leprechaun. Así que necesito que pongan sus mentes a trabajar juntas y obtengan todas las opciones posibles para llegar a resultados fiables. Quiero que vayan al velatorio del muchacho y hablen con su círculo más cercano, sobre todo los amigos. Los padres están avisados de que la policía se presentará allí, y han accedido a contestar todas las preguntas necesarias. Cuando terminen, los quiero quebrándose las cabezas para preparar lo de mañana. Me da igual que sea en la casa de uno o del otro, pero no los quiero aquí en la comisaría. Necesito que se centren al máximo… No pienso perder ni a un chico más, por muy drogata que sea.
Como dos marionetas guiadas por hilos, Wang y Tuan se pusieron en pie tras coger el dossier con la escasa documentación que tenía su comisario respecto al chico fallecido, y salieron dispuestos a cumplir las órdenes de su superior. El camino hacia el tanatorio fue silencioso, algo que agradeció Tuan, ya que no tenía ni idea de qué primera palabra cruzar con el novato. No era que se alegrara de la muerte de un chaval, pero aquello había conseguido no tener que ver el café de los ojos fundiéndose con alguna de las sonrisitas que empezaban a hacer que sus entrañas revolotearan.
Al llegar a la gran explanada del tanatorio, buscaron la habitación con el nombre del chico en el panel de la entrada y se dirigieron a ella. Tuan odiaba hacer interrogatorios en los velatorios. La pérdida de sus familiares hacía que las personas tuvieran los sentimientos a flor de piel, y era bastante difícil sacarles algo de información que valiera la pena. Por suerte, no muchos se prestaban a ser martilleados con preguntas cuando sus seres queridos aún estaban postrados en un ataúd, pero aquellos padres parecían ser de esos que no les importaba si con ello conseguían una mínima esperanza de vislumbrar el motivo de haberse quedado sin su hijo. Con el dossier aún en sus manos, Tuan llegó a la altura de la puerta del velatorio. El incómodo silencio que los acompañó desde que abandonaron la comisaría fue roto por el novato cuando puso la mano sobre el pomo preparándose para entrar:
—Dámelo.
Un cortocircuito rompió el cuerpo del inspector jefe. Un déjà-vu atravesó su mente colmándose con la imagen de él con una mano sobre su boca y corriéndose sin control sobre los dedos de su compañero, mientras este le pedía exactamente eso: que se lo diera.
—¿Qué? —La aguda voz que salió de la garganta de Tuan era digna de un castrati.
—Que me des el dossier. Vas a parecer un periodista ávido de información por sacarla en primera plana —dijo el novato serio, pero al inspector jefe no se le escapó la ondulación de la boca y el pequeño brillo que apareció en el rostro del mocoso mientras giraba el pomo de la puerta y se adentraba en la habitación.
Tras una hora de interminables sollozos, narices sonadas, lágrimas derramadas y un sinfín de preguntas sin contestar, salieron del tanatorio con poco más que una pequeña información.
—Según uno de los amigos del chico, un hombre alto y moreno estuvo con el Leprechaun durante unos diez minutos justo antes de que le pillaran la droga. Probablemente será el intermediario entre el pez gordo y el camello —señaló Wang, mientras se acomodaba en el asiento del copiloto.
—Sí, pero sin una descripción más detallada, es como si no tuviéramos nada. Ninguno logró ver su cara —expuso Tuan, a la vez que arrancaba el motor del coche.
—Entonces… —el novato ronroneó la palabra. El inspector jefe no quiso mirarlo, pues intuía que lo que dijera después iría cargado de algún sentido sexual, por el tono pícaro que utilizó, además de que seguro que tendría una de esas exasperantes sonrisas plantada en la cara—, ¿en tu casa o en la mía?
¡Bingo! No se equivocó. Tuan sabía perfectamente a lo que se refería. Eduardo los obligó a preparar la incursión del día siguiente en alguna de sus dos casas, pero el doble sentido de la pregunta era bastante notorio. Con la vista fija en la carretera, las manos en el volante y “la sensación” abriéndose paso entre sus bolas, respiró hondo y dijo:
—La tuya. Será más cómodo cuando terminemos, que yo vuelva a la mía en vez de tener que llevarte a la tuya.
—No te preocupes, jefe, estaremos “cómodos” antes, durante y cuando “terminemos”. Soy un anfitrión muy dado a mis invitados —indicó Wang casi en un murmullo.
Nervioso. Tuan estaba realmente nervioso. Le sudaban las manos en el volante al igual que un adolescente inquieto por su primera cita. «¡Espera! ¡¿Cita?! ¡¿Qué mierda estoy pensado?! ¡Joder! Necesito calmarme. Tengo treinta y tres años, ¡por el amor de Dios! Y el mocoso es…, eso…, un mocoso». Además, esa misma mañana se había dejado claro a él mismo que no tiraría por la borda su carrera de policía por aquel bache pasajero de dudas existenciales sobre su orientación sexual. Llegarían a la casa del novato, prepararían todo lo necesario para salir de Arnold con alguna información que mereciera la pena, y volvería a su casa con sus pantalones puestos y con su mente y cuerpo libres de toda “amiga no deseada”. Sí, eso haría.
Nada más entrar a la casa de Wang, este se dirigió a la cocina y preparó café. La estancia era bastante amplia, igual que el sofá, donde Tuan juraría que se podría dormir en él a pierna suelta debido a su gran anchura.
—Si el Leprechaun se presenta mañana en el pub, creo que debería ser yo quien se acercase a él —dijo Wang, saliendo de la cocina con una taza en cada mano y poniéndolas en la mesa de cristal del centro del salón.
—¿Y eso por qué? —preguntó Tuan, mirándolo con el ceño fruncido.
—Bueno… —empezó el novato con cara de pícaro—, digamos que yo sabré mejor cómo abordarlo. —Tuan no dijo nada. Cogió su café y le dio un sorbo. El chico siguió —: Además, tú ya estás algo mayor para ir entrándole a niñitos rubios locos por pillar droga y lo que se tercie —terminó diciendo Wang, bebiendo de su taza y levantando una ceja de forma arrogante.
Tuan mostró una cara entre antipatía y presuntuosidad. —¿Y tú no?
—Creo que ya sabes que me decanto más por hombres que pasen la treintena, lleven trajes de chaqueta cuando la ocasión no lo requiere y les guste emborracharse en fiestas de antiguos compañeros para recibir un trabajo de mano en los servicios.
¡Bum! La bomba estaba soltada. “La sensación” se comió completamente el cuerpo del inspector jefe y fue estallando por cada músculo y célula de su piel hasta llegar a sus dedos, los cuales hicieron temblar su taza a medio camino entre la mesa y su boca. Necesitó un momento para recuperarse de la sangre que fluía y quemaba dentro de él. Decidiendo enfrentar y acabar con todo lo que el novato le hacía sentir, giró su rostro y lo miró con el mismo fuego que recorría sus venas.
—Ya te dije una vez que soy tu superior, así que… Deja. De. Tocarme. Los. Cojones.
