Amarillo
Al día siguiente, Tuan y Wang estaban sentados en los dos amplios sillones que el despacho del comisario tenía justo enfrente del escritorio. Eduardo estudiaba la información con la que contaban hasta ese momento acerca del pub Arnold:
—Según nuestro informante, el dueño del local se llama Mateo Silva, un argentino afincado en España desde hace más de diez años. Tiene cuarenta años y parece que no se deja ver mucho por el local. No sabemos si es el distribuidor directo de Arcoíris, pero seguro que no es ajeno a lo que se cuece en su pub. Todas las licencias y papeles del local están en orden. Lo único que queda es ir allí y ver qué podéis sacar en claro. Quiero que lo hagáis como meros clientes. Incluso si algo se pusiera feo, manteneros solo vigilantes. Quedan… —Eduardo miró el reloj en su mano derecha— dos horas para que Arnold abra sus puertas, así que id a prepararos.
—¿Id a prepararnos? —preguntó Tuan, sin entender a qué se refería exactamente su comisario.
—No pensarás ir en traje de chaqueta a un pub gay, ¿verdad? —contrarrestó Wang con su pose de engreído habitual, apoyando el codo en el respaldo del sillón y uno de sus tobillos sobre la rodilla.
El inspector jefe lo miró de arriba abajo, estudiando su atuendo. Vestía con unos pantalones vaqueros claros —de nuevo más ceñidos de lo que Tuan estipulaba como normal—, una camiseta roja que se ajustaba al vientre plano y una chaqueta de cuero negra que marcaba las curvas que no deberían delinearse en un hombre; por lo menos en su opinión. El café de los ojos le atravesaba de la misma forma que el día anterior en su casa, y los mechones morenos del flequillo jugueteaban sobre la frente.
—¿Es que acaso los gais no usan traje? —dijo Tuan, intentando utilizar el mismo tono superficial que su compañero.
—Sí, pero no en un lugar donde la gran inmersa mayoría estará desnuda de cintura para arriba, sin contar con los que estén sobre el escenario, claro: esos no llevarán nada. Si vas con traje, el noventa por ciento de los clientes querrá quitártelo a bocados. ¿Eso es lo que quieres, Tuan? —Wang se dio un pequeño mordisco en su labio inferior—. ¿Que te coman?
La sensación sin nombre que acompañó al inspector jefe durante las horas que pasó con el novato en su casa y que no lo abandonó hasta que se durmió, volvió a recorrerle todos los pelos de su piel.
—¿Y cómo sabes tú qué llevan y qué no en un lugar así, Wang? —preguntó, entrecerrando sus ojos. Alzando las cejas y sonriendo de lado mientras se levantaba para irse, Wang susurró:
—Perseverancia…
Tuan dejó su sillón y lo siguió. El novato lo desconcertaba. No sabía muy bien por dónde pillarlo, pero “la sensación” parecía que se había instaurado en su cuerpo y no tenía intenciones de abandonarlo.
Se dirigieron a la cafetería de la comisaría y charlaron con varios compañeros mientras tomaban un café. Ante una nueva petición por parte de Wang de que se planteara su vestuario a la hora de visitar Arnold, Tuan lo miró fríamente y le ordenó un: “¡Andando!”.
Eran las doce de la noche y la calle donde se encontraba el pub estaba atestada de gente. Un variopinto grupo de personas transitaba la acera. Tuan distinguió entre hombres y mujeres, a Drag Queens y transexuales. Pagaron veinte euros en la entrada a un gorila al que, si el inspector jefe realmente hubiera estado de servicio, le habría hecho vaciar sus bolsillos por si ocultaba esteroides anabolizantes.
Nada más traspasar la puerta, los ojos de Tuan se agrandaron por la visión del gran salón que se extendía ante él. Las paredes estaban cubiertas de azulejos negros y brillantes. Al fondo se situaba un gran escenario con una inmensa cortina roja. Una pasarela se alargaba a lo largo de la sala, rodeada por ambos lados de mesas y sillas oscuras. Dos grandes barras cubrían cada extremo del local, que aún no se encontraba totalmente lleno. Alrededor de unos cincuenta hombres, la inmensa mayoría sin camiseta, bailaban al son de la música pop entre las mesas del centro y cerca de las dos barras. Wang chasqueó los dedos justo enfrente del rostro de Tuan, quien parpadeó varias veces hacia él.
