La Atalaya
Fase 1: La invitación
Tadeo escrutaba aquella forma desdibujada parecida a un espejismo, divisable más allá de las techumbres vecinas. Parecía tremolar y volver adquirir consistencia a intervalos. Su habitación estaba en el segundo piso, desde ahí oía el gentío del mercado y el ruido del tráfico, algún vecino le saludó desde la calle al verle asomado a la ventana, ninguno recibió respuesta y casi todos continuaron su camino tras encogerse de hombros. Tadeo, solo tenía ojos para aquello, aquella alucinación con forma de monolito. Era una inmensa aguja que horadaba primero la capa de carbono que rodeaba la ciudad, luego los cúmulos nubosos. Tadeo estaba librando una batalla, una lucha interior; debía tomar una decisión.
Hacía dos días que había visto por primera vez aquella inmensa torre y parecía el único capaz de verla ya que cuando le preguntó a su madre si sabía que era, no dio muestras de entender a qué se refería. Pensó en aquel momento que, quizás, había sido obra de un despertar no muy lúcido y se fue a hacer sus entregas como todos los días, pero al día siguiente seguía allí, y al siguiente, y al siguiente. Tadeo no podía evitar el observarlo todas las noches antes de dormir, sentía que aquella estructura le vigilaba, que podía sentir el vacío de su vida, aquel tedio que envolvía una mente curiosa como la suya, atrapada en una vida tan fatua.
Tadeo ansiaba reflexionar y comentar, compartir sus intrincadas y, a veces, delirantes visiones con el mundo, pero la gente a su alrededor, sus vecinos, amigos, familia, semejaban tan... limitados. Tadeo ansiaba conocer y, por ello, no paraba de elaborar hipótesis sobre la gran aguja artificial y su cometido. Fue aquella mañana cuándo algo le hizo replantearse el terminar con su análisis contemplativo y tomar un curso de acción bien distinto.
Su madre le despertó como siempre, dándole golpecitos al mismo tiempo que abría el panel solar de la cristalera. Él gruñó un par de veces y esperó a que esta saliera de la habitación, se levantó y se aseó, ordenó un poco su cuarto y, antes de tomar el elevador a la cocina, miró por la ventana. La torre era perfectamente visible, consistente como nunca.
Se sentó en la cama y se puso el calzado. Una arista le pinchó el dedo meñique de su pie izquierdo. Había algo en su zapato. Extrajo el cuerpo extraño y resultó que era una tarjeta satinada, de tacto asedado, en ella había un grabado un simple diseño vectorial que representaba la forma de la gran torre y que cambiaba de colores dependiendo de la refracción de la luz. Si se inclinaba a un lado, podía leerse: "Considérese Invitado"." La Atalaya"
¿Cómo había llegado la tarjeta a su habitación? No había ningún nombre, ni número de comunicador, ni otra referencia, solo aquel mensaje, "está usted invitado". La Atalaya... ¿Era aquel el nombre de la gran torre?
Fase 2: El sector Bh
Tadeo temblaba de expectación, tenía entregas que efectuar, debía ir a trabajar como cada día, tenía una rutina... ¿Qué hacer? Volvió a mirar la tarjeta y esta vez pudo distinguir algo más, un romboide alargado que semejaba el indicador de una brújula. Parecía parpadear, quizás fuese una sensación óptica debido al material de la tarjeta, pero semejaba señalar en dirección a la torre.
La tarjeta puede llevarle hasta sus puertas. La Atalaya exigía su presencia allí. ¿Y quién era él para negársela? Todo sucedió muy rápido y fue preferible, si Tadeo se hubiera parado a pensar en lo que hacía no habría movido ni un dedo. Bajó sin que su madre se percatara de su paso por la cocina, cogió algunos bollos horneados en el microondas que se comería por el camino y los guardó en la bandolera, luego salió corriendo a la calle, dribló a algunas señoras del barrio que no tuvieron tiempo ni a pronunciar los buenos días, cogió su moto y, tarjeta en mano y a toda velocidad, siguió las indicaciones de la brújula.
Tres cuartos de hora después y habiendo cruzado los suburbios, Tadeo a llegó la única área de la ciudad no apta para civiles. Era una extensa llanura, bajo la cual, se encontraba un complejo sistema de conducción y refinado de gases, saneamiento de residuos y filtrado de aguas fecales, todo ello constituía el principal sustento de la vida urbana. Estructuras metálicas y puentes elevados creaban un pequeño laberinto, en algunas partes, el suelo estaba cubierto de planchas de acero bajo las cuales solo se entreveía una leve neblina rojiza.
No tardó más de veinte minutos en aparcar el vehículo y encontrar un acceso en el enrejado, las medidas disuasorias eran mínimas, y si el lugar estaba vigilado, Tadeo no vio a nadie. La Atalaya se hallaba allí, aun a unos minutos, rodeada de la misma bruma roja en la que, ahora mismo, Tadeo se internaba con breves accesos de tos.