Los ojos de Tuan escupían llamaradas, aunque no sabía muy bien si era por la rabia que sentía ante la bravuconería del niñato o por los choques de calor que aún explosionaban dentro de él. El novato le sostenía la mirada sin perder la sonrisa de suficiencia y sabelotodo. Aquello estaba desquiciando realmente al inspector jefe. Los sentimientos encontrados que se albergaban en su interior comenzaban a afectarle realmente. En aquel mismo instante, en el que su cuerpo era un volcán y el café de los ojos del mocoso avivaba el magma que lo incendiaba, no sabía si borrarle la sonrisa de un puñetazo, largarse de la casa o agarrarlo y acercarlo a él para que enfriara su combustión de cualquier forma, aunque ni siquiera estaba seguro de qué manera. Pero fue el novato, el niñato, el mocoso, quien se encargó de decidir por él y elegir la supuesta mejor opción.
Estando los dos sentados en el sofá, se acercó a él, acentuando la sonrisa sexual en su rostro y, poniendo la palma de su mano suavemente sobre la entrepierna de su superior, le susurró a escasos milímetros de los labios: —Aún no he empezado ni a rozártelos…, jefe.
El flujo sanguíneo de Tuan se congeló cuando la punta de la lengua del novato acarició su labio inferior. Húmeda, suave y dulcemente pegajosa, lo recorrió de un extremo a otro. «¡¿Qué mierda tiene la lengua del niñato que me produce un paro cardíaco cada vez que la posa sobre alguna parte de mi cuerpo?!». Quería parar aquello, llevar a cabo la firme decisión que había tomado acerca de detener los avances del novato y dejarle clara su posición al respecto. Pero cuando la mano de su compañero se deslizó sobre su ya despierta polla hasta acunar sus bolas, el poco raciocinio que le quedaba se fundió con el ardor de su cuerpo. Wang envolvió sus dedos alrededor de los testículos, dándoles un ligero apretón, y colocó la otra mano en el respaldo del sofá, muy cerca de donde descansaba la cabeza de su superior. Con tono obsceno y erótico, rozó los labios de Tuan con los suyos mientras volvía a hablar:
—Y no solo los quiero rozar… Quiero lamerlos —pasó de nuevo su lengua por el labio del inspector jefe—, chuparlos —su mano comenzó a subir hasta el miembro, completamente erecto—, saborearlos —desabrochó los primeros botones del pantalón—, hasta que estén bien llenos con todo lo que te dije que soy capaz de llegar a tragar. —Metió la mano por debajo de los calzoncillos, acarició con mimo la verga y pasó la otra mano que tenía apoyada en el sofá por la nuca de Tuan, apretando suavemente los dedos en ella y haciendo que de este escapara un imperceptible jadeo. Dejando caer las palabras sobre la boca de su superior, terminó diciendo—: Voy a hacer que veas un arcoíris sin necesidad de drogarte.
Y sin más dilación, se colocó de rodillas entre las piernas de su jefe, empuñó la dura carne y la lamió, desde donde los pantalones medio abiertos la dejaban al descubierto hasta la punta rojiza con una llamativa gota de semen escurriéndose por la suave piel. La recogió con su lengua, sin apartar sus ojos de la cara de Tuan, quien tenía los párpados abiertos de par en par y los labios resecos por las continuas y rápidas respiraciones. La degustó por un momento en su boca, se relamió los labios con ella y, cerrando los ojos, se tragó la polla pulsante hasta que chocó contra su garganta. El incontrolable gemido del inspector jefe no se hizo esperar y retumbó en el salón como una pequeña bomba. Tuan no sabía por qué le ocurría, pero cada vez que el novato estaba sobre él haciéndole sentir de aquella manera, era incapaz de articular palabra alguna, solo graves gemidos y profundos jadeos, y eso que en aquel momento su mente estaba libre de alcohol. Wang se deslizó por el eje hasta pararse sobre la punta, rodeándola con su lengua, mientras sus manos se deshacían de los últimos botones que encarcelaban la polla. Tiró de los pantalones y los calzoncillos. Tuan, al sentir el forcejeo, y con su miembro aún envuelto entre los labios del novato, levantó inconscientemente sus caderas para hacerle más fácil el trabajo. Una vez que las prendas llegaron a los pies, Wang se deshizo de ellas y las apartó a un lado. Con las piernas de su jefe libres y completamente a su disposición, se acurrucó entre ellas, pasó sus brazos por debajo de los muslos y los abrazó contra su pecho.
Aquello hizo que Tuan se deslizara un poco hacia el filo del sofá, dejando expuesto su miembro al hambre voraz que se dibujaba en el rostro del novato. Sin darle un momento de respiro, Wang volvió a enterrar el eje en su boca y comenzó a serpentear sobre él, moviendo su cabeza de arriba abajo, perforando a su superior con los ojos. El instinto animal de Tuan se hizo eco por todas las fibras de su ser, y con un gruñido visceral agarró el cabello del chico con ambas manos. No importaba que fuera su compañero, no importaba que fueran dos hombres, no importaba lo que sería de su carrera si esto se supiese. No importaba Laura, “la sensación”, los sentimientos encontrados, la operación… Solo importaba lo que el niñato le estaba haciendo sentir en aquel momento. Y lo que sentía, realmente lo quería.
Empezó a levantar sus caderas, regodeándose en el deslizamiento de su polla a través de esos labios, viendo cómo entraba y salía, y cómo brillaba por la fina capa de saliva que el novato dejaba en cada succión. Apretó fuerte los puños en el cabello y comenzó a follarle la boca, haciendo que cada estocada llegara al final de la garganta. El mocoso lo miraba sin siquiera pestañear cada vez que martilleaba su campanilla: dentro, y choque contra la garganta; fuera, y labios jugosos por el incesante roce. Aquello lo llevó al límite. “La sensación” se metió de lleno en sus huevos y explotó en forma de orgasmo. Llegó tan de repente que no tuvo tiempo de apartarse o avisar a su compañero. La intensidad fue tal, que mientras se corría no fue capaz de desviar la mirada de los ojos de Wang con cada chorro de leche que este tragaba, como muy bien le había dicho que haría. Gritó su clímax hasta que se sintió vaciarse por completo.
Mientras el sonido de los últimos jadeos que secaban su garganta se iba tranquilizando, Wang dejó libre su boca y se secó con uno de sus pulgares los restos de saliva —y algún que otro de semen— que cubrían sus labios. Estirando el cuerpo y apoyando sus manos a ambos lados de las caderas de Tuan, lo miró de forma fija. Tras varios segundos cerró sus ojos, suspiró suavemente, haciendo que su jefe bebiera el aliento al mismo tiempo que le acariciaba con la punta la nariz. Aquel íntimo roce hizo que el inspector jefe llegara a bajar los párpados hasta la mitad, dejándose engatusar por el toque. Volvió a abrirlos completamente cuando notó el calor de los labios del novato sobre los suyos: —Tómalo.
La lengua de Wang se metió en su boca y se encajó detrás de sus dientes incisivos. Antes de que analizara lo que el chico acababa de decir, cató en sus propias papilas gustativas un sabor salado y algo fuerte. Abriendo sus ojos de par en par, cayó en la cuenta de que estaba probando su propio semen y estaba besando a un hombre. Puso una mano en el pecho de Wang, apartándolo rápidamente.
—¡No! —Aquella exclamación escapó de sus labios a la velocidad de un estornudo.