—Si esto te impresiona, espera a ver lo que muy pronto sucederá en el escenario —dijo Wang, sin dejar la siempre sonrisa burlesca.
Caminaron hacia la barra y el chico se sentó en un taburete, haciéndole un gesto a su superior para que también tomara asiento. Enseguida, el camarero, un muchacho joven, rubio y de ojos azules, se acercó a ellos. Tuan miró por encima de la barra para cerciorarse de que no iba desnudo, ya que no solo el torso lo estaba, sino que llegaba a vérsele parte del vello púbico. La entrepierna se ocultaba tras unos pantalones rojos que el inspector jefe hubiera jurado que solo llevaba puesto un cinturón ancho si no se hubiese percatado de que eran unos shorts.
Sonriendo tontamente, el chaval miró a Wang. —Hola, cariño, ¿qué te pongo?
El novato le devolvió la sonrisa. —Una Coca-Cola.
—¿Y a ti, hombretón? —preguntó, mirando a Tuan de una forma bastante lasciva.
—Otra —contestó secamente.
—Deberías quitarte la chaqueta, machote, pronto empezarás a tener mucho, mucho calor.
Wang sonrió mientras le ponía una expresión a su jefe de “ya te lo advertí”. Tuan, sencillamente, cogió su bebida y le dio un buche. Una vez que hubo pagado, el novato se dirigió a su superior:
El trapicheo de drogas suele empezar casi al principio de la noche. Cuando los consumidores comiencen a agotarla, volverán a buscar a su contacto. Yo diría que dentro de una hora más o menos, si realmente se mueve droga aquí dentro, podríamos llegar a ver algún movimiento.
Tuan no le contestó. Seguía bebiendo su refresco y viendo a hombres de todos los tamaños y formas entrar al local. Al cabo de unos veinte minutos, el lugar ya estaba bastante abarrotado. De repente, la música se cortó y unos enormes focos iluminaron el escenario.
Fuertes gritos y algunos silbidos se escucharon por parte de la multitud. Wang giró sobre su taburete, colocó sus nalgas casi al filo de este, dejando sus piernas ligeramente abiertas, y echó su torso hacia atrás, apoyando sus codos en la barra. Mirando con descaro a Tuan, le ronroneó:
—Empieza el espectáculo.
Las grandes cortinas rojas se abrieron y, entre el ensordecedor griterío, apareció un hombre con unos pantalones de cuero negro que le sentaban como una segunda piel, unas botas llenas de cordones que le cubrían hasta la mitad de los gemelos y un pequeño chaleco también de cuero negro demasiado pequeño para tapar el musculoso pecho.
—¡Vaya! —exclamó Wang, acercando la bebida a su boca—. Creo que hemos venido en la noche del cuero.
—¡Señores y señores! —gritó el hombre, haciéndose escuchar a través de los altavoces del local gracias a un micrófono que se enganchaba en su oreja—. Hoy…, hoy estoy triste.
—Un prolongado “¡oh!” se dejó oír por todo el salón—. Sí… Hoy, mi más querido — empezó a acariciarse el pecho—, estimado —siguió bajando hasta su abdomen—, apreciado —pasó sus manos por sus genitales— y amado compañero —sus piernas se separaron medio metro una de la otra— ha dejado de existir. —Sus dedos hacían perfectamente la curva de sus testículos—. ¡Hoy! —Apretó su entrepierna fuertemente—. ¡Mi consolador ha muerto! —terminó diciendo, mientras agachaba la cabeza en un acto teatral de desolación y la muchedumbre se deshacía en risas, gritos y silbidos.
Tuan casi se atragantó con su Coca-Cola y Wang rio guturalmente, mirándolo de reojo.
—¡Pero he sido un buen católico y amante de la naturaleza! —Siguió el hombre, levantando a la vez su cabeza y una de sus manos—. Y le he dado una digna sepultura. — Las risas y vítores seguían haciéndose eco en el salón—. Lo he llevado a reciclar para que me hagan otro más grande y potente que me dure por lo menos el doble: ¡un mes!