Buceando a través de la niebla malsana, sin apenas referencias que guiaran sus ojos excepto el contorno desdibujado de la Atalaya, Tadeo comenzó a reflexionar por primera vez desde que partió de casa. ¿Qué demonios hacia allí?, ¿en aquel lugar tan nocivo y solitario, dirigiéndose hacia una misteriosa estructura que se valía de trucos de artificio para atraerlo?
En aquel momento tendría que estar haciendo entregas, encadenado a su rutina, estable y férrea. En esos momentos, incluso, apetecible. Ese periplo bizarro suyo era de chalados. Giró 180 grados sobre sí mismo y empezó a andar con ímpetu en dirección contraria.
"Hora de volver" se dijo. Pero algo en su cabeza reclamó su atención. Un constante calambre de disconformidad justo detrás de las orejas. Algo no iba bien, aquella decisión era fruto del miedo, eso era, del miedo, la ansiedad y el agobio del campo de humos. No la estaba tomando libremente, no era producto de su voluntad. Tadeo supo que aquel lugar infecto era una salvaguarda, lo supo al instante. La Atalaya mantenía así alejados aquellos simples curiosos que no sentían ninguna verdadera necesidad de cambio, de revelación. La Zona Bh poseía esa peculiaridad.
La rutina no era deseable en absoluto, era un abrigo de plomo del que se quería desembarazar para siempre. Su mente aspiraba a cuestiones más complejas y emocionantes. Él aspiraba a algo más, aunque no supiera a qué. Volvió a girarse y, como había hecho al salir de su hogar, echó a correr, sin pensar. Se llevó varios golpes al chocar contra las estructuras metálicas que le salían al paso, pero siguió adelante casi a ciegas. "Enséñame", le pidió a la Atalaya.
Fase 3: La primera planta. El anfiteatro de los referentes
La Atalaya no se mostró de forma gradual, de repente se encontró frente a ella y eso que Tadeo no creía haber corrido más que unos cuantos metros. Tendría que haber tardado mucho más tiempo en llegar. De la impresión que esto le causó, tropezó con el borde de la escalinata de cobre que precedía al gran portón circular.
Subió a cuatro patas los primeros escalones, falto de palabras por la grandeza de La Atalaya. No era algo celestialmente bello, pero si grandioso. Era una construcción sucia y metalizada, terrenal y con formas discordantes. En su fachada tanto emergía una cornisa angular, como un enclenque arbotante espinoso, como un bloque poliédrico. Luces tenues se encendían y apagaban en las junturas de las grandes placas multiformes que la constituían. Allá, en lo alto, Tadeo creyó distinguir elementos que se movían, pero la altura que alcanzaba era tal, que un cumulo de nubes le dificultaba la visión.
Al llegar ante el portón, Tadeo golpeó varias veces, no obtuvo respuesta. Tanteó en busca de un resorte o timbre. Al final, se fijó en una débil ranura que apenas hubiera podido diferenciar de una mera juntura. Sacó dudoso la tarjeta y la introdujo allí, esta fue tragada de forma violenta. Un chirrido llego desde lo más alto, y cual descarga nerviosa por una columna vertebral, la orden fue transmitida a los mecanismos de acceso de la Atalaya. La puerta circular se fue veteando en arandelas helicoidales que se retrajeron y, luego, se ocultaron. Dentro estaba oscuro.
Tadeo tragó saliva y entró.
Una luz blanquecina le abordó de manera instantánea, ¿dónde había ido a parar las sombras? Tadeo se volteó aún cegado y ya no pudo distinguir entrada alguna. Se giró de nuevo, estaba en una antesala luminosa, allá a lo lejos fue cobrando definición un cortinaje perlado y se comenzó a escuchar el eco de varias voces. Se asomó y lo que vio volvió a dejarle sin aliento.
En una titánica sala semicircular caminaban hombres y mujeres con tocados de diferentes épocas, todos ellos enmascarados, como engalanados para un baile. De grandes cables provenientes de un techo apenas visible, pendían pantallas poligonales en las que se visionaban ciertos personajes que discursaban con aquellos que quisieran atender a sus palabras. De hecho, muchos se sentaban delante de las pantallas y escuchaban en silencio o emitían sonidos de aprobación, algunos de ellos vestían los mismos ropajes que la persona a la cual encumbraban.
También observó pequeños discos flotantes que emitían lo que a Tadeo le parecieron hologramas, propios de una serie de ficción, hologramas de personas que charlaban con otras personas reales, mientras paseaban. Entró en el área y pudo observar varios reductos, extraños jardines apartados, mesas con comida y bebida. Todo allá parecía una vida placida, dedicada al aprendizaje y discusión de las máximas que aquellos maestros virtuales impartían. Los estudiantes escogían a sus referentes y aprendían de sus hipótesis, luego entraban en acaloradas discusiones creando nueva manera de defender las teorías aprendidas.