El novato levantó sus cejas con asombro—. ¿No qué, jefe? —Volvió a acercarse, aún con la mano de Tuan reteniendo su torso—. ¿Me dejas tener tu polla en mi boca pero no tu boca en la mía?
El inspector jefe volvió a apartarlo y se levantó del sofá. Recogió su ropa y se la puso con manos temblorosas. Ambos permanecieron en silencio mientras terminaba de vestirse. Sin mirarlo, Tuan se mordió el labio y llevó una de sus manos a su sien, recorriendo su cabello de principio a fin.
—Wang…, yo… —Cerró sus ojos fuertemente antes de levantar el rostro y fijar la mirada en su compañero—. Esto no debería haber pasado. Ni lo de hoy ni lo de ayer. —Gesticulando con sus manos, prosiguió—: Somos compañeros, estamos en medio de una operación. No podemos hacer esto… Eduardo nos fusilará si… Además, yo no soy…, no…
—No eres gay —lo cortó el novato, terminando su propia frase. Su jefe solo lo miró y suspiró profundamente. Ladeando su cabeza y dejando ver un atisbo de sonrisa, dijo en un tono de voz suave—: Pero quieres más…, y lo sabes.
Lo que le faltaba a Tuan, con sus nervios a flor de piel y su interior convulsionando por todo lo que estaba sintiendo, era que al mocoso le diera por ser telepático también. Con un sentimiento de rabia recorriendo su cuerpo por el hecho de no poder controlar todo lo que tenía que ver con el niñato, pagó su frustración con él. Dando un paso hacia delante, e imponiéndose en sus ciento noventa centímetros, le gruñó a la cara directamente:
—Se acabó, Wang. Se acabó el insinuarme cosas. Se acabó el tirarme dardos cada vez que la ocasión te lo pone a huevo. Se acabó el sobrepasarte de listo conmigo. Y por supuesto, se acabó el tocarme ni siquiera un milímetro. ¿Lo has entendido? —En la cara del novato se dibujó una sonrisa de desgana. Aquello encabronó a Tuan aún más—. Y como vuelvas a tocarme los cojones, literalmente hablando, te mando de vuelta a tu distrito con una amonestación por desacato a un superior. ¿Ahora sí lo entiendes? Wang lo miró con ojos oscuros. No había rastro de ninguna de sus numerosas sonrisas, pero la profunda mirada quemaba al inspector jefe. Aun así no se amedrentó. Cogiendo su chaqueta se encaminó hacia la puerta y, cuando la tuvo abierta, se giró para recordarle:
—Mañana nos reuniremos en la comisaría una hora antes de ir a Arnold y aclararemos la táctica a seguir. Pero como muy bien has sugerido, será mejor que tú le entres al chaval.—Y diciendo aquello último con algo de retintín, despareció tras la puerta.
Cuando Tuan se metió en la ducha, aún le temblaban las piernas y las manos. No sabía si la actitud que había tomado contra el novato había sido la adecuada, pero lo que no dudaba en absoluto era que se le había ido de las manos el control de sus sensaciones y sentimientos. ¿Dónde estaba el hombre audaz y seguro de sí mismo que todos los años en el cuerpo de policía habían logrado hacer de él? ¿Dónde estaba el inspector jefe sereno al que todos sus compañeros respetaban, y que movería cielo y tierra antes que poner en peligro su profesión? «Atrapado… Atrapado en el café de los ojos del novato… Ahí estoy…». Se estaba dejando llevar por “la sensación”, a la que ya empezaba a imaginar que podría darle un nombre, solo que era incapaz de decirlo en voz alta, incluso llegar a pensarlo. Morfeo…, necesitaba a Morfeo… y olvidar…, aunque solo fuera por unas cuantas horas.
Al día siguiente, decidió que su vida privada, y todo lo que le atemorizaba y exaltaba con respecto a ella, la echaría a un lado y se centraría solo en lo que importaba en esos momentos: el pub Arnold. Un chico había muerto, y necesitaban más que solo el apodo de un posible camello. Estaba decidido a salir del club con el nombre del proveedor, aunque tuviese que ser él mismo el que le entrase al Leprechaun. Al llegar a la comisaría fue directo al despacho del comisario. Eduardo lo esperaba sentado tras su escritorio, como siempre.
—¿Cómo vais a enfocar la operación?
—Hemos decidido que el inspector Wang intente hacer contacto con el sospechoso. Supongo que lo mejor será engatusarlo primero, y luego intentar que nos dirija a su proveedor. Si no diera resultado, siempre podríamos averiguar sus datos personales y dónde vive para hacerle un seguimiento. Sabemos solo su nombre de pila, Nacho, y que probablemente vive solo.
—Tuan, necesito que mañana traigáis algo más suculento que solo unos apellidos y una dirección. El comisario regional quiere ir viendo verdaderos resultados.
—Me encargaré personalmente de ello, Eduardo —dijo el inspector jefe con convicción.
Los minutos pasaban y Wang no se presentaba. Miles de razones pasaban por la mente de Tuan del porqué del retraso, pero rápidamente desechaba aquellas que tenían algo que ver con él mismo. Necesitaba centrarse en la operación y dejar de pensar en cosas absurdas, como que el motivo del atraso podría ser que la noche anterior abusó de su autoridad y amenazó a un compañero por causas distintas a las estrictamente laborales. Cuando estaba a punto de llamarlo a su teléfono móvil, el novato apareció. Lucía algo cansado, sin la típica y engreída luminosidad que siempre iluminaba su rostro. Tuan, a pesar del enfado que tenía por la tardanza de su compañero, intentó calmar el cosquilleo que se removió en su estómago al verlo y avanzó hacia él.
—¿Dónde estabas? —preguntó con voz ronca y apremiante—. Esto es una falta de respeto hacia la operación y hacia tu superior. —Entrecerró sus ojos hasta dejar visible solo una fina línea—. ¿Estás haciendo puntos extras para conseguir la amonestación?
Wang lo vulcanizó con la mirada, pero Tuan decidió mantenérsela.
—Llamé para decir que mi coche no arrancaba. Casi todas las patrullas están en el partido de alto riesgo que se celebra en el estadio de fútbol y no había nadie disponible para recogerme. He tenido que venir en autobús.
—¿Y por qué no me has llamado a mí?
—No tocar los cojones del jefe, ¿recuerdas? —espetó Wang fríamente.
«¡Pero ¿qué…?! ¡¿Me piensas echar en cara eso?!». Había perdido completamente el control de su sensatez respecto a todo lo relacionado con el mocoso. Era incapaz de gobernar las nuevas emociones que poco a poco iban conquistando cada parte de su cuerpo y su mente, y aquello estaba derrumbando su vida llena de moderación, seriedad y formalidad. Esa imposibilidad de manejar las riendas de su tranquila vida tal y como él la conocía, le hizo volver a llenarse de frustración, y de nuevo la pagó con el niñato.
Encarándolo, le gruñó con voz filosa y baja, asegurándose de que nadie alrededor fuera capaz de escucharle:
—Novato, manda al olvido todo lo que ha ocurrido entre nosotros. Lo que importa es averiguar quiénes son los camellos y terminar con esta maldita operación de una vez por todas. Y cuando acabe, yo volveré a mi vida normal y estable, y tú podrás volver a la vida que sea que lleves “perseverando” con todo tío que se te antoje. —Tuan intentó no hacer caso del fuego que irradiaban los ojos de Wang ante su último comentario—. Estamos en una operación, un chico ha muerto y muchos más pueden hacerlo. Si tienes que llamarme para recogerte porque así lo necesita la operación, lo harás. Así que, ¡Andando!