Tuan miraba con asombro a todos aquellos hombres doblar sus cuerpos de la risa y dejarse las palmas enrojecidas de tanto aplaudir. Aunque no compartiera los gustos sexuales de todos ellos, no cabía la menor duda de que aquel tipo era un gran maestro de ceremonias, y que tenía carisma para subir de tono el ambiente del lugar.
—Pero me han dicho que hasta mañana no lo tendrán listo, con lo que he pensado: ¡Qué mejor manera de pasar mi tiempo de luto que admirando al mejor policía de toda la ciudad! Y lo mejor de todo es que no tiene problemas en hacerte cumplir la ley si eres un mal ciudadano. ¡Aquí tenemos a Toby!
Se retiró del escenario y todas las luces se apagaron mientras los gritos seguían sonando. Una sensual música retumbó en los altavoces, sacudiendo los oídos de Tuan, y otro hombre apareció en escena. Vestía un uniforme de policía junto con la gorra, aunque todo en él parecía dos tallas más pequeñas. Empezó a moverse sensualmente, empujando sus caderas al ritmo de los bajos de la canción. Se acariciaba su cuerpo en cada movimiento y, tras un exótico baile que sacó comentarios bastantes subidos de tono de algunos de los hombres que rodeaban el escenario, empezó a deshacerse muy lentamente de su uniforme.
Los ojos de Tuan permanecían fijos en aquellos incitantes movimientos que acompañaban el sonido de la música como dos líneas ondulantes juntas: una el cuerpo del hombre y la otra los acordes de la canción. Tan ensimismado estaba en aquellos atractivos contoneos, que no se percató del acercamiento de su compañero hasta que sintió el aliento calentar su oreja:
—Yo podría quitarme el uniforme con una mano mientras con la otra daría placer al espectador de mi espectáculo.
La voz sonó tranquila pero erótica, acariciando cada palabra que moría no solo en el oído de Tuan, sino también en cada terminación nerviosa de este. Una imagen de Wang con un uniforme de policía que se amoldaba a cada curva de su cuerpo y con la camisa medio abierta mostrando un lampiño pecho, apareció en su mente. El inspector jefe no le respondió. Sentía que no era capaz de mirar a esos ojos café un segundo después de haber tenido aquella desconcertante imagen mental. “La sensación” lo invadió de nuevo, algo más intensa que las otras veces.
Unos atronadores gritos lo sacaron del chocante estado en el que había caído, y vio que un segundo individuo había invadido el escenario. El primer hombre se acercó a él y comenzó a desnudarlo. Aquellas manos no dejaban ni un centímetro de piel sin ser tocada. Una vez que se había deshecho de las ropas, excepto de un pequeño tanga negro, se puso de rodillas y empezó a lamer los muslos. Tuan observaba atentamente —sin entender muy bien aquella fijación— cómo la lengua recorría tramo a tramo la carne hasta llegar a la entrepierna, cubierta por el minúsculo tanga. El hombre lo bordeó entre lametones, besos y mordiscos, y siguió su avance hacia el abdomen y pecho.
Un misterioso calor se apoderó de la parte baja del vientre del inspector jefe, y seguido por las órdenes de su cerebro —ya que estaba seguro que ni en un millón de años habría sido capaz de hacer aquel movimiento conscientemente—, dirigió su mirada a la entrepierna de Wang. El novato no había cambiado la posición que adoptó al comienzo del show. Entre sus piernas medio abiertas, un voluminoso bulto se dejaba ver como un regalo para todos los presentes en el local. Movido de nuevo por su cerebro, comenzó a subir la vista, llenándose del fibroso pecho que se intuía tras la estrecha camiseta roja. Al llegar al cuello, una palpitante vena lo cruzaba de abajo arriba. Cuando sus ojos se posaron sobre el rostro de Wang, este lo observaba.