Varios asistentes virtuales le indicaron que los siguiera y propusieron que se pusiera una indumentaria más cómoda, parecida a la que vestían... Tadeo rechazó las ofertas y decidió ir por libre, se sentó ante varias pantallas y charló con muchos hologramas. Comió, bebió y durmió. Rousseau, Marx, Moliere, Ovidio, Platón, Sófocles, Herodoto... La lista de tutores holográficos era interminable. También empezó a entablar conversación con las personas que allí se encontraban, estas siempre le rehuían cuando intentaba preguntarles el porqué de la Atalaya, de aquella sala, o discutía otros temas que no fueran los expuestos por los Maestros. No semejaban reconocer la rutina a la que estaban expuestos, parecían no recordar cómo habían entrado allí, se disfrazaban según su corriente de pensamiento y su modelo de vida a seguir y comenzaban la mañana. Tadeo, supo que había aprendido cosas muy valiosas. Había estado allí durante días, ¿meses quizás? Parecía que el tiempo se desdibujaba y eso comenzó a asustarle, ¿y si él se olvidaba también del porqué de su llegada?, ¿y si la comodidad de los simples teoremas ofrecidos, de su repetición constante, le entregaba a una duermevela de autosatisfacción?
Fue aquella tarde caminando por los jardines colgantes, entre cables plateados, que Tadeo se dio cuenta de una cosa. Puede que las personas que estaban allí hubieran entrado en La Atalaya para salir de la mediocridad, para tener un guía que les dijese que pensar, un salvador mágico que les ofreciese expectativas de mayor saber y autorrealización, puesto que ellos carecían de voluntad o, quizás, de pasión por las verdades. Les vendían humo, el aprender y el compartir ideas era beneficioso, pero siempre y cuando uno las utilizase para mejorar las propias. "Aquellas ideas que se interiorizan y salen de la propia razón, son las verdaderas", pensó Tadeo, "aunque hayan bebido de la experiencia de otros".
Los demás habían hecho bien en acudir allí, sus necesidades estaban asistidas, pero Tadeo necesitaba más, ¿Aquello ofrecía la Atalaya?, si era así, y aun agradeciendo las experiencias proporcionadas, Tadeo empezó a pensar que quizás aquella extraña torre no era lo que buscaba.
Un chirrido llegó desde arriba, La Atalaya bramó. Algunos de los ocupantes del anfiteatro, no así los tutores, se giraron durante unos instantes. En un extremo de un conjunto de gradas, una extraña tubería había descendido. Tadeo, se acercó hasta allí escalando las gradas y los asientos mullidos, llego a la última fila, la más elevada, y contempló la cañería desde abajo, vio solo oscuridad. Poseía la anchura suficiente para que pasara por ella un ser humano. Se sentó en el asiento que se encontraba justo debajo y se retorció para tener mejor perspectiva y escrutar sus profundidades. Sus ojos vieron como la tubería se acercaba, ¡no! era él el que se desplazaba. Por algún tipo de sistema mecánico, el asiento había salido eyectado hacia la tubería. La inercia impidió que Tadeo pudiera moverse, se adentró en la oscuridad y, agarrándose al asiento, subió a la siguiente planta.
Fase 4: La segunda planta. El observatorio de las hipótesis
Tadeo divisó el final del tubo y, tras este, una gran plataforma de metal circular que se sostenía gracias unos pilares titilantes que apuñalaban la oscuridad del pozo sin fondo. De algún conducto de aquellos que comunicaban con ese foso había salido él. La silla, al sobrepasar la plataforma, perdió potencia y cayó. El topetazo fue de órdago. Intentando recordar cómo se respiraba, Tadeo se despegó de la silla y reptó por la superficie metálica.
Observó ahora que había otras columnas que se alzaban también sobre su cabeza. Cuando se le pasó la consternación de golpe, pudo ver que estas no eran columnas, eran demasiado asimétricas, algo les pasaba. Comprendió que eran brazos mecánicos que se estiraban, retorcían y daban la vuelta a toda la plataforma de metal, gracias a un sistema de raíles y engranajes. En la punta de cada brazo había una esfera, dentro de las cuales parecía haber un hábitat, eran como una especie de residencia o lugar de trabajo, Tadeo discernía siluetas que se movían en su interior. Cada esfera poseía dos telescopios, semejaban pequeños observatorios móviles.
¿Pero que observaban?, Tadeo no tenía ni idea, aquel lugar solo estaba rodeado de oscuridad sinuosa y maleable, casi viva. Tadeo decidió que la única forma de saber que pasaba era llegar hasta arriba, así que comenzó a trepar usando las junturas de las placas de acero o algún engranaje en movimiento. Al principio, pensó que no lo conseguiría y comenzó incluso a sentirse inquieto, había llegado ya demasiado alto, una caída y sería fatal, pero en la estructura del propio brazo mecánico encontró una especie de escaleras de emergencia y no tardó en alcanzar su objetivo a pesar de los vaivenes.