El inspector jefe no se paró a ver la cara de su compañero. Se dirigió a la salida y se encaminó hacia su coche. Wang lo seguía justo detrás, y ambos se metieron en el vehículo. Durante los quince minutos que duró el viaje hacia el Arnold, Tuan se encargó de que un silencio incómodo no se instaurara entre ellos. Habló sin dejar aquella voz gruesa, demandante y autoritaria, completamente metido en su papel de inspector jefe de la Brigada de Estupefacientes de la Policía Nacional:
—En cuanto demos con el chaval quiero que lo tantees, pero de una forma profesional, no de la manera que te gusta tantear a los contactos. —La mandíbula de Wang era un auténtico molde rígido, y miraba fijamente hacia la carretera—. Te acercarás a él cuando hayamos visto que haya interactuado con varios chicos, así sabremos que se estará quedando sin mercancía. Dile que quieres unos cuatro o cinco gramos, que seguro que será una cantidad que no tendrá en ese momento y deberá ir en busca de su proveedor. Yo lo seguiré para ver si logro aunque sea un vistazo del que le pasa la droga. ¿Todo claro? — preguntó Tuan, girando su cabeza hacia el asiento del copiloto.
—Sí, jefe —contestó Wang cortante, sin desviar su mirada de la carretera.
Tuan volvió a fijar la vista al frente y se hundió en sus pensamientos. «¡Dios! ¡Este no soy yo! En mi vida habría sido capaz de soltarle cosas a alguien como criticar una posible vida de promiscuidad, con ese golpe bajo de: “perseverando con todo tío que se te antoje”, o con “la manera que te gusta tantear a los contactos”. Además, ¿qué mierda importa ya todo eso?… ¡Y como si hubiera importado antes!… Tienes que centrarte, Mark. Solo importa la operación, solo la operación».
Llegaron a Arnold, aparcaron justo enfrente y entraron. La oscuridad del interior los envolvió. El lugar los recibió con una multitud silbando y gritando a dos hombres ya desnudos en el escenario en una pose que hizo que Tuan volviera unas treinta horas atrás en el tiempo cuando se encontraba sentado en el sofá, con el novato enterrado en su entrepierna. Respiró hondo y fue directo a la barra para pedir dos bebidas. Una vez sentados, escudriñaron el gentío sin dirigirse la palabra entre ellos, pero no les fue difícil dar con el Leprechaun. El brillante pelo rubio del chico destacaba entre varias personas que lo rodeaban justo en la esquina donde se encontraban los servicios. Tuan le dio un pequeño codazo a Wang e hizo un breve movimiento de cabeza hacia su objetivo. El novato asintió escuetamente y siguió bebiendo con parsimonia.
Los minutos pasaban y parecía que aquella noche el Leprechaun iba a salir con la olla bien repleta de oro. En apenas una hora, Tuan había contado a unos veinte chicos que lo habían rondado. A favor del muchacho debía decir que era bastante discreto. A no ser que supieras lo que se traía entre manos, no dirías que el chaval fuese el camello de un pub gay, sino más bien su musa. Todas las personas que lo abordaban, ya fueran jóvenes o mayores, le regalaban sonrisas y algún que otro tocamiento fuera de lugar. Probablemente entre esos sobeteos tenía lugar el intercambio de la droga por el dinero.
—Llegó la hora —dijo Wang, soltando su bebida vacía sobre la barra y levantándose del taburete.
Tuan lo observó acomodarse las ropas, y sin devolverle la mirada a su superior, comenzó a caminar entre una muchedumbre de hombres sin camiseta y sudorosos. El inspector jefe siguió su recorrido mientras cruzaba el lugar de punta a punta, viendo cómo los músculos de su espalda se contraían a cada paso y cómo los pantalones se ajustaban al contorno de sus muslos. Varios hombres lo miraron al pasar, y alguno le tocó con descaro los fuertes bíceps que se mostraban claramente tras las mangas de la camiseta.
Al llegar al corro que mantenían tres hombres alrededor del Leprechaun, no se acercó a ellos, sino que apoyó la espalda en la pared justo enfrente. Dobló una de sus rodillas, descansando la suela del zapato sobre la misma pared, y metió los pulgares en los bolsillos del pantalón. Tuan podía intuir los ojos café indagando en la figura del Leprechaun. La pose del novato y la mirada lobuna, de la que estaba seguro de que mantenía el niñato, no dejaban lugar a dudas de sus intenciones. Sabía que todo formaba parte de la operación, pero la actitud del mocoso de “sí, ya sé que estoy bueno, pero solo te dejaré mirar hasta que sea yo el que decida cuándo divertirme contigo”, estaba activando los sentimientos que había dado ya por zanjados la noche anterior.
Cuando Wang no llevaba ni dos minutos apoyado sobre la pared, el Leprechaun se apartó del corrillo que lo cercaba y se colocó justo a su lado. Lo primero que pensó Tuan fue que eso de “perseverar” tampoco era que le costase mucho trabajo al novato. «¿Fue así de fácil cuando “perseveró” conmigo?». El inspector jefe sacudió su cabeza, intentando borrar el pensamiento que empezaba no solo a martillear su mente, sino también su corazón. Pero otro martilleo llegó también a él, y este procedía del exterior, no de su cuerpo.
Sentado de espaldas a la barra, sintió que unos ojos lo observaban. Lentamente, apartó la mirada de su compañero y su presa, y la posó en el hombre justo a su lado. Unos potentes ojos azules lo observaban con los párpados a mitad de camino, dándole la sensación de que realmente gozaban con lo que tenía enfrente. Al estudiarlo mejor, Tuan diría que eran las dos únicas personas en todo el local que llevaban traje de chaqueta. Su pelo rubio caía en pequeñas ondulaciones hasta los hombros, y sostenía una copa de balón con una sicodélica pajita. El hombre deslizó su mirada pausadamente por el cuerpo del inspector jefe, recreándose en las zonas que le parecían más interesantes. Algo en él le decía a Tuan que no era como el resto de los que se encontraban allí.
—Tenés un gusto exquisito al vestir —dijo el tipo con un claro acento argentino.
«Argentino… ¿El dueño del local?», se preguntó interiormente Tuan, mientras giraba su cuerpo para situarse frente a frente.
—Algo bastante fácil de conseguir si tenemos en cuenta el escaso vestuario que es habitual en este lugar. —Bebió de su vaso sin apartar los ojos del argentino.
—¿Sós nuevo? No te vi antes acá, y créeme… —se acercó unos centímetros, arrastrando su codo por la barra—, me habría fijado enseguida.
La cálida mirada se volvió más intensa, poniendo a Tuan algo nervioso. No tenía mucha idea de cómo eran las tácticas de ligue entre dos hombres, sin contar por supuesto con los sobrecogedores avances del niñato, pero si era el dueño del pub, merecía la pena por lo menos intentar hacer que el hombre se sintiera cómodo con él. Además, tampoco debería de ser tan diferente a la forma de tirarle los tejos a una mujer.