Durante los tres segundos que se sostuvieron la mirada, el local, los gritos y el espectáculo desaparecieron de la percepción de Tuan. Durante tres segundos, unos ojos café lo contemplaron serios, sin ningún estado de ánimo en ellos. Durante tres segundos, “la sensación” estalló en pequeños choques de calor que erizaron los pelos de todo su cuerpo. Ahora sí, su consciencia ganó a su cerebro y apartó la vista para llevarla de nuevo al escenario, donde el espectáculo había llegado a su fin y los aplausos se mezclaban con vítores y silbidos.
Mientras el sonido de una multitud hablando dejaba al local sumido en el típico ambiente de un bar de copas y la música pop volvía a oírse por los altavoces, Tuan terminó su bebida con un buche largo. Le hubiera gustado que llevara algo de alcohol para ver si podía echar a un lado aquellos tres segundos perdidos en la inquietante mirada del novato, y mandar al olvido el fuego que lo quemó por dentro.
—¿Te apetece otra? —preguntó Wang, que no había apartado la vista de su superior tras aquellos intensos instantes. Tuan carraspeó un poco. —Claro.
Todo aquel cúmulo de extrañas emociones y la abstracción en el espectáculo, lo habían desviado de su misión principal. Tenía que agudizar sus sentidos si quería salir aquella noche del pub con algo más que un desconcertante sentimiento perturbador. Debía empezar a vigilar a la multitud que allí se concentraba.
—¡¡Jackson!!
Un grito ronco se escuchó de un hombre que se acercaba a ellos con paso rápido y los brazos abiertos. Tuan arrugó su rostro ante aquel tipo, que parecía un jugador de rugby. Juraría que los habría confundido con algún conocido suyo. Pero para sorpresa del inspector jefe, llegó junto a ellos y fundió a Wang en un abrazo un tanto pasional. El hombre se separó, pero sus manos aún seguían moviéndose en pequeñas caricias sobre los hombros del novato, a la vez que sus piernas se incrustaban entre las de este.
—¿Cómo está mi picha brava? —le preguntó a modo de saludo. Las acariciantes manos pasaron del cuello al rostro de Wang, y le hizo girar la cabeza juguetonamente.
—Brava, como siempre —contestó el novato, poniendo sus manos sobre las caderas del hombre y regalándole una sincera sonrisa que Tuan jamás habría dicho que formara parte del gran repertorio del chico.
—Mmm… Sigues igual de delicioso que siempre —ronroneó el hombre, pasando uno de sus pulgares por el labio inferior de Wang.
Ahora sí, el novato mostró una de sus estúpidas sonrisas, cargada de una lujuria queTuan no había visto nunca en él, y podría jurar que en ninguna otra persona. La punta de la lengua de Wang rozó el dedo que le acariciaba el labio, y “la sensación” explotó en el inspector jefe como una bomba atómica. Incluso él mismo se asustó de aquel estallido. Pero la ebullición de su cuerpo se congeló cuando los labios del hombre se posaron sobre los de su compañero. Los ojos del tipo permanecían cerrados, concentrado en el beso. Sin embargo, los del novato miraban directamente a su superior, con una intensidad que inconscientemente hizo que Tuan se mordiese el labio con demasiada fuerza.
—¿Qué es de tu vida, Pablo? —preguntó Wang una vez que se hubieron separado.
—Trabajo por aquí, fiestas por allá… —contestó el hombre, gesticulando con sus manos—. ¿Sigues vendiendo seguros?
Tuan levantó sus cejas, sorprendido por la pregunta.
—Claro, sabes que es mi pasión —dijo, girando su taburete y enfrentando a su superior
—. Este es mi jefe, Mark. —Y señalando a su amigo, lo presentó—: Y este es Pablo.
—Todo un hombretón, ¿eh? —rio sensualmente Pablo mientras estrechaba la mano de Tuan—. Pero la chaqueta hace rato que te sobra, ¿no crees?
Wang sonrió, mirando al inspector jefe antes de dirigirse de nuevo a su amigo. —Oye, Pablo, ¿quién es aquel chaval rubio de allí? —preguntó mientras señalaba con la cabeza a un chico situado en una de las esquinas del local.