Al abrir la puerta ovoide de la esfera, esta hizo un ruido como de descompresión, como un chssss. Toda la esfera estaba hecha de un material ligero, parecido al PVC. En el interior otro escenario dio la bienvenida a Tadeo, era como si las paredes transparentaran un paisaje externo inexistente, flora y fauna desdibujada. No había correspondencia entre el volumen exterior e interior del aposento, por dentro era mucho más grande. Tadeo vio una puerta al fondo de un pasillo ovalado, en el hall había varias pantallas de información y diagramas, reconstrucciones digitales de insectos y hologramas de algunos dípteros. Bizarro, sin duda, pero no tanto como su residente, al que Tadeo encontró encorvado delante de la terminal que manipulaba los grandes telescopios. Las pantallas de la terminal mostraban el objeto de escrutinio desde distintos ángulos. Tadeo supo que lo que veía era imposible, eran terrenos boscosos, y en algunas pantallas el área de inspección se encontraba más detallada y se visualizaba un hormiguero. El hombre observaba el comportamiento de las hormigas ante diferentes estímulos que él podía provocar presionando uno o dos botones, como si pudiese dominar los fenómenos naturales.
¿Sabría un hombre que aquello era un artificio, un simulacro? Tadeo mismo no lo podría asegurar rotundamente. Tadeo carraspeó, el hombre se volteó asustado con los ojos en carne viva, una facción cadavérica. Ni siquiera le dijo nada, tan solo le miró un momento y le hizo una señal con la mano para que se fuera. Una vez identificada la causa de la irrupción y no viéndola amenazadora, la ignoró.
"¿Qué haces?" es lo mínimo que Tadeo, podía preguntar, no le contestó durante unos segundos, Tadeo repitió la pregunta, "estudio insectos", dijo, Tadeo podría haber deducido aquello, "¿por qué?", "porque sí", fue la única respuesta, Tadeo insistió, el hombre, ahora irritado, dijo que era porque deseaba conocer más sobre ellos, cuanta más información mejor, ser el que más supiera de aquellos seres, el experto en insectos más grande del mundo. Tadeo le preguntó cuánto tiempo había estado allí, él se encogió de hombros, "mucho" pensó Tadeo, y supo que aquel hombre había pasado años y años obsesionado por conocer más sobre ese tema en concreto, alcanzar la excelencia en aquella área de la biología.
"¿No has observado ninguna otra cosa?". El hombre habló de forma distraída y sardónica, "solo lo haré cuando lo sepa todo sobre insectos". Tadeo le replico que eso nunca sería posible, al hombre no le importó. "¿Por qué no mirar un poco de todo?", preguntó el muchacho, "no sabría tanto sobre insectos", respondió el estudioso; "pero si un poco de todo, lo suficiente para que se dé cuenta de su triste vida", pensó para sí Tadeo, pero solo preguntó: "¿y qué importa eso?", el hombre escéptico respondió: "entonces no sería sabio, sino un mediocre como los de ahí fuera, todo el mundo sabría lo que yo sé". Los de ahí fuera, al parecer, en aquella área sí tenían consciencia de que estaban dentro de la Atalaya. Error, Tadeo pudo intuir que se refería fuera de su burbuja.
¿Por qué todos los que llegaban allí y se asentaban en una de las plantas comenzaban a olvidar el aspecto de la Atalaya, su inmensidad?, ¿por qué ignoraban que se encontraban en su interior? Quizás, se dijo Tadeo, es porque ya han encontrado su lugar, "o se han conformado", susurro una voz dubitativa en su cabeza. "ya no necesitan ver la Atalaya, lo ilimitado de su estructura, sus posibilidades, solo ocupar su lugar en su arquitectura", "quien no busca no precisa encontrar".
El hombre se negó a seguir contestando las preguntas, cuando Tadeo insistió, oprimió un botón. Un agujero se formó en el PVC y Tadeo se precipitó hacia la oscuridad descendiendo hacia los engranajes del brazo mecánico más cercano. Iba a triturarle, Tadeo dio un alarido. Sin embargo, un gran crujido anunció el movimiento de otro de los brazos articulados. Tadeo vio como otra esfera de plástico se situaba justo debajo de él, no se golpeó contra ella, sino que la atravesó y la gravedad pareció reducirse. El muchacho respiró con dificultad intentando calmarse mientras sus pies se posaban en el suelo.
Se encontraba en un extremo de la habitación ovoidal que estaba vacía. Un holograma en el centro del recibidor decía "Actívame". Una vez recuperado del susto, Tadeo se animó a hacerlo, tocó esa frase etérea y todo se iluminó, chirridos electrónicos lo invadieron todo y, a través de la burbuja, un crisol de colores se extendió.