—Completamente nuevo y contento de que no todo en el bar esté en la edad de exaltación hormonal —dijo Tuan, esbozando una pequeña sonrisa.
—¿Venís solo?
—Acompañado por una hormona andante. —Y giró su cabeza hacia su compañero.
“La sensación” se quebró dentro de él al fijar sus ojos en los del novato. Una mirada que nunca había visto en la cara del niñato se abalanzaba sobre él como un león al ver que las hienas intentan quitarle su presa ya cazada. Wang había invertido las posiciones, y ahora era el Leprechaun quien estaba empotrado en la pared. Su compañero mantenía la cabeza del chico entre sus manos apoyadas en el muro, pero su rostro iluminado con una especie de rabia contenida estaba girado hacia él. Se miraron por varios segundos, y Tuan percibió que dentro del mocoso crecía una inexplicable ira que dejaba salir a través de sus ojos. Un estremecimiento parecido al miedo se implantó en su cuerpo, pero en ese momento sintió un cálido dedo posarse sobre su mentón, obligándolo a girarse suavemente. Antes de quitar la mirada de su compañero, este escupió fuego por los ojos.
Ya de nuevo con la cara del argentino frente a él, Tuan dejó su copa en la barra mientras la mano del hombre aún sostenía su barbilla.
—Dejá que los niños se diviertan… y pasemos a cosas de hombres. —Retirando la mano, se la expuso a modo de saludo—. Mateo Silva, gerente del local. ¿Y vos sós?
Devolviéndole el saludo, Tuan dijo, aclarándose la voz: —Mark Tuan, vendedor jefe de seguros. ¿Estás contento con el tuyo? ¿Quieres cambiar?
Aquello hizo reír guturalmente a Mateo. —Sí, lo estoy, aunque no con mi actual amante. ¿Tenés algo interesante que ofrecerme para poder cambiar eso?
Antes de que Tuan inventara algún tipo de respuesta, Wang se presentó junto a ellos con el Leprechaun justo a su lado.
—Jefe, veo que no pierde el tiempo —dijo Wang, mirando primero a Tuan con una sonrisa forzada, y luego a Mateo con la misma expresión, pero con ojos gélidos—. Encantado de conocerle, señor…
—Mateo, ¿y vos? —preguntó el argentino, escrutando al novato de una manera un tanto superficial.
—Jackson —una sonrisa seductora se plantó en su cara—, pero me apodan El Cachafaz.
Mateo levantó una ceja, estudiándolo. —¿Por insolente y holgazán?
Wang se acercó decidido y, con rostro erótico, le ronroneó: —Porque soy capaz de hacerte una “corrida” y unas “tijeras” al mismo tiempo. Cuando decidas incluir el tango entre tus espectáculos, quizá te lo muestre.
La sonrisa de Mateo se agrandó, y la actitud arrogante que había mostrado nada más hacer aparición el novato cambió a una de asombro y admiración. Por el brillo que pudo observar en sus ojos, Tuan no tuvo dudas de que el argentino había caído bajo la “perseverancia” del niñato, y no sabía el porqué, ya que no tenía ni idea de quién era ese Cachafaz, pero había conseguido atraer toda la atención del gerente del local.
—¿Quién es tu acompañante, Jackson? —preguntó Mateo con la misma calidez que mostró a Tuan cuando lo observó por primera vez.
—Nacho —contestó Wang, mientras pasaba la mano por la espalda del chico y lo acercaba a los otros dos hombres.
—¿Qué edad tenés, Nacho? —volvió a preguntar el argentino sin abandonar su sonrisa.
—Veinte, pero puedo tener la que tú quieras si me invitas a una copa —respondió el muchacho con la cara más lasciva de todas las que se habían repartido hasta ahora.
Aquello parecía un concurso de “a ver quién mea más lejos”. Y eso que Tuan pensaba que las hormonas cargadas de testosterona quedaban relegadas a chicos de dieciocho años. No importaba la edad, gustos o apariencia física. Los tres hombres se
miraban cómo si se fueran a arrancar la ropa allí mismo, o ya que estaban, encima del escenario. Sonriendo al Leprechaun, Mateo se volvió hacia el inspector jefe y le preguntó:
—¿Vos que tomás?
—Coca-Cola estaría bien.
—¿Y vos, Jackson?
—Lo mismo que mi jefe —dijo Wang, pasando la vista del argentino a Tuan, mirando a este último con intensidad.
Mateo pidió las bebidas para los cuatro y comenzaron a charlar de cosas banales. Tuan estudió la situación. Habían llegado allí con la intención de desenmascarar al Leprechaun, y habían acabado bebiendo no solo con el primer sospechoso, sino también con el dueño del local, el segundo en su lista. Aquella oportunidad caída del cielo, a la que muy a su pesar tenía que agradecer en parte al novato, no iba a desaprovecharla, y tenía toda la intención de obtener algo de información. No sabía qué habría conseguido averiguar su compañero acerca del chico, pero este parecía haber terminado su “jornada laboral” por aquella noche. Notaba cómo varias personas le dirigían miradas, sin embargo, el Leprechaun les negaba con un pequeño gesto de cabeza y proseguía charlando animadamente con Wang y Mateo.
Cuando Tuan terminó su Coca-Cola, el argentino se giró hacia él.
—Sós callado…
—Todo depende de la compañía. Me gusta saber más cosas de las personas con las que hablo en un bar antes de terminar abriéndome completamente. —El inspector jefe esperaba que aquello hubiera servido como gancho para atraer el interés de Mateo y ver si podía indagar un poco en los posibles negocios extralaborales del argentino.
—¿Qué querés saber? —preguntó con tono caliente mientras le hacía un gesto al camarero para que repusiera la bebida de su acompañante.
—¿Cuánto tiempo llevas en España?
—Diez años. Me vine acá con treinta. Trabajé como camarero durante cinco, ahorré y monté mi propio negocio. —Mateo cogió la botella de refresco que su empleado le había servido y derramó el líquido dentro de un vaso con hielo mientras seguía hablando—: Me
gusta salir a navegar, el asado con chimichurri, el mate y dormir hasta bien entrado el día. ¿Es suficiente información como para “abrirte completamente”? —le dijo con descaro cuando le pasaba la bebida.
Tuan la cogió y bebió antes de contestar. Al dar el primer sorbo le supo algo amarga, y no estuvo seguro de si fue por las pullas que le tiraba el argentino o porque el mocoso lo miraba sin pestañear, a pesar de que el Leprechaun no paraba de intentar llamar su atención rozándole coquetamente los brazos.
—¿Sueles pasar las noches bebiendo en tu pub?
—Entre otras cosas… —El argentino sorbió de su pajita con ojos cargados de sexo.
—¿Eres buen gerente y sabes todo lo que ocurre en tus dominios? —preguntó Tuan, volviendo a beber de su Coca-Cola, que cada vez le sabía más agria. Al ver la cara de desconcierto de Mateo, pensó rápido y le dijo, sonriendo—: Estudio las posibilidades de
hacerte un plan de seguros.
—Tu compañero tiene razón, no perdés el tiempo —comentó con cara agradable.
—Gajes del oficio. Parece un lugar tranquilo. ¿Sueles tener algún problema? Peleas, drogas, incendios… —Tuan esperaba que la tapadera del vendedor de seguros fuera suficiente para no levantar sospechas en el argentino.
