Novato

Me despierto con el paladar grumoso, entreabriendo con esfuerzo las escotillas de plomo de mis párpados. El frío es lo primero que siento, hondo, lacerante. El somier está sucio, las mantas arrugadas y cubiertas de briznas amarillas. Veo la noche casi sin luna, huelo la tierra y los maizales. ¿Dónde narices estoy? Me levanto con la respiración agitada y emito dos pequeños gritos, el miedo tarda un rato en disiparse. Antes de rondar a Morfeo, me encontraba en la litera de la residencia, destrozado después de una noche de duro estudio y una cena pesada y aquí estoy ahora, en una plantación de maíz inmensa y, al parecer, aislada del mundo. Los tallos del cultivo crecen compactos, codo con codo, y tan solo un camino, apto para la maquinaria, se abre paso a través de la fronda.

Me levanto descalzo, ensuciándome los pies. Maldigo con cara de asco. Recojo la manta del somier y me la pongo a los hombros. Camino con torpeza, intentando guiarme por la luminiscencia que define los contornos de la vegetación.

A medida que mis ojos se acostumbran a la oscuridad es más fácil caminar driblando los socavones y evitando las rocas. Se escucha el ulular de algún búho lejano y los graznidos, no tan lejanos, de alguna familia de córvidos. Los pies están entumecidos por el frio, con trozos de maíz adheridos.

Todavía siento el martilleo en la sien, no es solo producto del cansancio, sea lo que sea, alguien me indujo a aquel estado, a un estado de inconsciencia tal que pudieron haber removido todo mi somier y transportarlo junto conmigo a aquel lugar. Puede que la pesadez de estómago no sea debido a la cena. ¿Pero quién podría haber...?, en la Residencia no hay nadie tan cabrón como para hacerme aquello. Los conozco desde hace meses, es cierto que había llegado nuevo en aquella promoción, pero hemos hecho buenas migas y nos lo pasamos siempre en grande. Un novato llegado en mitad del semestre levanta mucha curiosidad.

Creo que son imaginaciones mías, el sonido del arrastrar de la manta detrás de mí, pero me doy cuenta que el siseo que oigo parece provenir de entre la vegetación muy cerca, casi a mi lado, es como una respiración entrecortada. Un escalofrío me recorre la columna, mis ojos se tornan llorosos en parte por el frio, en parte por el miedo.

Acelero el paso, tirando la manta y apartándome lo máximo posible del origen del sonido, me corto con la hoja de un tallo en la cara, pequeños regueros carmesíes descienden desde mi mejilla hasta mi boca. El sabor herrumbroso de mi sangre me angustia aún más. Algo se mueve entre la vegetación, resoplando. Escucho gemidos, gemidos caninos. Comienzo a andar muy deprisa, casi corriendo. El camino se bifurca en varios puntos, semeja como si, tarde o temprano, fuera a volver al punto de inicio. Temo estar corriendo en círculos con alguna bestia salvaje tras mis pasos.

Quizás si sigo adelante llegue a la entrada del inmenso latifundio. Solo encuentro maíz y más maíz, sacos de estiércol desperdigados de aquí a allá, rocas extraviadas y estacas de madera clavadas en el suelo. Resuello un poco ahora, pero parece que todo está en calma... De repente, la risa susurrante vuelve a sonar junto a mi oreja, me parece notar una cálida vaharada de aliento en mi cuello. Corro unos cuatro metros de una exhalación, un clonk me hace mirar atrás. Allí donde he estado segundos antes hay una azada clavada en el suelo, nadie la empuña. Han intentado abrirme el cráneo. Sea lo que sea que me persigue está cazando, acorralándome, jugando conmigo, y cuando se aburra....

Entonces hago algo irracional, doy media vuelta y recojo el azadón, algo parece agitarse a un lado, pero no quiero mirar. Con el azadón en la mano, corro y me desvío en varias bifurcaciones. Entonces, un zumbido capta toda mi atención, algo arrasa las mazorcas, abriéndose paso entre ellas, parece una máquina. Es una recolectora que corta los tallos de maíz y, si llega hasta mí, me cortará las piernas. A través de la prisión del maizal, mi asesino me persigue con intención de desbrozarme. Los pinchazos en mis pies desnudos son ya inaguantables, agarro el azadón con fuerza, es mi única arma de defensa llegado el caso.

Pero mi destino es otro, el suelo. Una de las estacas de madera enterradas es la causante. La torcedura de un tobillo, el levantamiento de una uña y el corte en una mano con el azadón es el resultado. Sin mencionar, claro, mi posible muerte. La adrenalina ha sido tanta que ni siquiera me he dado cuenta de que la maquina se ha detenido, se encuentra escorada en el camino, vacía.

Juega conmigo. ¡Dios mío! ¿quién es?, ¿qué quiere?, agotarme y torturarme psicológicamente, eso quiere, hasta que, magullado y paranoico, me rinda. Mis entrañas serán la guinda de su pastel en aquella macabra fiesta nocturna.

Ahora los aullidos agudos y humanizados parecen denotar excitación, hay más de uno. Estaba claro que van a atacar. Sea lo que sea son inteligentes, malignos, animalescos, lo suficientemente hábiles como para asediarme y manejar maquinaria homicida.

Me lamo la sangre seca de los labios, doy vueltas sobre mí mismo, cojeando y agarrando el azadón con mi mano dolorida. Comienzo a marearme, el corte es pequeño pero profundo, estoy perdiendo más sangre de lo que imaginaba. De nada sirve preocuparse por la herida de mi muñeca cuando mi vida está en peligro. Oigo siseos y murmullos a mi alrededor. Me rodean, una mazorca cae en mi cabeza y otra y otra. Una de ellas me hice daño de verdad en el cráneo, luego una piedra me parte la nariz y mi visión se vuelve rojiza. Estoy agotado, hipotérmico, herido, mareado y, sobre todo, aterrado.

Una forma negra corre a cuatro patas de un lado a otro del camino a mi espalda, la veo de reojo, pero cuando me giro ha desaparecido. Casi al instante, otra aparece y me atrapa por detrás, una gran garra se hinca en mi hombro y asoma una cara monstruosa. ¡Voy a morir, dios mío!

—¡Suéltame, suéltame! —Un aullido de placer—. ¡Suéltame!

Mi mano se mueve sola, aun en mi histeria, consigo alejar un poco la bestia. La supervivencia mueve mis músculos por mí. La bestia parece sorprendida. El azadón le atravesó el estómago, con la fuerza que solo la adrenalina puede dar. Entonces vi sus ojos, ya no había diversión en ellos, solo humanidad. Otros aullidos juveniles emergieron de los maizales. Eran risas.

—Se acabó la función, novato.

—Estaba acojonado, ¿lo habéis visto?, estaba acojonado.

—Se ha defendido bien.

—Yo creo que está muy mal parado. Deberíamos llevarle a la enfermería, ¿os fijasteis?

—¡No agües la fiesta Josh!, no es para tanto, ya verás.

—¡Eh, novato!, ¡te has quedado congelado! ¡Que!, ¿creías que te ibas a librar de la novatada?

Me vuelvo con los ojos desenfocados al borde de la inconsciencia, cubierto de rodales de sangre ajena. Los chicos vestidos de negro se sacan sus máscaras de látex, sus bocas se encuentran desencajadas. Me dejo caer inerte al lado del cadáver de mi compañero.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top