"Elija tema" y eligió tema, seleccionó astronomía y astrofísica. Vio todo aquello que le interesaba disfrutándolo de veras. A través de los aparatos podía observar de verdad los cuerpos celestes como si se encontraran al lado, todos los datos, cien por cien fidedignos, eran enviados a sus receptores.
Aquello era increíble. Continuó con la herbología, la zoología, la climatología. Cada vez que proponía un nuevo tema la esfera parecía renquear, como si aquello no fuese muy común. ¿Acaso era de menester elegir un solo tema de estudio, tendía aquella máquina a la hiperespecialización? Tadeo, sin embargo, siguió aprendiendo todo lo que pudo de aquella esfera, pasando días y noches entre sus cálidas y suaves paredes abombadas hasta el hastío. Aquella vida dedicada a la observación y el estudio a la recopilación de datos comenzaba a pesarle. La investigación era asombrosa, pero Tadeo notaba que algo fallaba. Nunca entraba en contacto directo con el objeto de su estudio, ni se comunicaba con otros expertos en el tema, ni compartía sus emociones ni sus hipótesis con nadie. Una vida contemplativa, sin empatía.
Si el sistema que regía aquel observatorio móvil era tan asombroso, quizás pudiese buscar el origen de la propia Atalaya y así lo hizo. Introdujo los parámetros de búsqueda, todos referidos a la extraña estructura. La pantalla se quedó en negro, volvió a hacerlo varias veces, finalmente emitió un pitido estridente y "¡error!". Aquel lugar no estaba preparado para que se conociesen otros estadios de la Atalaya. Sus repetidas peticiones de búsqueda desencadenaron una serie de acontecimientos. Una alarma comenzó a resonar, su burbuja se apagó. Se precipitó a la entrada y fuera todo estaba rojizo. El brazo mecánico comenzó a bambolearse y tuvo agarrarse a la barandilla del exiguo porche. Era como estar en la copa de una secuoya en pleno huracán, los brazos comenzaron a rotar alrededor de la plataforma, como locos. Un haz de luz compacta cayó sobre Tadeo. Este sintió como la presión bajaba dos atmosferas y como la luz parecía rodearle y ceñirse a su cuerpo. Comenzó a elevarse, inerte. Era un rayo tractor.
Mientras ganaba velocidad, Tadeo miró hacia el techo donde en ese momento se abría una gran escotilla de metal, un acceso. Tadeo fue propulsado a la velocidad del sonido a la siguiente planta.
Fase 5: La tercera planta. La galería sináptica.
Con un chispazo, Tadeo se materializó y cayó sobre una superficie esponjosa. Se frotó la cabeza y miró a su alrededor, se encontraba medio tumbado en una galería que parecía hecha de tejido poroso y maleable.
Las columnas diseminadas anárquicamente estaban hechas de filamentos orgánicos que emitían breves destellos. La atmosfera era violácea y los parpadeos no hacían sino aumentar la impresión de que uno se encontrase en una caverna de fantasía, pero Tadeo supo enseguida que es lo que estaba viendo, el interior de un inmenso cerebro.
Tadeo, aun tambaleándose, se puso en pie y recorrió unos cuantos metros. Tocó una de las columnas y el chispazo hizo que un breve dolor le recorriera su antebrazo. Chupándose el dedo, subió una loma, tras ella se escuchaban murmullos. La galería no estaba deshabitada, pero Tadeo no podía identificar a los entes que pululaban aquel lugar, poseían siluetas humanas, pero se veían desvaídos, eran como espectros de luz ultravioleta andando de aquí para allá susurrando y tocando una columna tras otra. No hablaban entre sí, de hecho, se atravesaban. Ellos no parecían sentir dolor alguno al tocar aquellas inmensas conexiones neuronales.
Varias veces intentó Tadeo interactuar con ellos, pero fue imposible, eran intangibles, apenas perceptibles si no fuera por una pequeña corriente de aire cargada de ozono. Era como si vivieran en otro plano, allí donde mirase Tadeo solo veía más espectros y galerías interminables. No entendía el sentido de todo aquello.
Al final no llegó a otra conclusión que hacer lo que los espectros hacían. Volvió a recibir una descarga. ¿Cómo lo harían ellos? Uno de los espectros se encontraba ahora conectado a los filamentos, bañado por una tenue luz. Tadeo se acercó y, por primera vez, notó que donde debía estar su rostro se formaban imágenes de otros muchos rostros. El espectro relejaba formas y colores y la columna no solo emitía destellos sino también pantallazos de luz que mostraban diferentes escenas... Eran como recuerdos, o quizás fantasías.