—Quizá de todo un poco. Incendio solo tuve uno al principio, pero nada importante. Las peleas están bien controladas por Julio, mi portero. Y las drogas… —Mateo ladeó su cabeza y miró con aquella calidez al inspector jefe— no puedo controlarlas aunque quisiera.
Tuan pensó que algo de razón sí que tenía, pero parecía que tampoco ponía mucho empeño en erradicarlas, contando con que supiera que su local era caldo de cultivo para los potenciales consumidores y sus camellos. En aquel mismo momento, el móvil de Nacho sonó y se apartó de ellos para contestar la llamada. El novato seguía quemándolo con la mirada, pero tampoco detuvo su atención sobre el chico mientras hablaba por teléfono. Tras escasos segundos, en los que el inspector jefe volvió a beber de su refresco y sintió bajar por su garganta ese sabor tan áspero que empezaba a marearlo un poco, el Leprechaun se acercó de nuevo y, fingiendo tristeza, dijo:
—Es una verdadera pena, pero tengo que irme. Encantado de conoceros. —Mirando a Wang con ojos sensuales, le susurró—: Y a ti no me importaría conocerte más a fondo.
—Quizá en la próxima ocasión. —El novato le acarició la mandíbula con un dedo y lesonrió de lado.
En cuanto el chico los dejó, Wang y Tuan se observaron cómplices. En sus ojos no había recelo ni frustración por lo ocurrido entre ellos. Parecía que en aquellos momentos la telepatía era bienvenida, ya que sus miradas se decían recíprocamente que el sospechoso número uno abandonaba el lugar, probablemente para encontrarse con su proveedor. Dejando su bebida a medio terminar, Tuan se levantó de su taburete mirando a Mateo.
—Nosotros también debemos marcharnos. Aunque mañana sea domingo, tenemos que reunirnos con un cliente. Gracias por las copas, Mateo.
—¿Ya se van? Me apena oír eso. En diez minutos dará comienzo el espectáculo de Bondage. Quizá podrías abrirte mucho más si te quedás —dijo el argentino, envolviendo el azul de sus ojos en los marrones de Tuan.
—Le cuesta un poco abrirse. Sin embargo, puede ser bastante dócil una vez que lo hace, pero solo con personas de su entorno más cercano —expuso Wang, interponiéndose entre los dos y mirando a Mateo de forma desafiante mientras estrechaba su mano.
Acercándose a su oído, añadió con voz gruesa y baja—: Y yo, soy lo más cercano.
El gerente le devolvió el desafío al novato con una sonrisa amplia. Tuan no estaba muy seguro de lo que el niñato acababa de decir, pues su mente se estaba cargando de algo pesado y un cosquilleo empezaba a centrarse en su vientre. Con paso rápido, salieron del pub y miraron a ambos lados de la calle. Estaba algo abarrotada de gente, pero no tuvieron problemas en distinguir al Leprechaun sentado en la parada de autobús. Por casualidades de la vida, habían aparcado el coche justo en la acera de enfrente. Se dirigieron al vehículo y se metieron en el interior, con cuidado de no ser vistos por el muchacho. Intentando aclarar la pesadez que se estaba implantando en su mente, Tuan agitó su cabeza de lado a lado.
—¿Qué conseguiste del chico? —preguntó, haciendo caso omiso a un calor que se arremolinaba en su cavidad pélvica.
—Tenemos a nuestro camello: Ignacio Rodríguez Cepas. Vive cerca del estadio de fútbol. No sé exactamente dónde, pero con su nombre completo no nos será difícil averiguarlo.
—Es increíble lo que se puede llegar a conseguir “perseverando”, ¿verdad? —dijo Tuan con tono irónico.
Wang lo miró con el ceño fruncido, pero enseguida respondió con suspicacia: —¿Y tú, jefe? ¿Qué conseguiste del argentino? Aparte de una copa gratis y que te regalara los oídos, claro…
—Parece que le es indiferente que se mueva droga en su local, aunque estoy seguro de que lo sabe —le contestó Tuan, ignorando el tono de sabelotodo del mocoso y sin apartar la mirada del Leprechaun a través de la ventana del coche—. El autobús ha llegado. Si se sube, lo seguimos.
El chico hizo exactamente eso y Tuan puso el motor en marcha para colocarse tras el transporte público. En cada parada que hacía, se cercioraban de si el muchacho se apeaba, pero pronto pudieron discernir que se dirigía hacia su casa, ya que las calles por las que circulaba el autobús iban directas al estadio de fútbol. Mientras conducía, el inspector jefe empezó a sentir como si su cuerpo quisiera expandirse. No sabía si las personas tenían aura, pero en aquel momento podría decir que la suya se agrandaba poco a poco y empezaba a salir por cada poro de su piel. El calor de su pelvis estaba más concentrado y sentía sus ojos brillosos. Cuando Wang habló, la voz sonaba rebotando en su cabeza una y otra vez:
—Le pregunté al chico con quién tenía que hablar para conseguir algo de Arcoíris, y me dijo que él podría encargarse de ello, pero que por esta noche ya no sería posible. Me ha dicho que vuelva la semana que viene. —El novato miró a su superior cuando este cerró sus ojos fuertemente y sacudió su cabeza de nuevo—. ¿Te encuentras bien, Tuan?
—Sí…, solo es algo de mareo… No he cenado mucho. —Detuvo su coche al parar el autobús y vio a alguien bajarse—. El chico ha salido.
El Leprechaun se adentró en un callejón solitario, se dirigió al único portal que había y desapareció tras él. Tuan condujo hacia el pasadizo y aparcó a unos metros de la entrada de dicho portal.
—¿Habrá quedado con el proveedor en su propia casa? —preguntó Wang mientras se acomodaba en el asiento, adquiriendo la típica postura que el inspector jefe conocía: les esperaban unas cuantas horas de vigilancia sin absolutamente nada que hacer hasta que se viera algún movimiento sospechoso.
Cuando solo llevaban dos minutos observando el portal y el oscuro callejón a la espera de alguna acción, el cuerpo de Tuan dio un estallido. Su aura se extendía y se esparcía en ondas hacia el exterior, dejando al calor que se concentraba en su interior arremolinándose alrededor de sus testículos y más abajo. No quería pensar en ello, pero un agradable picor recorría los músculos de su perineo, y algo parecido a un exquisito y necesitado deseo empezaba a invadirlo. Sin darse cuenta, sus profundas respiraciones se hicieron eco en el interior del vehículo.
Como si se encontrara a kilómetros, escuchó la voz de su compañero. Sabía que le estaba preguntando algo, pero no conseguía definir las palabras. Necesitaba aplacar el fuego que lo bañaba. En el momento que sintió las calientes manos de Wang agarrar sus mejillas y girarlo hacia él, lo vio todo más claro, o por lo menos su cuerpo supo lo que necesitaba, pues su polla engordó en medio segundo con solo el tacto del niñato sobre él.
—¡Mírame, Mark! ¡Mírame! —exclamó el novato. Lo sujetó de la cabeza y, con los dedos índice y pulgar, le abrió los ojos—. ¡¡Mierda!! —Tuan tenía el rostro de Wang a escasos centímetros del suyo, y sin poder evitarlo, fijó sus ojos en los labios, que extrañamente se le apetecían jugosos—. ¡Joder, Mark! ¡Te han drogado! ¡¡Ese puto argentino te ha drogado!!