—Mmm… No pierdes el tiempo, picha brava —dijo riendo, mostrando una dentadura perfectamente blanca—. Lleva pocos meses viniendo por aquí, pero se ha hecho bastante popular… Culito duro, ya sabes. —Las cejas de Pablo subieron y bajaron varias veces pícaramente.
—Y manos largas —murmuró tan bajo el novato que Tuan juraría que solo él lo había escuchado—. Bueno, Pablo, ha sido una delicia volver a verte pero tenemos que irnos ya. ¡Los seguros no se venden solos! Y hay que estar en pie temprano.
Se levantaron y se despidieron del jugador de rugby, caminando en silencio hasta el coche. A pesar de las innumerables preguntas que rondaban la mente de Tuan por todo lo acontecido en el pub, solo una salió cuando separó los labios:
—Allí dentro…, ¿estabas metido en el papel de cliente o es que… eres gay? —Nada más terminar de hablar, analizó lo sumamente estúpida que había sido la pregunta.
—¿Cuál de las dos opciones te gustaría más…, jefe? —dijo Wang, mostrando una de sus muchas sonrisas petulantes mientras se metía en el coche.
Tras arrancar el motor y ponerse el cinturón, Tuan decidió no responder. No solo porque no tenía ni idea de qué decirle, sino porque no estaba muy seguro de querer saber cuál era la respuesta. Aunque realmente estaba bastante clara. Aquel tipo había tocado, acariciado y besado a su compañero de una manera que no dejaba lugar a dudas. Parecía que se conocían desde hacía algún tiempo y que habían tenido algo juntos. “La sensación” pinchó de nuevo, pero hizo exactamente eso, pinchar, y el sentimiento de ese pinchazo no llegó a gustarle a Tuan, sobre todo porque no estaba muy seguro de lo que significaba.
—Así que vendedor de seguros, ¿eh?
Wang rio. —Nunca sabes qué tipo de personas te puedes encontrar en la vida. Los que un día eran tus amigos, al otro te quieren enterrado bajo tierra. Y en lugares como estos clubs, la línea de la amistad es muy quebradiza. De todos modos, es una buena estrategia para lograr indagar en asuntos que muchos se suicidarían antes de soplárselos a un policía.
—Ese chico rubio por el que preguntaste…
—Mientras tú te extasiabas con el espectáculo frente a ti… y junto a ti… —Tuan apretó los nudillos en el volante cuando un sudor frío lo recorrió al escuchar las últimas cuatro palabras del novato. Sabía perfectamente que se refería a esos tres segundos de miradas fijas y al hecho de que se lo había comido con los ojos. Pero, a pesar de la impresión, siguió con la vista en la carretera, intentando no mostrar el estremecimiento de su cuerpo—, yo me dediqué a observar al personal del pub. Aquel chico estuvo en una actitud sospechosa con al menos otros cinco muchachos. Intentaremos acercarnos a él la próxima vez.
—¿Por qué has querido irte tan pronto?
—Todo a su tiempo, jefe. Hoy únicamente ha sido una toma de contacto. Y con solo tener a un posible sospechoso en el punto de mira es suficiente por ahora. Empezaremos por ahí.
La siguiente pregunta que rondaba su mente no sabía muy bien cómo formularla, pues ahora sí estaba seguro de no querer oír la respuesta, en caso de que fuera afirmativa. Podría ser comprometedora para la operación, del mismo modo que aclararía definitivamente la orientación sexual de su compañero, y aquello le revolvía algún que otro sentimiento — algo que no llegaba realmente a comprender, pues siempre le habían sido indiferentes los gustos sexuales de sus compañeros, familiares o amigos—.
—¿Has…, has estado antes en este pub?
Wang giró su rostro para encararlo y, dibujando una cierta comprensión en sus ojos, le contestó: —No… No en este.
Aquella respuesta era una negación a su pregunta, pero dejaba un abanico de posibilidades hacia una afirmación de que sí conocía todo aquel ambiente. Mientras el novato se alejaba del coche una vez que Tuan lo dejó en su casa, “la sensación” parecía haberse dividido en dos: una cálida, que empezaba a apreciar la cercanía del chico, y una turbadora, ya que aquello realmente lo asustaba.
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