Tadeo pareció comprender. Todo lo que los filamentos mostraban procedía del sujeto mismo. No debía esperar aquellas conexiones le mostraran nada, era él el que tenía que mostrarle a la galería lo que había en su interior. La galería era un instrumento, un laboratorio de abstracciones. Tadeo decidió comenzar por concentrarse en un recuerdo. Su madre trabajando en el jardín de atrás, oliendo a tierra mojada y a perfume. La columna no lo rechazó, un puente de electricidad unió la yema de sus manos a su superficie, atrayéndole. En seguida, él se sumergió en ese recuerdo volvía tener diez años y a mancharse la ropa de barro, su madre le reñía y, luego, con una sonrisa pícara, le mojaba con la manguera y él corría empapado bajo el sol de julio. No solo era como volver a vivirlo, todos sus matices estaban potenciados, cada sensación abstracta deshilvanada. El arrepentimiento, la felicidad, la ilusión, la curiosidad, pudo analizarlas y encontrar los motivos racionales tras esos sentimientos, en qué momento se desencadenaban y por qué. Aquel lugar era una gran caja de resonancia emocional.
Tadeo, probó con otros recuerdos, recuerdos de la adolescencia temprana; tensiones con los compañeros, victorias deportivas, el primer beso, la muerte de su padre. Volvió luego a cuando era un bebe, aunque no recordara mucho, le bastaba con un pequeño atisbo para que la Galería rebuscase en su cerebro y le ayudase a reconstruir aquellas escenas olvidadas y revivirlas de forma más intensa y rica en matices.
Enseguida recordó sus pesadillas de pequeño llenas de angustia, eso le condujo a representar sus fantasías y sueños más reiterativos, también se sumergió en ellas, haciéndolas realidad en su mente. Sumergido en su propio universo abstracto, en su propio yo, pudo ver las razones de los enfados, ilusiones y desesperanzas de su vida y las reacciones que había causado en otros, con una sutileza y una destreza emocional jamás experimentada.
Aprendió de sí mismo, vio patrones en su comportamiento como solía reaccionar ante determinadas cosas, vio sus actitudes erróneas y sus virtudes más destacadas. Se conoció a sí mismo como nunca lo había hecho. Al igual que pasaba en todas las plantas el tiempo había desaparecido.
Todo lo bello y hermoso se encontraba en su interior, el exterior poco podría proporcionarle. Era menos interesante que aquel mundo en el que podía decidir en que recuerdo centrarse o que sueño vivir. Afuera todo estaba tan ordenado, era tan metódico, incluso dentro de la Atalaya, las reglas de la física, aun trastocadas, se encontraban presentes. Pero, entonces, en alguna parte de su interior, la duda surgió. Si estudiaba solo lo que su abstracción le mostraba, ¿qué posibilidades había de confundir realidad y ficción?, ¿qué cosas podrían poseer la certidumbre de no ser una invención de su propia cabeza o un deseo entreverado?
El mundo estaba atado a leyes, sí, pero también existía el azar y era ese orden en el que se encontraba lo más importante, en lo que se basaba todo el universo, incluso aquel que alimentaba sus recuerdos y fantasías. Si seguía estudiando su fuero interno, no conocería más verdad que la suya, que ni siquiera sería suya pues no sería una verdad alimentada por todas las vetas de la realidad. Sería una verdad que se fagocita a sí misma.
Con cada argumento, la duda se iba acrecentando y las visiones se nublaban, los dedos de Tadeo se alejaban poco a poco de las columnas. Comenzó a recuperar la visión del espacio concreto en el que se encontraba, se sentía hambriento y cansado, como si no hubiera comido en siglos y, entonces, se dio cuenta que parte de su cuerpo parpadeaba. Se estaba volviendo abstracto, un ente irreal. Si se hubiera dejado cegar por esa visión limitada de la verdad se hubiera quedado allí atrapado, al igual que lo hubiera hecho en las otras dos plantas.
Una vez más, una parte de él se resistía diciéndole que aquel no era su destino final. Ansiaba más, necesitaba saber la verdad. Su cuerpo se iba solidificando y comenzó a respirar con esfuerzo, volvía a ser carnoso y pesado. No retiró, sin embargo, el último dedo.
No había nada en aquella galería con lo que interactuar no había salida alguna, no al menos material, Así que, manteniendo el último contacto a través de un breve hilillo de energía estática, Tadeo pensó: "llévame arriba, este no es mi lugar". La Atalaya, hasta el momento, había respondido a su deseo subconsciente de inconformidad, también haría caso de un requerimiento directo.
La columna se iluminó, Tadeo decidió ayudar imaginándose un elevador, unas escaleras cualquier cosa que ascendiera. El resto de las columnas también se iluminaron, los espectros se pararon y le miraron por unos segundos, conscientes por primera vez de su existencia. Lo único que podía ver ahora Tadeo eran luces circulares que le rodeaban mientras ascendía en una caja de cristal. Era un ascensor y le llevaba a la cumbre.