Guiado por el incontrolable apetito que abarcaba todo su ser y el placentero calor que emanaba del cuerpo tan pegado a él, agarró el cuello del novato con las dos manos y lo acercó hasta rozar sus bocas.
—Dámelo —dijo con tono ronco y apremiante.
—¡¿Qué?! —El asombro en la voz y rostro del niñato era digno de observar.
—Yo te lo di una vez —le instó Tuan. Mordisqueó el labio inferior de Wang un par de veces, embriagándose con el calor que desprendía—. Dámelo tú ahora.
Su compañero intentó separarse, pero el inspector jefe lo atrajo con tal fuerza que hizo que medio cuerpo del novato chocara contra él.
—Tuan, estás drogado. No creo que haya que llevarte al hospital, tus pupilas aún no están dilatadas del todo, per…
No dejando terminar al mocoso, y esbozando la sonrisa más obscena que jamás hubiera creído tener, producto, sin duda, de la lujuria que su cuerpo experimentaba en aquellos momentos, su boca expresó lo que su mente pensaba: —Hay otras partes de mi cuerpo que sí están dilatadas del todo.
Y diciendo aquello, accionó la palanca de su asiento, consiguiendo que este cayera hacia atrás, seguido por los dos hombres, que quedaron en posición horizontal uno sobre el otro. El choque juntó sus entrepiernas y, por acto reflejo, a la vez que soltaba un vibrante jadeo, separó sus piernas y las envolvió alrededor de las caderas de su compañero. De nuevo con sus bocas juntas, le susurró mientras levantaba su pelvis para conectar sus pollas: —Rózame.
Intentando equilibrarse sobre el cuerpo de su superior y sobre sus propias manos, Wang le dijo casi suplicante: —Tuan, yo…
—¡¡Rózame!! —gritó el inspector jefe, y apretó las caderas del novato con sus piernas.
—Mark, estás drogad…
—Estoy cachondo. —Empezó a frotarse—. Estoy caliente. —Una de sus manos bajó hasta sus entrepiernas y agarró con fuerza la dura verga de su compañero a través de los ajustados pantalones—. Y quiero esto. —Apretó sus dedos para no dejar lugar a dudas de a lo que realmente se refería.
En el mismo momento que Wang entreabrió los labios para gemir ahogadamente, Tuan aprovechó y juntó sus bocas. “La sensación” lo había quemado, abrasado, pinchado, desesperado, asustado, pero lo que le hizo sentir en aquel momento no se igualaba a ninguno de esos sentimientos. El calor de los labios, la textura, la sedosidad que experimentó en los suyos propios lo elevó al séptimo cielo, y comenzó a morderlos, lamerlos, creyendo que de este modo el sabor no lo abandonaría y se quedaría impregnado en él. Entre roces y pequeños gruñidos, Wang logró alejarse lo suficiente para poder hablar:
—¿Qué pasó con lo de no tocar?
—Como no me los toques, estarás mañana mismo dirigiendo el tráfico del pueblo más apartado de toda la región.
Mark levantó sus caderas, embistiendo sin mesura contra el novato, y volvió a sumergirse entre sus labios. Su lengua irrumpió en la boca de su compañero, deseosa de saborear el gusto de la saliva junto con el caliente aliento. Esta vez, Jackson correspondió al movimiento de aquella lengua con la suya, enlazándola, rodeándola, mojándola, mientras sus entrepiernas se buscaban desesperadamente. Con el músculo resbaladizo aún en su boca, y surcando sus labios en una de sus seductoras sonrisas, el novato logró decir:
—¿Abuso de autoridad? Esto es acoso sexual…, jefe.
Sus bocas chocaron de nuevo y las embestidas aumentaron en potencia y profundidad. Mark sentía la gruesa y larga polla de su compañero estrellarse contra la suya; un duro mástil que se hincaba entre sus cargados huevos, mientras los antebrazos del niñato encerraban su cabeza y las manos se enredaban en su cabello. Esa sensación de acorralado, dominado…, sometido, hizo que los músculos de su ano palpitaran una y otra vez de forma ansiosa e impaciente. Bajó sus manos del cuello del novato, recorriendo a su paso el pecho y vientre en tensión por los acelerados movimientos, hasta llegar al cinturón del pantalón. Guiado por la exaltación de todos sus sentidos, empezó a desabrocharlos.
—Quiero más… —dijo el inspector jefe entre jadeos, metiendo una de sus manos por debajo de los calzoncillos de su compañero.
—Mark…
Tuan gimió con gusto a través de su garganta, no sólo porque su propio nombre pronunciado por Jackson le hervía la sangre, sino también porque el aterciopelado toque que sintieron sus dedos al acariciar la caliente carne del niñato hicieron exactamente eso: calentarlo aún más. Wang le advirtió con un susurro:
—Soy grande. Demasiado grande para…, para…
El inspector jefe, a pesar de estar envuelto en un huracán de sensaciones, sentidos y palpitaciones, sabía de sobra cómo quería acabar aquella frase el novato:
—¿Para un virgen como yo? —preguntó Mark de manera lasciva a la vez que le lamía los labios de un extremo a otro y comenzaba a bombear la polla de Wang. Para darle crédito al mocoso, era verdad que no llegaba a juntar la punta de sus dedos una vez que la tuvo en su mano. Poniendo nariz con nariz, le habló entre seductor y suplicante—: Dámelo… Jackson, dámelo.
Wang se mordió el labio sin apartar sus ojos de su superior. Permaneció así por varios segundos. Mark le devolvía la mirada, intuyendo el posible conflicto interior del novato: él era su superior, su jefe directo, el que le había dicho que no lo volviese a tocar, el que lo había amenazado con trasladarlo y degradarlo de posición. Al fondo, muy al fondo de la mente del inspector jefe, la idea de ser desvirgado por un hombre a través de su recto encendía señales luminosas de “Stop”, “Prohibida la entrada”, y “Prioridad al sentido contrario”. Pero el flujo de energía sexual que lo dominaba y las incesantes contracciones de su dilatado culo ganaban por goleada.
Un sentimiento de cierto apego pinchó en los sentidos de Tuan, y dejó resbalar su nariz sobre la de Ramos mientras cerraba los ojos y disfrutaba de la caricia. Suavemente, repitió:
—Dámelo…
El novato suspiró profundo y juntó sus frentes. Bajó sus manos hacia el pantalón de su superior, apartando las de éste a su paso, y desabrochó el cinturón. El sonido de la hebilla desprendiéndose resonó en los tímpanos de Santana, consiguiendo que otra palpitación se propagara por sus bajos músculos.
—Levanta las caderas —le susurró Jackson.
El inspector jefe lo hizo mirándolo con deseo. El novato se desprendió de los pantalones junto con los zapatos, no sin algo de dificultad por la incómoda posición que tenían sobre el asiento del coche. Una vez que tuvo a su jefe desnudo de cintura para abajo, pasó un brazo por detrás de las caderas y, con un ágil movimiento, le dio la vuelta. El pecho de Mark rebotó sobre el asiento con sus piernas enredándose entre sí. Wang las agarró por la parte de los muslos y las separó, dejando ante él la visión de las redondeadas nalgas de su superior. Ayudado de sus brazos y empujando con su propio torso, subió a Tuan por el asiento hasta que la barbilla de éste tocó el reposa cabezas y los brazos quedaron apoyados en el asiento trasero del vehículo.