Fase 6: La techumbre. El mirador universal
Una plataforma se alzó en el suelo el ascensor emergió allí después se replegó sobre sí mismo y desapareció. No creía lo que veían sus ojos, estaba en la cumbre de la Atalaya. Pronto pudo descubrir que su percepción de la Atalaya como algo infinito no era descabellada. Sí, había llegado a lo más alto de La Atalaya, de todas Las Atalayas.
En la inmensidad del espacio una decena de estructuras cilíndricas (que forjaban estructuras orbitales), convergían en aquel ábside esférico, todas ellas tan caóticas como bellas. Tadeo comprobó que era indiferente la dirección en la que se desplazara, suelo o pared, no parecía haber diferencia alguna, allí no existían las coordenadas en el espacio.
Las superficies se combinaban y separaban harmoniosamente, pero nunca por donde Tadeo pasaba. Aquí y allá había antorchas con volutas de energía que colisionaban entre sí. Tadeo se sentó en unas losetas nacaradas y estas se alzaron, dándole una perspectiva de aquella terraza surrealista.
En las junturas de las Atalayas, grandes destellos luminosos parpadeaban, algunas placas despedían imágenes refractadas en una nebulosa de chispas inciertas. Se dio cuenta que todos esos halos intermitentes combinados con el espacio comenzaban a afectar su percepción sensorial. Los sonidos eran sutiles pero complejos, todo a su alrededor parecía emitir una nota a baja frecuencia, si se concentraba en un sonido en concreto, este se disipaba. Solo cuando Tadeo se dejaba llevar era capaz de oír el conjunto orquestado. La temperatura, el cambio sutil de presiones, los olores... Los cinco sentidos comenzaban a sufrir una mutación, esa percepción del conjunto y no del elemento en sí, todo ello iba encaminándole a un estado de nirvana, pero la sensación era de hiperestimulación, como si nunca en la vida hubiese estado tan despierto.
Y cuando las losetas le llevaron allá a lo alto, cuando se alejaron y se quedaron suspendidas en el aire, Tadeo percibió la justa entre opuestos que conformaban a sí mismo una entidad única, y como a esta se le confrontaban a otras entidades que, a su vez, ejercían de fuerza opuesta. Todo era parte de una cadena cósmicamente esbozada. Se dio cuenta cuan relativa era la palabra "verdad" y cuan superfluo el término "ley".
Ejercían su justo dominio en sus territorios, pero respecto al Gran Conjunto no eran, sino, una mera posibilidad. "Nada es absoluto" se deslumbró Tadeo, " el absoluto nos es realizable en el universo", ¿Significaba aquello que no existía ninguna verdad tampoco absoluta, ninguna ley de validez universal?
El pálpito del mirador parecía susurrarle que la única verdad es que no había una sola verdad. "Pero...", se dijo Tadeo, "...si no existe una sola ley absolutamente verdadera, tampoco la ley que asegura tal cosa es absoluta".
"La paradoja parecía reinar en el universo, La paradoja nos pone a prueba", se dijo así mismo Tadeo, "nosotros debemos disiparla". "Si nada es absoluto y todo posee excepciones, cualquier regla universal asimismo también, incluso la que dice que nada es absoluto, así pues, ha de existir la posibilidad de que algo sea absoluto". Tadeo veía ya la luz de su razonamiento asomar, "podría caber la posibilidad de que la única excepción a que las leyes no sean universales, es que haya una que si lo sea". Tadeo sonrió, "y esa es la propia ley que niega la universalidad en sí misma". Tadeo ríe. "La única ley absoluta es aquella que dice que nada es absoluto", una paradoja circular.
Tadeo se sintió caer. Despejar una incógnita universal le había colmado de satisfacción. Estaba seguro de que ni siquiera su razonamiento podría ser absolutamente cierto, que habría mil formas de llegar a la misma conclusión, o quizás, formas de llegar a una distinta. Y ese caos, esa gran humildad ante la inmensa trama de opciones de la realidad, le divertía y satisfacía.
Pero cuando se posó sobre la mampostería del mirador, Tadeo descubrió que no se sentía tan pleno como esperaba, algo le faltaba aún. Ese mismo sentimiento incierto seguía dándole caza. Recordó su viaje: como había confrontado el miedo a salir de la rutina que tanto le ahogaba, pero a la vez le protegía, como debió superar sus dudas en el sector Bh, las clases de los grandes maestros universales, las discusiones con sus pupilos, como descubrió la importancia de la enseñanza y el aprendizaje, del referente, y la cárcel que significaba si se negaba cualquier posibilidad de abrir la mente a otras dimensiones de pensamiento.
Recordó los observatorios fríos y automáticos, a los estudiosos embebidos en el ansia de conocer y ordenar el universo. La importancia del estudio y la cultura, de la observación, pero también la necesidad de vincular el mundo exterior con nuestro fuero interno. De ahí nacían las hipótesis. Sabedor de aquello también, su deseo de inconformidad había provocado que la Atalaya le trasladara.
¿Y la galería? los espectros que en ella habitaban eran fantasmas de su propios recuerdos y emociones, reviviendo más que viviendo. Cuán importante era atesorar las memorias de lo que somos y manejar el mundo de la abstracción y el ensueño, de conocernos a nosotros mismos. Lo importante de la emotividad y la imaginación. Tampoco fue suficiente.
Y aún allí, iluminado por el brillante caos ordenado del universo, por su diversidad que conformaba unidad, por su abstracción y repulsión, por sus verdades discutibles e indiscutibles rotando en círculo, sentía que aún no era suficiente. Faltaba algo más, un último paso.
Acompañado por el pulso de los cúmulos, Tadeo pensó que quizás fuera el propio recorrido el que marcaba su meta. Su inconformismo a dejarse encarcelar le hacía continuar una y otra vez hacia delante y lo seguiría haciendo a lo largo de toda su vida. Pero supo a su vez que, si no encontraba lo último que le faltaba, eso le podría llevar a estar perdido en el caos al que llamaba realidad.
Tadeo sabía que no había nadie allí en el mirador, pocos habrían llegado a donde él estaba saltando los escollos por el camino. Nadie con quien discutir aquellas visiones reveladoras, nadie más que el pulso del espacio y el de su corazón. Tadeo entonces tuvo una idea incierta de lo que necesitaba. Una sola palabra llego a sus labios, un ancla.
Miró al cielo. "Un ancla" repitió confuso, como rogándole al omnipotente monolito que le explicase aquello que ni el mismo sabía definir. "Aquí no la encontraré". Un estruendo irrumpió en el mirador universal, sonidos desgañitados y cambios de temperatura sucesivos hicieron a Tadeo inquietarse. De repente, a una velocidad pasmosa, las losas paredes y medias cúpulas derruidas se desintegraron y arremolinaron en un vórtice. Tadeo lo supo cuando fue propulsado hacia este, "aquí voy otra vez, el último viaje, el definitivo".
Fase 7: El ancla
Se agarró a tiempo al alfeizar de madera, a poco más sale Tadeo propulsado por la oquedad luminosa. Una voz cobró fuerza, escuchó un siseo, ¿una puerta deslizante?
—¿Bajarás a desayunar de una vez o no?, tienes cinco minutos, ¡aprisa!, ¡llegas tarde!
La voz le resultaba conocida, una cara de rasgos amables le miraba con una ceja levantada, pertenecía a una mujer.
—Deja de pasmar delante de la ventana —le dijo, y no pudo evitar una pequeña sonrisa, al momento desaparecía—. Acaba de vestirte y baja a la cocina. —La voz se alejó piso abajo.
Tadeo supo que se encontraba en su habitación mucho antes de que sus sentidos se lo dijesen, iluminada por la luz de la mañana, se encontraba con una playera puesta enfrente de la ventana abierta. La brisa cargada de tránsito de las calles y hortalizas del mercado de la esquina le hizo reaccionar. En sus manos había un trozo de cartón en blanco.
Tadeo, confuso, escuchó los crujidos de aquella casa antigua, propia del casco histórico de la ciudad, oyó los ruidos en el piso de abajo que indicaban ajetreos del tráfico y algún gorrión vagabundo haciéndose oír. Se asomó la ventana por la que había estado a punto de precipitarse.
La Atalaya no se encontraba allí, los contornos de la ciudad volvían a ser como antaño. El día no era particularmente soleado, pero aquella nubosidad grisácea era luminosa. Desde su cuarto en el segundo piso, Tadeo observó el horizonte, ese mismo horizonte que millones de personas podrían estar viendo en aquel momento y supo que era libre, que siempre lo había sido, que podría alcanzarlo cuando quisiera. Una voz le saludó desde la calle, una niña con un lazo agitaba al mano, otro hombre inclinó su cabeza; eran sus vecinos y conocidos que, en sus rutinas diarias, saludaban, corrían de aquí para allá con prisa, paseaban, conversaban o reían. Tadeo les devolvió el saludo y, fue entonces, en aquel cuarto de aquella casa antigua de solo dos plantas, cuando Tadeo, con un ojo puesto en el infinito y otro en su gente, se dio cuenta. Subir a la cumbre, siempre implica descender, la ida, un retorno, y el conocimiento, humanidad. No se puede comprender lo que es explorar sin comprender lo que significa "hogar". "Después de todo", se dijo el joven Tadeo, haciendo gala de una sabiduría impropia para su edad, "toda mente necesita un ancla en el corazón". Aquello era todo lo alto que necesitaba llegar, aquella vida era su propia Atalaya y aquella planta era su planta.
Desde la cocina llegaba un olor dulce, se dio cuenta de que tenía mucha hambre. Tadeo, antes de echar a correr, lanzó la tarjeta en blanco por la ventana y la brisa la arrastró lejos, muy lejos, en dirección al horizonte, en busca de nuevas manos.
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