Todos aquellos movimientos fueron acompañados por ansiosos gemidos del inspector jefe. Cuando escuchó el rasgar de un plástico, giró la cabeza hacia su compañero. Jackson se erguía de rodillas sobre el asiento, algo encorvado para no chocar contra el techo del coche, y con los pantalones a mitad de sus muslos, mostrando una de las pollas más anchas y extensas que Mark nunca creyó ver. Aquello sólo existía en las revistas. Un atisbo de miedo surcó sus cinco sentidos, pero la repuesta de su cuerpo ante la gran generosidad que había tenido la naturaleza con el novato, fue un nuevo repiquetear de los músculos de su culo.
Wang vertió un líquido transparente sobre sus dedos y dejó el envoltorio de plástico en el asiento del copiloto.
—¿Siempre vas tan preparado? —preguntó Santana, mirándolo excitado sobre su hombro.
—Hay que estarlo para cuando a tu jefe le dé por experimentar su lado gay en el asiento de un coche y drogado hasta las cejas —le contestó burlándose, mientras apoyaba su mano libre de lubricante en el asiento trasero y su pecho sobre la espalda de Tuan. Muy cerca del oído le dijo—: ¿Y tú, Mark? ¿Estás preparado?
Antes de poder contestar, el novato metió un dedo lubricado entre sus nalgas y lo posó sobre su agujero. La primera reacción del inspector jefe no fue a través de su consciencia, sino de su cuerpo. Su entrada se expandió, dándole la bienvenida al intruso. El niñato bordeó el anillo con la yema de su dedo, y “su querida amiga” hizo acto de presencia. Pero no vino en forma de sensación, sino de espasmos. Pequeños e intermitentes espasmos que peregrinaban por su cuerpo y volvían a concentrarse donde estaba siendo acariciado. Los jadeos de Tuan salían uno detrás de otro sin pausa, pero quedaron atrapados en su garganta al sentir la punta del dedo introducirse.
Probablemente sería consecuencia de la droga, pero en lugar de dolor o miedo, lo que el inspector jefe experimentó fue el más exquisito y sublime placer cuando el dedo separó poco a poco sus paredes interiores. Más pronto que tarde, sintió el tope de la mano del novato en sus nalgas. Éste, se acercó a su oído:
—Creo que la droga ha hecho más que bien su trabajo aquí. —Y deslizó su dedo hacia fuera.
Cuando Mark notó que volvía a enterrarse, ya no era uno, sino dos los dedos que se abrían paso en su interior. Ahora sí, los gemidos escapaban de su boca, sonoros, jadeantes, y su aura se expandía de nuevo. Sin apenas percatarse, el tercer dedo lo invadió. Se sentía abierto, expuesto to, lleno, mientras Wang entraba, salía, y rotaba sobre el eje de su mano.
De repente, Tuan se quedó vacío. El novato se había retirado de su interior y su agujero pulsó en contra. Giró su cabeza para ver cómo se deslizaba un condón sobre la gorda polla y volvía a cubrir su cuerpo. Con una mano, Jackson ahuecó una parte del rostro del inspector jefe, reteniéndolo para que no dejara de mirarlo.
—Quiero que me mires cuando te folle.
El novato levantó sus caderas un poco, y con la punta de su polla separó las nalgas hasta dar con la entrada. Agarró la nuca de Mark, sin apartar el café de sus ojos del extasiado rostro de su superior, y arremetió contra el anillo de músculos.
Mark cerró sus párpados y abrió la boca como acto reflejo. «¡¡¡Joder!!! ¡¡¿Grande?!! ¡Grande es quedarse corto! ¡Grande es un eufemismo! ¡¡Hijo de la gran puta, eres enorme!!». Había pensado que aquello iba a ser pan comido cuando lo único que había sentido con los tres dedos en su interior fue placer. A pesar de todo, su agujero respondía a la intrusión. Cuando la ardiente punta rebasó los músculos, sintió que el novato no se movía.
—Abre los ojos —le dijo en un susurro.
A cámara lenta, Mark abrió sus párpados y se encontró frente a frente con su invasor. Su propia boca aún permanecía abierta mientras profundas respiraciones salían de ella sin control. Jackson pasó el pulgar por su reseco labio inferior y sonrió ampliamente. Volvió a asirle de la nuca y juntó sus bocas. Al mismo tiempo que la lengua del novato se introdujo en su interior, lo hizo también el resto de su polla, y el grito como consecuencia del estiramiento de su culo murió entre sus labios.
La posición no podía ser más incómoda. Para ser su primera vez —estando en el asiento de un coche con el pecho aprisionado sobre el respaldo por el peso de su compañero detrás de él, con su cabeza girada noventa grados para poder ser avasallado por una lengua ansiosa, y con la polla de un caballo semental partiéndolo en dos—, diría que no volvería a hacerlo. Pero entonces, algo en su zona pélvica vibró, “la sensación” estalló, y gimió tan alto que tuvo que separarse de la boca del mocoso.
—Voy a llegar siempre ahí, Mark… Siempre…
Dejando la barbilla de su jefe apoyada en el reposa cabezas y con su antebrazo rodeando el cuello, Jackson empezó a follarlo con estocadas profundas. Se retiraba y volvía a entrar, tocando en cada embiste ese punto que cimbreaba por completo el cuerpo de Tuan.
El inspector jefe se sentía avasallado. Un brazo lo agarraba del cuello y otro lo sostenía apretando su vientre. Sus gemidos no eran gemidos, sino gritos. Sus jadeos no eran jadeos, sino rugidos. Los cristales empañados del coche les aseguraban una cierta privacidad ante el oscuro y solitario callejón en el que se encontraban.
Durante medio segundo, Mark pensó en el Leprechaun, en la operación, en su comisario. Pero cuando la fuerza de las estocadas hicieron que su mentón rozase insistentemente contra el reposa cabezas y que su pecho se hincase con energía sobre el respaldo del asiento del conductor, los acontecimientos de lo que significaba su vida fuera de aquel vehículo dejaron paso a “la sensación”, al novato, y a lo que estaba sintiendo en ese mismo momento.
La mano que sujetaba su estómago se deslizó hasta llegar a su enrojecido y efervescente eje, y Jackson lo sacudió al ritmo de sus arremetidas. Todo se concentró en sus pelotas: su expansiva aura, “su inseparable amiga”, los roncos jadeos de su compañero en su oído, el eco del sonido de carne contra carne; y todo explotó a través de su polla. Sentía las cuerdas de su semen salir, salir, y salir. Cuando aún no había terminado de gritar su último espasmo, un fuerte choque contra su culo le hizo abrir los ojos de par en par y notar la pulsación de la carne que incendiaba su agujero, mientras el novato adormecía su oído con el gruñido de su propio orgasmo.
Cerró los ojos, y del color azul pasó al añil, del añil al verde, del verde al amarillo, para seguir con el naranja, el rojo, y por último el violeta. Definitivamente, tuvo su arcoíris.
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